Ha pasado ya una semana desde la primera vez que contactamos por radio con los supervivientes de Alicante.

Desde entonces Iker no ha dejado de hablar con ellos, recopilando información sobre su situación, elaborando informes y manteniendo interminables reuniones con todo su equipo militar en la sala de prensa. Son tan habituales esas reuniones que incluso las labores de vigilancia las han tenido que realizar civiles, incluido yo.

La sala donde entraron los infectados sigue tal cual, algunas veces más llena, otras apenas caminan por su interior cuatro o cinco seres. Todo depende del ruido que perciban en esos momentos. Pero siempre están ahí, no se alejan más de diez metros de la puerta derribada, y mucho menos del estadio. Yo creo que la gran mayoría de ellos están en los alrededores.

En la pequeña excursión que realizaron con el helicóptero Iker y Carolina, pudieron comprobar la increíble masa de cuerpos putrefactos que abarrotaban las manzanas colindantes al Bernabéu. Según Iker, perfectamente podría haber más de un millón de muertos por los alrededores.

No logro entender por qué tienen que venir hasta aquí, hace mucho tiempo que hemos restringido varias actividades ruidosas para evitar atraerles más. Pero cuanto más pasamos desapercibidos, más se agolpan a las entradas del estadio.

Puede que el ruido del helicóptero haya podido influir, pero me parecen exageradas las hordas que abarrotan las calles. Es como si alguien les indicara el camino hacia su comida.

Me da miedo pensar si algún día tenemos que salir de aquí. Desde luego, con los coches no lograríamos ni siquiera llegar hasta la esquina; la masa de cuerpos detendría en algún momento los vehículos, siendo cuestión de tiempo que rompieran los cristales y se deleitaran con nuestra carne. Y los tanques son fuertes, pero no podrían albergar en su interior ni a una veintena de supervivientes, solamente con los militares estarían completos.

Creo que su idea de los autocares es completamente absurda y kamikaze; en el caso que salir de aquí con el helicóptero, volver con esos enormes trastos sería morir en el intento. Prefiero no pensarlo, sinceramente.

Llevo toda la semana trabajando en el césped, recogiendo algún que otro tomate que asoma perezoso en la cepa. No son gran cosa, pero por fin empiezan a darnos alguna que otra alegría nuestro esfuerzo y dedicación. Comer algo que no está enlatado se convierte en un lujo muy apreciado entre los supervivientes, y debe ser racionado convenientemente para que haya para todos.

Entre Tito e Ixa plantaron semillas de varias hortalizas y patatas, toda la banda del fondo sur está completamente sembrada y lista para empezar a dar resultados. Jorge, Soraya y Marta se afanan por completar todo el lateral izquierdo del campo, para así completar y dejar sembrados todos los fondos.

Unos kilos de tomates y alguna patata esmirriada han sido los resultados del esfuerzo. Supongo que con el tiempo nos haremos unos expertos agricultores.

El desfile de trajes de camuflaje dispersándose en varias direcciones del estadio me hace suponer que la reunión ha terminado por fin. Me muero de curiosidad por saber de qué han hablado.

Sigo discretamente a Víctor, pero enseguida se percata de mi presencia y se gira bruscamente hacia mí.

—¿Qué quieres? —me pregunta malhumorado.

—Sólo quiero saber qué estáis tramando, y no me digas que nada, sé que algo os traéis entre manos —contesto.

—Eso pregúntaselo al teniente Salvatierra, yo tengo que organizar de nuevo la vigilancia, si me disculpas. —Víctor sigue su camino a paso firme y rápido, desapareciendo entre los pasillos.

Me ha dejado preocupado, su cara no era de alegría precisamente, y la prisa que llevaba no es muy lógica.

Me dirijo al despacho de Iker, supongo que habrá ido hacia allí. Está abierto y me asomo discretamente. Y allí sentada se encuentra Carolina, mirando hacia la puerta como si me estuviera esperando. Iker no está.

—Pasa, Alfonso —me dice con una sonrisa en la cara.

Sin decir una sola palabra, me siento frente a ella, mirándola extrañado.

—Sabía que vendrías, te estaba esperando —comenta.

—¿Cómo lo sabías? He venido por un impulso, por saber qué está pasando —le digo.

—Alfonso, sabrás qué está pasando, no te preocupes. Ya te dije una vez que yo sé muchas cosas, y también que tú no eres diferente a mí. Sólo que tú todavía no eres capaz de ver más allá de lo que ven tus ojos. Pero aprenderás como yo aprendí.

—Me estoy empezando a cansar ya de estos juegos de palabras que te traes conmigo. Habla claro de una vez, por favor —le digo bastante enfadado.

Iker interrumpe la conversación repentinamente entrando en la habitación. Se queda parado observándonos con cara de extrañeza. Me mira a mí concretamente.

—¿Qué haces aquí? —pregunta.

—Creo que tengo derecho a saber qué está pasando con tanta reunión secreta, yo y todos los que vivimos aquí dentro. ¿Acaso crees que son ciegos y no se dan cuenta de lo que pasa? —respondo.

—Eres demasiado impaciente, Alfonso, pero no te preocupes que te lo explicaré, aunque también lo podría hacer perfectamente Carolina.

—¿Carolina? —pregunto extrañado.

—Ella ha participado en todas las reuniones, era necesaria su presencia —contesta el teniente.

Ahora ya sí que me he quedado sin palabras. ¿Qué pinta ella en una reunión en teoría secreta? Yo me he ganado la confianza de Iker desde que entré en este maldito estadio y no ha contado conmigo.

Trato de calmarme porque ahora sólo me saldrían palabras demasiado fuertes y prefiero no echar más leña al fuego.

El silencio ahora es el protagonista de la improvisada reunión, permanezco de pie dando vueltas de un lado a otro de la habitación.

—Siéntate y cálmate, Alfonso —ordena Iker.

Obedezco, pero aún estoy bastante «calentito» con la situación.

—A ver, lo que no logro entender es por qué no confías en mí después de tanto tiempo aquí y de las cosas que hemos vivido —comento a Iker.

—No es falta de confianza, es miedo a que lo que se hable en estas reuniones se escape y llegue hasta los oídos de los demás. Se crearía mucha incertidumbre, pero sobre todo, miedo. El miedo se apoderaría del estadio —contesta Iker.

No le falta razón, sabe que se lo contaría todo a Lorena, y ella no sé si podría aguantar sin contar algo tan «gordo» a sus más allegados, como Marta o Soraya.

—Vale, lo entiendo, pero ¿y ella? —señalo a Carolina con la mano.

—Ella es nuestra única esperanza, tenía que estar aquí, no tenemos más remedio que confiar en ella.

Carolina permanece atenta a la conversación pero con la mirada fija en la mesa, su boca esboza una tímida sonrisa al escuchar al teniente.

—Alfonso, nos vamos de aquí —añade Carolina sin dejar de mirar a la mesa.

—Creo que vamos a tardar un poco. Cierra, Alfonso, por favor —comenta Iker señalando la puerta.

Cierro, y las palabras de Carolina aún retumban en mi cabeza: «nos vamos de aquí». Ahora el que no sabe cómo reaccionar soy yo. Sentado y con las manos detrás de la cabeza, permanezco perdido dentro de mis pensamientos, mirando a ningún sitio.

No me imagino poniendo en marcha de nuevo a mi madre, a los niños, a todos los que están aquí y que tanto les costó llegar. Muchos de ellos sacrificaron muchas cosas para poder sobrevivir, escapando sin poder mirar lo que dejaban atrás, gente que no lo consiguió y a los que no pudieron ayudar.

—Alfonso, lo que ella quiere decir es que hemos tomado la decisión de evacuar el estadio y dirigirnos a Alicante. Hemos tenido contactos con ellos y nos han detallado las condiciones en las que viven. Creemos que aquí no tenemos muchas posibilidades; la tierra no está dando todo lo que esperábamos y las latas de conservas tarde o temprano acabarán por terminarse. Hace tiempo que no podemos salir en busca de provisiones dada la afluencia masiva de muertos y el peligro que ello conlleva.

—¿Pero al final iréis a por los autocares? —pregunto.

—Sí, la habilidad que tiene Carolina con el helicóptero nos ha hecho replantear la posibilidad de estudiar el plan que teníamos hace meses —contesta.

—¿Y para cuándo? —pregunto, ya más tranquilo.

—Pues después de estas reuniones, hemos decidido que en una semana saldremos con el helicóptero para hacernos con los autocares. Mañana reuniremos a todo el estadio en la sala de prensa y lo comunicaremos oficialmente.

Sólo el imaginarme el caos que se va a producir entre todo el mundo ya me hace ponerme a temblar. La gente nerviosa, tratando de recoger todos los objetos que pudieran valer, la incertidumbre de si realmente conseguirán llegar hasta aquí con los autocares.

Tengo ganas de contárselo a todo el mundo, pero tengo que tener paciencia, de lo contrario el teniente no volverá a confiar más en mí.

—Iker, quisiera saber quiénes vais a ir en el helicóptero para coger los autocares y, sobre todo, quién los conducirá —le pregunto intrigado.

—Evidentemente, el helicóptero lo pilotará Carolina, y dentro iremos Víctor, que conducirá uno de los autocares, junto con el soldado Paco y yo, que iremos en el otro —responde Iker.

—Yo quiero ir con vosotros, por favor —suplico.

—De ninguna manera, Alfonso, tú te quedarás aquí. Además, alguien se tendrá que quedar para organizar a la gente para nuestra llegada, para que estén preparados —contesta contundentemente.

—Tengo que ir con vosotros, necesitaréis ayuda por si la cosa se pone fea. Te juro que no te fallaré esta vez, déjame ir. Tengo que ir, Iker, de verdad.

—¿Por qué tienes que ir?

—Porque se lo debo a todos, te lo debo a ti —respondo.

—Iker, déjale, yo también quiero que esté conmigo en esta misión. Será él el encargado de la ametralladora que está instalada en el helicóptero.

El teniente se queda mirando a la chica con cara de sorpresa, no entiende el interés repentino por mi presencia en el helicóptero.

—Carolina, pero si no sabe utilizar ese arma, no lo ha hecho en su vida —apunta Iker.

—No creo que le cueste mucho aprenderlo, sólo tiene que apuntar a sus podridas cabezas. Alguna acertará —contesta Carolina sarcásticamente.

Iker se levanta frotándose la barba de una semana con su mano derecha, está pensando los pros y los contras. No entiende el interés que tiene Carolina en que yo vaya con ellos. Trata de buscarle la lógica, pero no la encuentra. Preferiría que me quedara junto con el resto de los supervivientes, organizándolo todo en el estadio.

—Está bien, vendrá con nosotros, pero si accedo a ello, es porque aquí hay algo que no sé todavía. Y espero saberlo pronto —replica Iker.

—Teniente, todo a su tiempo. No tenga prisa por saber, que el tiempo se lo dirá. A veces es mejor vivir en la ignorancia —contesta Carolina.

—No te voy a defraudar, Iker, te juro que lo haré lo mejor posible. Tengo que irme, ya me diréis a qué hora daréis el comunicado mañana.

Salgo del despacho en dirección a mi habitación; tengo que decírselo a Lorena, aunque esta vez soy capaz de coserle la boca para que no meta la pata.

—¡Alfonso, espera! —Carolina me ha seguido.

—Dime, pero date prisa, que tengo que subir a los palcos.

—Iker sospecha de mí, es un tipo inteligente. ¿Tú qué piensas en realidad?

La observo por unos instantes pensando la respuesta.

—Pienso que tiene toda la razón. Todavía no sé nada de ti. Te encuentran en un piso encerrada en un armario entre charcos de sangre, te tiras dos meses sin hablar y sin apenas moverte, y de repente, no sólo hablas, sino que hasta pilotas helicópteros. Como comprenderás, tenemos motivos para sospechar de ti.

Carolina sonríe con un gesto que me asusta, tiene fijos sus ojos en los míos, me está escaneando, incluso diría que sabe lo que estoy pensando.

—Alfonso, efectivamente, el que yo esté en el estadio no es en absoluto casualidad. Tenía que estar aquí, al igual que tú. Tú lo tuviste bastante más fácil que yo para llegar hasta la salvación.

—No te entiendo, habla claro de una vez —le recrimino.

—Ellos vinieron directamente a por mí, pero me dio tiempo a permanecer oculta en mi habitación. Mis compañeros de piso no tuvieron la misma suerte, de ahí los charcos de sangre.

—¿Cómo que vinieron a por ti? ¿Quiénes? —le pregunto.

—Los infectados, Alfonso. Entraron en mi edificio y arrasaron con todo lo que encontraron a su paso, fueron piso por piso hasta que entraron en el mío. No hubo posibilidad para escapar, eran más de doscientos. No lograron dar conmigo porque permanecí inmóvil en el armario, el olor a perfume barato de una de mis compañeras logró despistarles. No sé cuántas horas pase allí, perdí toda noción del tiempo. Después no me acuerdo de más; lo siguiente que recuerdo es estar en este estadio, desnuda y siendo aseada por una soldado.

—¿Y la pancarta? —pregunto.

—La pancarta logré colgarla momentos antes de que la horda de muertos apareciera por todas las calles de los alrededores. Sabía que vendrían a por mí.

Trato de entender lo que me dice y, en cierto modo, tiene su lógica, ya que es normal que intenten subir en busca de personas vivas atraídos por su olor o por el ruido. Pero lo que no entiendo es la parte en la que insiste en que iban directamente a por ella.

—Sé perfectamente que no entiendes nada de lo que te estoy diciendo. Al principio yo tampoco lo entendía, pero pronto lo hice y no me quedó más remedio que admitirlo —comenta la chica.

Mañana será un día bastante duro para todos, no me apetece seguir escuchando a Carolina y sus fantasías. Prefiero despedirme de ella educadamente antes de tener que decirle una grosería.

—Carolina, me tengo que ir. Luego nos vemos, ¿de acuerdo?

—Vale, pero huyendo de tus dudas no vas a conseguir nada. Ya sabes dónde estoy si de verdad quieres saber contra quién luchamos. Chao.

Carolina se marcha, volviendo la cabeza hacia mí antes de torcer la esquina y desaparecer. Otra vez ha conseguido dejarme helado, cada vez que habla logra que me invada una sensación angustiosa.

Será mejor que me reúna con los míos, ahora más que nunca quiero pasar el mayor tiempo posible con ellos.