La desolación se apodera de nosotros. Lo que le ha ocurrido a David, el que la única arma de que disponemos esté sin munición y el hecho de que la situación ahí fuera es insostenible nos hace perder la esperanza. No puede ser que tengamos que acabar así.

En la habitación del fondo están los niños, ¡unos niños!; aún no les ha dado tiempo a vivir la vida, no saben lo que nos espera, son ajenos a la realidad, salvo Sergio, que tiene doce años y empieza a darse cuenta de que lo tenemos realmente difícil.

El chaval sabe perfectamente que ahí fuera hay cientos de personas que antes tenían sus vidas, sus familias, sus trabajos, y que ahora, por alguna extraña razón, nos acosan para devorarnos.

No sabe por qué pasa esto, sólo piensa en cuándo va a terminar y en poder volver a salir a jugar al fútbol con su equipo, como no hace mucho tiempo hacía. Piensa en sus amigos, dónde estarán, y si ellos también estarán escondidos como él. Se imagina que, si pudiera, él solito acabaría con la amenaza, como un superhéroe.

Araceli sigue con los pequeños, que totalmente ajenos al desastre, juegan con los cromos de fútbol y los intercambian entre ellos. Ella llora, no sabe si les va a poder salvar, quiere permanecer con ellos el máximo tiempo posible, ya que probablemente no les quede mucho.

Pedro revuelve en un armario, está buscando su walkie, que tomó «prestado» de la comisaría. No sabe si dará resultado, pero va a intentar contactar con alguien, si es que existe ese «alguien» para poder hacerlo.

Por fin da con él, tiene batería suficiente —lo tiene junto con un cargador—, lo enciende y pone el canal que la policía de Madrid tiene asignado.

—Estoy emitiendo desde una urbanización de Vallecas. Somos supervivientes, necesitamos ayuda. Si alguien escucha esto, por favor, contestad a la llamada.

El mensaje lo repite varias veces, prueba con diferentes canales, lo único que consigue recibir es un ruido de interferencia muy molesto.

Lo seguirá intentando cada media hora, desde luego es muy tozudo y no descansará hasta que llegue su mensaje.

No sabemos si las antenas que sostienen este modo de comunicación funcionan o si estamos perdiendo el tiempo, pero no tenemos otro modo de comunicarnos. Desde que llegamos a casa de la aventura del rescate de Soraya, los móviles no funcionan; se ve que las operadoras han caído y sus empleados seguramente estén vagando por sus pasillos.

La imagen en mi cabeza me aterra, espero que en algún lugar de Madrid la gente superviviente haya podido crear algún tipo de campamento aislado, y que hayan logrado impedir que los muertos entren en él.

Con la caída de las líneas de teléfono e internet, se acabaron nuestras esperanzas de volver a hablar con los nuestros.

La televisión tampoco nos sirve de mucho. De los casi cincuenta canales de TDT, sólo parece funcionar la cadena pública nacional, aunque sin emisión: el logotipo en grande de la cadena está fijo en la pantalla con un escueto mensaje debajo que pone «Permanezcan atentos a la emisión». En los demás canales, niebla y ruido. Toda la tecnología del siglo XXI se ha ido a la mierda, hemos vuelto de un plumazo a la época de la Edad Media.

No sé nada de mis padres y hermanos, lo último que supe antes de cortarse las líneas era que ya estaban todos juntos a falta de mi hermana Lola y con la despensa llena. Sólo espero que no se les haya ocurrido salir bajo ningún concepto.

Cristian empieza a desesperar, lleva más de una hora dando vueltas por la casa, con la cabeza baja e inmerso en sus pensamientos. La verdad es que me está empezando a dar miedo la situación personal de cada uno de nosotros, aunque él es un tío bastante tranquilo, muy consecuente con lo que dice y hace.

Pero no es eso lo que me preocupa realmente. Lo verdaderamente preocupante es la debilidad física y psicológica que presentan Soraya y Lorena. Ambas han vivido un episodio bastante traumático, sobre todo Soraya, y no sé si aguantarán cualquier decisión que tengamos que tomar.

Me asomo al mirador, en el horizonte se aprecian varias cortinas de humo, el fuego está devorando varios edificios. El paisaje cada vez es más desolador, parece que estamos en guerra.

Nadie habla, el silencio sólo es roto por el incesante sonido de las interferencias que el walkie de Pedro produce. Lo golpea una y otra vez con la mano, como si de esa manera alguien al otro lado fuera a reaccionar y decirnos que vienen a rescatarnos.

—Mierda de aparato, siempre falla cuando más lo necesitas —protesta Pedro.

Se me ha ocurrido hacer un inventario de las provisiones que tenemos, más que nada por entretenerme, y de paso ver de cuánto tiempo disponemos antes de que todo se acabe y realmente tengamos un serio problema.

Lorena me ayudará, y así de paso le servirá para distraerse un poco. Como siga así, caerá en una depresión y no podrá hacer nada.

Aún tenemos electricidad, no sabemos hasta cuándo, así que ponemos música no muy alta para amenizar un poco la estancia en nuestro particular búnker. Parece que un sonido que no sea el de los gemidos de los infectados estimula un poco a la gente, que se muestra más animada, incluso Soraya tararea la letra de una de las canciones de Estopa. Veremos a ver hasta cuándo dura este pequeño relax.

Han pasado ya dos horas y el inventario está terminado. Según mis cálculos, tenemos comida y bebida para unas cuatro semanas más, siempre y cuando respetemos las cantidades a tomar por cada uno de nosotros, salvo los niños, que evidentemente no se van a quedar con hambre o sed.

La radio no da señal, ni la televisión emite nada nuevo que no sea esa imagen congelada, y el walkie de Pedro sólo nos da ruido y más ruido.

He estado pensando entre canción y canción que sale del equipo de música de Pedro y creo que quedarnos aquí todos sería a la larga un suicidio colectivo, y no estoy dispuesto a ello ni mucho menos.

Con los niños en su cuarto, he reunido a todos los demás en el salón. Tengo que explicarles qué es lo mejor que podemos hacer para garantizar la supervivencia de todos, o al menos de la mayoría.

—Vamos a ver, después del inventario que he realizado, nos queda para aguantar un mes encerrados aquí dentro contándonos a todos —comento.

—Muy bien, ¿y qué quieres decir con eso? —pregunta Pedro.

—Lo que quiero decir es que, si salimos alguno de nosotros en busca de ayuda o provisiones, podríamos aumentar este tiempo al ser menos bocas para alimentar —contesto.

—Tú estás loco, tío. ¿Qué pretendes? ¿Que nos devoren en el intento? —vuelve a protestar Pedro.

—No, Pedro, no estoy loco. Podríamos intentar buscar esas fuerzas de rescate que nos dijeron en el comunicado de la tele y, de paso, buscar más provisiones en alguna tienda que esté sin saquear —respondo con seguridad.

Todos callan y se miran los unos a los otros, están pensando en mis palabras fríamente, dejando a un lado los miedos y las inseguridades que les provocan sus conciencias.

—Yo pienso ir. Si alguien se quiere unir, que lo haga, pero lo que no voy a consentir es quedarme aquí esperando una ayuda que con toda seguridad no llegará nunca —comento levantándome de golpe del sofá.

Una vez más, silencio, nadie se atreve a protestar ante mi rotundidad. Lo tengo muy claro, y aunque me cueste la vida, lo tengo que intentar.

—Yo voy contigo —Cristian se une a mi plan poniéndose en pie.

—No me dejáis opción, necesitáis al único de aquí con algo de preparación para situaciones de emergencia —dice Pedro.

—Sólo quiero deciros que, vaya solo o acompañado, yo me iré seguro —añado antes de que nadie vuelva a protestar.

Como era de esperar, las chicas no están de acuerdo, no quieren separarse de nosotros en estos momentos tan difíciles, y es normal.

Araceli tiene miedo de que a Pedro le pase algo y se quede ella sola con los niños, aunque debido a su condición de policía nacional, ya estaba acostumbrada a vivir con el peligro y la incertidumbre de si llegará o no llegará del trabajo.

Lorena no dice nada, simplemente me mira con los ojos vidriosos, esos mismos ojos azules que en su momento me cautivaron y me hacen perder la razón. Ella es una chica muy buena, muy frágil y cariñosa, le hace mucha falta el contacto, el abrazo, sentirse protegida, y con mi posible marcha, esa protección aparente se esfuma, quedándose a merced de una despensa y un techo donde protegerse, pero sin un hombro donde poder desahogar sus miedos.

Soraya lo entiende, pero ya ha vivido demasiadas experiencias y prefiere quedarse en la casa a la espera de noticias y así garantizarse un refugio, aunque sea por poco tiempo. Al menos no correrá el peligro de tener que enfrentarse a las hordas de muertos que pueblan las calles.

—No voy a permitir quedar como la cobarde, yo también quiero ir con vosotros y no aceptaré un no por respuesta —comenta Marta.

—Pues creo que harás más falta aquí dentro, eres la más fuerte de las chicas y probablemente te necesiten más que nosotros —comenta Pedro.

—Eres un machista, tío. ¿Qué te crees? ¿Que una tía no es capaz de salir ahí fuera y afrontar la situación como tú? —responde Marta desafiante.

—No he querido decir eso, sólo que aquí harás más falta, nada más —contesta Pedro.

—Me da igual lo que penséis, iré y punto —apuntilla Marta. Y tras sus palabras abandona bastante enfadada el salón seguida de Soraya y Lorena, que corren para tratar de calmarla.

No tenemos opción, Marta quiere venir y creo que es lo mejor para todos hacerle caso, tendríamos más posibilidades de tener éxito en la salida. Ahora lo que debemos hacer es preparar bien la huida de la urbanización, elegir con el mapa de carreteras que le cogí prestado a José Miguel —«el dependiente»— el itinerario a escoger y preparar los elementos básicos para llevar con nosotros.

Hemos pensado que no llevaremos nada de provisiones, que nuestra primera parada será algún supermercado y allí repondremos víveres, ya que si nos llevamos algo de lo que disponemos actualmente, los cálculos que hemos hecho para que las chicas aguanten no servirían de nada.

Nos ponemos manos a la obra. Pedro tiene más experiencia en este tipo de mapas, y aunque este barrio no era de su jurisdicción, conoce la zona y sabe guiarse perfectamente.

Cristian cree que es mejor esperar un par de días para marchar. La noticia ha caído como una losa en las ya de por sí deprimidas chicas, por lo que lo hemos pensado un poco mejor, y sí, esperaremos hasta pasado mañana para partir.

A Lorena, desde luego, le hemos alegrado el día, no se separa de mí ni para ir al baño, lo cual me preocupa mucho, no sé si podrá aguantar la presión por mucho tiempo sin estos abrazos.

Sólo nos toca esperar, y ahí fuera la situación es cuanto menos preocupante. Media ciudad arde, la otra media se desangra.