—Tienes una casa muy bonita —Sergio estaba parado en la entrada contemplando el enorme salón, con tres balcones—. Es muy grande.
—Sí. Tenía tres dormitorios, pero nosotros preferíamos habitaciones grandes y tiramos tabiques. No veas qué lío montamos… Hicimos una gran reforma. Ahora sólo tiene un dormitorio —Laura paseó la mirada por el enorme salón—. Me encanta esta casa. Pero, si he de decirte la verdad, me siento un poco sola aquí. Tiene demasiados recuerdos para mí.
—¿Vivías con alguien?
—Sí, pero ahora vivo sola. Voy a la habitación a llenar una maleta…
Escapó corriendo de las preguntas incómodas. Desde su cuarto oía hablar a Sergio.
—¡Cuántas fotos! ¿Este hombre es tu padre? ¿Vivías con él?
A Laura le dio un vuelco el corazón y salió corriendo al salón. Sergio estaba de pie junto a las estanterías llenas de libros, con una fotografía en las manos.
—¿Es tu padre? —alzó la cabeza de la fotografía al verla entrar.
—No, es… Es mi marido.
Sergio abrió unos ojos como platos y se encaminó hacia donde ella estaba, blandiendo la fotografía en la mano como si fuera un arma.
—¿Tu marido? Me dijiste que no estabas casada… ¿Por qué me has mentido? Una cosa es que no nos contemos ciertos asuntos de nuestras vidas y otra muy distinta es mentir, Laura.
—No te he mentido. Ya no estoy casada, mi marido murió hace un año.
—Ah… Vaya… Yo… Bueno, lo siento.
Fue hasta el sofá y se sentó.
—Ven aquí —dijo, dando una palmadita en el asiento, junto a él. Laura se sentó a su lado—. ¿Por qué no me habías dicho que eres viuda?
—Tú no me has contado nada de tu vida. ¿Por qué razón iba yo a contarte algo de la mía?
—Laura, yo te he contado cosas de mi vida. Sólo te he dicho que hay algunos aspectos que no quiero compartir contigo. Pero si fuera viudo te lo habría dicho, créeme.
—No ha salido la conversación. Además, no me siento bien hablando de Daniel. Desde que te conozco, cuando pienso en él tengo la impresión de estar traicionándolo.
—Era mucho mayor que tú, fíjate que lo había confundido con tu padre —Sergio miraba la fotografía con atención, como si quisiera grabar en su mente los rasgos de ese hombre que había conocido a Laura antes que él.
De pronto sintió pena por ella: en ningún momento se había preguntado cómo se sentía Laura con el rumbo que había tomado su vida desde que se conocieron. Sólo sabía que la necesitaba para no pensar en otras cosas, para no caer en la desesperación. Pero ¿y ella? Nunca se le había ocurrido pensar en ella como en una persona, sino como en una solución a sus problemas, o como una ayuda para superarlos. Era injusto. Ella se merecía lo mejor.
La acarició con ternura.
—¿Cómo se llamaba?
—Daniel.
—¿Eras feliz con él?
—Sí.
Alguna vez tendría que hablarle de sus dudas, nunca había comentado con nadie sus verdaderos sentimientos por Daniel. Se los había guardado para ella sola porque temía decepcionar a los demás. Pero Sergio no era Celia ni Antonio. A Sergio podía contárselo. ¿Por qué no? Podía iniciar un camino de confidencias que lo obligara a él a abrirse también.
—Sin embargo, el último año fue horrible, una lucha terrible contra el cáncer que acabamos perdiendo. Noches de hospital, médicos…
—¡Pobrecita! No te meteré prisa, cuéntamelo todo cuando lo consideres oportuno. No soy tan malo, ¿sabes? Me interesa de ti algo más que tu cuerpo… Aunque, para ser sincero, he de decir que tu cuerpo es lo que más me interesa. Dime, ¿a ti qué es lo que más te gusta de mí?
—Naturalmente, tu dinero…
Y lo besó. Fue un beso dulce y tierno. Muy distinto a los besos que habían compartido en su casa poco antes. Pero Laura ya sabía lo que pasaba cada vez que se tocaban y estaba segura de que la ternura pronto se convertiría en excitación, en deseo. Le bajó la cremallera de los pantalones buscando algo que la atormentaba desde esa mañana.
—Has preferido comer antes que esto… —sus manos bajo los calzoncillos palpaban el miembro de Sergio, que, como siempre, parecía estar listo para ella, esperándola.
Entonces sonó el timbre y, como dos niños pillados en falta, se detuvieron y se quedaron en silencio unos instantes. El timbre volvió a sonar. Laura se puso en pie mientras Sergio se subía la cremallera. La pobre estaba tan nerviosa que a él le dieron ganas de echarse a reír, pero logró contenerse, aunque la situación era bastante cómica en su opinión.
Laura no parecía opinar lo mismo, porque estaba pálida.
—¿Será Celia? —dijo en voz muy baja y con tono conspirador.
—Abre y lo averiguarás.
—Es que… ¿Qué le digo?… —y lo señaló a él. Sergio no sabía si reír o enfadarse.
—¿Te avergüenzas de mí?
—Sabes que no, pero…
—¿Quién es? —dijo Sergio alzando la voz y dirigiéndose hacia la puerta a grandes zancadas. Nada, quienquiera que estuviese fuera se había quedado mudo—. ¿Quién llama? —repitió.
Laura se había acercado a él y ahora estaba a su lado, con la oreja pegada a la puerta.
—Laura, ¿estás ahí?
Era la voz de Antonio y Laura miró a sus pies, esperando que la tierra se hundiera y se la tragara, pero no pasó nada. Cuando abrió los ojos seguía allí, firmemente asentada sobre un suelo inmóvil que aguantaba su peso y el de Sergio, que ya estaba alargando la mano para abrir.
—Sí, te abro —dijo, apartando la mano de Sergio para abrir ella misma. Sergio se echó hacia atrás. Con las manos en los bolsillos de los vaqueros y la cabeza inclinada, miró con escepticismo al hombre que estaba en el umbral.
Antonio entró hecho una furia y cerró la puerta de un golpe. Miraba fijamente a Laura y la joven pensó que no había visto a Sergio, pero se equivocaba. Sus ojos se posaron en él.
—¿Quién es éste?
Sergio lo miraba tranquilo, con curiosidad, mientras la mirada de Antonio, visiblemente descolocado, descansaba alternativamente en uno y otra. Era evidente que lo último que esperaba era encontrarse a Laura con un hombre. La joven sintió pena por él, pero decidió mantenerse en su puesto. Antonio no tenía ningún derecho a entrar en su casa de esa manera, pidiéndole explicaciones sobre con quién estaba.
—Soy su novio. Laura, deberías presentarnos —Sergio se sacó las manos de los bolsillos y le tendió la derecha a Antonio, que se quedó aún más pasmado de lo que estaba.
¡Su novio! ¿Se había vuelto loco?
—Claro, él es Antonio, un amigo. Antonio, Sergio… mi… novio.
—Mucho gusto —los dos hombres se dieron la mano, Sergio sonriente, afable, Antonio sin poder ocultar su sorpresa.
—Sí, mucho gusto…
—¿Quieres tomar algo? —Laura no sabía qué hacer para darle un tinte de normalidad a la escena—. Ven, pasa, siéntate.
Antonio se sentó en el sofá, en el mismo lugar donde antes había estado Sergio.
—¿Quieres que te sirva una copa?
Sergio se comportaba con toda naturalidad, moviéndose por la casa como si llevara años viviendo allí, ofreciéndole una bebida como el perfecto anfitrión. El pobre Antonio lo miraba en silencio; Laura sintió pena por él y decidió acudir en su ayuda.
—Había quedado esta tarde con Celia —dijo—, pero al final no ha podido venir… Sergio y yo estábamos tomando una copa antes de ir al cine —lo miró, como retándolo a que desmintiera sus palabras.
—No veo vasos sobre la mesa —dijo Antonio sin mucho interés. Parecía una mera observación, no un reproche por una mentira.
—Ya hemos recogido, es que nos íbamos… —miró el reloj—. Uy, qué tarde…
—Sí, yo también me voy. Celia está abajo.
—¿Celia está abajo?
—Sí, habíamos quedado esta tarde y veníamos a ver si querías bajar a dar una vuelta con nosotros.
—¡Vaya! Así que Celia no ha venido a mi casa porque había quedado contigo… Interesante —lo miró con una sonrisa cómplice y cariñosa.
—Sí —se levantó con brusquedad y cara de pocos amigos—. Bueno, me voy o Celia empezará a impacientarse.
—¿Queréis venir con nosotros al cine? Luego podemos tomar unos pinchos por ahí —Antonio y Laura miraron a Sergio como si fuera un alienígena recién llegado de otro planeta. ¿Pero qué estaba diciendo? ¿Estaba loco? Laura no podía creerlo.
—No, Celia y yo ya tenemos planes. Otro día.
—Otro día, entonces —Sergio le tendió la mano a Antonio, que se la dio sin mirarlo.
Laura lo abrazó y le dio un beso en la mejilla.
—Dale un beso a Celia de mi parte. Y recuerda que esta semana comemos juntos.
—Sí, te llamaré.
«¡Pobre Antonio!», se dijo Laura, y cuando la puerta se cerró tras él, le entraron ganas de ponerse a llorar. Pero no lo hizo, lo que sí hizo fue volverse, furiosa, hacia Sergio.
—¿En qué estabas pensando? Te has comportado como un gallito engreído, de verdad, no esperaba eso de ti…
—Pero, bueno, ¿qué he hecho? Sólo he sido educado. Creo que, si alguien le ha hecho daño a ese pobre hombre has sido tú, no yo.
—¡Por supuesto! He sido yo quien ha dicho que tú eras mi novio. ¡Mi novio! ¿De dónde te has sacado semejante tontería?
—No, tú no le has dicho que soy tu novio, pero tú le has dado besos, y no lo niegues, que lo he visto con mis propios ojos —añadió alzando la mano cuando vio que ella intentaba decir algo—. Y seguramente también le has dado esperanzas. No sé qué juego te traes con él, Laura, pero me da la impresión de que el pobre hombre tenía sus planes.
—Si se ha hecho ilusiones no ha sido por mi culpa. Nunca le he dado pie…
—Yo vi cómo lo besabas.
—Eso fue para llamar tu atención, idiota, porque estabas con una rubia que parece la modelo de un anuncio de colonia.
—Sí, ¿pero nos viste besarnos o hacer manitas?
Se pasó la mano por la cabeza. Estaba harto, él sólo quería olvidarse de Marga, al menos mientras estaba con Laura, pero ella no paraba de recordársela.
—Déjalo ya, por favor. Ya te he dicho que sólo es una conocida y, créeme, no me gusta. Ni siquiera me cae bien y no quiero hablar de ella.
—De acuerdo, tienes razón. Dejémoslo —se quedó pensativa unos instantes—. Bueno, da igual —dijo al fin, haciendo grandes aspavientos con las manos.
—¿Qué te pasa? Parece que estás cazando moscas.
—Me pasa que tú serás un tío muy discreto, pero yo necesito hablar. Llevo años callándome las cosas, tragándome las dudas y las preocupaciones por no dar mi brazo a torcer, y ahora tengo un problema y quiero hablar de él.
—Soy todo oídos. Y como, efectivamente, soy un tío muy discreto, te prometo que ni siquiera bajo tortura saldrá de mis labios una sola palabra de lo que me digas.
Laura le dio un golpe en el brazo.
—¡No te rías de mí! El caso es que estoy preocupada por Celia. No sé qué le pasa conmigo, está muy molesta y creo que tiene que ver con Antonio, con… En fin, creo que está enamorada de él.
—Y la ha tomado contigo porque Antonio no le hace ni caso y ella cree que tú eres la causante.
—Exacto. Estuvo muy dura conmigo ayer, y todo fue a raíz de una llamada de Antonio.
Y allí, sentados en el sofá, abrazados, Laura le contó lo que había sucedido la tarde anterior, cómo su hermana había pasado a estar muy tensa con ella, y las dudas que la embargaban sobre la relación con sus hermanas. Sergio sabía leer muy bien entre líneas y sacar sus propias conclusiones, por lo que no le fue difícil adivinar cuál era el verdadero problema de Laura.
—A tu familia no le hizo mucha gracia que te casaras con un hombre que podría haber sido tu padre, ¿verdad?
—No, no les hizo mucha gracia. Le tenían mucho cariño a Daniel porque era encantador, una de esas personas que se hacen querer. Pero no estaban muy convencidos de que casarme con él fuera lo mejor para mí.
—Pero tú no les hiciste caso.
—No, no les hice caso. Y luego…, cuando empecé a darme cuenta de que había cometido un error, no quise reconocerlo ante ellos porque sabía que empezarían con el consabido «ya te lo habíamos dicho…». Además, cuando lo vi todo claro ya era demasiado tarde, él estaba enfermo y no podía abandonarlo.
—¡Pobrecita! —Sergio le acarició la cabeza con cariño—. Eso te pasa por ser tan cabezota y tan orgullosa. Habla con tu hermana, cuéntale lo que me has contado a mí. Seguro que lo entenderá.
—Pero eso no cambiará nada. Yo no puedo hacer que Antonio se enamore de ella, ni siquiera creo poder convencerla de que no quiero nada de él. Piensa que soy una manipuladora que se dedica a dar pena para ser el centro de atención. Me di cuenta ayer y me dolió mucho, por eso quería hablar con ella. Si pudiéramos arreglarlo… Necesito a mis hermanas, son la única familia que tengo.
—Ahora me tienes a mí, recuerda, soy tu novio.
Le acariciaba el pelo con mucha ternura y Laura se sintió querida, protegida.
—¿Y tú? —dijo de pronto.
—¿Yo?
—Sí, tú. ¿Tienes a alguien? Familia, amigos…
—No. Como te dije, soy hijo único y mi madre y mi abuelo ya han muerto. Tenía amigos, pero, bueno…, ahora sólo tengo conocidos, relaciones de trabajo… Ya te he dicho que no mantengo ningún tipo de relación social con nadie y no me va mal así. Es mejor no encariñarse con la gente.
—No encariñarse… Y yo… ¿Tampoco te vas a encariñar conmigo?
—Venga, no saques las cosas de quicio. Tenemos una relación sexual magnífica… De momento, es lo único que necesitamos, me parece a mí. Al menos es lo único que yo necesito de ti. Mira, Laura… —ella había vuelto la cabeza, abatida—. Lo sabes desde el principio. Decide ahora. Ven conmigo, yo quiero que lo hagas. Pero debes tener muy claro que nuestra relación será únicamente sexual: yo no te exigiré más que entrega en la cama…, y lo mismo tú a mí. Ésos son mis términos. Si los aceptas, ven conmigo. Si no, es mejor que lo dejemos ahora mismo, porque yo no pienso cambiar.
Laura se levantó y comenzó a pasear por el salón frotándose las manos. No podía decir que Sergio la hubiera engañado. Desde el principio sabía lo que esperaba de ella. Sin embargo, muy en el fondo, tenía la esperanza de que cambiara de opinión. Ahora estaba segura de que no lo haría. El problema era saber si ella iba a ser capaz de soportar una relación semejante, en la que no tuviera cabida nada más que el sexo. Podía intentarlo, como decía Sergio no se iba al fin del mundo. Estaría muy cerca de su casa y podría regresar en cualquier momento, en cuanto viera que las cosas empezaban a marchar mal. En esos momentos su relación la llenaba por completo. ¿Por qué no tomarse las cosas como iban llegando, sin pedir más que lo que daba el presente?
—De acuerdo —se plantó delante de él y lo miró decidida—. No te diré que me entusiasma la idea, pero podré soportarlo. Simplemente tendré que procurar no encariñarme contigo, sólo… —sonrió y volvió a sentarse junto a él. Lo abrazó—. Sólo con tu cuerpo.
—Ésta es mi chica.
Sergio la miró muy serio.
—Hay una cosa que debes saber. Me daría la impresión de estar manipulándote si no te lo dijera… ¿Recuerdas a… la rubia, a esa que dices que parece una modelo de anuncio?
Laura lo miró con los ojos como platos. ¡No iría a decirle que la rubia iba a vivir con ellos! No, eso no podía ser, estaba delirando.
—¿La recuerdas?
—¡Vaya pregunta! Aún no tengo alzheimer… ¿Cómo no voy a acordarme?
—Bien. No voy a contarte nada, sólo te diré que es una mujer con la que viví hace años.
—Ya lo sé.
—¿Cómo lo sabes? Yo no te lo he dicho…
—El viernes, cuando fui a tu casa, ¿recuerdas que la vi abajo? Estaba hablando con el conserje. No es que me pusiera a cotillear, pero los oí… Por lo que decían saqué la conclusión de que había vivido en esa casa, al menos el hombre parecía conocerla muy bien.
—Bueno. Ahora no quiero saber nada de ella, pero… —de pronto se quedó callado, pensativo. Luego meneó la cabeza antes de decir—: No… Sólo quería que lo supieras.
—Sigue… Ibas a decirme algo más…
—No… Mira, no tienes por qué preocuparte. Hace años que no estoy interesado en ella; ya no significa nada para mí, te lo aseguro. Y ésta es la última vez que hablamos de temas personales, la última vez que nos referiremos al pasado. A partir de ahora, para nosotros sólo contará el presente.
—¿Y el futuro?
—El presente es lo único real, Laura, el futuro no existe.
Laura no replicó. Tendrían que ir fabricando el futuro y esperaba no equivocarse con Sergio, porque tantos misterios la desbordaban. Estaba segura de que hacía sólo un momento había estado a punto de contarle algo importante y de repente había decidido no hacerlo. ¿Le habría dado miedo? ¿Vergüenza? ¿Qué le pasaba que era tan grave como para no querer hablar de ello? Era absurdo. Si tuviera dos dedos de frente, lo echaría de su casa y no volvería a verlo jamás. Sin embargo, algo en su interior le decía que tenía que intentarlo, que no podía dejarlo escapar. Ese hombre le gustaba mucho, ¿por qué no seguir adelante? Sería una pena que todo terminara antes de haber comenzado.
—Voy a acabar de hacer la maleta —dijo al fin.
—Buena chica —sonrió, satisfecho.
Fue a su habitación y comenzó a meter ropa dentro de la maleta que tenía desplegada sobre la cama, sin reparar siquiera en las prendas que sacaba de los cajones, pues los pensamientos giraban en su cabeza como en un tiovivo y le impedían concentrarse en la tarea que realizaba.
Lo peor no era que Sergio quisiera que su relación fuera únicamente sexual, lo peor era lo que él ocultaba. ¿En qué estaría metido? Era un hombre extraño, muy reservado, sin familia, sin amigos… Todo el mundo tiene a alguien: un hermano, un amigo, un primo… alguien a quien acudir en momentos de necesidad. Pero él no tenía a nadie, y se jactaba de ello. Le gustaba prescindir de los demás. A veces se quedaba pensativo, como reconcentrado, y entonces Laura podía distinguir en sus ojos un brillo que la asustaba, una expresión en la que se reflejaban viejos rencores y antiguos odios… ¿Y si fuera peligroso? No lo parecía, pero en realidad ella no podía saberlo, pues sólo hacía unos días que se conocían.
Sólo unos días… Sí, pero tenía la impresión de llevar toda la vida esperándolo.
Ese descubrimiento la desestabilizó un tanto y se sentó en la cama. «Es curioso —se dijo—, hay personas a las que conoces desde hace muchos años y a las que incluso puede que consideres tus mejores amigas, y sin embargo no conectas con ellas. Falta esa chispa que da la empatía y no las quieres como deberías, no las echas de menos cuando no están, incluso estás más relajada sin ellas». Eso le sucedía con Antonio. Por mucho que lo intentaba, no se sentía a gusto con él; como diría su hermana, «no conectaban». «Sin embargo, hay otras personas con las que te sientes muy bien, aunque acabes de conocerlas, y las buscas porque quieres estar a su lado el mayor tiempo posible…» Le pasaba con Sergio. A pesar de su extraño comportamiento, a pesar de que en ocasiones incluso le daba un poquito, sólo un poquito, de miedo, le gustaba estar con él. No sólo lo deseaba sexualmente, también necesitaba su compañía, su conversación, su apoyo. Le encantaba escuchar su risa, o cuando le gastaba bromas y al final los dos reían y se abrazaban. Sergio era dulce, tierno, comprensivo… Sí, se dijo Laura meneando la cabeza, pero también era un hombre extraño y muy problemático, solitario, reconcentrado, y vivía atormentado por algo de lo que no quería hablar… ¿Cuál de sus dos personalidades predominaría? Estaba segura de que sería la primera, y confiaba en ello con todo su corazón. Porque, aunque le resultaba muy duro admitirlo, se estaba enamorando de él. Empezaba a sentir por él justo lo que le había prometido que jamás iba a sentir, y lo que quizá Sergio nunca sentiría por ella.
Eso era lo que la impulsaba a seguir adelante. Sencillamente no se resignaba a perderlo tan pronto.
Mientras Laura hacía la maleta, Sergio se movía por el salón, curioseándolo todo. La casa estaba bien, aunque parecía un poco tristona, con tan poca luz. La suya era muy luminosa y le iba mucho mejor a Laura, que era toda luz y alegría. Al menos cuando lograba dominar su carácter receloso.
Había un montón de discos de vinilo en una especie de caja de colores, en el suelo, junto al aparato de música. Sergio empezó a revisarlos uno a uno sin dejar de pensar en Laura. «Soy injusto —se dijo—. Si es recelosa, sus motivos tiene. Es lógico que manifieste ciertas reservas cuando el hombre con el que se acuesta y a cuya casa se va a trasladar se niega a hablar de ciertos aspectos de su pasado… Pensará que algo así debió de decirle Jack el Destripador a su novia cuando le propuso matrimonio, y eso no es muy tranquilizador. En fin, si se lo cuento se marchará. Sé que acabará enterándose, que al final tendré que decírselo. Pero, cuanto más tarde en llegar ese momento, más tiempo la tendré para mí, y para ella será más difícil dejarme. El tiempo juega a mi favor». Sabía que no era una decisión muy firme y que se lo iba a replantear cada dos por tres. Pero tenía la esperanza de ser fuerte y mantener su postura. Al menos el tiempo suficiente para que a ella le fuera difícil dejarlo. No se engañaba, era egoísta y manipulador. Le había tomado muy bien las medidas a Laura; sabía cómo conmoverla haciéndole cariñitos y poniéndole caritas tiernas. Pero en esos momentos no le importaba. Eso no era tan malo. Simplemente era humano.
De los vinilos pasó a los CD. También había muchos, más incluso, y Sergio pensó que la persona a la que pertenecían tenía muy buen gusto musical. De pronto se topó con uno… Vaya, esa canción la había oído a veces en la radio y le gustaba mucho. Además, le iba que ni al pelo a la ocasión. Laura se derretiría al oírla; seguro que no fallaría.
Si me das a elegir
entre tú y la riqueza
con esa grandeza
que lleva consigo, ay, amor,
me quedo contigo.
Laura dejó suspendida en el aire la mano en la que llevaba el jersey de lana que iba a meter en la maleta. ¿Había puesto música? ¿Y por qué esa canción?
Entonces notó una presencia tras ella y se volvió. Era Sergio.
—¿Me concede este baile?
La canción seguía sonando.
Si me das a elegir
entre tú y la gloria
pa’ que hable la historia de mí
por los siglos, ay, amor,
me quedo contigo.
Laura le sonrió con mucha ternura.
—Por supuesto.
Abrazados, comenzaron a dar vueltas por la habitación. Antes del estribillo, llegaron los besos.