Son las tres de la madrugada. Lorena permanece mirando la luz de la vela que ilumina nuestra habitación, parece hipnotizada. La luz le parpadea en la cara, y sus ojos azules brillan ante el movimiento de la llama, provocado por su respiración.
Permanece así desde que le he comunicado las intenciones de los militares, no ha articulado palabra alguna, está sumergida en sus propios pensamientos, a saber cuáles serán.
Una manta cubre su cuerpo para protegerla del frío y, como cada noche, mira la foto de su tía Rosi, colgada en la pared con cinta adhesiva. Dos lágrimas afloran de sus ojos, resbalando por la mejilla hasta acabar en la mullida manta. El recuerdo de su tía junto con el miedo le hacen emocionarse.
—Lorena, no llores. No va a pasar nada, te lo juro —trato de animarla.
—¿Nunca vamos a poder estar tranquilos? ¿Qué se nos ha perdido en Alicante?
—Cariño, allí podremos empezar de cero, tenemos muchísimas posibilidades más de sobrevivir que aquí encerrados —contesto.
Por mucho que le diga ahora mismo, no aliviará su tristeza. Necesita dormir un poco, ya es muy tarde y mañana será un día difícil.
La acuesto tapándola con la manta mientras cierro el saco doble de dormir que nos prestó el ejército nada más llegar aquí. Permanezco a su lado dentro del saco, apago la vela y me vuelvo hacia ella, que enseguida adopta su postura preferida para dormir: la posición fetal. La abrazo por detrás entrelazando las manos con las suyas; hace frío y el calor corporal se agradece.
La oscuridad es total, no se escucha apenas ruido, solamente algún golpe lejano provocado por algún infectado tropezando con algo. Se me cierran los ojos.
Los primeros rayos de luz se abren paso por los cristales del palco, iluminando la habitación y mostrando el desorden que tenemos alrededor. La temperatura ya es más agradable y Lorena duerme con medio cuerpo fuera del saco y la manta a los pies.
Recojo un poco el caos del cuarto antes de que ella despierte; si Iker entrara ahora, nos echaría una buena bronca.
—¿Ya es de día? —pregunta Lorena con un ojo cerrado y tratando de abrir el otro. La luz le molesta.
—Sí, cariño, son las nueve de la mañana, tenemos que bajar a desayunar. ¿Qué tal has dormido?
—No muy bien, he tenido pesadillas con lo que me dijiste anoche. Y mucho frío.
—Bueno, luego nos lo aclarará todo Iker. Vístete, te espero abajo, voy a ver a los niños.
Salgo de la habitación ya vestido y me encuentro con Rubén corriendo hacia mí.
—¡Tío! ¿Hoy va a volar otra vez el helicóstero? —pregunta emocionado.
—No, pero pronto lo hará. No te preocupes, que te avisaré.
—¡Bien! —Y dándome un beso, sale disparado hacia la escalera, sus galletas le esperan.
Araceli sale de su habitación seguida de Pedro, Sergio y Eva. Se me acerca con cara de pocos amigos.
—Vaya nochecita, hermanito, aquí el «enano» no ha dejado dormir a nadie con el dichoso helicóptero. En qué hora lo hicieron volar —comenta Araceli.
—Déjale, nunca ha visto uno y está emocionado. Id bajando, que voy a ver a mamá —me despido de ellos.
La habitación de mi madre, que comparte con Javi, está al final del pasillo, es el último palco y da a la pared lateral, lo que lo refugia un poco más del frío que al resto.
Al llegar, la puerta está abierta, pero ella no se encuentra dentro, sólo veo la ropa de mi hermano esparcida por el suelo; hay cosas que no cambiarán nunca por lo que veo.
—Mamá ya ha bajado —me comenta Javi, llegando por detrás de mí.
—Qué madrugadora, anda que le van a quitar el sitio —protesto.
Al atravesar el pasillo en busca de las escaleras, aparece Lorena aún medio dormida saliendo de la habitación, y se une a nuestra comitiva en busca de algo que echarnos a la boca.
Nada más bajar, nos encontramos a Iker y Víctor de pie frente a las mesas, parecen esperar a que estemos todos.
Mi madre está sentada con los niños, pero no hay sitio cerca de ellos, por lo que nos sentamos en un esquinazo que nos han dejado.
—Bueno, no estamos todos, pero da igual. Al que no esté ahora comunicádselo, por favor —señala Iker observando toda la sala.
Todos callan y miran al teniente atentos, son conscientes de que algo está pasando últimamente en el estadio y quieren explicaciones.
—Dentro de dos horas nos reuniremos todos en la sala de prensa, tenemos que comunicaros algo muy importante. Por favor, hacedles llegar este mensaje a los que no estén. Sed puntuales, pasaremos lista. Muchas gracias, podéis seguir desayunando tranquilos.
Iker se marcha seguido de Víctor, dejando tras de sí un murmullo de todos los presentes.
Empieza a ser bastante desagradable tantas voces hablando al mismo tiempo, necesito salir de aquí.
—Lorena, desayuna rápido y vámonos al césped, me estoy agobiando muchísimo —le comento.
—Vale, pero déjame tomarme el café tranquila —responde ella, llenándose un vaso de café humeante.
Mientras todos siguen hablando y exponiendo sus opiniones sobre la misteriosa reunión, noto una sensación que jamás había notado antes. Es como si de repente no escuchara a nadie, como si se hubiese detenido el tiempo.
Necesito mirar hacia atrás, es como si algo me empujara a hacerlo. Lo hago y ahí está ella. Carolina permanece mirándome fijamente esbozando una sonrisa pícara, parece que esperaba que lo hiciese.
Dentro de mi cabeza escucho su voz clara y nítida, es como si hablara a mi oído:
«Ya empiezas a darte cuenta de que no eres como los demás, Alfonso».
Un escalofrío recorre mi espalda, las manos comienzan a temblarme hasta tal punto que el vaso se me resbala hasta romperse en mil pedazos al contactar con el suelo.
—¿Qué te pasa, Alfonso? De pronto te has quedado callado y ni me respondías ni nada —me pregunta angustiada Lorena.
—¿Eh? No, nada, de verdad, me he quedado un poco en Babia, no pasa nada.
Vuelvo la cabeza otra vez para buscar a Carolina, pero ya no está. Noto de nuevo la misma sensación, todo se ha vuelto a quedar en silencio.
«Ahora que ya percibes lo mismo que yo, queda una conversación pendiente».
La voz de Carolina ha vuelto a resonar en mi cabeza, pero esta vez no sé dónde está. Luego, todo vuelve a la normalidad, pero no puedo permanecer aquí más tiempo.
—Lorena, yo voy saliendo, te espero fuera.
Me levanto de la mesa y salgo disparado hacia el campo, me dirijo hacia el helicóptero.
El sol calienta considerablemente, el invierno empieza a desaparecer para dar paso a la primavera. El cielo es de un azul muy intenso y no se ve ni una sola nube. Bastantes palomas y gorriones merodean por la hierba del estadio en busca de algo que echarse a la boca, pero son los enormes mirlos negros los que se llevan la mejor parte.
La hierba está muy alta, me tumbo en ella, me sirve como improvisado colchón y las briznas verdes me hacen cosquillas en la cara. Ante mí, el azul celeste me hace evadirme por unos instantes de todas mis preocupaciones.
—¿Qué te pasa, Alfonso? —Lorena interrumpe mi relajación repentinamente.
—Ya te he dicho que nada, simplemente me estaba agobiando un poco, sólo eso.
—Es que te he empezado a hablar y tú ni caso. Si hasta se te ha caído el vaso de la mano y ni te has dado cuenta —sigue protestando.
—Lorena, para ya. Siéntate conmigo aquí y esperemos a que llegue la hora de la reunión. —Le señalo a mi lado alisándole la hierba.
Lorena se sienta junto a mí, aún me mira extrañada, sabe que algo me pasa, me lo nota en los ojos.
Los dos nos tumbamos con las manos detrás de la cabeza, el sol nos da en la cara y la sensación es bastante agradable, tanto que Lorena ya se ha quedado dormida. Qué facilidad tiene, ojalá tuviera esa capacidad yo también.
Un graznido ensordecedor me hace levantarme asustado. Unas cuantas decenas de mirlos merodean a nuestro alrededor, seguramente para cerciorarse de si estamos muertos o no. No debe de haber mucha comida ahí fuera para ellos.
Me he quedado dormido y Lorena aún lo está. Miro el reloj y ya han pasado casi las dos horas.
—Lorena, despierta que tenemos que ir a la reunión.
Le muevo levemente un brazo. Ella se incorpora lentamente, estirándose exageradamente, y tras mirar a su alrededor, se queda mirándome con cara de chiste.
—Te has quemado la cara, estás como un tomate —se ríe de mí.
—Tú también estás roja, así que no te rías tanto.
Le ayudo a levantarse y nos vamos hacia la puerta del túnel de vestuarios, y de ahí, a la sala de prensa.
Llegamos tarde, están prácticamente todos, incluidos los militares, sólo falta algún despistado y nosotros. Por supuesto, todos nos miran al entrar en la sala.
Iker está sentado en el centro de la mesa, que está situada en un alto. A su lado, Víctor, Paco y Alberto. Los demás militares permanecen de pie tras ellos, y los que faltan están en sus labores de vigilancia.
Mi familia está sentada en primera fila junto con Cristian, Marta y Soraya; nosotros nos tenemos que conformar con un rincón al fondo de la sala.
Iker carraspea y empieza a hablar:
—Voy a ser breve, y por ello quiero que presten mucha atención. Hemos tomado una decisión respecto a nuestro futuro en este estadio. Después de meditarlo largo y tendido, hemos acordado abandonar el refugio y viajar hasta la ciudad de Alicante.
El murmullo es ensordecedor. Todo el mundo comienza a protestar airadamente, alguno incluso se pone en pie alzando los brazos a la vez que suelta improperios por la boca.
—¡Un segundo, por favor, déjenme explicarles! —grita Iker. La muchedumbre calla un instante para dirigir su mirada furiosa hacia el teniente Salvatierra.
—Vamos a ver, si hemos tomado esta decisión, ha sido porque tenemos una base sólida. Hace un tiempo que mantenemos contacto con un grupo de supervivientes en Alicante, y sus condiciones de vida son bastante mejores que las nuestras.
—¿Qué tipo de condiciones? —grita Ixa poniéndose en pie de nuevo.
—Ellos podrán empezar de cero si todo esto pasa, con eso lo digo todo —responde Iker contundente.
La gente vuelve a murmurar hablando unos con otros, como si tuvieran que emitir un veredicto al respecto.
—Supongamos que tienes razón. ¿Cómo coño vamos doscientas personas a Alicante? —pregunta de nuevo Ixa.
—En dos autocares que traeremos para la ocasión. Los tenemos localizados y listos para traerlos hasta aquí. Sólo tenemos que recoger entre todos lo más importante, comida y armas, y salir de aquí.
—¿Dos autocares? ¿Pero dónde están ahora esos dos autocares, por el amor de Dios? —vocifera Araceli.
—Están en la estación de Chamartín. El otro día, con el helicóptero, lo confirmamos. Sólo tenemos que ir hasta allí y traerlos. Llevaremos el combustible suficiente como para que arranquen, y una vez aquí, los llenaremos con lo que nos queda de gasolina para el viaje.
—¿Y los putos muertos? Creo que es un detalle importante, ¿no? —protesta Pedro.
—Todos estaréis armados para recibir a los autocares. Os pondréis en el garaje para cuando las puertas se abran, para evitar que los infectados entren y causen problemas.
—Pero si aquí hay gente que no ha visto un arma ni en foto. ¿Se te ha ido la cabeza, Iker? —sigue protestando Pedro.
—¿Se te ocurre algo mejor? —responde el teniente.
—Estáis locos. Espero que estéis completamente seguros de lo que vais a hacer, porque si sale mal, esto se convertirá en un matadero —añade Pedro.
Las palabras de Pedro vuelven a enervar a todo el mundo, que empieza a perder los nervios y a elevar cada vez más el tono de voz.
Lorena me agarra con fuerza la mano, le suda bastante, y yo no hago más que buscar a Carolina por toda la sala.
A Iker se le está yendo la situación claramente de las manos, no es capaz de articular palabra sin que se le eche todo el mundo encima. Y lo entiendo, lo que les está proponiendo es que abandonen la protección del estadio para salir al infierno en busca de algo que no saben si realmente existe.
De nuevo me sacude la misma sensación que horas antes me hizo temblar. Sólo veo a gente agitarse y haciendo aspavientos con los brazos a modo de protesta, bocas moviéndose aceleradamente, y algún militar tratando de poner orden. Pero no escucho nada.
Otra vez siento la necesidad de girarme. Sus ojos se clavan en los míos, casi duele. Carolina mantiene su media sonrisa escondida por los mechones pelirrojos que caen descuidadamente por su rostro.
«Estate tranquilo, Alfonso, ellos no pueden escucharnos. Sólo tienes que pensar y yo te recibiré».
No estoy alucinando, la escucho perfectamente dentro de mi cabeza.
Carol, ¿qué está pasando? ¿Quién eres?, pregunto con mi pensamiento.
«Todavía no, Alfonso, tendrás que averiguarlo por ti mismo. Pero por suerte para todos, ya lo estás consiguiendo», responde.
El ruido vuelve a mis oídos como si de una explosión se tratara. Nada ha cambiado, todos siguen discutiendo cómo realizar la misión de la mejor manera posible. Y entre los que más voces dan se encuentra Lorena, que discute airadamente con Pedro.
Prefiero mantenerme al margen, al fin y al cabo yo participaré en la misión activamente y no quiero que se me eche todo el mundo encima.
Noto un frío recorriendo mi espalda, soy capaz de escuchar claramente todas las conversaciones que hay en la sala, incluso físicamente me encuentro como nunca.
Algo me está pasando y eso es lo que tengo que averiguar.