Amanece un nuevo día en Madrid y, a pesar de la fecha, octubre aún nos regala algún que otro día soleado.
La noche la hemos pasado prácticamente en vela, no hemos parado de hablar del tema y de lo que pasaría si llegase el virus a España, a Madrid. Sólo muy de madrugada nos hemos acostado para ver si podíamos dormir algo, pero ha sido difícil. Lorena no hacía más que dar vueltas en la cama.
Ahora ya estamos todos en pie de nuevo. David prepara el desayuno como me imaginaba, ya que a las seis de la mañana ya estaba otra vez con la tele puesta mientras Cristian roncaba plácidamente a su lado en el sofá. Supongo que porque aún no es muy consciente de lo que pasa.
En el telediario matinal avisan de un mensaje del Rey a las nueve de la mañana, lo van a retransmitir en todas las cadenas que emiten en TDT a día de hoy.
¿El Rey? Esto ya se está poniendo muy feo. Todos callamos, a mí desde luego no me apetece ni desayunar, aunque será mejor alimentarse, algo me dice que dentro de poco estaré harto de comer latas frías en cualquier sitio.
—¿Qué creéis que va a decir el Rey? Algo que no sepamos seguro, este sólo sale en situaciones de emergencia o en Navidad. —Cristian trata de desperezarse exageradamente estirando sus brazos hasta lo imposible.
—Pues no sé qué dirá, pero me huele mal. La cosa está fea —le respondo.
Por fin dan las nueve, estamos todos pegados a la pantalla. El emblema de la Casa Real aparece acompañado del himno nacional. Un primer plano de Su Majestad el Rey ilumina mi salón. Se encuentra sentado, vestido de gala con el uniforme militar y detrás de él está el Príncipe de Asturias, puesto en pie. Los rostros de los dos son un auténtico poema. Por fin, el Rey Don Juan Carlos comienza a hablar:
—Estimados compatriotas. De todos es sabido la situación delicada que están atravesando nuestros vecinos europeos. No hace falta que les diga la gravedad del asunto, dada las informaciones que nos llegan desde los principales países afectados.
»El virus se ha presentado ya en diferentes continentes, y aunque en menores casos, ya está presente en la mayoría de países del mundo.
»En España, las zonas más afectadas son las fronterizas con Francia, así como las provincias vecinas.
»Estados Unidos está preparando una ofensiva a nivel mundial, y ha pedido la colaboración de Naciones Unidas.
»En estos instantes, viajan hacia Washington representantes de los ejércitos de varios países de todo el mundo, incluido el nuestro, para elaborar un plan de acción contra la infección.
»Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado están trabajando sin descanso en las zonas donde se han presentado más casos, y trataremos de controlar la situación lo más rápidamente posible.
»Tanto la Familia Real, como el Gobierno de España y sus instituciones, serán evacuados en el menor tiempo posible a un lugar protegido hasta que se pueda garantizar la seguridad de los mismos, quedándome al mando de todas las Fuerzas de Seguridad españolas.
»Recomiendo a todos los españoles que procuren no salir de sus casas si no es estrictamente necesario; eviten los hospitales y zonas de posibles aglomeraciones de personas, como transporte público, grandes superficies o lugares públicos.
»Estamos ante la peor situación que ha vivido nuestro país desde la Guerra Civil, y por ello les animo a mantenernos unidos y, sobre todo, a no perder la esperanza de que todo pase pronto.
»Me despido no si antes recordarles las recomendaciones anteriormente aconsejadas, y desear suerte a todos aquellos que vayan a combatir esta epidemia tan inesperada como cruel.
»Buenos días.
El himno nacional despide su discurso; después, pantalla en negro. El programa cortado por el mensaje sigue su curso.
Repentinamente suena el timbre de la calle. Es el repartidor del supermercado. Casi me da un infarto, qué oportuno.
Y sin dar opción a que suban los muchachos del súper, el móvil suena desde la otra punta de la casa. Es mi madre.
—Hijo mío, esto es el fin, es el fin del mundo, el apocalipsis que anunciaba la Biblia.
—Mamá, deja de decir bobadas, por favor, aquí nadie va a morir. Y deja de pensar que es el fin del mundo, ¿no has oído lo que ha dicho el Rey? Están preparando algo para solucionarlo, no creo que los líderes de todos los países se queden de brazos cruzados.
—Pues yo creo que no están preparando nada, para mí que lo que hacen es huir como perros a sus respectivos escondites.
—No pienso lo mismo, mamá. El Rey dice que él se queda al mando, eso que dices es una sandez. Escúchame, vete ahora mismo al súper de la esquina, llévate contigo al tío Goyo y a papá, y compra todo lo que se te ocurra como para pasar una temporada sin tener que bajar a la calle para nada. Y pídeles que te lo acerquen a casa hoy mismo, ¿de acuerdo?
—Vale, hijo. De todas formas ayer ya hice una compra de urgencia con algunas cosillas, pero ahora le digo a tu tío que nos bajemos. Alfonso, prométeme que estarás en contacto conmigo hasta que todo esto pase.
—Te lo prometo. Estate tranquila y llama a Javi, dile que, esté donde esté, que vaya para casa ya y se quede contigo.
—Ahora le llamo. Venga, hijo, ten cuidado.
—Adiós, mamá.
Mientras ha durado la conversación, los repartidores del súper han ido subiendo poco a poco la compra de ayer. Desde luego, han alucinado con la cantidad de cosas que hemos comprado, y sus pobres riñones también.
Los chavales son ajenos a las palabras del Rey, están currando mientras todo el mundo trata de prepararse para lo peor.
—Chicos, no sé si os habéis enterado, pero yo que vosotros me iría directamente a casa… al menos es lo que yo haría.
—Antes de subir me estaba llamando mi madre. Tengo la furgoneta llena todavía, pero me parece que se va a quedar sin repartir. Gracias de todas formas por avisarnos —nos responde el repartidor mientras nos muestra el móvil.
—Pues me puedo considerar afortunado de que me subieras la compra. Muchas gracias y que tengáis suerte.
Los chicos salen de mi casa rumbo a su furgoneta de reparto. Espero que no tengan consecuencias en el trabajo por preferir ponerse a salvo. Aunque con los jefes de hoy en día seguro que sí, porque les importa más lo laboral que lo personal.
Estoy realmente acojonado, tenemos prácticamente enfrente de mi casa el Hospital Infanta Leonor, precisamente un posible foco del virus.
Estoy asomado a la ventana. Se me ocurre ir a por mis prismáticos, a los que habitualmente no hago ni caso. Ya no sé ni cómo funcionan, pero a base de dar vueltas a una ruedecita, consigo meterme prácticamente dentro del hospital.
Lo primero que veo son las vías del tren que dan a la estación de Renfe de Vallecas. Y tras la estación, asoma el hospital, majestuoso y nuevo.
En el parking no hay movimientos raros, parece todo normal; sigo subiendo por la fachada. Me ha parecido ver a gente correr por la zona de urgencias, quizá sea un paciente grave.
—¿Qué estás mirando, Alfonso? —pregunta Lorena.
—El hospital. Según el Rey, hay que evitarlos porque son un foco de infección y lo tenemos justo enfrente de casa —respondo sin quitar ojo de la blanca fachada del Infanta Leonor.
—¿Y ves algo?
—Nada raro. En urgencias se ve algo más de movimiento, supongo que lo normal. Pero espera un momento…
—¿Qué pasa? —pregunta David, que se acaba de unir a la conversación.
—Veo a gente correr en todas direcciones, no logro ver el porqué, pero por una urgencia no es, desde luego.
—Trae aquí un momento los prismáticos —Cristian me los arrebata.
—Los que corren no son médicos, son pacientes; algo está pasando allí.
—¡¿Qué dices, Cristian?! —Lorena está asustada y ya empieza a dar muestras de ello.
—Míralo tú misma.
Cristian le pasa los prismáticos a Lorena, que acercándose a la ventana, se dispone a adentrarse en el hospital.
—En una de las plantas se ve movimiento de gente paseando, pero no veo a los que corren —explica Lorena inmersa en la profundidad que le ofrecen los binoculares.
—Trae un momento, Lorena —le vuelvo a quitar los prismáticos.
Tras un momento observando los movimientos de aquella gente, entiendo perfectamente lo que está pasando.
—Esa gente que has visto no pasea. Son ellos, los infectados, y están frente a mi casa.