Por fin es viernes, ya son las seis de la tarde y acabo de salir de trabajar; mi jefa hoy, por lo que se ve, no tenía mucha prisa por salir ni por que los demás salieran, y eso que es viernes.

Pero como casi siempre, Raquel ha salido a las tres porque «tenía que hacer unos papeles urgentes». Todos los viernes la misma historia, me gustaría verla salir a su hora aunque sea una sola vez. Por lo que veo, a parte del sobrecito mensual bajo la mesa también consiguió una pequeña reducción de jornada.

El mp3 logra que me evada entre estación y estación de los problemas del trabajo de toda la semana. Pero ni la música consigue quitarme de la cabeza las imágenes que vi ayer por internet. ¿Qué le pasaba a aquel hombre?

Me entretengo mirando los rostros de los viajeros. Cada uno es diferente; unos más bajitos, más gordos o más flacos, pero todos llenos de vida.

Me pregunto qué pasaría si todo se fuera a la mierda por culpa de algún experimento absurdo de algún científico chiflado con ganas de protagonismo.

Ya he llegado a Vallecas y me siento liberado, parece que hasta ando más ligero, con otro aire.

Saludo a mis amiguitos; si pudieran, abrirían el cajón de sus correas y se las pondrían ellos mismos, así que no les hago esperar más y me los bajo a dar una vuelta. Hoy no hay ninguna prisa, mañana no madrugo y el paseíto será más largo de lo normal.

Me ha llamado Cristian al móvil para quedar, pero le he dicho que estoy tan relajado que hoy prefiero quedarme en casa, me pondré alguna peli y ya está. Aun así, me dice que se apunta, que se trae unas pizzas y que llame a David. Un poco de compañía tampoco es malo. Pero lo que realmente me apetecía era que viniese Lorena; hace ya unos cuantos días que no sé nada de ella y debería llamarla.

Cristian ya ha llegado, está en la cocina trasteando por los armarios a ver qué encuentra para comer.

—Vaya mierda de nevera, tío, ¡si hasta tienes telarañas!

—Qué gracioso eres, Cris. Ya que has venido, también te podrías haber traído alguna bolsita de patatas o algo así, ¿no?

—Se supone que el anfitrión eres tú, Alfonso, así que a mí no me eches la bronca. Por cierto, ¿y David? ¿No le habías llamado?

—Pues no coge el móvil, tío, le llevo llamando un buen rato y nada, y eso que se supone que los viernes sale un poco antes. Ya debería estar fuera de la redacción.

—Tú insiste, que a ti hay que aguantarte en pareja.

Cristian ya esta acoplado al sofá y las pizzas un poquito frías, les toca sesión de horno. Después de una hora, por fin llama David.

—Hola, Alfonso, perdona por no cogerte las llamadas, pero estoy todavía en el curro y la cosa va para largo.

—¿Todavía? —pregunto intrigado mientras trato de coger una porción de pizza del plato.

—Pues sí, además están llegando noticias constantemente desde Alemania y no damos abasto. Nos dicen que se está extendiendo por los pueblos limítrofes, incluido a otros países vecinos. Además, hay rumores de que mañana Zapatero dará una rueda de prensa para tranquilizar al país —concluye David.

No me puedo creer lo que está diciendo, no puede ser tan grave para que tenga que salir el presidente hablando en la tele.

Cristian se lo toma a broma, dice que me tranquilice, que tenemos tanta crisis que ni los virus quieren entrar en el país. Me parece bien un toque de humor entre tanta tensión.

Nos toca una porción más de pizza. Tenía pensado poner una peli de miedo, pero dadas las circunstancias, hemos puesto la de Híncame el diente; vaya tela, aunque un poco de humor absurdo nos vendrá bien.

Un fuerte dolor de espalda me hace despertar; en la pantalla, la imagen del menú de la película está congelada a la espera de que alguien apriete algún botón para comenzar de nuevo.

Nos hemos quedado dormidos. Era «muy buena» la película por lo que veo. Cristian aún dormita en el sofá apoyado en el cojín; me da cosa despertarle, pero por la hora que es y su postura imposible, lo haré muy a mi pesar.

—Venga, tronco, levántate y acuéstate mejor en la cama, quédate esta noche aquí si quieres.

Cristian se despereza como si fuera un gato después de salir del regazo de su dueño y, tras un sonoro bostezo, se intenta poner en pie.

—Gracias, Alfonso, pero mejor me voy. No te preocupes, estoy bien para conducir.

—Como quieras, Cris. Mañana te llamo para ver si esta vez podemos quedar los tres, ¿ok?

—De acuerdo, majo. Hasta mañana.

Cristian se rasca la cabeza de manera perezosa mientras abandona mi casa. Ya se ha ido. Mañana me apetece ir al centro a un bar a tomar algo, pero ahora yo me voy a la cama aunque no tengo sueño. Tengo más ganas de quedarme viendo el canal de noticias veinticuatro horas, pero sé que, si no me acuesto ya, mañana no estaré para muchos bares.

Hasta mañana.