Todos estamos petrificados, la cara de David refleja la derrota. No puede ser que esto esté pasando justo en este momento, ahora no.

Sus ojos permanecen fijos en los míos, me están diciendo de todo, no paran de decirme cosas, su expresión grita en silencio.

Nos conocemos desde que estábamos en el colegio, después llegó el instituto, y junto con Cristian, vivimos nuestra adolescencia juntos, somos los mejores amigos. Cada uno eligió su propio camino, pero siempre permanecimos unidos a pesar de las profesiones tan distintas que ejercíamos.

David es un tío noble, muy divertido y muy profesional. Sus interminables horas en la redacción le valieron para ganarse varios ascensos, y también para ganar una experiencia inolvidable realizando varios viajes como corresponsal. Estuvo en Irak en plena guerra, se la jugó varias veces metiéndose por medio en pleno enfrentamiento, y todo por contar la noticia al minuto de que se produjera. Muchas veces he temido por su vida, su ambición y sus ganas de hacerlo bien han dejado a más de uno al borde del infarto.

Es bueno jugando al fútbol. En nuestro equipo de la adolescencia era nuestro portero estrella. Su carácter ganador nos hacía correr más, nos contagiaba de su optimismo, e incluso los rivales le respetaban. No creo que olvide sus broncas bajo los palos en pleno partido.

El mes pasado cumplió los treinta y dos años, y no lo pudo celebrar como él quería; el seguimiento de las elecciones en Brasil le obligaron a viajar para cubrir la noticia, como siempre.

Ya no habrá más viajes, no habrá más fútbol, no nos correremos más juergas. David ya está muerto, aunque se siga manteniendo en pie y sea consciente de su fatal destino.

Ahora mismo, dentro de él corre un virus letal, destrozando todo a su paso, y no parará hasta llegar hasta su destino: el cerebro.

No sé exactamente cuánto tiempo necesita el virus para matar a su portador y volver después a levantarlo convertido en un monstruo, pero lo que está claro es que aquí no se puede quedar, y aunque me parece muy cruel tener que hacerlo, tenemos que aislarlo inmediatamente.

—David, yo… —le comento.

—Déjalo, Alfonso —me interrumpe—. Sé que no puedo quedarme aquí, sería un peligro para vosotros y para los niños.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunto cogiéndole de la mano.

—Tengo frío, me duele mucho la herida —responde.

Pedro le pone la mano en la frente, y tras unos segundos, nos mira a los demás.

—Está ardiendo, tiene fiebre —dice—. David, te tienes que ir ya, la reacción es muy fuerte en ti, dentro de poco tiempo serás como uno de ellos.

—Ya lo sé, no me agobies, dejadme unos minutos a solas, por favor —responde David.

Todos salimos del salón, le dejamos mirando de nuevo por el mirador, con la mirada perdida en ningún sitio. Es mejor dejarle tranquilo unos instantes, no debe de ser nada fácil saber que en poco tiempo estarás muerto.

Lo que tengo claro es que bajo ningún concepto le voy a entregar a las bestias hambrientas, y Cristian tampoco lo desea, todos estamos de acuerdo en eso.

La puerta del salón se abre, tras ella aparece David, su mirada es bastante más serena que antes y su gesto trasmite una paz que no me esperaba.

—No quiero que discutáis más por mí, he tomado una decisión: me voy.

Marta comienza a llorar, no puede soportar ver cómo se va, y acercándose lentamente, acaricia con sus manos la mejilla del muchacho.

—Estás ardiendo, David. Por favor, no dejes que te atrapen, vete con dignidad. Prométemelo —le pide entre sollozos.

—Te lo prometo, este cuerpo serrano no lo probarán esas ratas —bromea para tranquilizarla—. Cruzaré las vías e intentaré llegar hasta mi coche que está en la calle de Alfonso. Si lo consigo, me gustaría llegar hasta la casa de mis padres, aunque no sé si me dará tiempo.

—David, no creo que tus padres lo hayan conseguido y lo sabes. No volvieron a contestar al teléfono —intento razonar.

—Lo sé. Me gustaría morir donde lo hicieron ellos —responde.

Ni nos podemos negar, ni le podemos retener y mucho menos ayudar, su vida acabará en poco tiempo y tiene derecho a acabarla cómo y dónde quiera.

Nos deja todo lo que nos pueda servir, y a continuación, echa una última mirada a todo lo que deja atrás. Muy pocas personas tienen la oportunidad de poder despedirse antes de partir; desde luego, yo preferiría no tener que hacerlo jamás, no quisiera ser consciente de que me voy, sólo el pensarlo me hace morirme de pena.

No puedo evitar llorar, David es mi amigo de toda la vida, y sé que ya no le voy a volver a ver. Me abrazo a él llorando, no quiero que se vaya.

—David, joder, tú no te mereces esto. Esto ya no merece la pena si tú no estás, todo se ha acabado.

—Te equivocas, Alfonso, esto no acaba aquí, tenéis la oportunidad de sobrevivir. Y no me digas que ya no merece la pena continuar luchando. Tienes a tu familia, los niños, tu novia. No seas egoísta. Júrame que sobrevivirás —me dice mirándome a los ojos vidriosos.

—Te lo juro, David, cuenta con ello. Allá donde estés, échanos una mano —le respondo.

Lorena está destrozada; sentada en el sofá, se tapa la cara con las manos, sus sollozos se escuchan por todo el salón, y Marta la abraza fuertemente. Soraya no está mucho mejor, se siente culpable, ya que, si esto ha pasado, es por ir a rescatarla. No hay consuelo posible para ellas.

David es un tipo fuerte, se muestra frío y está manteniendo el tipo con nota.

—No se os ocurra seguirme, no me gustaría utilizaros como cena —bromea.

Logra sacarme una sonrisa de los labios, y con un último abrazo, se dispone a salir de la casa, no sin antes despedirse de los demás.

La puerta despide a mi amigo, y al cerrarse, da por finalizada una historia de muchos años, y todo por culpa de un virus que ha mandado el mundo a la mierda, que ha destrozado las ilusiones de toda una civilización que nos creíamos invencibles.

Con él, se va también parte de mi esperanza y parte de mi vida, y aunque le he jurado que voy a sobrevivir, mi corazón me traiciona constantemente.

No quiero asomarme a ver cómo se va, porque seguramente no llegue ni a poder cruzar la calle, la masa enseguida lo abordará y no quiero ni imaginarme lo que harán con él.

Qué más da uno más, lo que realmente me duele es que David no podrá descansar en paz, permanecerá por siempre vagando entre las calles que un día le vieron crecer.