El lunes nace lentamente, el sol se asoma tímido por el horizonte y, al levantarme, más de lo mismo. El solo hecho de tener que revivir la historia de todos los días me hunde un poco más en mi colchón viscoelástico. Está claro que necesito vacaciones, porque estoy llegando a un punto de «no retorno».
Este verano apenas paré una semana, totalmente insuficiente para lo que se me exige en el trabajo; no está pagado lo que tengo que aguantar y sobre todo a quiénes.
Ayer, domingo, no hice absolutamente nada, disfruté del día mundial del pijama y del sofá. Por no hacer, no puse ni la tele, solamente para ver una película con unas palomitas.
Me he levantado un poco con la hora pegada, así que no me da tiempo ni a poder ver un rato las noticias, pero para ver lo de siempre, prefiero que la señorita Raquel me lo cuente nada más llegar a la empresa.
Eso sí, los perritos no perdonan su paseíto matinal y, acortando un poco la ruta mañanera, consigo que hagan sus cosas en un tiempo récord. Buenos perros, buenos perros, pienso.
El repartidor del periódico de esta mañana no es el mismo de siempre y hoy no recibo mi saludo mañanero junto con mi ejemplar; la amabilidad últimamente brilla por su ausencia. Mirando las páginas que tengo ante mí, no es que venga precisamente muy rico en noticias. El tema de la crisis en portada, más Belén Esteban —por Dios, qué pesadez de tema— y lo de Alemania. Por lo que he leído en el artículo, la cosa se ha complicado un poco, ya que ahora hablan de virus y de que ya se han presentado casos fuera de la farmacéutica. Han acudido a la zona varios equipos médicos de diferentes partes del mundo para echar una mano, incluidos españoles. Desde luego, nos apuntamos a un bombardeo, con la que está cayendo en España y encima metiéndonos en camisas de once varas. Esperemos que no se traigan el «regalito» de vuelta…
Este tipo de periódicos suelen exagerar bastante las informaciones, hay mucha competencia entre ellos y tienen que sacar las noticias más impactantes.
Mi parada se presenta ante mí sin remedio alguno, por lo que no me queda otra que dar el callo y ver la cara de las dos arpías que controlan el «cotarro».
Ahí las tengo, con su típica mirada de superioridad y repasándome de arriba abajo estudiando cómo voy vestido y viendo si pueden sacarme algún tema «picajoso» para joderme la mañana. Pero la mirada cómplice de Chisku me reconforta, ¡y de qué manera! Su puntualidad le hace tener que aguantar durante el café sus cotilleos y críticas hacia los compañeros, por lo que mi presencia es más que bienvenida.
Hoy las seis llegan demasiado tarde. Un día cometo una locura con estas dos «personajes», me tienen hasta las narices y eso un lunes ya es demasiado. Hoy me voy directamente a casa de mi madre, que andaba la mujer un poco pachucha y ya se sabe qué pasa con las madres. Hay que cumplir.
—Hola, mamá, ¿qué tal lo llevas? ¿Fuiste al médico al final?
—Hola, niño. Pues ya ves, estoy algo mejor, pero no he ido al médico, no me apetecía salir a la calle, hace ya frío y no me quiero resfriar más de lo que ya estoy. Además, no sé si estás al tanto de las noticias: hay otro virus nuevo como el año pasado con la gripe A.
—Mamá, ¿no te das cuenta? Todo es marketing de las farmacéuticas. Crean el «bicho» para luego sacar la vacuna y llevarse una auténtica pasta, son unos listos.
—Bueno, quizá tengas razón, pero yo por si acaso he llamado a tus tíos de Alemania para preguntarles qué se «cuece» por esas tierras.
—¿Y? —pregunto intrigado poniendo los brazos en jarras.
—Pues nada, que nadie dice nada y que no le dan la mínima importancia, que sólo ha habido un caso o dos y que están tratándolo en el hospital.
Bueno, sinceramente veo bastante clara la estrategia de las vacunas carísimas y el pánico de la población para hacerse con ellas, por lo que prefiero zanjar el tema.
—Bueno, mamá, me voy que tengo que hacer cosas… los perros, ya sabes.
—Tómatelo más en serio, hijo, que tu tía me ha dicho que habían cerrado la frontera hasta que se aclarase un poco el tema.
¿Que han cerrado la frontera? Eso ya no me hace gracia, creo que está exagerando. No sé si hacerle caso: nadie cierra la frontera de un país así como así.
Mi madre siempre ha sido una luchadora desde que tenía uso de razón. Mi abuela la obligó a trabajar desde que tenía doce años, sacándola del colegio y poniéndola a coser pantalones sin dejar de ocuparse de sus cuatros hermanos.
Fue cuando conoció a mi padre cuando empezó a tener algo de libertad. Una palabra que sólo conocía de oírla a la gente que pasaba por la calle o por los seriales de la radio.
La Guerra Civil destrozó sus vidas para siempre cuando un obús, lanzado desde las líneas de la División Azul, cayó en los alrededores del Museo del Prado, donde mi abuelo combatía. La metralla le destrozó por dentro y a los pocos días falleció, dejando a mi madre huérfana y sin uno de los principales y escasos ingresos que percibían. A partir de ahí fue cuando supo realmente lo dura que sería su vida y lo mucho que tendría que sufrir. Vivió una posguerra marcada por el hambre y la miseria, teniendo que renunciar a casi todo para salir adelante. Al casarse, emigró junto con mi padre y sus hermanos a Alemania para tratar de construir un futuro mejor. Allí montaba relojes en una fábrica ante la mirada cruel de su capataz alemán, el cual no dejaba de meterse con ellos simplemente por ser españoles. Mis tíos se quedaron, pero ella regresó junto con mi padre para establecerse definitivamente en España. Y aquí formó una familia, a la cual estoy muy orgulloso de pertenecer.
Ya me voy a casa y mi madre ha conseguido que dude. Voy con mis perros, que estarán como locos por ir a su retrete particular: el descampado. No sé si telefonear a David para preguntarle si saben algo en la redacción, pero si lo hago, me habré creído todo lo que me ha contado y me convertiré en un paranoico más. Y con mi madre ya he tenido bastante. Me ahorro la llamada, prefiero no pensar en bobadas. Me acuerdo del año pasado lo preocupada que estaba la gente con la dichosa gripe A. Que si los asmáticos, las embarazadas, que si hay que utilizar un jabón seco para las manos… ¿y luego qué? Luego, nada de nada, unos cuantos casos esporádicos y la muerte de algún anciano con problemas respiratorios que ya arrastraba. Además, la gripe normal acarrea más muertes al año que la nueva gripe.
Qué tarde se ha hecho, seguro que alguno de los chuchos se me ha hecho pis en la terraza. Esta vez es por mi culpa, sin duda se librarán de la regañina.