La entrada al estadio se produce sobre las siete. El sol ya ha apagado sus luces y las tinieblas cubren por completo la ciudad de Madrid, las azoteas de los edificios más altos de la capital han desaparecido ante la fuerza de la noche, y solamente los pequeños murciélagos revolotean ajenos a todo sorteando con habilidad las enormes estructuras de acero y cristal…
Nunca se le había hecho de noche al equipo del teniente Salvatierra, el peligro que eso conlleva siempre se ha tenido muy presente; con sólo las luces del blindado no es suficiente y los muertos son bastante más activos de madrugada y, por lo tanto, más peligrosos.
El resto de los soldados que se han quedado en el cuartel improvisado les reciben con evidentes gestos de preocupación. La hora no es la habitual ni mucho menos. Uno de los responsables del grupo se acerca al tanque, esperando la apertura de la escotilla. De ella emerge Iker, con gesto serio y clavando la mirada en el hombre.
—¿Qué ha pasado, teniente? Estábamos realmente preocupados —comenta el soldado.
Iker desciende del Leopard, y tras él, los demás soldados, entre ellos Aitor, que ante la sorpresa generalizada, porta en brazos a la joven rescatada de aquel piso lúgubre y siniestro.
Le ayudan entre tres personas a bajarla del tanque e inmediatamente van a buscar una camilla de las que disponen en el almacén. La chica permanece en silencio, la mirada sigue perdida, su rojo pelo juega con la pequeña brisa que corre en esta noche llena de esperanza.
—Espero que esto te sirva de respuesta —contesta Iker señalando con la cabeza a la chica.
Ya se la han llevado al interior del estadio, una compañera se ocupará de ella a partir de ahora. Pero a pesar de su estado, tiene que pasar por el mismo protocolo que los demás supervivientes soportaron en su día, por lo que inmediatamente es trasladada a la zona de aislamiento, curiosamente, el vestuario de los equipos visitantes, ahora convertido en una pequeña e improvisada celda.
Una vez allí, la soldado le va quitando la ropa lentamente, y mientras lo hace, trata de observar cualquier signo de violencia, herida o arañazo sospechoso.
—Muy bien, cariño, lo estás haciendo muy bien. Estate tranquila, que aquí estás a salvo, todo ha pasado ya para ti —le susurra cariñosamente para ganarse la confianza de la chica.
Una vez completamente desnuda, la acompaña a duras penas hacia las duchas para asearla en condiciones. Presenta llagas en la piel por la falta de higiene y por tener que hacerse sus necesidades encima.
Las arcadas afloran en la garganta de la soldado por el desagradable olor que desprende la pobre desgraciada. Trata de disimularlas haciendo que tose para no hacer sentirse violenta a la chica.
La soldado se enfunda unos guantes, y mientras la va lavando, revisa cada centímetro de su cuerpo a conciencia deteniéndose en cada marca que se encuentra. Ella es uno de los pocos médicos de los que disponen en el estadio, pero por fortuna, uno de los supervivientes que llegó hace apenas un mes también lo es.
Aparentemente no se aprecian signos de mordiscos o heridas, sólo una evidente desnutrición y los enrojecimientos típicos en estos casos de falta de higiene.
—Madre mía, cielo, no sé cómo has podido aguantar en este estado —le comenta la soldado, acariciándole el pelo.
La chica sigue sin decir nada. Ahora está limpia y procede a vestirla con uno de los uniformes verdes de invierno del Ejército español, le queda un poco grande pero abriga. Hay que seguir el protocolo, y debe permanecer allí al menos cinco días. Le han dado algo de comer y de beber. En un principio, ha ignorado los ofrecimientos de sus salvadores, pero finalmente el hambre puede más que el estado de shock que presenta.
Ahora hay que dejarla descansar, seguramente lleva demasiado tiempo sin poder hacerlo. Al menos ahí estará segura sin el miedo constante a que alguno de esos horribles seres derribe su puerta y la devore viva.
Iker se reúne con los soldados en la sala de prensa, aquella en la que Mourinho dejaba sus «perlas» a los periodistas después de cada partido. Ahora la rueda de prensa es bastante diferente y sus protagonistas también, el motivo de la reunión ya nada tiene que ver con los árbitros o con las alineaciones del Real Madrid. Se reúnen para explicar cómo ha sido la expedición, lo que se han encontrado y las consecuencias de su salida.
—Señores, el exterior cada vez está peor. Miles de infectados campan a sus anchas por toda la ciudad y cada vez son más —explica Iker.
—¿Dónde habéis encontrado a la pelirroja? —pregunta Paco.
—Cerca de la estación de Atocha, es lo único con vida que ha quedado por allí, es una auténtica catástrofe —responde cabizbajo—. Es la primera vez que llegamos tan lejos y creíamos que nos encontraríamos con algo más positivo. Pero supongo que según bajemos más hacia el sureste, peor será la situación.
—El Prado se ha incendiado y toda la Castellana está plagada de esos bichos. También Recoletos, Cibeles y la estación de Atocha —comenta Aitor.
Todos callan, sus caras reflejan claramente los pensamientos oscuros que crecen según el teniente Salvatierra va relatando la situación. Algún día tendrán que salir ahí fuera para tratar de limpiar las zonas más infestadas de muertos, y eso implica tener que entrar dentro de edificios. Alguno traga saliva sin poder evitar que se le oiga hacerlo.
—Una pancarta nos alertó y de inmediato fuimos al edificio en busca de supervivientes. Sé que una de las normas básicas es no penetrar en ningún inmueble por lo peligroso que resulta, pero la alta probabilidad de poder encontrar a gente con vida hizo que nos arriesgáramos —explica Iker—. Afortunadamente, todo salió bien y ahora somos uno más, pero reconozco que hemos asumido un riesgo totalmente innecesario. Pero lo hecho, hecho está, y ahora toca preparar la siguiente salida, que será mañana por la mañana a primera hora. Recorreremos la misma zona, aunque esta vez nos acercaremos más a la zona de Pacífico.
Saben que es una zona límite con las denominadas por Iker «zonas cero», es decir, que existe un hospital por los alrededores, y además, esta en concreto tiene dos cerca: el Gregorio Marañón y el Infanta Leonor, en Vallecas, bastante cerca de Pacífico.
Todos son conscientes de que los alrededores de los hospitales son zonas prácticamente impenetrables, y que el día que tengan que intervenir en alguno tendrá que ser con artillería pesada y desde el aire, con el único helicóptero del que disponen.
Su objetivo es conseguir que los alrededores del estadio sean lo suficientemente seguros como para que la gente pueda establecerse por la zona, restablecer los servicios de luz y cercarlo todo para que los infectados no puedan penetrar en ella. Y para ello se necesita tener controlado el Hospital de La Paz y el Ramón y Cajal, muy cercanos al Bernabéu y dos de los principales focos de infección.
El equipo de Iker lleva mucho tiempo preparando el asalto a la zona, pero necesitan que el número de supervivientes vaya aumentando lo suficiente como para poder garantizar el éxito de la operación.
Además, una vez reunida la cantidad necesaria de gente, hay que prepararlos y adiestrarlos por lo menos con unas nociones básicas del manejo de armas y técnicas de combate.
Otro punto del día es el cultivo de frutas y hortalizas en el césped que antes era pisoteado por millonarias estrellas del fútbol mundial. Desde hace unas semanas, un grupo de ciudadanos que vinieron desde uno de los barrios de la zona se ha dedicado a plantar diversas hortalizas por todos los laterales del campo, ya que el equipo de Iker no sólo ha patrullado para buscar supervivientes, sino también para poder traer comida y víveres para abastecer a la gente, aunque ya disponían de bastante comida enlatada del ejército. Y uno de los botines recaudados fue un cargamento de semillas y árboles frutales que cogieron de un vivero que estaba por la zona de plaza de Castilla.
Y en eso se afanan estas personas, en intentar hacer del campo de fútbol una huerta que les permita sobrevivir sin necesidad de latas ni salidas arriesgadas al exterior. Como unos siglos más atrás, ahora toca empezar de cero, alimentarse de la tierra y sobrevivir con lo más básico.
Ya es tarde y mañana tienen que volver a salir, es hora de descansar. A los que no han salido les toca guardia en las torres de acceso al estadio. La noche se presenta más oscura de lo normal y un extraño silencio encoge sus corazones.