Son las diez y media de la mañana y aún permanecemos en una sala aislados del resto de la gente que nos ha encontrado. Esto parece que es el vestuario del Real Madrid, las fotografías de los jugadores en cada taquilla lo confirman, jamás pensé que entraría aquí dentro aunque sea en esta situación.
A Marta se la han llevado a otra sala donde estaba otra chica pelirroja y con una especie de pijama verde; no le ha hecho nada de gracia, pero no han dado opción a réplica. Cristian, Pedro y yo permanecemos todavía juntos, esperando a que se decidan a entrar aquí dentro y explicarnos quiénes son, qué ha pasado aquí y cómo lo vamos a solucionar.
—Es increíble lo que nos ha pasado. Todavía no me explico cómo hemos tenido la suerte de encontrarles —comenta Cristian aún excitado.
—Di más bien que han sido ellos los que nos han encontrado a nosotros. Si en ese momento deciden buscar por otra zona, todavía estaríamos dando vueltas por Madrid como unos tontos —responde un preocupado Pedro.
—Qué más da el cómo haya sido, el caso es que estamos a salvo y tenemos una posibilidad de rescatar con éxito a las chicas y los niños —comento.
A las once se presenta ante nosotros un soldado que parece tener un rango; la mili pasó de largo para mí, por lo que no distingo bien cuál es su estatus. Creo que es el mismo que se dirigió a nosotros al llegar al estadio, debe de ser la persona al mando. Entra en el vestuario y se sienta frente a nosotros en uno de los bancos de madera.
—Bueno, supongo que aún estaréis bastante confundidos con todo lo acontecido, ¿verdad? —pregunta Iker.
—Pues un poco sí —contesto.
Los demás permanecen callados, impacientes por saber algo más sobre todo esto que está pasando.
—Soy el teniente Iker Salvatierra, pertenezco a la Brigada Paracaidista con base en Alcalá de Henares. Soy uno de los pocos mandos que ha sobrevivido en Madrid y, que sepa, en España. El resto de los soldados vienen de varios destinos de Madrid, desde Getafe, El Goloso o Torrejón —explica Iker.
—¿Quiere decir que el ejército que tenemos en estos momentos son sólo ustedes? —pregunta Pedro sorprendido.
—Pues si le soy sincero, no lo sé a ciencia cierta, pero desde luego, desde hace mucho tiempo no hemos vuelto a tener contacto con nadie más, lo que nos hace suponer que estamos solos en esto —responde contundente Iker.
El silencio reina en el vestuario durante unos segundos interminables, la esperanza que llenó nuestros corazones va desapareciendo poco a poco según Iker nos va relatando la situación.
—Las personas cualificadas que estamos aquí pertenecemos a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado: unos cuantos policías nacionales y municipales y un grupo de la Guardia Civil que prestó ayuda cuando el frente del ejército empezaba a resquebrajarse. El resto somos todos militares. No sumamos más de cincuenta efectivos —comenta Iker rompiendo el silencio.
—Dios mío. ¿Y el resto dónde están? —pregunta Cristian.
—Muertos, desaparecidos o vagando sin rumbo ahí fuera —contesta cabizbajo.
Su historia continúa. Todos los demás supervivientes que viven dentro del estadio son personas anónimas que lograron esquivar a la muerte y llegar hasta aquí, y a otros tantos los rescataron en las centenares de salidas que realizaron en busca de vida.
Nos explica que debemos seguir un protocolo de seguridad, que debemos permanecer aquí dentro unos cuantos días, para asegurar que todo va bien.
—Lo que no entiendo es cómo habéis llegado hasta aquí, y sobre todo viniendo desde Vallecas, una de las zonas que nosotros llamamos «caliente» —dice Iker.
—Bueno, digamos que hemos tenido bastante suerte, sobre todo la última noche. Seguramente le costaría creer nuestra historia —explica Pedro.
—Supongo que tendremos tiempo más que suficiente para hablar largo y tendido de todo eso y de más —añade Iker.
—Sí, pero lo que nos preocupa en estos momentos es que tenemos a unas amigas y a unos niños aún encerrados en nuestra casa de Vallecas, y tenemos que rescatarles como sea —digo.
—Lo tendremos en cuenta, pero de aquí no podéis salir al menos en cinco días. Es por la seguridad del estadio, tenéis que comprenderlo —comenta Iker.
—¿Cinco días? ¿Está usted loco? Son nuestras mujeres y mis hijos los que están allí encerrados y muertos de miedo. Si tardamos tanto en acudir, perderán toda esperanza y nos darán por muertos —protesta enérgicamente Pedro.
—Lo siento mucho, pero son las normas. Tenemos que garantizar la seguridad de todo el mundo. En cuanto pase todo, acudiremos de inmediato, le doy mi palabra —Iker trata de tranquilizarle.
Pedro se levanta y golpea fuertemente con el puño una de las taquillas adornada con la foto de Sergio Ramos. Cristian trata de calmarle agarrándole por los brazos, pero sólo consigue ser empujado contra la pared.
—¡Ya está bien, por favor! No me obligue a tener que apartarle de sus amigos. Más tarde volveré con la comida y para seguir hablando. Y trate de calmarse —dice Iker—. Desde luego, no es tarea fácil acudir a la zona, tendríamos que sacar dos de los Leopard, con lo que eso supone de gasto de combustible, más acercarse a Vallecas, que fue una de las primeras zonas que cayeron víctima del virus A-24.
—¿Y el resto del país? ¿Se sabe algo de cómo está la situación? —pregunto a Iker.
—No lo sabemos, ya les he dicho que hemos perdido todas las comunicaciones con el exterior. Llegamos a saber que había zonas seguras y, en teoría, limpias de infectados. Se decía que pueblos de la sierra de Madrid eran prácticamente inexpugnables. Cortaron carreteras y aislaron esas localidades para impedir que nada ni nadie se acercara, el ejército custodiaba esas zonas, pero la caída de Madrid, Cuenca, Toledo y Segovia les obligó a abandonar sus puestos y salir en defensa de las grandes ciudades —responde Iker.
»Barcelona no lo logró. Valencia y toda la costa de Levante, llegando hasta Murcia y Almería, fueron invadidas una tras otra. Fue como una reacción en cadena: de Barcelona huyeron a Valencia y así sucesivamente hasta que provocaron una auténtica masacre.
»Al poco tiempo de esto, Andalucía entera ya era un hervidero de muertos, todas las provincias estaban sitiadas por los infectados. Todas menos Cádiz. Debido a su peculiar situación en el mapa, lograron volar los puentes que conectan la capital con los pueblos de San Fernando y Puerto Real y resultó prácticamente imposible que entraran más infectados, y a los que ya estaban dentro se intentaba ponerles freno. Fue ahí cuando se cortaron las comunicaciones definitivamente y se quedaron totalmente a oscuras.
»No se sabe si Cádiz ahora es una zona segura o no, ni tampoco lo podremos saber, ya que sería un viaje imposible dada la escasez de gasolina y medios de transporte, a parte de la peligrosidad —concluye Iker.
Yo, desde luego, me he quedado bastante desanimado: sabía que la cosa estaba muy fea, pero no tanto. Y supongo que si España está así, el resto del mundo no estará mucho mejor precisamente.
El teniente se retira dejándonos a los tres solos. Cristian está sumergido en sus pensamientos mientras Pedro no para de dar vueltas por la sala, frotándose el puño por el golpe que ha dado a la taquilla. Me está poniendo nervioso, pero entiendo que cada uno reaccione a su manera.
Tengo la sensación de que el peligro real está por venir, de que todo lo que hemos vivido hasta ahora ha sido una pequeña aventura comparado con lo que se nos viene encima.
Sólo espero que podamos tener unos cuantos días de relax, tranquilos, sin tener la sensación de que en cualquier momento uno de esos bichos entrará a por nosotros.