Vuelo surcando Madrid, bajo mis pies veo las azoteas de los enormes edificios acristalados de la mejor zona financiera de la capital. El aire acaricia mi cara suavemente y me produce una sensación de paz indescriptible. Pero algo no va bien ahí abajo; la gente corre, grita, se esconde. Suena la sirena de una ambulancia a lo lejos, pero lentamente se nota más cercana. Más cercana…

El tono del móvil casi me hace caerme de la cama, estaba soñando y todo parecía muy real. Son las siete menos cuarto de la mañana, lo que suena no es el despertador. ¿Quién cojones me está llamando a estas horas?, pienso. No podía ser otra persona que mi madre, y que me llame mi madre a estas horas sólo puede significar una cosa: ha pasado algo.

—Hola, hijo, siento llamarte a estas horas, ¿estabas ya levantado?

—Ummmm —aún medio dormido—, pues sinceramente no, mamá. ¿Qué pasa?

—Pues entonces no te has enterado. Están dando en las noticias lo de Alemania, pon la tele.

Me levanto tambaleándome, con un ojo medio cerrado por las legañas, e intento llegar hasta el salón a tientas, menos mal que conozco bien mi casa. No quiero encender la luz por no quedarme literalmente ciego. Pongo la televisión con el móvil en la oreja; en el telediario de la mañana se ve la imagen tomada desde un helicóptero, enfoca los alrededores del complejo de la farmacéutica de Alemania, mucha policía por las calles, mucho descontrol y gente corriendo. No entiendo nada y, además, aún estoy con la almohada pegada a la cara. Pero de nuevo reconozco ese edificio, claramente es el del sueño que tuve el otro día. No puede ser.

—¿Lo estás viendo, Alfonso?

—Sí, pero ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué corre la gente?

—Pues corren porque, por lo visto, la situación se les ha escapado de las manos. Los médicos que acudieron para ayudar están infectados y hay muchos heridos, hijo.

—¿Cómo que heridos? Pero, ¿un virus puede causar heridas? ¿Qué es entonces, el ébola? No entiendo nada, mamá, explícate mejor.

—Ay, no lo sé, niño, eso han dicho en el telediario: que hay heridos y que los han mandado a sus países de origen.

—Pues qué bien, me parece perfecto que te preocupes y eso, pero yo hasta las siete de la mañana no me levanto, y si me llamas antes, me asustas, aparte de que me quitas un ratito de sueño.

—Perdona, Alfonso, pero si llamo a tu hermana me llama histérica, y ayer te vi preocupado por el tema.

Lo reconozco, en el fondo es graciosa, «preocupado» dice. La verdad es que prefiero darle la razón.

—Pues gracias, mamá, pero tú no te asustes que no pasa nada; además, si han cerrado la frontera no hay problema. Pero, ¿y los heridos? ¿Les han permitido volver?

—Sí, porque son los médicos que han investigado. A quienes han encerrado es a los turistas. Bueno, te dejo, ya me he desvelado. Luego hablamos.

—Vale, si pasa algo, me llamas.

—Adiós.

Tengo una mezcla de sueño, mosqueo, y dudas —¿heridos?, ¿gente corriendo?—. Voy a llamar a mi amigo David, es periodista y trabaja en un periódico nacional, a ver si él sabe algo más del tema. A saber desde cuándo estará esta mujer viendo la tele, seguro que apenas ha dormido.

—¿Al habla el reportero más dicharachero?

—¿Tú a estas horas? Je je, ¿qué te pica, Alfonsito? Seguro que me vas a pedir un favor.

—Bueno, más o menos, David, lo que te quería preguntar es si sabes algo de lo de Alemania, de lo de la farmacéutica.

—Pues algo nos llega, pero a «regañadientes». El gobierno alemán está poniendo muchos impedimentos a los corresponsales de allí, están ocultando datos y está prohibido acceder a la zona de infección. Lo peor es que un compañero del periódico dice que una persona vinculada a la farmacéutica ha confirmado que se han presentado casos de infección fuera de la localidad donde se ha manifestado el virus.

—¿Tan rápido? Pero, ¿cómo se transmite?

—Pues no lo sabe nadie, o al menos no lo quieren decir; yo creo que no lo saben ni ellos. Lo único que te puedo decir es que está la cosa muy revolucionada. Hace un rato mi compañero Juan ha entrevistado a un conductor de ambulancia que había trasladado a un infectado al hospital, dice que el paciente presentaba signos de delirio y una extrema violencia, como si hubiera perdido la cabeza. Comenta incluso que llegó a morder en el brazo a uno de los camilleros e hizo falta una camisa de fuerza para meterlo al hospital.

No doy crédito a lo que oigo, ¿por qué no llegan esas noticias desde allí? ¿Por qué el gobierno alemán no da explicaciones de lo sucedido?

—Bueno, David, muchas gracias por la información. Si sabes algo mas, llámame, por favor, mi madre ya esta histérica y me pone nervioso a mí. Además, tiene familia allí.

—Ok, no te preocupes que esto tiene pinta de ser la noticia del día y estaremos toda la mañana recibiendo novedades. Un saludo, Alfonso.

Ahora realmente estoy preocupado. Será mejor no llamar a mi madre, sería preocuparla más de lo que ya lo está.

Me quedo mirando las imágenes que salen repetidamente una y otra vez en el telediario matinal, no se ve nada claro. Pero desde luego no parece que sea lo que parece ser.

Abro el portátil en busca de más información, seguramente la gente de allí haya colgado imágenes desde sus móviles en Youtube y ya estén circulando por la red.

Tras poner la palabra clave «virus Alemania» en el buscador, me salen varios resultados absurdos que nada tienen que ver con lo que pasa en realidad. Pero uno de ellos me llama soberanamente la atención. En el vídeo, de muy mala calidad por cierto, se aprecia cómo una persona es brutalmente reducida por policías germanos y, con enorme esfuerzo, tratan de mantenerla quieto en el suelo. Pero el hombre en cuestión no se tranquiliza y muerde en un brazo a uno de los policías, que lo suelta inmediatamente. El vídeo acaba con el sujeto dirigiéndose a la persona que está grabando, después se corta.

Al echar para atrás el vídeo y volver a verlo, detengo la imagen justo cuando se ve la cara del infectado. Esos ojos… no son normales, es como si les faltara algo. No tienen… vida…

Me voy a trabajar, a ver si me distraigo un poco. Aunque esa imagen creo que me acompañará durante todo el día.