Madrid, 12 de noviembre de 2010. 11:00 horas.

Iker está repasando la lista de voluntarios que se han presentado esta mañana. Esta vez no han tenido tanta suerte como la semana pasada, solamente seis personas han llegado para echar una mano.

Nada más llegar, se activa de inmediato un protocolo que obliga a todo aquel que entra en el recinto a someterse a un férreo y estricto control sanitario para prevenir que la infección entre dentro y ponga en peligro a todo el grupo. Cada parte del cuerpo es revisada al detalle para descartar cualquier tipo de herida o mordisco que evidencie la presencia de la enfermedad.

Además de la revisión médica, los nuevos vecinos se ven obligados a permanecer unos cuantos días aislados de todos los demás supervivientes para así descartar definitivamente la posible presencia infecciosa del virus A-24.

No sería la primera vez que un superviviente presenta la enfermedad sin recibir previamente un mordisco. La simple salpicadura de una gota de sangre que entre en contacto con alguna parte del cuerpo que sea vulnerable, como, por ejemplo, boca, ojos o cualquier zona de mucosa, provoca a largo plazo la misma reacción de un mordisco.

Iker Salvatierra, teniente de la Brigada Paracaidista del Ejército de Tierra, está al mando de una de las mayores fuerzas de seguridad que aún resisten en la ciudad de Madrid. Muy pocos efectivos del ejército han sobrevivido al letal virus; de hecho, son uno de los grupos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, junto con la Policía, que más bajas presentan en sus filas.

Entre ejército profesional y supervivientes, suman apenas unas doscientas personas, un número desde luego muy bajo pensando que en Madrid viven, o vivían, varios millones de personas.

Afortunadamente, no todos los que faltan han caído, o al menos eso se cree. Muchos huyeron de la ciudad en cuanto las cosas se pusieron feas, kilométricos atascos en las salidas de la capital así lo demostraron, y aun permaneciendo muchos coches en la carretera parados o accidentados, lograron salir la mayoría. Aunque no se sepa nada de ellos, se espera que muchos hayan sobrevivido en sus casas y refugios.

La única ventaja que tienen son las armas. Muchos militares han caído, pero sus armas siguen ahí, por lo que el arsenal del que disponen es lo suficientemente grande como para abastecer a un ejército bastante importante.

Debido a que la mayoría de los cuarteles de Madrid están completamente infestados de muertos, toda la artillería y armas las tienen confinadas dentro del estadio Santiago Bernabéu, que tienen tomado como cuartel general de lo poco que queda del Ejército español.

Después de un mes de batalla, lograron que este mítico campo de fútbol, antes una seña de identidad de la ciudad, se convirtiera en un fortín prácticamente impenetrable y seguro, refugio de todos los supervivientes que se fueron acercando a la zona.

Dos tanques Leopard y un helicóptero Tigre completan este pequeño pero importante cuartel improvisado.

Iker y sus hombres no han salido a la «zona caliente» en toda la mañana, solamente se han aproximado a la puerta que da a la calle para recibir a los más que bienvenidos valientes que de alguna manera han logrado burlar las mandíbulas desafiantes de los infectados que pueblan la ciudad.

Todo el que entra cuenta historias horribles: todos han perdido a algún ser querido, han perdido sus casas porque jamás podrían volver en estas condiciones, tienen hambre, sed, y están cansados de huir y de esconderse a cada momento.

Los hombres de Iker lo saben, y les dan todo lo necesario para que puedan ir asumiendo la realidad, a la vez que les preparan para volver a salir ahí fuera, a defender lo suyo, su ciudad.

La radio de la que disponen aún logra captar de vez en cuando algún sonido parecido a una voz humana, pero sin poder distinguir nada claro. Lo único que queda patente es que en algún lugar todavía permanecen supervivientes y que estos están pidiendo ayuda.

La una y media, toca recuento de personal y revisión de armamento. Mañana a las nueve partirá una unidad con Iker al frente en uno de los Leopard. La misión, la misma que realizan cada cinco días, peinar la ciudad en busca de supervivientes.

El estadio permanece en un continuo estado de alarma, las zonas más altas que dan a las calles están vigiladas las veinticuatro horas del día por militares que se turnan cada cierto tiempo.

Iker está convencido de que, tras los muros del Bernabéu, aún quedan muchos supervivientes asustados e indefensos en sus casas, o escondidos en cualquier rincón esperando a ser devorados.

Ya ha pasado más de un mes desde que estallara esta crisis mundial, y en apenas ese tiempo todo se ha perdido y la humanidad se ha visto sometida a una extinción en cadena muy difícil de detener.

Apenas se sabe la suerte de otros países, salvo Alemania, donde con toda seguridad ha caído prácticamente la totalidad de la población.

Todos los ciudadanos que han logrado llegar hasta aquí han relatado que para sobrevivir han tenido que matar a algún infectado, y en alguna que otra ocasión, la víctima era conocida. Su gente, su familia, ha tratado de comerles vivos, con lo que ello conlleva psicológicamente hablando.

Ahora toca la dura tarea de ayudarles en todos los sentidos, antes de que lo den todo por perdido o de que voluntariamente se unan al ejército de muertos.