Ya son más de las siete de la tarde y me he recorrido el pasillo que da al despacho de Iker varias veces. Paco y Víctor se encuentran parados charlando en la misma puerta, dedicándome de vez en cuando alguna que otra mirada sospechosa.
Se supone que Carolina está citada con nosotros, tenemos mucho de qué hablar y preparar.
Por fin aparece Iker por el fondo del pasillo, llega con su paso firme y ruidoso debido a las botas militares. Pasa por mi lado sin decirme nada y se detiene a hablar con los otros dos hombres. Tras unos segundos, introduce la llave en la cerradura de su despacho y entra en la sala seguido de Víctor y Paco.
Ante la indiferencia mostrada hacia mi persona, decido entrar por mi cuenta.
En el centro de la mesa se encuentra la radio, indispensable para la reunión, ya que durante estos días se han seguido manteniendo las conversaciones con Alicante. Paco está de pie, mientras que Víctor e Iker están sentados esperando a que dé comienzo la reunión.
El teniente me mira fijamente y, tras unos instantes, comenta:
—Alfonso, ¿sabes algo de Carolina? Se supone que también está citada.
—Sé lo mismo que tú, ya sabes que siempre llega a la hora que ella cree conveniente —contesto.
—Pues esta vez empezaremos sin ella, ya me estoy cansando de la indisciplina que demuestra día a día —comenta Iker malhumorado.
—Es usted un impaciente, teniente.
Carolina aparece apoyada en la puerta de entrada al despacho. Todos la miran perplejos por lo silencioso de su llegada, Iker se levanta de su asiento para dirigirse a ella.
—Está usted resultando demasiado impertinente, ¿no le parece, señorita? —comenta él sarcásticamente.
—Puede ser, pero es mi forma de ser, creo que tengo ya unos años para cambiar ahora —contesta la chica.
La tensión se masca en el ambiente, ambos se miran a los ojos con ganas de seguir la pelea verbal, pero Iker, en un gesto de autocontrol, se da media vuelta y vuelve a sentarse en su silla.
—Por favor, sentaos todos y comencemos de una vez —ordena.
Todos obedecemos y ocupamos nuestros asientos en torno a la radio.
—Estos días he seguido manteniendo el contacto con la gente de Alicante y les he comunicado oficialmente el plan y el día en el que lo llevaremos a cabo. El plan no hace falta que lo repita, ya que todos sabemos muy bien lo que tenemos que hacer, pero falta por comunicaros el día —comenta el teniente.
—¿Y bien? —pregunta Carolina.
—Ahora la impaciente es usted, señorita —responde irónicamente Iker—. El día es mañana, lo haremos a primera hora para aprovechar toda la luz solar posible. En cuanto terminemos la reunión, convocaremos a todo el mundo en la sala de prensa para comenzar el protocolo que hemos ensayado tantos días; comenzarán a recoger todo lo acordado y se mantendrán alerta desde las doce de la noche de hoy.
—¿Mañana? ¿Te has vuelto loco, Iker? ¡La gente se te va a echar encima! —le recrimino.
—Creo que cuanto antes mejor, Alfonso, no tenemos más opciones. Todo el mundo ha dejado de trabajar ya en el campo, apenas tenemos recursos de agua y latas de conservas. No te preocupes por la gente, yo daré la cara y trataré de tranquilizarles —responde el teniente.
—Les vas a conducir a su muerte —reacciona Carolina.
—¿Su muerte? Si nos quedamos aquí, moriremos de todos modos —responde Iker.
El silencio se apodera del despacho, Víctor y Paco no dicen nada, creo que ya sabían los planes del teniente y prefieren mantenerse callados.
—A las siete de la mañana Víctor y Paco saldrán con las armas y munición hacia el helicóptero, y a esa misma hora te quiero sentada dentro del mismo comprobando que todo esté en orden, Carolina —comenta Iker.
—Usted manda, teniente, a esa misma hora me tendrá sentadita en mi puesto de piloto. Pero sigo pensando que no va a salir bien —responde la chica.
—Lo que usted piense, como comprenderá, me da bastante igual. A parte de ella, ¿alguno de vosotros tiene algo que objetar? —pregunta Iker.
—Sí, yo tengo una cuestión que tratar contigo —le indico.
—Dime, Alfonso, te escucho.
—Esta mañana he tenido una idea al subir a uno de los puestos de vigilancia. Pienso que, si en el momento del despegue del helicóptero, la gente estuviera apostada en los altos del estadio, podrían disparar contra los infectados tratando de reducir el máximo número posible de ellos para facilitar el regreso de los autocares, ¿no te parece?
—¿Francotiradores? Pero si esta pobre gente no acertaría a esa distancia ni a un elefante. Se tendrían que encargar mis hombres en todo caso y no pienso dejar solos a los civiles. Olvídalo, Alfonso —responde con contundencia el teniente.
—Pero piénsalo antes de tomar ninguna decisión, por favor, Iker. Creo que es una buena idea. Aunque sea a ráfagas de ametralladora, alguna bala acertará en la cabeza —insisto.
—¡Que no me parece buena idea y punto! Tema zanjado, seguimos el plan establecido y punto, no tengo más que hablar. Víctor, convoca a todo el estadio en la sala de prensa, que dejen lo que estén haciendo, en quince minutos bajaré.
Y tras estas palabras, Iker ordena con un gesto que salgamos de la sala y luego cierra la puerta con un sonoro portazo tras nuestra salida.
Víctor sale disparado junto con Paco escaleras abajo para cumplir con la orden dada por el teniente y, mientras, me quedo a solas con Carolina. Su rostro refleja la imagen de la decepción, sabe de sobra lo que va a pasar, pero no puede hacer nada al respecto.
El silencio más absoluto vuelve a mis oídos, ya reconozco esa sensación.
«Alfonso, tu idea no es mala, pero no lograría salvarles. No te tortures y estate preparado para lo que se te viene encima».
Ya no me asusta recibir los mensajes de Carolina dentro de mi cabeza, es más, me llenan de una paz difícil de explicar. Ella no deja de mirarme, tiene los ojos fijos en los míos, pero en realidad no me mira a mí, observa mi alma, todo lo que yo estoy sintiendo y pensando, me siento como si estuviera totalmente desnudo frente a ella.
«Ya estás preparado, pronto lo sabrás, pero el precio es muy alto, demasiado alto, y lo sabes».
Sé que lo que me dice es verdad, pero no quiero pensar que ocurrirá, tengo que luchar contra ello con todas mis fuerzas hasta que no pueda más.
Oigo jaleo ahí abajo, deduzco que Víctor ya está reuniendo a todo el mundo y supongo que mi gente estará preocupada por la reunión sorpresa.
—Carolina, me voy con mi familia, te veo abajo.
—Vale, tranquilízales —contesta ella.
Bajo las escaleras tratando de disimular mi malestar por mi tensa reunión con Iker, busco a Lorena y a mis hermanos que deben de estar ya por la zona.
Allí, sentada en una de las sillas, veo a mi madre, es una de las primeras en llegar a la sala. Tiene en su regazo al gato de Javi, al que acaricia lentamente el lomo provocando que Kiko se estire aún más para notar sus uñas.
Por el ruido de risas y el trotar por las escaleras, deduzco que los niños están al caer; enseguida compruebo que no fallo en mi predicción, ya que a los pocos segundos aparecen en escena corriendo, persiguiéndose entre ellos. Araceli y Pedro vienen detrás de los traviesos niños y, junto a ellos, llega Javi, quien muestra una cara de recién levantado impresionante. Pero no veo a Lorena.
Todos los demás supervivientes van llegando poco a poco mientras la sala se va llenando de militares. Iker está sentado manejando unos cuantos papeles como si tratara de calmarse ordenándolos.
De pronto, unas manos cubren mis ojos.
—¿Quién soy?
La voz es inconfundible.
—Lorenita, cómo no —contesto esbozando una sonrisa.
—Premio para el caballero. No ha tardado mucho la reunión, ¿no?
—No había mucho que decir, la verdad. Mira la que está liando —contesto malhumorado.
—¿Qué pasa, Alfonso? ¿A qué vienen tantas prisas? Han levantado de la siesta a medio estadio —pregunta Lorena.
—Espera y verás, que ahora lo aclarará el teniente —contesto.
—¡Teniente! Todo listo, el recuento está completo, estamos todos —grita Paco desde el fondo de la sala.
El murmullo de los presentes se intensifica a medida que los segundos pasan, todos se miran contrariados mientras Iker sigue revolviendo sus papeles como si en uno de ellos se encontrara la solución a sus problemas.
Por fin, mira al frente y carraspea profundamente.
—Bien, supongo que se acordarán del plan establecido para la evacuación del estadio, ¿verdad? —comienza.
Todo el mundo asiente extrañado.
—Pues el día señalado es mañana. A primera hora del día despegará el helicóptero en dirección a la estación de Chamartín para coger los autocares y traerlos al estadio. Durante ese trayecto, todo el mundo deberá permanecer en el garaje con su fusil preparado para nuestra llegada y así garantizar el éxito de la operación.
La gente empieza a protestar por la celeridad de la misión, sólo se escuchan voces y más voces entremezclándose entre ellas.
—¡Un momento, por favor! No se alteren. Hemos estado ensayándolo durante mucho tiempo, todo va a salir bien, no se preocupen —Iker intenta tranquilizarles.
—¿Que no nos preocupemos? Usted se ha vuelto completamente loco, teniente, su plan es suicida, nos va a condenar a todos —grita Ixa desde su asiento, poniéndose en pie.
—No es así, el plan está estudiado al milímetro y no va a haber ningún problema, pongo la mano en el fuego por la misión. Por favor, tranquilícense todos —Iker vuelve a pedir calma.
El griterío de la muchedumbre es elevado, todos discuten unos con los otros sin apenas entenderse nada. Iker pide orden pero no consigue que le hagan caso, la gente comienza a enfadarse considerablemente y a levantarse de sus asientos.
La cosa se está poniendo bastante fea, hay incluso algunos que tratan de abandonar la sala de prensa para dirigirse a sus habitaciones, pero los militares intentan impedirlo forcejeando con ellos.
De pronto, suena un disparo que provoca que todo el mundo se quede mirando hacia su origen. Iker mantiene su pistola apuntando al techo de la sala, aún sale humo del cañón y un buen trozo del falso techo ha caído sobre la mesa.
—¡Ya está bien! —grita muy enfadado.
Todo el mundo está perplejo ante la reacción del teniente Salvatierra y, lentamente, vuelven a ocupar sus asientos en un sepulcral silencio.
—Bien, espero que ahora atiendan y no vuelvan a provocar tanto jaleo —añade Iker—. Repito, mañana a las siete saldremos en dirección a Chamartín, cogeremos los autocares y vendremos hacia el estadio para recogerles y salir de aquí. El helicóptero acompañará la operación desde el aire para garantizar la protección de la misma y, si es necesario, abrirá fuego contra todo aquello que trate de impedir que la misión salga adelante. ¿Está claro?
Esta vez la gente calla por miedo a la reacción de Iker, alguno asiente con la cabeza, otros permanecen cabizbajos mirando al suelo.
—Portaremos en el helicóptero combustible para los autocares y herramientas por si las baterías fallaran por su falta de uso. También llevaremos munición suficiente para evitar imprevistos y armamento pesado para el helicóptero. Ahora, que cada uno recoja sus pertenencias en mochilas del ejército que les facilitaremos a continuación y váyanse a descansar, mañana será un día muy duro para todos pero el principio de nuestra libertad —e Iker se levanta de su asiento para dirigirse a su despacho.
Paco y Víctor sacan dos cajas grandes de debajo de la mesa principal y comienzan a llamar por orden de lista a todos los presentes. El reparto de mochilas se efectúa con una calma tensa, cada uno recoge la suya en silencio y se marcha hacia su cuarto.
Lorena ya tiene la suya, al igual que el resto de mi familia, que se reúnen a mi alrededor con cara de circunstancias.
—Hijo, dime que todo va a salir bien —me dice mi madre cogiéndome de la mano.
—No lo sé, mamá. Si lo supiera, te lo diría, te lo juro —contesto.
—Soy una persona mayor y torpe, yo no puedo hacer nada de lo que está preparado, tengo mucho miedo —comenta ella.
—No te preocupes, tú estate preparada y mantente al margen de la entrada de los autocares. Cuando esté todo despejado serás la primera en subir a ellos junto con los niños, te lo prometo.
—Esta noche quiero que la pasemos todos juntos, quizá sea la última —pide mi madre.
—No digas eso ni en broma, mamá. Estaremos todos juntos esta noche si quieres, pero no pienses así —contesto.
—Me parece bien, yo desde luego me sentiría bastante protegida y además me apetece mucho —comenta Araceli.
—Pues, venga, id a vuestras habitaciones y recoged lo más necesario que tengáis, dormiremos juntos en la habitación de mamá que es la más grande.
Se va cada uno hacia su cuarto. Lorena se queda abrazada a mí y, en silencio, aprieta más de lo normal; está asustada y se siente reconfortada en mis brazos.
Me gusta que sea así, mañana verá cosas que jamás olvidará y esas imágenes le perseguirán toda la vida.