La oscuridad es total, el reflejo de la linterna rompe la negrura que invade aquella escalera siniestra, una escalera que seguramente hace pocos meses era un constante fluir de vecinos arriba y abajo, ocupados en sus asuntos sin imaginarse ni por lo más remoto cuál iba a ser su cruel destino.

El equipo de Iker avanza lentamente. La pancarta desplegada corresponde al tercer piso. Toda precaución es poca, las manchas de sangre seca que adornan las paredes del portal explican lo sucedido, al igual que en miles y miles de portales en toda España. Las manos marcadas en rojo fuego por todos lados revelan la crueldad provocada por esos horribles seres.

Un ruido proveniente de detrás de una de las puertas del segundo piso hace detenerse al grupo. Inmediatamente, todos empuñan sus armas, preparadas para abrir fuego al más mínimo indicio de muerte andante. Es evidente que dentro de aquel piso se arrastra algo, y ese algo les ha olido y se dirige hacia la puerta.

Iker levanta el puño para que el equipo no dispare, la puerta detendrá momentáneamente al infectado.

—Vamos, subid como si nada, pero daos prisa, esa cosa no tardará en liarse a dar golpes —ordena Iker.

El equipo sube más deprisa, dejando atrás el piso donde meses atrás alguna familia vivía tranquilamente, ajena al destino que se les avecinaba.

Tercero A, esa es la puerta que en teoría alberga aún vida. El B es un interior, por la estructura del edificio, por lo que el margen de error es mínimo. Aitor, uno de los brigadas que vinieron desde la base de Alcalá de Henares, prepara una ganzúa para abrir la puerta y así poder comprobar si aún sobreviven los autores de la famosa pancarta. Lentamente, se afana en ir girando el alambre sin apenas hacer ruido, mientras mantiene apoyada la oreja en la puerta para poder identificar cualquier sonido por pequeño que sea.

El resto del equipo espera tras su compañero, saben que en cuestión de segundos estarán expuestos de nuevo a un peligro que todavía no dominan.

El sudor recorre la mejilla de Aitor, un movimiento en falso puede provocar que toda la operación se vaya al traste, pero años de entrenamiento y una dilatada experiencia en situaciones límite le han convertido en el hombre de confianza del teniente Salvatierra.

«Clic», el sonido que certifica que su trabajo ha tenido éxito. La puerta de madera vieja se entorna un poco, Aitor la sujeta por el pomo para evitar que se abra y pueda chirriar, pues es bastante antigua.

A un gesto de Iker con la mano, abre la puerta lentamente y dos de los soldados apuntan con sus armas al interior de la vivienda. No parece haber signos ni de vida ni de muerte, la casa permanece a oscuras, algo a lo que los chicos ya se están empezando a acostumbrar.

En fila india, van avanzando, comprobando cada habitación que les sale al paso. Es un piso muy antiguo, típico del centro de Madrid, por lo que es enorme, por lo menos tendrá unos doscientos metros cuadrados. Los suelos son de madera, al igual que parte de la estructura del edificio, es fácil que cualquier tablón pueda crujir, por lo que mantienen un paso lento pero firme.

Iker avanza por el pasillo hacia la terraza de donde cuelga el aviso que alertó al equipo; se distingue desde lejos gracias a que, a pesar de las persianas bajadas, entra algo de claridad del día, lo que le permite tener una visión más global de lo que tiene enfrente. Un salón bastante grande, con dos sofás, uno en forma de «L», y una mesita baja en el medio. A la derecha se encuentra una mesa enorme rodeada de seis sillas perfectamente colocadas. El televisor de plasma desentona con la decoración un tanto antigua, y los cuadros que adornan las paredes acumulan un dedo de polvo.

Parece que si allí hubo vida en algún momento, se debió de desesperar y lanzarse al infierno de la calle a merced de los muertos hambrientos.

No parece que haya nada de valor o que pueda servir al equipo de Iker, sólo queda buscar algo dentro de la vivienda que les pueda servir para la gente del estadio, ya sea alguna herramienta o comida enlatada.

Un leve golpe procedente de uno de los armarios de la habitación de matrimonio hace que los soldados instintivamente apunten a la vez hacia la dirección del ruido, provocando un chasquido metálico al amartillar las armas.

—Chsssssss… ¡Silencio, joder! Tenemos a uno en la habitación. Aitor, saca mejor la ballesta, que no quiero ningún ruido —ordena Iker.

Según se aproximan, claramente se aprecia movimiento dentro. Ahora tienen que ir con sumo cuidado, ya que si lo que se esconde dentro es uno de ellos, el tiempo de reacción que tienen será mínimo y podría suponer una baja innecesaria en el equipo.

A la cuenta de tres, Aitor abre de golpe el armario, iluminado por las linternas de los demás, encontrándose con una mujer en posición fetal que se cubre la cabeza con las manos sin apenas moverse.

—Apartaos, no quiero sorpresas —Iker aparta al equipo—. Hola, somos el ejército y hemos venido a rescatarte, estate tranquila que ya estás a salvo —la tranquiliza.

El teniente no obtiene respuesta alguna, la chica sigue en posición fetal y ni siquiera levanta la cabeza para devolver el gesto a Iker.

Presenta una deshidratación considerable y está muy delgada, tendrá unos veintiocho o treinta años, pelirroja y con el pelo muy largo y sucio. Malviste un camisón azul celeste manchado por los restos de su propia orina.

El olor que sale del armario es insoportable, por lo que el equipo de Iker trata de sacarla para bajarla hasta la calle. Apenas se mantiene en pie. No parece que pueda contar nada de lo sucedido en estos momentos, por lo que proceden a su evacuación y salida del edificio.

Cuando dos soldados la ayudaban a caminar, un fuerte golpe acompañado de un gemido retumba por la escalera. El «amigo del segundo» parece que ha llegado a su destino, la puerta.

—¡Mierda! ¡Venga, venga, vengaaaaaa! —el teniente mete prisa a su equipo.

Rápidamente, Iker se echa al hombro a la chica y salen disparados escaleras abajo; ya no importa el sigilo, ahora prima huir de allí antes de que llamen la atención de más infectados. Al pasar por el segundo, los golpes son más violentos y la puerta tiembla, soltando un polvillo mezcla de madera y suciedad. Tiene hambre y ellos son su comida, por lo que nada ni nadie le va a detener en su empeño por derribar la puerta.

—Aquí Salvatierra, tened listo el tanque, que nos vamos cagando leches —ordena Iker por walkie a sus compañeros que esperan fuera.

—Afirmativo, teniente, aquí todo despejado —responde el soldado.

Iker respira aliviado, al menos la calle está despejada para que la salida sea sin ningún tipo de imprevistos.

Una vez atravesado el portal, el tanque espera con los motores en marcha y la escotilla abierta, y mientras tres soldados vigilan con sus armas la escena, Iker y Aitor levantan a la chica para que el soldado que se encuentra encaramado en lo alto del blindado la recoja y la meta en el interior.

Ahora toca salir de allí inmediatamente; finalmente han provocado demasiado ruido, y ahora la zona ya no es muy segura, si es que antes lo era.

El tanque toma dirección a la Castellana, por hoy ya han tenido bastante y la recompensa ha sido muy buena, inmejorable. Según están las cosas, un superviviente es un motivo de alegría, poco a poco van aumentando el número y la esperanza de salir adelante crece, aunque sólo sea en sus corazones.

—No habla y no reacciona a ningún estímulo, teniente. No parece estar infectada, pero el estado de shock que presenta me preocupa —comenta Aitor.

—Seguramente haya vivido una experiencia muy desagradable. Dale tiempo y verás como poco a poco sale adelante con la ayuda de los demás. Intenta darle agua a ver si la tolera —responde Iker.

El tanque vuelve sobre sus pasos y recorre el paseo del Prado en dirección plaza de Castilla. Allá al fondo, la bola de fuego en la que se ha convertido el Museo del Prado nos hace permanecer en silencio, un silencio sólo roto por los chasquidos de las destructivas llamas.