Una vez más la mañana amanece bastante soleada, cada vez se nota más la presencia inmediata de la primavera.

Llevo ya bastante rato observando los alrededores del estadio desde un punto alto, en el mismo sitio donde hablé con Iker sobre el avance de los infectados hacia el campo. El militar que hace guardia siempre me permite subir; no me considera una molestia y además le hago un rato compañía.

Desde aquí se vislumbra parte de la ciudad de Madrid, los edificios más emblemáticos e importantes. El sol se refleja en los cristales de las Torres de Europa, deslumbrándome de tal modo que necesito ponerme la mano en la frente a modo de visera. Muchos de esos cristales permanecen rotos o presentan el tono negruzco de algún incendio en alguna planta del edificio.

La calle está cada vez más limpia de hojas y de porquería, el viento y la lluvia han contribuido a ello. Pero lo que no cambia es el panorama: ellos siguen ahí, incansables, hambrientos y con la misma fuerza del primer día.

Con los prismáticos observo que muchos de ellos se han descompuesto de tal manera que casi no se distingue si son hombres o mujeres, sin ropa y sin casi piel parecen sacados de una de las películas de terror más horribles jamás filmada.

—¿Dan miedo, eh? —pregunta Alberto, el militar de guardia.

—A mí, más que miedo, lo que me inspiran es lástima, sinceramente —contesto.

—Pues a mí me dan asco, además cada vez están más deteriorados y horribles. Si no fuera por las órdenes de Iker, me entretendría en volarles la cabeza desde aquí con mi fusil con mira telescópica —añade Alberto.

—Perderías el tiempo, son miles y miles.

—Por eso Iker nos lo tiene prohibido, aunque si te cuento un secreto, alguna vez que otra he puesto el silenciador y me he cargado a más de uno. Pero no le digas nada que, como se entere, me manda a limpiar retretes.

—Tranquilo, lo último que me apetece es verle más enfadado de lo que está con el tema de la evacuación —contesto.

Poso los prismáticos en el suelo y dejo a Alberto con su aburrida guardia y sus ganas de jugar al tiro al blanco. Voy a ver si Lorena está ya en el césped; todo el mundo ha quedado con Iker y Víctor para comenzar con la instrucción necesaria para manejar un arma. Las tareas propias del día a día han sido sustituidas por entrenamiento militar, ya no se trabaja en el campo cultivando ni sembrando nada.

Por lo que veo están todos y, una vez más, el que llega tarde soy yo. Iker ya me está dedicando su típica mirada de siempre, la de «otra vez llegas el último».

Todos tenemos un arma asignada y una cantidad contada de munición. A partir de ahora no debemos abandonar nuestra arma bajo ningún concepto y siempre debemos tenerla preparada y cargada.

Las tendremos que dejar en nuestras habitaciones para no llevarlas encima, por el peligro que podría suponer un disparo accidental. Tres veces al día, revisarán todas las habitaciones para hacer el recuento de los fusiles y comprobar si están operativos o no.

Con todas estas normas tan radicales, Iker pretende hacernos ver que en cualquier momento se puede producir la huida y quiere que todo el mundo esté atento.

Ayer hicimos varios simulacros, teniendo que subir a nuestras habitaciones corriendo a coger nuestras armas y bajando luego al garaje del estadio para ponernos en posición para la supuesta apertura de puertas que dé entrada a los autobuses.

Los resultados no han sido lo esperado por el teniente, que, enfurecido, nos repetía una y otra vez que debíamos ser más rápidos y estar más sincronizados.

Sigo sin entender todo este entrenamiento. Si pusieran una fecha concreta a la salida del estadio, no haría falta todo este juego de tener que llevar un arma encima, sobre todo con niños andando por ahí… cualquier día vamos a tener un disgusto.

Lo que sí veo necesario es entrenar el disparo; aquí nadie ha disparado un arma, aunque Tito sí que ha cazado en Galicia alguna que otra vez con su padre.

Los movimientos de Iker son estudiados al milímetro por cada uno de nosotros, tanto si sale como si entra es motivo más que suficiente para sospechar de la inminente salida del estadio.

Y por supuesto, mi relación personal con él no pasa desapercibida, me siento en ocasiones acosado por las miles de preguntas que la gente me hace pensando que sé demasiadas cosas. Y nada más lejos de la realidad. Ojalá lo tuviera claro, de esa manera tendría a los míos preparados y concienciados para lo que se nos viene encima.

De pronto noto una sensación extraña y nueva para mí. Tengo los ojos abiertos pero no distingo lo que tengo enfrente. Todo está borroso y mi rostro percibe una ligera brisa fresca acompañada de un agradable olor a flores. Es una sensación muy placentera, aun sin ver me siento como si estuviera en una pradera llena de flores y naturaleza.

Pero todo desaparece tal como llegó, en un instante cambio del olor a rosas al olor a putrefacción y la agradable brisa se transforma en un frío invernal.

Noto mucho dolor, tanto que no puedo evitar caer de rodillas al suelo, terribles imágenes pasan dentro de mi cabeza como si de secuencias de películas se trataran.

Muerte y más muerte, oscuridad y ese dolor que no cesa.

Estoy a punto de perder todas las fuerzas y el conocimiento… No veo nada…

—¡Alfonso! ¡Alfonso!

La luz ha vuelto a mis ojos, tan cegadora que apenas puedo abrirlos del todo. Me encuentro tirado en el césped, escucho unas voces que pronuncian mi nombre constantemente, pero apenas tengo fuerzas para incorporarme y ver qué es lo que pasa.

Una cara me resulta familiar, es Lorena, está de rodillas tratando de despertarme.

—¿Qué… qué ha pasado? —pregunto desconcertado.

—De repente te has desvanecido y te has pegado un buen golpe. ¿Estás bien? —pregunta Lorena asustada.

—Me siento confundido, no sé qué me ha podido pasar, no lo entiendo —respondo.

—Entra conmigo y subamos a la habitación, necesitas descansar. Son demasiadas tensiones y apenas comes.

Lorena me levanta con la ayuda de otros. Estoy rodeado de gente, todos muy asustados, como es lógico, y pendientes de mi estado.

Recuerdo perfectamente qué es lo que me ha hecho perder el conocimiento, aún creo percibir ese terrible dolor que he sentido, pero no sé qué ha significado todo eso.

—¡Teniente! ¡Rápido, venga, por favor! —grita Víctor desde la entrada al túnel de vestuarios.

—¿Qué pasa ahora, Víctor? —responde Iker malhumorado.

—Es Carolina, teniente, ha caído fulminada al suelo, estamos tratando de reanimarla —contesta Víctor con una evidente cara de susto.

—¿Otra? ¿Pero qué está pasando? Víctor, ven aquí y ayuda a Lorena con Alfonso, voy a ver qué coño pasa aquí.

Iker corre hacia los vestuarios. Llega hasta la zona donde Carolina ha caído, está junto con un par de militares y con Ixa.

—Teniente, no sé qué le ha pasado, de pronto se ha echado las manos a la cabeza y ha perdido el conocimiento —explica Ixa sosteniendo la mano inerte de la chica.

—A ver, dejadle aire para que respire y levantadle las piernas. Por favor, traedme un paño o algo mojado, deprisa —ordena Iker a uno de los militares.

Lentamente, Carolina recupera la consciencia, su cara muestra una tranquilidad inusual para alguien que acaba de perder el conocimiento por alguna causa física.

—Cariño, ¿estás bien? —pregunta Ixa, acariciándole la mejilla con suavidad.

—Sí, perfectamente, no te preocupes. Me pasa a menudo —contesta con mucha frialdad.

—Pues Alfonso acaba de desplomarse en el césped también. Debe de ser el tiempo o la comida, porque dos personas al mismo tiempo me parece mucha casualidad —protesta Iker.

Carolina esboza una media sonrisa, y aunque trata de disimularla, Iker la percibe de inmediato.

—¿Algo de lo que he dicho te ha hecho gracia? Lo pregunto para que nos lo cuentes y así nos reímos todos —vuelve a ladrar Iker.

—Disculpe, teniente. Me ha hecho gracia la coincidencia, nada más —contesta, incorporándose ella sola.

Sin mediar palabra, sale del vestuario en dirección a su habitación. La sonrisa sigue dibujada en su cara, pero no la puede disimular; sabe que todo acaba de empezar.

Entre Tito y Lorena me han subido a mi habitación. Permanezco tumbado en la cama con un trapo húmedo en la frente, aún me duele todo el cuerpo y las imágenes que he visto pasan una y otra vez por mi cabeza.

Mi madre se ha enterado y ya la tengo pegada a mi cama con cara de angustia y siendo la protagonista de la situación. Javi y Araceli, que lamentablemente han presenciado mi numerito en el césped, también se encuentran a mi lado.

—Pues la chica de la pancarta, la rara esa que no hablaba con nadie, es que no sé cómo se llama, también ha perdido el conocimiento en los vestuarios. Creo que ha sido al mismo tiempo que tú —comenta Araceli.

—¿Carol? ¿Qué le ha pasado? —pregunto asustado.

—Pues sólo eso, que se ha desmayado, pero no sabemos cómo está —responde Araceli.

—¿Podéis enteraros, por favor? —les pido preocupado.

—Ahora bajo a los vestuarios y me informo. Si quieres que te suba algo de comer, dímelo, ¿vale? —comenta Javi.

—No tengo hambre, gracias.

Javi sale de la habitación en busca de la información que le he pedido, quiero saber si le ha pasado algo a Carolina.

Sé que lo que nos ha pasado está relacionado, pero quiero saberlo con exactitud. Ahora me encuentro muy mareado para bajar, pero en cuanto esté mejor saldré a hablar con ella.

Siento como si me pesara todo el cuerpo, apenas tengo fuerzas y sigo mareado. Javi todavía no ha venido y las visitas me están empezando a molestar un poco.

A la media hora, por fin llega a paso tranquilo, como si todo fuera normal y nada hubiese pasado.

—¿Y bien? —pregunto impaciente.

—Pues nada, Alfonso, que yo haya comprobado, ella está perfecta. Ha subido a su habitación y allí sigue. Ixa me ha dicho que se ha levantado tan tranquila, como si estuviera acostumbrada a desmayarse —contesta Javi.

—Joder, pues yo me siento fatal, parece que me han dado una paliza.

—Lo que tienes que hacer es descansar, porque te esperan unos días muy duros y tienes que relajarte. Yo creo que te ha pasado esto por toda la presión a la que has sido sometido —protesta Lorena.

—Bueno, ahora, por favor, dejadme solo, estoy un poco agobiado y necesito respirar. —Señalo la puerta amablemente.

Todos abandonan la habitación despacio y sin decir una sola palabra. Lorena aún permanece de pie junto a mí, no deja de mirarme con cara de preocupación, mantiene los brazos en jarras y parece pensar sobre qué decirme.

No le voy a dejar la opción.

—Lorena, por favor, déjame solo. Vuelve si quieres en una hora, pero ahora necesito relajarme, en serio.

—Como quieras, pero todo esto me está empezando a mosquear bastante, algo raro te está pasando. Luego te veo —contesta algo molesta.

Lorena sale de la habitación y cierra la puerta dejándome por fin solo. Sé que me ha sucedido algo relacionado con Carolina, pero necesito saber qué me ha pasado; tanto dolor, tanta angustia, no es normal.

Me levanto de la cama para asomarse a la cristalera del palco, hay mucho revuelo en el césped. Iker y Víctor tratan de enseñar el correcto funcionamiento de los fusiles a unos asustados supervivientes.

La imagen se muestra cómica en ocasiones, desde aquí se aprecian los aspavientos que el teniente hace con los brazos en protesta por algún pobre que ha fallado el tiro.

Tendrá que tener paciencia si quiere que todo salga bien, todos están muy asustados y con ganas de que todo acabe de una vez.

Poco a poco voy recuperándome, el shock ha sido muy fuerte y las imágenes que he visto sólo me han dicho una cosa: muerte.

Voy a aprovechar que todos se han ido para ir en busca de Carolina, sólo ella podrá decirme la verdad.