Apenas me separan unos metros de la puerta de Carolina, llevo apoyado en la pared unos minutos dudando, no sé si estoy haciendo lo correcto.

Acaba de pasar uno de los militares y me ha tocado interrogatorio, que qué tal estoy, que qué hago aquí y demás. Menos mal que no me ha obligado a bajar con él, se supone que debería estar en la instrucción de tiro.

El poco ruido que percibo desaparece… No… ¡Otra vez no!

«Pasa, Alfonso, que no te dé corte entrar, te estoy esperando».

La voz es de Carolina, ha sonado alta y clara en mi cabeza, sabe que estoy aquí y es tontería esperar más. Entro.

—Hola, Alfonso, siéntate. —Me recibe mirando por el ventanal de su cuarto que da también al césped.

—Carolina, tenemos que hablar muy seriamente. ¿Qué me está pasando? Quiero que seas sincera y no me voy a ir de aquí hasta que me lo digas.

Ella sigue mirando por la ventana, las manos las tiene entrelazadas en la espalda en un gesto de absoluta tranquilidad.

—¿Carolina? ¿Me quieres hacer caso? —Me estoy empezando a cansar.

Por fin se vuelve, su rostro muestra una paz y una tranquilidad inusuales. Viste una camisa blanca que le queda grande y parece un camisón, debajo lleva unos pantalones militares que la enorme prenda apenas deja ver.

—Alfonso, no tendrías que estar sintiendo lo que estás sintiendo, al menos no ahora, no era tu tiempo. Pero las circunstancias lo han precipitado todo.

—¡Háblame claro, por favor, Carolina! —le digo bastante enfadado.

—Los muertos no se han levantado por un virus de una farmacéutica, Alfonso —contesta Carolina.

—¿Cómo? —pregunto extrañado.

—Mira, lo que te voy a contar no te lo vas a creer, pero con todo lo que has sentido estos días, espero que al menos me escuches sin interrumpirme.

—Te prometo que no te voy a interrumpir —le digo.

—Esta es una lucha muy antigua, más antigua que el propio hombre. Siempre hemos estado combatiendo con ellos, en todas las épocas y en todos los lugares. Sus argucias han sido las más sucias y ruines; han llegado a combatirnos matando inocentes, han provocado catástrofes naturales, siempre en los lugares más pobres y sin recursos. Haití, Chile, Nueva Orleans… nada de eso es casualidad.

»La muerte es su fuerza y no pueden vivir sin ella. Hasta ahora, de alguna manera, siempre hemos conseguido detenerles, aunque hayan conseguido su objetivo en muchas ocasiones. Pero ahora es diferente: lo han logrado y a nosotros no nos ha dado tiempo de reaccionar.

»El famoso virus no es más que uno de sus maquiavélicos planes para llevar al mundo a la destrucción. Han utilizado a la humanidad como armas, armas entrenadas y aleccionadas para cumplir su único fin: matar.

—Un momento… ¿me quieres decir que tú no eres humana? ¿Y a los que te estás refiriendo constantemente como «ellos» quiénes son? —pregunto con muchas dudas.

—Demonios. Tan antiguos como las estrellas y tan despiadados que no te lo podrías ni imaginar por mucho que hagas el esfuerzo. Y has acertado: no soy humana, al menos no ahora. Dejé de serlo hace muchísimos años cuando fui reclutada. Soy un Ángel.

El silencio se apodera del cuarto, sus palabras me han caído encima como una losa. A pesar de lo increíble de la historia, todo empieza a tener algo de sentido.

—¿Y yo qué pinto en toda esta historia? ¿Por qué me pasa esto a mí? —pregunto desconcertado.

—Tú estabas destinado a ser como yo, pero no en este tiempo. Naciste para serlo y en unos años empezaría tu entrenamiento, pero esto lo ha precipitado todo… y no somos muchos precisamente.

—Espera, espera… ¿ahora me dices que yo también soy un Ángel? —pregunto asustado.

—Todavía no, pero pronto lo serás, en cuanto aprendas lo que tienes que aprender —contesta Carolina.

—No puede ser. ¿Y qué pasa con mi familia? ¿Y Lorena?

—Alfonso, tú mismo lo viste. Has tenido tu primera visión, tus primeras sensaciones. Todo ha comenzado para ti, justo a tiempo.

—¿Les voy a perder? Dímelo, por favor —le suplico.

—Te repito que tú mismo lo pudiste ver al igual que lo vi yo, no te voy a decir más al respecto —contesta.

No puedo evitar las lágrimas, no me puede estar pasando esto a mí, y menos después de todo lo que nos ha pasado en estos meses.

Sé a lo que se refiere, lo vi perfectamente dentro de mi cabeza, pero no lo quiero aceptar. Sentí ese dolor, vi sus caras.

Tengo ganas de salir corriendo y huir de aquí de una vez, ir a mi casa y meterme en mi cama. Y cuando despierte, pensar que todo ha sido una horrible y desagradable pesadilla.

—Alfonso, todos hemos tenido que renunciar a nuestras vidas, tarde o temprano ocurriría de todas formas —repite Carolina.

—¡Déjame en paz! Ahora no necesito consuelos tontos, lo que necesito es que nada de esto esté pasando de verdad, despertar en mi cama, en mi casa, en mi barrio —le contesto entre sollozos.

—Alfonso, escúchame. Tú has nacido para esto al igual que yo, fuiste elegido y eso conlleva una gran responsabilidad y pagar un alto precio. Pero piensa que a partir de ahora serás capaz de hacer el bien y luchar contra ellos, pronto podrás comprobar de lo que eres capaz y tu recompensa serán tus alas.

Al decir estas palabras, la habitación se ilumina con una luz blanca y brillante. Mis ojos están completamente cegados ante el fulgor, trato de poner la mano a modo de visera para ver si puedo ver algo, pero es imposible.

La intensidad disminuye pero continua brillante, y entonces puedo verlo claramente. Tras el impresionante resplandor, aparece una silueta blanca que se va haciendo más clara según se aproxima a mí. Dos enormes alas blancas aparecen tras ella, y lentamente la luz va cediendo, pero sin desaparecer del todo. Su vestimenta ahora es una túnica blanca como la nieve, está descalza y sus cabellos pelirrojos ondean como si hubiese viento dentro de la habitación.

—Yo las conseguí hace muchos años, tantos que no consigo recordar cuántos. Sé que necesitabas ver para creer.

No puede ser cierto lo que estoy viendo, verdaderamente es un Ángel y está delante de mí, no sé si reír o llorar. La duda que siempre he tenido de si habría vida tras la muerte se acaba de aclarar y de qué manera.

—Carolina, es… es impresionante, no sé qué decir. —Estoy muy nervioso.

—Eres el primer mortal que las ve, pero la ocasión merece la pena y me han autorizado a ello. Sabían que tendría que hacerlo para que definitivamente creyeras en mí y en ti mismo —contesta ella.

Se escuchan pasos en el pasillo y la puerta se abre bruscamente, me vuelvo asustado pensando que nos acaban de descubrir. Iker entra seguido de Víctor y Paco, han visto la luz desde el césped y quieren saber qué pasa.

—¿Qué pasa aquí? ¿Qué ha sido esa luz? —grita Iker de malos modos.

Sin contestar miro hacia Carolina, que presenta su aspecto normal, las alas han desaparecido así como la luz que la acompañaba. Ha sido rápida.

—¿Luz? ¿Qué luz, teniente? —contesta sarcásticamente.

—Desde abajo se ha visto una luz muy brillante que salía de aquí, no os hagáis los tontos —vuelve a ladrar Iker.

—Pues no lo sé, habrá sido el reflejo del sol en el ventanal. ¿Con qué podríamos hacer esa luz que usted menciona? —vuelve a contestar Carolina insolentemente.

—Bueno, es igual. ¿Cómo estáis de vuestra indisposición? —pregunta el teniente. Se ha quedado sin argumentos ante la respuesta de Carolina, sabe que tiene razón y que ha podido ser el reflejo del sol.

—Estamos bien, Iker, gracias por preguntar —contesto en tono conciliador.

—Bien, cuando podáis, venid a mi despacho, que tenemos que repasar el plan. Bueno, mejor venid esta tarde después de comer.

El teniente sale de la habitación, y tras él, Víctor y Paco. Este último, antes de salir, se nos queda mirando con cara de no haberse creído una sola palabra de las que hemos dicho. Finalmente abandona la habitación cerrando la puerta con un sonoro portazo. Me vuelvo hacia Carolina.

—Sé lo que me vas a decir. Que casi nos descubre, ¿verdad? —se anticipa a mi pregunta.

—Pues sí, ha faltado poco —respondo.

—En realidad no había peligro. Estoy continuamente informada, sólo que he esperado hasta el último momento —responde ella. Luego continúa—: Alfonso, tenemos que seguir al pie de la letra el plan que Iker ha trazado, no podemos influir en su decisión.

—Pero si va a salir mal… las imágenes que vi en mi cabeza no eran precisamente buenas —contesto.

—Puede ser, pero nosotros no hemos venido aquí a cambiar el destino de nadie. Si lo has visto, es porque tiene que pasar, así que tú actúa como si nada —comenta ella.

—Tengo mucho miedo, no sé qué hacer, Carolina.

—No tienes que hacer nada, el miedo forma parte de la vida y tienes que aprender a controlarlo, te enfrentarás a situaciones mucho peores que esta a lo largo de tu existencia. Confía en ti mismo, eres muy poderoso aunque todavía no lo sepas controlar. Ahora vete con tu gente, nos vemos esta tarde.

Tras darle un pequeño abrazo, salgo de su cuarto para ir en busca de Lorena, a la que no veo por los alrededores.

Voy hacia mi habitación y ahí está, sentada en la cama, esperándome y con una evidente cara de enfado. Al entrar me dirige una mirada fulminante; si estuviera leyendo un cómic, al personaje le saldrían culebras de los ojos.

—¿De dónde vienes? ¿Para eso querías estar solo? —pregunta enfadada.

—De dar una vuelta, ya te dije que necesitaba estar solo, pensar —miento.

—¿Estás mejor del mareo? —Lorena ya pregunta en un tono más conciliador.

—Sí, me he despejado un poco. Si quieres, podemos subir un rato a uno de los puestos de vigilancia. De vez en cuando, subo y miro al horizonte, me relaja.

—Vale, pero no hagas bromas que sabes que tengo un poco de miedo a las alturas —contesta más calmada.

Subimos por las escaleras hacia el puesto de vigilancia, Alberto sigue ahí como si fuera una gárgola de la catedral de Notre Dame de París. Aún no se ha percatado de mi presencia, está distraído apuntando con su fusil telescópico a esas bestias, como si estuviera cazando venados en algún monte.

Sigilosamente me asomo hacia la calle sin que se dé cuenta Alberto de que estoy tras él. Ahí abajo, unos cuantos cuerpos yacen tumbados rodeados de una sangre negruzca, como coagulada, por lo menos hay un par de docenas. Por lo que veo, las órdenes de Iker se las pasa un poco por donde le apetece, ya que tiene prohibido gastar munición sin motivo justificado.

En ese mismo instante, Alberto efectúa otro disparo y, gracias al silenciador, apenas es audible a unos metros de distancia.

Lorena observa la acción con cara de asombro, le indico con el dedo que no haga ningún ruido, quiero que el soldado se lleve el susto del día.

—¡Toma ya! —Se ríe a carcajadas—. ¡Veinticinco! ¡Besad el suelo, podridos hijos de puta! —grita, levantando el fusil para volver a cargar.

Al darse la vuelta casi se le cae el arma de la mano al vernos, su cara muestra el típico gesto de un niño al que acaban de pillar saltando en la cama con los zapatos puestos.

—¡Joder, Alfonso! Qué susto me has dado, creí que eras Iker. —Alberto respira aliviado.

—¿A ti no te habían dicho que no malgastaras munición? ¿Es que no sabes lo que nos espera en unos días? —le pregunto.

—Pues claro que sé lo que nos espera, por eso lo estoy haciendo. Cuantos más podridos caigan, mejor será la huida de este antro —contesta.

—Pero las órdenes son las órdenes —le replico.

—Un momento, quizá tenga razón Alberto, ¿no? —comenta Lorena.

—No entiendo, explícate —miro a Lorena con extrañeza.

—Cuando salga el helicóptero en busca de los autocares, en vez de esperarles abajo, un grupo de tiradores podría dedicarse desde aquí arriba a derribar a todos los infectados que puedan, así conseguirían reducir su número aunque sea en unos cientos de ellos.

Los tres callamos pensando en la posibilidad; desde luego, Alberto está convencido de ello y piensa defenderlo ante su teniente. A mí no me parece del todo mala idea, pero no creo que consigamos que caigan muchos hasta que vuelvan con la ayuda.

—Lo hablaré con Iker después de comer que tenemos reunión, te lo prometo —le digo a Alberto.

—¿Otra reunión? Desde luego, otra cosa no será, pero pesado es un rato el tal Iker este —protesta Lorena.

—Bueno, que habíamos subido a estar un rato tranquilos. Alber, tío, deja el arma un ratito mientras estemos aquí —le comento al militar.

—No te preocupes. Aprovechad, que esta el día muy bonito —responde Alberto.

Ayudo a Lorena a subir a uno de los altillos de cemento que cubren la pequeña terraza. El sol me azota fuerte en la cara, lo que daría por recuperar mis gafas de sol. Las cristaleras de los enormes edificios que sobreviven intactas brillan como diamantes. Las torres KIO parecen más inclinadas de lo normal, da la sensación de que acabarán por caerse del todo, aunque supongo que será un efecto óptico.

—Impresionante, ¿verdad? —le pregunto a Lorena observando el horizonte.

—No veo casi nada con el sol. Esto está muy alto, me da vértigo —contesta asustada.

—No te acerques mucho al borde entonces, a ver si les vas a servir de cena a esos cabrones —le respondo con ironía.

Al escuchar estas palabras, Lorena se retira y se baja del altillo, no le ha hecho gracia la idea de verse devorada. Alberto ríe a carcajadas tras mi comentario, lo cual provoca una mirada asesina de Lorena.

—¿No tienes otra cosa que hacer que cotillear las conversaciones ajenas? —protesta.

—Perdona, chiquilla, sólo me ha hecho gracia el comentario de tu novio, nada más —responde contrariado Alberto.

—A ver, que no llegue la sangre al río, chicos. Estamos todos un poco nerviosos. Alberto, ¿no tendrás unos prismáticos por ahí, verdad? —pregunto.

—Sí, ¿por? —me contesta, señalando a su cinturón multiusos del ejército.

—Déjamelos, por favor, me ha parecido ver algo.

Alberto me lanza los prismáticos y los agarro al vuelo. Allá arriba, en la azotea de una de las Torres de Europa, me ha parecido que algo se movía. Aumento la lente dirigiéndola hacia lo más alto de la torre, el reflejo del sol en los cristales me ha debido de jugar una mala pasada.

Cuando voy a desistir lo veo. Una persona se asoma de vez en cuando por el borde de la azotea, sólo se le ve medio cuerpo debido al muro que hace de barrera. Me suena bastante la ropa que lleva, pero no logro acordarme de quién es.

Vuelve a asomarse, esta vez consigo verla más detenidamente. Es una mujer, el pelo vuela alborotado por el viento, y su chaqueta roja le ondea en el cuerpo como si de una bandera se tratase.

—¿Qué coño estás mirando ahí arriba? —me pregunta delicadamente Lorena.

—Un momento. —Prosigo observando.

Ya me acuerdo, esa mujer es la reportera que salió emitiendo por televisión desde la torre por última vez hasta que se perdió definitivamente la señal. No puede ser que aún esté viva, a menos que sea uno de ellos.

—Alberto, dame tu arma un momento —le pido.

—Ni hablar, el arma es como la novia, no se le deja a nadie —responde contundente.

—¡Que me la des un momento, coño! Con los prismáticos no alcanzo a ver una cosa y con la mira telescópica de tu fusil, que tiene más alcance, sí puedo… —contesto enfadado.

—Bueno, bueno… Toma, pero date prisa. —Alberto me alcanza el arma.

Apunto con el fusil hacia el ático, es impresionante lo que alcanza la mira de este «bicho». Al cabo de unos minutos vuelve a aparecer la figura de la reportera y esta vez no hay dudas: es uno de ellos. Su cara ensangrentada y la falta de un buen trozo de mejilla me dan las explicaciones que quería. Pasará deambulando por la torre el resto de la eternidad.

Se me ocurre una idea.

—Alberto, si te pido un favor, ¿me lo harás? —le pregunto con mi cara de pedir favores.

—A ver, dime —contesta expectante.

—Ahí arriba tenemos a un podrido que quiero que derribes. ¿Podrías dispararle desde aquí?

—Por supuesto que podría. Dame mi arma y verás qué rápido acabo con ese hijo puta.

Le devuelvo el arma a su dueño. Comprueba el cargador y el silenciador. Todo está a punto.

Apunta hacia la torre colocando la mira telescópica en su ojo derecho con una técnica envidiable. Al cabo de unos segundos, su gesto se transforma en una mueca de satisfacción.

—Ya lo veo, va de rojo, ¿verdad? —pregunta Alberto.

—Sí. No falles —le respondo.

—No te preocupes, esta noche bailará uno menos en el infierno.

Alberto sigue el movimiento del infectado y, sacando la lengua a modo de concentración, aprieta el gatillo.

La bala sale disparada hacia su objetivo, dejando atrás una vida plena, plagada de satisfacciones, una infancia llena de felicidad, una carrera de periodismo conseguida a base de esfuerzo y dedicación.

La bala sigue su avance implacable, sin darse cuenta de que su destino es la cabeza de una pobre chica que quiso contar al mundo lo que pasaba, sin pensar que pronto sería parte de la noticia.

A punto de alcanzar el objetivo, toda su vida pasa por mi cabeza pudiendo comprobar lo injusto que es este mundo.

Por fin todo acaba para ella, Ana cae fulminada desde lo alto de la torre hasta el duro asfalto madrileño, aplastando en su camino a varios de los podridos que rondaban por la zona.

Ahora sé que estás donde deberías, Ana, donde pronto te podré ver.