Cuando salió del cuarto la asaltaron un montón de ricos olores. Sergio estaba cocinando y el agradable aroma de un guiso especiado impregnaba todos los rincones de la casa.
—Te quedaste dormida y me dio pena despertarte, así que estoy haciendo la comida.
—¡Qué bien huele!
—Ya verás, te vas a chupar los dedos —destapó la cazuela y cogió un poquito de salsa con una cuchara de madera—. Prueba, seguro que en tu vida has comido un estofado mejor.
—¡Delicioso!
—Y mira —la tomó de la mano y la llevó a la habitación—. He recogido.
—¿Cuándo?
—Mientras dormías. Estabas como un tronco, ni te has enterado, claro que he sido muy silencioso, lo he hecho con mucho cuidadito. Ahora haré la cama.
Se dirigió a la ventana y la abrió.
—Primero hay que ventilar la habitación.
Laura sonrió para sus adentros. Él creía que había recogido, pero lo único que había hecho en realidad era quitar de en medio la ropa que estaba tirada de cualquier manera sobre las sillas y el sillón, aunque ella había dejado la suya doblada.
—¿Y mi ropa?
—He metido la ropa que andaba tirada por ahí en el cesto de la colada. ¿Satisfecha?
Sonrió. Tenía el pelo revuelto y aún no se había afeitado, por lo que asomaba a su rostro una tímida barba que le daba un aspecto descuidado y seductor. Laura lo acarició.
—Estás muy guapo…
—Vaya, muchas gracias, me encanta ser tu hombre objeto. Ya lo verás, voy a cambiar.
La fingida alegría de Sergio la entristeció. Era evidente que se estaba esforzando por ocultar su verdadero estado de ánimo para complacerla, pero que no se encontraba de tan buen humor como quería hacerle creer.
—El caso es que yo no quiero que cambies. Me gustas tal y como eres.
—No es cierto, no puedo gustarte tal y como soy, un misántropo obsesionado. Lo de esta noche es un importante primer paso. Saldremos, veremos gente… Me lo has pedido muchas veces y yo no te he hecho caso hasta ahora. ¿Sabes una cosa? El otro día, cuando tuve que confirmar mi asistencia y dije que llevaría acompañante, me sentí feliz. Por primera vez desde que te conozco pensé que estaba haciendo algo que tú querías que hiciera, que estaba haciendo algo por ti…
Laura le sonrió, pero no dijo nada. Le disgustaba que él se sintiera obligado a aparentar alegría para complacerla, y se apartó cuando alargó el brazo para acariciarla. Fue un gesto instintivo, no premeditado, pero Sergio la miró dolido y salió de la habitación.
Laura se sentó en el sillón con la cabeza entre las manos. ¿Era ella la culpable de lo que pasaba? ¿Se estaba comportando como una estúpida melindrosa? Dudaba que su relación volviera a ser la de antes por mucho que se esforzaran. Si continuaban juntos, tendrían épocas buenas, claro. Pero, mientras el problema persistiera, iría reconcomiéndolos hasta que no pudieran soportarlo.
Entonces tocó el sillón donde estaba sentada.
—¡Sergio!
—¿Qué pasa? —Sergio asomó la cabeza por la puerta, dudando si entrar o no.
—¿Y mis pantalones? No los veo…
—Los he echado a lavar, junto con tu ropa interior y tu camiseta. Andaban tirados por el suelo. No me mires así, has sido tú la que ha dicho que debíamos ser más organizados…
—Yo los dejé aquí bien dobladitos.
—Pues debieron de caerse, porque estaban tirados en el suelo.
—Vale, pero… Es que me llevé mis cosas cuando me marche, ¿lo recuerdas? No tengo nada de ropa aquí… Ni mis cremas, ni el ordenador, nada… Y luego salí tan deprisa de mi casa, sin pensar, que me lo dejé todo… ¿Qué hago?
—No te preocupes, yo iré a recoger tus cosas. Hazme una lista de todo lo que quieres que guarde en la maleta y te lo traeré.
—No, no la deshice —lo interrumpió con una sonrisa. Al menos algo había salido bien, pues no se imaginaba a Sergio hurgando entre sus cosas y decidiendo qué llevarle—. Está en el salón. También tienes que coger mi portátil… Ah, y un vestido para esta noche… ¿Es formal?
—Bueno, es un cóctel.
—¡Qué bien! Tengo un vestido de cóctel muy bonito. Me lo compré hace unos meses, estaba deprimida… —Laura se ruborizó, fue un dispendio que no podía permitirse, pero le alegró el día—. Ni siquiera lo he estrenado, lo reconocerás fácilmente en cuanto abras el armario: el que notes que jamás me pondría para ir a la compra.
La verdad era que había sido una extravagancia que aún no entendía. Pero estaba deprimida, triste, se encontraba muy sola y ese vestido la animó. Cuando se lo puso en el probador de la exclusiva tienda fue como si le inyectaran una dosis de adrenalina. Era rojo, con tirantes, y la falda de seda le caía con suavidad hasta media pierna, remarcando su silueta. Se había sentido guapa, seductora… y se lo compró, aunque le costó una barbaridad y sabía que quizá nunca tendría la oportunidad de ponérselo. Era elegante y sensual, pero su sencillo diseño lo hacía especialmente apto para acontecimientos como el de esa noche. Durante unos días estuvo a punto de devolverlo varias veces; pero, cuando lo cogía, le resultaba imposible desprenderse de él y volvía a guardarlo. Y ahora se alegraba de haberlo comprado, por fin tenía ocasión para lucirlo.
—Perfecto, me ducho, me cambio en un santiamén, y voy a tu casa. Tú mientras vigila el estofado.
Sergio se dirigió al baño. No le había dicho nada a Laura, pero pensaba comprarle ropa, quería regalarle las cosas más bonitas que pudiera encontrar: perfumes, adornos, todas esas fruslerías que tanto les gustan a las mujeres, o eso pensaba él. Todo le parecía poco. No es que planeara volver a los círculos de la alta sociedad que había frecuentado hasta los veinte años, eso nunca. Pero había decidido salir de su aislamiento, viajar, e incluso asistir a alguna que otra fiesta; él recibía muchas invitaciones y siempre las rechazaba todas. Bueno, ahora aceptaría alguna…, una o dos al año, se dijo, pues tampoco había que pasarse. Lo haría por ella, porque entendía que no podían estar siempre solos y encerrados; él lo prefería, pero Laura era diferente, ella era alegre, sociable, no podía condenarla a una vida de soledad. Además, tenía tanto miedo de que lo dejara que estaba dispuesto a hacer lo que fuera para retenerla, hasta salir de vez en cuando a alguna fiesta.
Mientras se afeitaba pensó que Laura llevaba razón en una cosa, tenían que hablar. Hablaría con ella, pero con nadie más, en eso no pensaba ceder. Nada de terapeutas ni chorradas por el estilo, él no necesitaba eso. En su opinión, lo más importante era resolver su problema con Marga, y se le había metido en la cabeza que sólo su dimisión podría arreglarlo. Tampoco pensaba ceder en eso, dijera lo que dijese Laura. En los demás aspectos se amoldaría a ella de todo corazón, pero en esos dos puntos iba a ser inflexible.
Cuando salió de la ducha, listo para ir a buscar la maleta, Laura estaba sacudiendo su bolso como una posesa y dando saltitos de frustración.
—¿Qué pasa ahora?
—Que no tengo las llaves de mi casa. Anoche salí tan deprisa que me las dejé…
—¿Y qué hacemos?
—La única solución es llamar a Celia, ella tiene unas. La llamaré y le diré que vaya a recoger las cosas y me las traiga aquí.
—¿Aquí? —Sergio puso cara de espanto—. ¿No puedo quedar con ella en tu casa y que me las dé?
—Le parecería muy raro. ¿Qué tiene de malo que venga? Sabe que vivimos juntos.
—Ya, pero… Nunca traigo gente aquí, ya lo sabes. Durante muchos años, aparte de Carmen, tú eres la única mujer que ha entrado en esta casa.
—¿No traías aquí a tus ligues de una noche?
—No. No quería que supieran dónde vivía, ya sabes, para que no pudieran localizarme si por casualidad les daba por ponerse pesadas.
—Pues a mí me invitaste a subir aquella primera noche… ¿No tenías miedo de que yo también me pusiera pesada?
—Contigo todo fue diferente desde el principio… Tú eres especial. La verdad es que yo mismo me sorprendí bastante cuando te invité a subir…
Laura hizo un gesto de frustración.
—Me parece absurdo que no quieras que venga mi hermana, no lo entiendo.
—Vale, tienes razón… Que venga, después de todo es tu hermana.
—Y te la presentaré. Es un encanto.
Laura le sonrió satisfecha. Sergio había empezado a abrirse por fin, lo notaba. Era un buen comienzo.
Celia se quedó estupefacta cuando Laura le dijo que tenía que ir a su casa a recoger la maleta, además de un montón de cosas que había ido añadiendo a la lista.
—No entiendo nada. ¿Te fuiste a tu casa con la maleta y ahora no tienes ropa? ¿Por qué?
—Ahora no puedo hablar —dijo, casi en un susurro para que Sergio no la oyera.
—Discutisteis y lo abandonaste, es la única explicación… Venga, cuéntamelo.
—Luego te lo cuento —le dio la dirección de Sergio y Celia quedó en llamarla cuando llegara para que él bajase a ayudarla a subir todo lo que le había pedido que le llevase.
—Te espero entonces a eso de las cinco. Un beso, hermana. Te quiero.
—Un beso. Y no te creas que te vas a ir de rositas de este embrollo… Me lo vas a contar todo, quieras o no. Empiezo a pensar que te traes demasiados líos.
—¿De qué hablas? Y no te retrases, que necesito el vestido esta noche.
Durante la comida, ambos se esforzaron por hablar de cosas triviales para no tocar el tema que ocupaba sus pensamientos. Cuando Sergio se ponía a hablar de derecho, no había quien lo parase y Laura lo animó, haciéndole preguntas, consultándole sobre algunos casos que habría podido llevar de seguir en el bufete y que le interesaban por su complejidad jurídica… En ese tema se sentía seguro y sus consejos y apreciaciones eran brillantes y acertados. También hablaron de cine, como siempre, y de literatura… De todo menos de lo único que los obsesionaba.
Recogieron en silencio. Laura estaba muy pensativa, tenía esa arruguita en el entrecejo que Sergio había aprendido a identificar como un signo de concentración y procuraba mantenerse alejada de él. Sus esfuerzos por no tocarlo le parecían ofensivos, le dolía pensar que no se sentía segura en su presencia.
Pero en esa ocasión Sergio se equivocaba. No lo rehuía, sólo estaba muy concentrada dándole vueltas a esa idea que no podía sacarse de la cabeza.
—Sergio… No sé… Verás, no sabía si decírtelo, pero hay algo extraño en tu relato…
—¿Qué? ¿Piensas que te he mentido?
La miró consternado y Laura se apresuró a sacarlo de su error.
—¡No! Claro que no. Pero creo que quizá se te escape algo, que haya algún detalle que desconozcas… Te desmayaste, y cuando despertaste todo había pasado… estabas solo… Y luego nadie fue a verte, nadie te dio explicaciones. Reconoce que es raro que Marga no volviera a visitarte, que ni siquiera se interesara por cómo estabas.
—Sé lo que tengo que saber. Yo la maté, la vi. Estaba muerta. Y fue mejor para mí que Marga y su hermano desaparecieran… Créeme, fue mejor para mí no volver a saber nada de todo aquel asunto.
—Pero Marga… —insistió—. ¿No te ha contado nada? ¿No te ha dicho por qué no fue a verte después de…? —se interrumpió.
—Sólo me ha dicho que después de lo que pasó se le quitaron las ganas de verme otra vez. No quería saber nada de mí, y es comprensible. Yo la entiendo. Yo tampoco quería saber nada de ella.
El sentimiento de culpa era tan grande que Sergio se creía merecedor de todos los castigos. En ese punto no razonaba con claridad, y Laura pensó que ella, por mucho que lo intentara, no iba a poder cambiarlo. Aun así, continuó:
—Marga participó en todo aquello, no es tan inocente como dice. Y si todo sale a la luz, también se verá perjudicada… Eso es lo que me hace pensar que quizá sólo sea un farol. Sinceramente, Sergio, no creo que esté en disposición de cumplir su amenaza; ella misma tiene mucho que perder. Sospecho que te ha amenazado con contarlo porque, si caes en la trampa, ella y su hermano saldrán beneficiados; ha probado a ver qué pasaba… Pero si tú no caes, si te inhibes del caso y pasas de ella, no tiene nada que hacer… ¿No te das cuenta?
—¡Oh, Laura! La que no se da cuenta eres tú… No me importa Marga, no me importan Lucas Salcedo ni sus negocios ilegales… Lo importante es que yo maté a Carla, ¿no lo entiendes? Había aprendido a vivir sobrellevándolo y las cosas empezaban a irme bien… Pero Marga me lo ha recordado, y es casi como empezar de nuevo.
—No es como empezar de nuevo. Ahora me tienes a mí.
En ese momento sonó el timbre del telefonillo y Sergio fue a contestar.
—De acuerdo, ahora bajo —colgó—. Es tu hermana, bajo a ayudarla.
Laura asintió con la cabeza y lo vio marchar.
A los pocos minutos oyó voces y una risa femenina que conocía muy bien.
—Cómo pesa esa condenada maleta —dijo Celia como saludo al entrar en el salón. Llevaba su cartera con el ordenador y se la tendió a Laura—. Menos mal que tu chico es muy fuerte, y si no lo es, que se aguante, porque le ha tocado subirlo todo.
Se oían los ruidos que hacía Sergio, primero metiendo paquetes y luego arrastrando la maleta por el pasillo.
Laura salió al pasillo y miró. Aparte de la maleta, había un maletín y cuatro enormes bolsas.
—Pero ¿qué es esto? Yo no te he pedido que trajeras todas estas cosas.
—No, pero he mirado la maleta y no había casi nada. He cogido las cosas más básicas, para que no tengas que ir a tu casa todos los días.
—Pienso seguir yendo a mi casa casi todos los días, aún es mi casa.
—Bueno, no te enfades… Oye —Celia acercó la cabeza a la de su hermana y le habló al oído—. ¡Está buenísimo!
Laura rió e iba a decirle algo a su hermana cuando entró Sergio.
—Creo que ya está todo. He extendido tu vestido de cóctel sobre la cama para que no se arrugue.
Celia había llevado el vestido en su percha, cubierto con la bolsa de ropa con que Laura lo tenía en el armario.
—Es verdad, el vestido. Es precioso. Cuando tenga alguna fiesta te lo pediré. ¿Me lo prestarás, no?
—Claro, teniendo en cuenta que esta noche tú me vas a prestar los tacones. Necesito los rojos, que van que ni pintados con el vestido.
—Aún los tienes, es verdad, no me los devolviste.
—Ni pienso hacerlo.
—Chica, qué bonito es esto —Celia parecía impresionada—. ¡Vaya casa!
Se sentaron y se pusieron a charlar: de Luisa, del trabajo de Celia… Sergio las escuchaba sonriente, mientras preparaba café. Era agradable tener a dos mujeres hablando, más bien cotorreando, se corrigió, en su casa. Le gustaba el sonido de sus voces, su intimidad, y envidiaba un poco la relación que mantenían. Él nunca había conocido una amistad así.
Cuando el café estuvo listo lo puso todo en una bandeja y lo llevó a la mesita.
—¿Os apetece un café?
—Claro, nos viene de perlas —Celia miró a su hermana con un gesto de picardía.
Sergio se sentó con ellas y las miró sonriente. No hablaba, pero se encontraba a gusto oyéndolas.
—Ayer salí con Antonio.
Se hizo un silencio. Laura y Sergio se miraron. Celia miró de reojo a Sergio y bajó la cabeza. Era evidente que se encontraba incómoda hablando de Antonio con él presente.
—Hay algo de Antonio que no te he contado —aún no había tenido ocasión de decirle a Celia que la habían despedido y que sospechaba que Antonio era el responsable de su despido.
Al ver el cariz que tomaba la conversación Sergio pensó que hablarían con más libertad si él no estaba presente.
—Si no os importa, os dejo. Tengo que revisar unos papeles del juzgado.
Salió. Las hermanas ni lo miraron, pensó que ni siquiera lo habían oído. Bueno, mejor así —se dijo—. Hay momentos en los que es preferible pasar desapercibido, y me parece que éste es uno de ellos. Sí, se avecinaba una tormenta.
—¿Qué es eso que no me has dicho? —le preguntó Celia cuando Sergio hubo salido.
—Me han despedido del trabajo.
—¿Qué? Pero ¿cómo? ¿Cuándo?
—El jueves. Y lo peor es que creo saber por qué.
—¿Por qué?
Celia la miraba con recelo, como intuyendo que la respuesta de su hermana no le iba a gustar nada.
—Sospecho que por imposición de Antonio. Él tiene mucha influencia sobre don Tomás, quizá porque es uno de los clientes que más dinero proporcionan al bufete, no lo sé…
—No puedo creerlo —la interrumpió Celia—. Dices que son sospechas, así que puedes estar equivocada. Ayer fue muy amable, muy dulce conmigo. Se disculpó por lo que me había dicho el otro día, y…, en fin… Creo que sus sentimientos hacia mí están cambiando —se ruborizó—. Nuestra relación ha empezado a tomar un cariz más especial, ya sabes.
Laura sintió sonar miles de alarmas. ¿Sería cierto? ¿Estaría Antonio enamorándose de Celia? ¿O tramaba algo y la estaba utilizando?
—¿Estás segura?
—Sí, conozco a los hombres y sé cuándo me están tirando los tejos. Hablamos mucho, de mí, de ti… También me hizo algunas preguntas sobre Sergio. Me dijo que, si estás enamorada, él no pensaba interponerse y que sólo quería asegurarse de que tu novio era un…, ¿qué expresión utilizó? Ah, sí…, un tío legal… —Celia sonrió—. El caso es que se preocupa por ti como un hermano mayor. No es un interés de tipo sexual, Laura, eso ya pasó.
—¿Te hizo preguntas sobre Sergio? —de todo el parlamento de Celia, Laura sólo se quedó con esa parte—. ¿Qué tipo de preguntas?
—Bueno, cómo era, a qué se dedicaba… esas cosas. Yo no pude decirle mucho, porque sólo sé de Sergio lo que tú me has contado, que es muy poco. Pero estoy segura de que su interés era sano.
—¿Qué estás diciendo?
No podía creerlo. Si Sergio se enterase de que Celia había estado hablando de él con Antonio… Prefería no pensarlo.
—Bueno, no es para tanto, no te pongas así. Antonio sólo quiere tu bienestar, por eso no puedo creer que le dijera a don Tomás que te despidiese. Simplemente no puedo creerlo.
Laura pensó que su hermana estaba equivocada. Pero de momento no tenía forma de demostrárselo. Le dolió que prefiriera creer a Antonio antes que a ella, pero en ese aspecto no podía hacer nada, salvo advertirla.
—Vale, dejémoslo. Sólo te pido que tengas cuidado. El Antonio que se me ha revelado estos días no es el que yo creía. No sé si será mala persona, supongo que en el fondo no lo es, pero no es trigo limpio. Es hipócrita, Celia, y la hipocresía es uno de los más terribles defectos. Te pido que seas precavida y no intimes mucho con él.
—No. Intimaré con él lo que me dé la gana si él me lo permite. ¿Qué pasa? Eres como el perro del hortelano. No quieres a Antonio, pero te molesta que lo tenga yo.
«Otra vez igual», se dijo Laura, muy cansada de las absurdas acusaciones de su hermana.
—Está bien, haz lo que quieras. Pero prométeme que no le hablarás de Sergio ni de mí. No quiero que sepa nada de él, ni dónde vivimos… nada.
—Eso me parece absurdo. ¿Temes que venga por la noche a esta casa y asesine a tu Sergio? Vamos, sé seria…
—Prométemelo.
—No. Ya está bien de melodramas, hermanita. Déjate de tonterías. Desde que sales con este tío te has vuelto una paranoica.
Laura no contestó. En cierto modo Celia tenía razón. Desde que conocía a Sergio se había vuelto una paranoica.
—Me gustaría que vinieras mucho a esta casa, que nos viéramos a menudo, que conocieras a Sergio a fondo… Pero si no me prometes que no le irás con chismes a Antonio no será posible. Estoy paranoica, vale, lo que tú quieras. Pero prométemelo… Si te pregunta le dirás que no sabes nada, que no nos vemos. Es lo único que te pido.
—De acuerdo —accedió Celia de mala gana—. Me parece una tontería. Pero, si es tan importante para ti, lo haré. Te lo prometo.
Laura le dio las gracias con una sonrisa.
—Se ha hecho tardísimo y tengo que arreglarme para la fiesta, ¿te quedas a ayudarme?
—No, he quedado con unos amigos y debo pasar antes por casa a cambiarme.
Laura estuvo segura de que «unos amigos» era Antonio, pero no dijo nada. Esperaba que Celia cumpliera su palabra y no hablara a «unos amigos» de ellos. Era una tontería, pero se iba a sentir más tranquila si lograba mantenerlo completamente al margen de su vida.
Se sintió orgullosa de Sergio cuando se despidieron de Celia. ¡Era tan sincero! No había nada de fingido ni impostado en él, y cuando lograba mantener controlada su obsesión y se mostraba tal y como era nadie podía resistirse a su encanto. Ni siquiera Celia, que aceptó con orgullo los dos besos que Sergio le plantó en las mejillas, sus amables palabras y su invitación a que considerase esa casa como la suya.
—Me gusta tu hermana —dijo Sergio cuando cerraron la puerta.
—Y a mí me gustas tú.
—Qué novedad. Empezaba a pensar que me rehúyes…
Laura lo abrazó y comenzaron a besarse. La tentación de decirle que no salieran, que se quedaran allí toda la noche haciendo el amor era demasiado fuerte y la consideró con seriedad. Pero se le adelantó Sergio que, en el fondo, odiaba la idea de tener que asistir a esa fiesta.
—Y si nos quedamos aquí y…
—No.
Por mucho que a los dos les agradara la idea de quedarse en casa, protegidos, sería perjudicial que lo hicieran. Debían dejar de mantener su relación al margen de los demás, y sobre todo a Sergio le convenía salir de su aislamiento social. Era admirable cómo, solo, sin ninguna ayuda, había logrado encarrilar su vida y mantener controlada su obsesión; poco a poco había avanzado hasta lograr llevar una vida normal. Pero aún tenía muchas carencias, aún debía vencer varios obstáculos, y uno de ellos era su miedo a las relaciones sociales.
—Es que… —parecía desvalido. Laura olvidó sus recelos y sintió una gran ternura por él—. Llevo tanto tiempo sin asistir a reuniones sociales que temo quedarme callado sin saber qué decir o comportarme como un patán… No quiero ir.
—Miedo escénico —le dijo sonriendo—. Lo superaremos, yo estaré contigo.
—Muy bien, de acuerdo. Pero que conste que lo hago por ti, Laura. Prometí hacerte caso y voy a cumplir mi promesa.