—¡Alfonso! Despierta, vente conmigo.

Es la voz de Iker, sin duda, aunque no sé si aún estoy soñando o no. Todo está oscuro, Lorena duerme como un bebé; desde luego ya se puede caer el estadio abajo que ella seguiría durmiendo.

—¿Qué pasa, teniente? ¿Ha pasado algo? —pregunto medio dormido.

—Vístete y déjate de preguntas, ahora te lo explico, no quiero que despertemos a todo el mundo.

—¿Qué hora es?

—Las siete de la mañana, está amaneciendo. Date prisa, te espero en cinco minutos en mi despacho —ordena el teniente.

Iker sale de nuestra habitación, está vestido y parece que no ha dormido en toda la noche.

Como puedo, trato de vestirme sin encender ninguna vela y sin hacer ruido; no quiero asustar a nadie, bastante tuvieron ayer. Al salir procuro no cerrar fuerte la puerta, aunque estas botas militares no es que sean silenciosas precisamente, y me encamino hacia el despacho del teniente.

—Hola, Alfonso, entra y cierra la puerta —me pide.

Está sentado en su mesa, junto con los soldados más cercanos a él; ya les conozco de sobra, alguna vez que otra hemos hablado largo y tendido de nuestras vidas y de los proyectos que se quedaron interrumpidos por culpa de esta mierda de pandemia. Ellos son Víctor y Paco, que junto con el fallecido Aitor, formaban el grupo de confianza de Iker.

—Siéntate, tenemos que hablar —ordena el teniente.

Su gesto me recuerda al de un pavo en vísperas de Navidad; tiene el rostro serio, su mirada está fija en un aparato de radio que tiene sobre la mesa. Me siento a su lado.

—Si estás aquí es porque confío en ti, lo hice desde que llegaste, creo que tu ayuda podrá sernos útil a todos, pero me tienes que responder, Alfonso, devolverme la confianza.

—Sé que cuento con tu confianza, Iker, pero me resulta extraño que me levantéis tan temprano para que me sueltes esta charla paternal.

—No es una charla paternal lo que te quiero decir, es una cuestión de supervivencia, y creo que tenemos una novedad.

Al decir esto, el aparato de radio emite un chasquido, como una interferencia, para luego enmudecer de nuevo.

—De esto quiero hablarte, Alfonso. La radio lleva varios días mostrándonos interferencias, eso creo que ya lo sabías, ¿no es así?

—Sí, ya me lo dijiste —respondo.

—Esta madrugada, en una de las interferencias, hemos detectado algo nuevo: nos ha parecido distinguir una voz humana.

—¿Cómo? ¿Estáis seguros de eso?

—Sí, casi con total seguridad. La voz ha aparecido y desaparecido varias veces, aunque no hemos podido distinguir nada, pero sí que era humana, de eso no tenemos duda. Creemos que alguien se está intentando comunicar con nosotros desde algún punto de Madrid o de España. Tenemos constancia de que los satélites aún funcionan, al menos alguno de comunicaciones, dado que se alimentan por células fotovoltaicas directas del sol. Nuestro localizador GPS detecta señal, aunque no sabemos por cuanto tiempo.

—Una voz humana… Eso quiere decir que no estamos solos, hay más gente que ha logrado sobrevivir. ¡Esto es un notición!

—No tan rápido, amigo Alfonso, no sabemos nada aún. Si confirmáramos que es una voz humana, no tenemos claro si sus intenciones son buenas o malas. Cualquiera daría un brazo por tener el refugio que nosotros tenemos, y ya se sabe cómo nos las gastamos entre nosotros, somos la peor especie de la Tierra sin lugar a dudas.

—Teniente, no se ponga en ese plan, dudo que alguien en esta situación quiera meterse en problemas con nosotros, bastante tendrán con lo que tienen a su alrededor, que supongo que no serán turistas precisamente.

—No te fíes del ser humano, Alfonso. Yo he visto muchas cosas, hemos hecho misiones por Afganistán e Irak, y te quedarías helado de cosas que hemos tenido que consentir por no poder hacer nada al respecto, cosas muy duras.

—Bueno, yo también he visto por la tele cosas fuertes, pero creo que ahora la situación es distinta.

—No, te equivocas otra vez, ahora se trata de sobrevivir, y cuando tu vida depende de ello, no te importa quién se ponga por delante, aunque matándonos a todos se quedasen solos en este infierno de mundo.

Iker tiene razón en parte, tenemos que tener cuidado con cualquiera que se pueda presentar aquí, pero no deja de sorprenderme la frialdad con la que habla de estas cosas.

—¿Se lo piensa decir a los demás? —le pregunto.

—Aún no. Hoy vamos a estar pendientes de la señal de radio y quiero que te quedes conmigo; según me comentaste una vez, algo entendías de estos trastos, ¿no es así?

—Bueno, en su momento lo estudié. No sé si me acordaré de algo, pero lo puedo intentar.

—Ok. Luego, cuando haya amanecido, sube a tu cuarto y coméntale a tu chica que vas a estar conmigo aquí hoy, que no se preocupe y que, cuando desayunen, se pongan con el campo. —Y dirigiéndose a uno de los soldados, añade—: Víctor, pasa revista a los soldados que han hecho guardia esta noche y supervisa el cambio de turno.

—Como mande, teniente. —Víctor abandona la sala.

Paco se queda con nosotros, toma una silla y se coloca al otro lado de la mesa. Su gesto también es serio, pero no tanto como el de Iker; he tenido ocasión de tener alguna que otra risa con él, es un tipo simpático y extrovertido, la formación militar no le ha hecho olvidarse de su personalidad fuera del ejército y eso es de agradecer.

—Señores, intentemos permanecer atentos a la radio. Alfonso, trata de sintonizar bien la señal que llega, intenta ajustar los parámetros a ver si desaparecen las interferencias —ordena el teniente.

Iker me pide un imposible, no he visto un aparato así nada más que en los libros del instituto, y ni siquiera hicimos prácticas con uno de ellos. Actuaré por lógica, siguiendo nociones básicas de la electrónica; daría lo que fuera porque estuviera aquí mi profesor de las prácticas.

Muy lentamente, trato de girar la ruedecita que hace oscilar la manecilla de la radio, y según va sonando el aparato, voy regulando. Esto es como aprender a tocar un instrumento «de oído», sin formación ninguna, ser un auténtico autodidacta.

Las interferencias son ligeramente menos ruidosas, al menos he conseguido coger mejor la señal, aunque sea lo que sea lo que estaba intentando mandar una señal lo ha dejado de hacer.

Han pasado ya dos horas desde que Iker me llamara para que bajase con él, y ya me ha dado tiempo de subir a despertar a Lorena y de desayunar con ella. Bueno, esto último no ha sido una orden del teniente, pero qué demonios, me apetecía y punto.

Después de que me viniera a buscar Paco, y la correspondiente charlita de Iker por mi retraso, aquí seguimos como tres idiotas, pendientes de la dichosa radio en busca de una señal que no creo que vuelva a llegar; seguramente quien fuese ya no sabrá ni hablar, sólo gemir y caminar renqueante por toda la eternidad.

—GGGGSSSGGGGG… ¿Hola?… GGGGGGGGGGGGSSGGGSS…

El sonido nos hace despertar a los tres del letargo en el que estábamos sumergidos desde hace ya unas horas, Iker incluso tira la silla al levantarse bruscamente.

—¿Lo habéis oído? Alguien ha dicho «hola» —comenta Iker exultante.

—Sí, yo lo he oído claramente, y esta vez ha sonado bastante más nítido que esta madrugada —añade Paco.

—GGGGGGGG… Emitimos desde… GGGGGGGGGGSSSSSS… …en nos escucha?

Iker coge el micrófono con fuerza y se lo lleva a la boca.

—¡Hola! Estamos en Madrid. ¿Quiénes sois? —pregunta Iker.

La espera se hace muy tensa, son unos minutos de silencio, ni siquiera suenan las interferencias, creo que hemos perdido la señal.

—Iker, creo que hemos perdido la señal, vuelve a intentarlo más tarde —trato de calmarle.

—¡No! Espera un momento, un poco más, es probable que nos hayan escuchado.

Ya ha pasado media hora desde la última señal, los ánimos han desaparecido, es evidente que no nos han escuchado, al menos lo hemos intentado.

—GGGGGGGG… Te… recibo… GGGGGGGGG… anta Bárbara… GGGGGGGSSSSSS… SSSSGGGGGGGGGG…

Iker vuelve a coger el micro.

—Te recibimos muy mal. Aquí Madrid, Madrid, somos muchos supervivientes. ¿Me recibes bien? ¿Hola? ¿Hola?

La conexión no es buena pero lo que sí es cierto es que nos han escuchado y ahora ellos también saben que estamos vivos, y digo «saben» porque ha dicho «emitimos desde».

—¡Mierda! ¡Puta mierda de radio! —protesta Iker. Está muy nervioso, sabe que tiene algo importante, pero aún desconoce qué es exactamente—. De aquí hoy no se mueve ni Dios hasta que logremos contactar correctamente con esa gente, nuestro futuro depende de esta conexión. ¿Lo tenemos claro, verdad?

—No se preocupe, teniente —obedece Paco.

—Pues yo tengo algo que objetar, Iker. Yo no soy militar y tampoco estoy a tus órdenes, no me puedes obligar a permanecer aquí encerrado hasta que a ti te parezca oportuno, ahí fuera tengo a mi familia y a mi novia, y cosas que hacer más importantes que estar pendiente de una radio.

Iker me agarra del traje por el cuello y me empuja contra una de las paredes muy bruscamente.

—Tienes suerte, chaval, de tener aquí a tu familia, yo ni siquiera sé si vive o no la mía, ni la de Paco, así que deberías ser más agradecido y mostrarte más cauteloso con tus palabras. Sé que no eres militar, pero este estadio lo dirijo yo, te guste o no, y la protección que le ha dado mi equipo no te la va a dar nadie ahí fuera. Así que, por favor, siéntate otra vez y reflexiona lo que acabas de decir. Estamos todos muy nerviosos y entiendo tu reacción, pero si de aquí sacamos algo en claro, será un acontecimiento muy importante, de eso puedes estar seguro —ladra Iker pegando su nariz con la mía en un gesto de rabia.

Y soltándome, se da media vuelta y se vuelve a sentar en su silla.

Paco me mira sorprendido; desde luego, si me mirara en un espejo, mi cara sería todo un poema.

Me vuelvo a sentar colocándome la camisa arrugada por la fuerza de Iker, nadie habla, no me mira, sus ojos están clavados en el dichoso aparato de radio.

—Perdona, Alfonso, no quería asustarte, estoy nervioso por la señal recibida.

El teniente sigue sin mirarme, pero su arrepentimiento evidencia un cansancio arrastrado por toda una noche sin dormir, y la tensión y responsabilidad que tiene encima.

—No pasa nada, Iker, entiendo tu nerviosismo. Me quedaré con vosotros, pero hasta mediodía, después de comer me iré con Lorena al campo a seguir con mi trabajo, ¿vale?

—Vale, no te voy a forzar a quedarte, pero ahora, por favor, intenta otra vez encontrar la señal más nítida.

De nuevo me veo moviendo la rueda, muy despacio, intentando coger una señal más clara, el sonido va cambiando según voy moviendo los dedos.

—Creo que ahora se escucha incluso mejor, ¿no crees?

—Voy a intentar hablar con ellos, a ver si me reciben. —Y cogiendo el micro, dice—: Aquí Madrid, aquí Madrid, somos supervivientes, ¿alguien me recibe?

Silencio.

—Aquí Madrid, aquí Madrid, somos supervivientes, ¿estáis ahí?

—GGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGSSSSSSSSSSSSSSS…

—Inténtalo otra vez, Iker, parece que intentan responder —insisto al teniente.

—Madrid, Madrid, somos supervivientes, ¿me reciben?

—GGGSSSSS… Te recibimos, Madrid… SSSHHHGGGGGGGG…

El grito de Iker casi me deja sordo, casi se rompe la mano del puñetazo que le acaba de dar a la mesa, su cara ahora refleja el éxito y la esperanza, perdida hace ya bastante tiempo.

—¿Quiénes sois? ¿Dónde estáis? —pregunta muy emocionado.

—GGGGGGSSSSHHHHH… Somos superviv… GGGGGGGSSSS… encerrados en su castillo… GGGGGGGGGGGGGGG…

—Joder, perdemos señal otra vez. ¿Habéis oído? ¡Supervivientes! Por lo que ha dicho, deben de estar encerrados en un castillo, a lo mejor estamos conectando con un pueblo de Madrid que tenga uno. —Estoy exultante.

—Puede ser, pero castillos hay muchos en toda la geografía española, vete tú a saber desde dónde viene la señal —indica Iker.

—GGGGGSSSHHHHHH… Somos muchos, tenemos recursos… GGGGGGGGSSS…

De repente la radio deja de emitir sonido, se ha perdido la señal definitivamente, tenemos que recuperarla como sea. Iker empieza a manipular el aparato.

—Iker, déjalo, ya volverá la señal. No es un problema del aparato, la señal se ha ido, la culpa es de la falta de mantenimiento de las ondas —le indico.

—Bueno, yo me quedo aquí, podéis iros si queréis, pero no comentéis nada, sobre todo tú, Alfonso, te pierde la boca; vete con tu familia, tú que puedes.