Todo está oscuro, apenas entra luz entre las persianas bajadas. Sentada en el suelo de la habitación, su respiración es cada vez más acelerada. Golpes y más golpes, incesantes, no paran, no duermen, nada les detiene y la situación es insoportable.
Sale de la habitación gateando —no se atreve a ponerse de pie por si notan algo raro—, siempre con el móvil en la mano y el cargador en un bolsillo.
Ahí fuera sólo se escuchan sus horribles gemidos y sus golpes; a veces se distingue algún que otro grito de alguien que aún está vivo y trata de ponerse a salvo, otras veces se escuchan disparos lejanos. Son muchas horas sin poder dormir, uno aprende a distinguir cada uno de los sonidos que se producen en la calle.
Conoce su casa a la perfección. Es un bajo de dos habitaciones bastante pequeño, pero acogedor. Hace poco hizo una reforma que convirtió su piso en una especie de casa moderna y futurista.
Ahora la sensación que tiene es la de estar en una tumba, enterrada entre un sinfín de miedos y siniestros pensamientos. Atrapada en su propio hogar, esperando a que la Muerte llame a la puerta y se acomode en su recién estrenado sofá para que la infeliz le sirva una taza de té antes de llevársela con Ella al fuego eterno.
Soraya no aguantará mucho más tiempo sin volverse loca, o sin caer en manos de esos monstruos malditos y hambrientos. Agazapada entre su cama y el armario, mantiene la respiración, trata de calmarse pensando en que pronto pasará todo, aunque sepa que es mentira.
A pesar de la oscuridad, se ve reflejada en el espejo que recorre de arriba abajo la puerta corredera de su armario. Casi no se reconoce, su imagen parece fantasmagórica, aprovecha para atusarse un poco su pelo rubio. Vaya pintas que tengo, piensa la pobre.
Un golpe seco hace saltar el polvo de la puerta de entrada. Un golpe más con esa fuerza y conseguirán romperla sin ningún problema. Ahora se arrepiente de no haber comprado aquella puerta blindada que el dependiente de la tienda de muebles trataba de venderle casi rozando la pesadez más extrema.
Qué más da, en vez de con unos pocos golpes, la acabarían tirando con unos cuantos más, piensa mientras apoya la cabeza en la cama.
A unos pocos kilómetros de esa casa recién reformada, seguimos pensando en alguna forma segura de presentarnos allí y traerla con nosotros sin correr ningún riesgo.
Evidentemente, los niños se quedarán aquí junto con su madre y Lorena. No ha habido manera humana de convencer a Marta de que se quede. Soraya es su amiga del alma y no va a permitir que nos larguemos sin ella. Yo ya le comenté que por mí no había problema, pero las demás chicas se habían cerrado en banda.
Quiénes vamos está claro, el cómo y el cuándo ya es más difícil de decidir. Pedro quiere que vayamos todos en un mismo coche con algo de comida y bebida por si algo falla y tenemos que pasar más tiempo del necesario fuera. Me parece bien, pero estaría mejor contar con algún plano de la ciudad, no sólo para calcular bien las rutas posibles para llegar a su casa, sino también para poder tener una visión más global de Madrid a nivel de carreteras y calles.
Como no podía ser de otra manera, nadie tiene una guía de la ciudad disponible, y la única que hay la tiene David en su coche, y claro, nadie va a volver a mi casa a por ella, bajo ningún concepto.
—¿Os parece si en el momento de ir a por Soraya, paramos un momento en la gasolinera que hay al salir hacia la avenida de la Albufera para coger una guía de carreteras? —pregunta Cristian.
—Pues me parece una sandez como una casa, tío —replica Pedro—. En el caso de que fuésemos a la gasolinera, sería al volver, no al ir precisamente, y no sólo a por una guía de carreteras, sino a ver si podemos coger algo más de comida y, si es posible, llenar el coche de gasolina.
—Bueno, sí, me parece más lógico lo que dice Pedro, creo yo —comenta David.
—Bueno, pues no se hable más, cuando tengamos ya a Soraya, nos acercaremos a la estación de servicio a ver qué nos podemos llevar —comento—. Además, es cierto que para ir a casa de Soraya no nos hace falta plano alguno, yo conozco por lo menos tres caminos diferentes para llegar hasta allí.
—Pues no se hable más, en cuanto queráis, nos ponemos en marcha —comenta Pedro.
De pronto, Eva grita desde su habitación, todos corremos hacia ella. Se encuentra asomada a la ventana. Automáticamente mi hermana la abraza y la sienta en la cama. Me asomo para ver qué ha hecho gritar a mi sobrina, y lo que veo me deja sin palabras.
Cientos de personas infectadas abarrotan los alrededores de la urbanización, seguramente el ruido de los coches ha atraído a esos desgraciados que siguen llegando poco a poco. Alguno empieza a golpear la verja de la entrada. Menos mal que es fuerte y resistirá por ahora el asedio.
La cosa se complica: son demasiados, no sabemos si podremos salir de aquí entre tanta marea humana en la calle; aunque consiguiéramos derribar a muchos de ellos con el coche, la masa lo detendría y estaríamos completamente perdidos, sin ninguna posibilidad de sobrevivir.
La única solución que se me ocurre es llamar la atención de los infectados en una dirección opuesta a la de nuestra huida, pero ¿cómo?
Araceli vuelve al salón después de lograr calmar un poco a Eva; anda nerviosa de un lado a otro, con la mirada perdida.
—¿Y ahora qué hacemos, Alfonso? —me pregunta Marta con cara de preocupación.
—Creo que si les distraemos en otra dirección, podremos salir del garaje con un poco más de seguridad.
—¿Distraerles cómo? —pregunta Pedro.
—Pues unos que bajen a la verja para atraer su atención, ya que rodea toda la urbanización, y como es redonda en su estructura, ellos avanzarán en dirección opuesta a la de la salida del garaje. ¿Creéis que funcionará? —pregunto.
—Pues creo que no nos queda otra opción —contesta Cristian.
—Vale, pues como ya sabemos quiénes vamos a ir en el coche, los demás serán los que bajen al patio a distraerles, pero alguien se tendrá que quedar con los niños, están muy asustados —le indico a Cristian.
—Yo bajaré junto con Araceli, y Lorena que se quede con ellos. ¿Os parece bien? —pregunta Cristian.
—Perfecto, ya lo tenemos todo claro, ahora sólo queda ponernos en marcha.
—¡Venid todos, corred! —grita Araceli desde el salón.
Todos salimos en estampida hacia allí, llevamos un buen rato de sobresaltos.
Araceli se encuentra sentada en el sofá con el mando aún en la mano, su mejilla reposa en la otra mano en señal de preocupación, y en sus gafas se refleja la imagen proyectada por la televisión.
—¿Qué ocurre, Araceli? —pregunta Pedro.
—Mirad, están transmitiendo en directo desde Madrid, es una reportera de La Primera.
La 1 está emitiendo en directo desde la azotea de una de las Torres de Europa, por lo visto no pueden bajar de allí debido a que el edificio se encuentra totalmente invadido por esos seres. Desde allá arriba enfoca los alrededores del paseo de la Castellana, los aledaños del estadio Santiago Bernabéu y las calles cercanas, y lo que muestran las imágenes es desolador.
Miles de muertos caminan libremente sin oposición ninguna, la policía y el ejército se atrincheran en una de las esquinas de Padre Damián y tratan de reducir a la mayor parte posible de infectados, pero les resulta imposible parar a las hordas de muertos que avanzan hacia ellos.
Muchos de ellos caen, aún se ven coches particulares en plena huida, algunos no lo consiguen y son víctimas de los hambrientos seres.
La reportera está histérica, casi no se le entiende, repite una y otra vez que Madrid está totalmente perdida, que la infección ha ido demasiado deprisa y que no se puede hacer nada para salvar a la ciudad. Pide que nos refugiemos en nuestras casas y que no salgamos para nada.
—No salgan de sus casas, repito, no salgan de sus casas. Madrid está completamente invadida por personas infectadas totalmente fuera de sí. Nosotros nos encontramos atrapados en la azotea de Torre Europa, ya que el edificio está lleno de «ellos», no tenemos posibilidad de bajar. Aprovechamos la posibilidad que tenemos de emitir en directo para pedir a las autoridades que nos vengan a rescatar. Repito: no podemos salir, cada vez están más arriba y es cuestión de tiempo que entren aquí, no tenem… gggggggggggggggssssshhhhh.
La señal se interrumpe sin dejar terminar de hablar a la asustada reportera. Inmediatamente, la imagen de S.M. el Rey Don Juan Carlos 1 aparece congelada en la pantalla. A continuación, su voz se hace presente en todo el salón. Es un comunicado oficial, otro más.
—España ha sido víctima del virus A-24, al igual que todo el planeta, y la humanidad tal cual la conocemos ha sido gravemente dañada. Ya son millones de muertos en todo el mundo, y por tanto, millones de muertos vagando por esto que antes llamábamos «Tierra».
»Todos los supervivientes de las Fuerzas de Seguridad están tratando de reorganizarse e intentar reclutar a la mayor cantidad de civiles posible para hacer frente a esta invasión.
»Animo a todo el que tenga la posibilidad de escuchar este mensaje a unirse a esta nueva fuerza para ayudar en lo posible. Han sacado los tanques a las calles, recorrerán la ciudad en busca de supervivientes.
»Ya no sólo deseo suerte a nuestra nación, sino a toda la humanidad. Que Dios nos perdone por nuestros pecados, que hoy pagamos.
Su imagen desaparece para dar paso a la niebla. La señal se ha perdido, creo que ya definitivamente, su mensaje ha sido lo último que seguramente veamos o sepamos en mucho tiempo.
Araceli mira fijamente la pantalla, lo que acabamos de oír es mucho peor de lo que imaginábamos: el mundo que conocíamos se ha ido a la mierda en menos de un mes.
No sabemos si Soraya tendrá puesta la tele. Ojalá que no, mejor que no sepa la realidad de ahí fuera, ni tampoco sería muy inteligente que la tuviera puesta sabiendo que les pondría aún más nerviosos.
La duda ahora es si auxiliar a Soraya o esperar a que uno de esos tanques llegue hasta nosotros y unirnos a la ayuda que propone el Rey.
Será mejor que pensemos en frío. Ahora, decidamos lo que decidamos, seguro que nos equivocamos.