Cuando Laura se marchó Sergio tuvo la certeza de que no volvería a verla. Siempre le había ocurrido lo mismo y ahora no iba a ser diferente, aunque, por una vez, él lo deseara con todas sus fuerzas. Primero lo había abandonado su padre, al que ni siquiera llegó a conocer; luego su madre, que, a pesar de que lo quería muchísimo, lo dejó con su abuelo después de casarse con su padrastro. Después su abuelo, que prácticamente renegó de él y murió antes de tener tiempo de reconciliarse.
Y Marga. También ella lo había abandonado hacía doce años, después de aquella noche terrible. Tampoco sus amigos habían vuelto a ponerse en contacto con él: todos desaparecieron de repente y nunca volvió a verlos.
Había logrado sobreponerse, con mucho esfuerzo había salido adelante y, cuando conoció a Laura, incluso se hizo la ilusión de que podría llegar a ser feliz.
Ahora todo había acabado. Sergio tenía la absoluta seguridad de que, como los demás, ella tampoco volvería. Ni siquiera la iba a llamar, ¿para qué? Con el tiempo acabaría saliendo con Antonio, aunque ese idiota no se la mereciera. Pero sabría consolarla y la haría más feliz que él, un tipo mentiroso y atormentado cuyo pasado siempre iba a amenazar con volver a jugarles una mala pasada.
Se había jurado no llamarla, pero al día siguiente, en el trabajo, estuvo tentado de hacerlo miles de veces y escribió varios correos que luego borró sin enviarlos. Se moría por hablar con ella, por explicarse. Pero no tenía derecho a presionarla. Ella debía decidir por sí misma, sin interferencias, sin influencias que la llevaran a tomar una decisión de la que luego pudiera arrepentirse.
Lo peor fue regresar a una casa vacía. Bueno, se dijo, como siempre. Después de todo, nada ha cambiado.
Se sentó en el sofá y dejó pasar las horas mientras la oscuridad llenaba el salón. Ni siquiera se levantó a encender la luz, ¿para qué? Pensaba mejor a oscuras, y eso hizo, pensar mientras las horas pasaban, hasta que se quedó dormido.
Cuando despertó no sabía qué hora era; se encontraba muy incómodo, pero no tenía fuerzas para moverse, estaba como clavado al sofá, sin ganas de cambiarse, y sólo pensar en comer algo le producía náuseas… De todos modos hizo un esfuerzo y se levantó. Necesitaba descansar porque estaba agotado, así que se dirigió a la habitación, se quitó la ropa y se metió en la cama. Dos minutos después ya estaba dormido.
Laura abrió la puerta de la casa de Sergio a las seis de la mañana. Aún no había amanecido, de modo que en el salón, que fue el primer sitio al que se dirigió, reinaba la oscuridad. Encendió una luz. Allí no estaba, claro, estaría durmiendo, se dijo, y, de puntillas, fue hasta el dormitorio y se asomó. Estaba oscuro, pero entraba la suficiente claridad procedente de una farola como para ver el bulto del cuerpo de Sergio en la cama. Respiraba pesadamente, parecía profundamente dormido. Laura sintió unas ganas terribles de meterse con él en la cama y dormir durante una semana, pero no quería despertarlo, así que cerró la puerta del cuarto muy despacio para no hacer ruido y volvió al salón, dispuesta a esperar allí hasta que él se levantase.
De repente se sentía relajada, la tensión y el ahogo del pecho habían desaparecido y todo el cansancio acumulado recayó sobre ella como una losa, aplastándola, dejándola sin fuerzas. Cerró los ojos y se tumbó en el sofá.
El sol entraba a raudales por las cristaleras de la terraza. Lo primero que vio fue el rostro de Sergio sobre el suyo, mirándola.
—Buenos días —le dijo, aún dormida.
—¿Qué haces aquí?
Sergio la miraba sin comprender. Llevaba sólo los calzoncillos y una de esas camisetas viejas que solía ponerse para dormir; tenía el pelo alborotado y sus ojos, muy abiertos por el asombro, aún conservaban la nebulosa del sueño.
—¿Qué hora es? —Laura tosió; tenía la garganta seca y su voz sonó como un graznido.
—Las nueve… ¿Has vuelto? —dijo Sergio recalcando lo evidente.
—¿Tú qué crees? Estoy aquí —se incorporó e intentó apartarlo para levantarse del sofá—. Voy a beber agua.
—Deja, no te muevas, te traeré un vaso.
Se dirigió a la cocina, para regresar a los pocos segundos con un vaso de agua que Laura se bebió de un trago, con ansias.
—Más despacio, que te vas a atragantar…
—Es que tengo mucha sed. ¿Me traes otro, por favor? —le tendió el vaso y Sergio lo cogió, pero no se movió de donde estaba.
—Has vuelto… —dijo. No era una pregunta, sino una afirmación.
—Sí. Y a decir verdad hubiera preferido un poco más de entusiasmo por tu parte. Pero bueno, qué se le va a hacer.
—¿Vas a quedarte?
—Sí, si tú quieres que me quede.
—Claro que quiero —se quedó pensativo unos instantes, mirando el vaso que tenía en la mano. Al fin dijo lo que más le preocupaba en esos momentos—. ¿Lo has leído?
Laura asintió con la cabeza.
—Y a pesar de todo, has vuelto… —la miraba sin comprender—. No lo entiendo, creí que no volverías. Estoy avergonzado… Habría preferido que no lo supieras nunca…
—Yo también pensé eso cuando lo leí. Pensé que tenías razón, que habría sido mejor no saberlo.
Sergio sonrió con tristeza.
—Ahora vuelvo, voy a por más agua.
Esta vez Laura bebió poco a poco, a sorbitos. Cuando terminó se levantó y fue a dejar el vaso sobre la encimera; se sentía entumecida, sus huesos acusaban la incomodidad de haber dormido en un sofá.
—Voy a darme una ducha, estoy hecha polvo —se estiró para desentumecer los músculos.
—Sí, mientras haré un café. Cuando salgas, hablaremos.
—Vale.
Laura se dirigió al baño cabizbaja, un poco triste. Era evidente que ambos se sentían incómodos. La familiaridad y la confianza parecían haber desaparecido y cada uno se dirigía al otro con recelo, sin la espontaneidad que siempre había caracterizado su relación.
Después de ducharse se dirigió al cuarto para vestirse, y fue entonces cuando cayó en la cuenta de que no tenía ropa allí, pues se lo había llevado todo a su casa. Dobló la ropa que llevaba puesta y la dejó sobre la butaca para usarla más tarde. Salió vestida con el albornoz de Sergio, pensando que tendría que volver a su casa a por la maleta… O quizá no… Quizá después de esa conversación tuviera que marcharse para siempre.
Sergio la esperaba tomando un café, con un apetitoso desayuno para ella sobre un mantelito. El olor a pan tostado hizo que Laura recordase el hambre que tenía, de modo que se lanzó con ansias sobre el plato. Durante unos minutos cada uno se dedicó a su tarea: ella a comer y él a beber café tras café.
—Entonces ahora me das la razón —dijo de pronto Sergio. Laura levantó la mirada de su taza de café y clavó los ojos en él.
—¿Cómo?
—Sí, antes has dicho que preferirías no haberlo sabido.
—¡Ah! No, bueno… Sí lo pensé…, pero enseguida me di cuenta de que no, de que es mejor que lo sepa. Así podré ayudarte.
—¿Qué dices? ¿Cómo piensas ayudarme? No puedes hacerlo, es imposible borrar lo que pasó.
—Ahora estoy muy confusa, Sergio. Necesito pensar, meditar sobre ello… ¿Por qué no dejamos esta conversación para más tarde? Tenemos que hablar, claro, porque tú necesitas hablarlo con alguien… Me refiero a un especialista. Sufriste un terrible trauma y has callado durante mucho tiempo.
—No. Llevo años intentando olvidarlo, no me hagas hablar de ello ahora, y menos con extraños.
No quería hablarlo con extraños, pero a ella se lo había contado. Luego no la consideraba una extraña. Eso la animó.
—Amabas a Carla… Y creo que aún continúas amándola —lo dijo sin pensar, porque le dolía que él aún siguiera amando a esa mujer a la que ella nunca conocería, pero enseguida se arrepintió de sus palabras.
—Carla murió, por el amor de Dios… Y yo la maté. Eso es lo más importante. ¿Y a ti sólo se te ocurre ponerte celosa?
Laura se sintió muy dolida. Había vuelto, le estaba diciendo que quería ayudarlo y Sergio la trataba como si le molestara verla. Unas lagrimitas acudieron a sus ojos, pero logró controlarlas.
—Parece que no te sientes muy cómodo conmigo ahora… Me marcharé, creo que es lo mejor de momento.
Se levantó y Sergio fue hacia ella.
—¡No! Por favor, no te vayas. Perdona… Claro que quiero que te quedes, es que… bueno, estoy… Nunca le había hablado a nadie de aquello y ahora me avergüenza que tú lo sepas, tengo miedo de lo que puedas pensar de mí…
—He vuelto porque quiero ayudarte. Estás convencido de que mataste a Carla, pero fue un accidente, un terrible accidente, y tú no tuviste la culpa…
—¿Cómo que no? —la interrumpió—. Me encantaría decir que tienes razón, pero no voy a hacerlo, porque sé que no es verdad… —calló al ver la mirada de escepticismo de Laura—. Da igual, dejemos eso ahora. Lo importante es que quiero que te quedes. Por favor, no te marches. Dime que todo volverá a ser como antes entre nosotros.
Laura pensó que eso era muy difícil, y también iba a ser muy difícil ayudarlo, porque él no quería dejarse ayudar. Pero había algo más, algo que a ella ni siquiera se le había ocurrido que podría pasar: se sentían incómodos juntos, ya nada volvería a ser como antes. Al mirarlo veía a un hombre distinto al que había conocido y del que se había enamorado, un hombre capaz de hacer cosas horribles. Dicen que nadie puede hacer bajo hipnosis algo que no sea capaz de hacer despierto… ¿Pasaría lo mismo con las drogas? Si no hubiera estado drogado, ¿habría sido Sergio capaz de hacer lo que hizo? No quería que sus pensamientos siguieran ese rumbo, pero no lo podía evitar. ¿Por qué había vuelto? ¿Por qué el día anterior le había parecido cuestión de vida o muerte regresar con él? Su carácter impulsivo le había jugado otra mala pasada al hacerla tomar la decisión equivocada. Pero estaba allí, y lo peor era que quería continuar allí, a su lado.
—Ahora no quiero hablar —le dijo, deteniendo el peligroso camino que tomaban sus pensamientos—. Por favor, podría decir cosas que no siento, que en realidad no pienso aunque crea que sí, y luego me arrepentiría. Prefiero esperar, meditar… Y después hablaremos. Tenemos que hacerlo…
—Acabarás marchándote, Laura. Al final te irás.
Sí, tarde o temprano se iría. ¿Qué mujer sería capaz de vivir con un hombre obsesionado por algo que no puede remediar? Además, había visto algo nuevo en ella, algo que jamás se le había ocurrido que podría formar parte de su relación: miedo. Laura lo miraba con recelo, y se apartaba cuando él intentaba tocarla.
—Bueno… No puedo asegurar al cien por cien lo que sucederá en el futuro, nadie puede hacerlo…
Sí, pensó Sergio con tristeza. Laura no era la misma. Y se sintió dolido. Dolido y enfadado.
—Por cierto —dijo de pronto Laura, alarmada—, vas a llegar tarde al trabajo, tendrás que llamar al juzgado y dar alguna excusa…
—¡Hoy es sábado! Tenemos todo el día para nosotros solos.
Se sintió agobiada al pensar que tendría que pasar el día entero junto a él. ¿Qué harían? ¿Comportarse como dos seres civilizados, cada uno con miedo de decir algo que pudiera herir al otro?
—Vaya, qué tonta, es verdad. Ni siquiera sé en qué día vivo…
—¿Qué te pasa, Laura?
—Nada. ¿Por qué crees que me pasa algo? Sólo que… Bueno… Esperaba que te pusieras muy contento al ver que había vuelto, pero parece que te molesta, ni siquiera me has dado un beso…
—Eso tiene fácil arreglo.
Bajó la cabeza y la besó. Mientras lo hacía, le abrió el albornoz y comenzó a acariciarla. Tenía un plan: si le hacía el amor quizá todo volviera a ser como antes, el sexo los había unido desde el principio, había sido la base de su relación, sin él acabarían rompiendo, así que…
—¿Quieres que siga? —le habló al oído. Su aliento le rozaba la mejilla y Laura se estremeció.
Sí, quería que siguiese. Sabía lo que él estaba haciendo y le gustó, porque eso significaba que deseaba continuar a su lado. Cuando hacían el amor era lo mejor del mundo, se acababan las dudas y los recelos. Quizá, incluso, como él decía, volvieran a ser los de antes.
—Si te paras, me cabrearé mucho, mucho…
Se notó húmeda de repente y Sergio a esas alturas estaba tan excitado que tomó la mano de la joven y se la llevó hasta el pene.
—Mira lo que me haces… Esto sí que no ha cambiado.
—Te digo lo mismo… Mira lo que me haces tú a mí…
Laura llevó la mano de Sergio a su sexo, húmedo por la excitación, y se removió, sensual, contra la palma. Ninguno de los dos fue consciente de lo que estaba pasando, ni Laura ni Sergio supieron nunca cómo habían llegado allí, pero de pronto se encontraron en la habitación, dando vueltas en la cama, besándose y acariciándose con frenesí. Sergio le sujetó los brazos por encima de la cabeza y comenzó a besarle el cuerpo: el cuello, los pezones… Luego le soltó el brazo y tomó entre sus manos uno de sus pechos, masajeándolo, removiendo el pezón con el dedo índice y el pulgar, pellizcándola, haciendo que se removiera, que lo buscara… Le besó el lóbulo de la oreja y Laura gimió, complacida; la naricilla, que lo volvía loco; las cejas; los ojos cerrados; los labios…
—No vuelvas a marcharte, Laura —su tono de voz era implacable—. Quiero que te quedes —el beso que siguió a esa declaración fue duro, posesivo, como si Sergio quisiera marcarla para que nunca olvidara dónde estaba su lugar; pero Laura, acostumbrada a recibir sólo ternura por parte de él, se asustó y lo apartó de un manotazo.
—Me haces daño.
—Perdona, lo siento… perdona —se apartó de ella—. Me tienes miedo, Laura, esto no va a funcionar…
—¿Qué tonterías dices? Sí que va a funcionar, y no te atrevas a dejarme ahora…
Él iba a decir algo, pero Laura acalló sus protestas tapándole la boca con la suya y comenzó a estimularlo con sus caricias hasta que volvió a besarla con el mismo ardor de antes.
—No he sabido expresarte mis sentimientos —dijo entre gemidos—, pero claro que me he alegrado de verte… Es que… estaba convencido de que no volverías y ha sido toda una sorpresa… —mientras hablaba no dejaba de besarla, de acariciarla, y Laura aceptaba sus caricias, ahora pasiva, dejándose hacer, dejándose querer.
—Las sorpresas pueden ser buenas o malas… —dijo.
—Ésta ha sido magnífica.
Laura le acariciaba la espalda, disfrutando con el tacto de cada centímetro de su piel. Él estaba sobre ella, dedicado a la tarea de besarle el pecho, el estómago, el vientre, de trazar círculos con la lengua sobre su ombligo… Ella se retorcía a causa del deseo. Siguió bajando las manos por su espalda hasta llegar al trasero, que acarició con movimientos sensuales. Cuando Sergio le abrió las piernas y comenzó a acariciar con la lengua, con suavidad, los lugares donde sabía que más podía excitarla, Laura dejó de acariciar y le arañó la espalda mientras meneaba las caderas, alzándolas, animándolo a penetrarla. Y Sergio lo hizo, primero poco a poco, lo que a Laura le pareció frustrante, por lo que envolvió sus piernas contra sus caderas, apretando fuerte, mientras con las manos le acariciaba los testículos, animándolo a penetrarla por completo.
—Así, mi amor, así…
Sergio gritó y aumentó el ritmo, penetrándola con más fuerza. Le había puesto las manos en el trasero para empujarla contra él, y Laura gemía y empujaba a su vez, respirando agitadamente.
—Sí, por favor…
Sergio logró alargar el momento, se contenía, luego se volvía a soltar y después se contenía otra vez. El placer de oírla gritar de esa forma, de verla tan excitada, lo volvía loco. Ella arremetía contra él cada vez con más ímpetu, gimiendo desesperada, hasta que por fin Sergio perdió el control y empujó con todas sus fuerzas, gritando su nombre. Laura también gritó y los dos se movieron con frenesí, poseyéndose por completo.
Tardaron unos minutos en volver a la realidad. Estaban agotados y sudorosos, y permanecieron abrazados en silencio.
Laura cerró los ojos y, cuando él la acarició, se removió para apartarlo. No estaba dormida, pero quería que él lo pensara. Como siempre, habían ignorado los problemas haciendo el amor. Sus dificultades acababan en la cama, pero luego regresaban con más intensidad. No creía que pudieran soportar durante mucho tiempo una situación tan artificial, tan poco sincera.
Permanecieron tumbados mucho tiempo, silenciosos, inmerso cada uno en sus propios pensamientos.
—Llegará un momento en que no podremos solucionar todos nuestros problemas echando un polvo —dijo al fin Laura.
—¿Por qué? —Sergio sonrió—. Además, éste ha sido glorioso. ¿Echamos otro?
Ya la estaba acariciando de nuevo, y lo peor era que ella ya empezaba a estremecerse y a temblar.
¿Por qué era tan seductor, tan encantador? Laura le sonrió. Ese hombre la tenía pillada. Si no fuera tan guapo, si no fuera tan tierno y a la vez tan complicado… Si no fuera Sergio, quizá no estaría tan coladita por él.
—Ahora no…
—No, claro, tú sólo quieres hablar… Las mujeres creéis que todo se soluciona hablando, desnudando los sentimientos…
—Alguna vez tendremos que hacerlo. Es mucho peor callar, créeme. Aunque en este momento llevas razón. Necesitamos tiempo para pensar…
—Me siento como un bicho raro al que te dispones a analizar en el laboratorio. No es una sensación agradable, Laura, me gustaría que lo entendieras.
Laura calló. Debía ser más cuidadosa en su presencia. Había cosas que no debía decirle, no quería que se sintiera incómodo con ella, porque sí pensaba analizarlo como a un bichito en un laboratorio. Ya no se conformaba con seguir como hasta ahora, quería algo más: estaba enamorada de él y debía averiguar si podía tener un futuro con Sergio.
Después de hacer el amor, algo de su antigua confianza había vuelto. Pero no toda. Estaba casi segura de que, si seguían así unos días, todo iba a volver a ser como antes, pero eso ya se le quedaba muy corto. Hacer el amor y hablar únicamente de libros y de películas pasando de puntillas sobre los temas incómodos no era una solución.
Al menos no era lo que ella quería.
«Todo o nada», se dijo. No había término medio.
—Por cierto, esta noche tengo un compromiso, un cóctel al que no puedo faltar —dijo Sergio en tono de fastidio, interrumpiendo sus pensamientos.
—Perfecto, es bueno que salgas.
Laura sintió un gran alivio al saber que él saldría esa noche y podría quedarse sola para pensar. Había otra cosa que la preocupaba, una idea que no había tomado aún forma, pero que no dejaba de rondarle por la cabeza: algo que no entendía en el relato, y le molestaba no saber exactamente qué era. Quería volver a leerlo; era doloroso pero necesario. Intuía que las palabras de Sergio encerraban una verdad que ni siquiera él conocía.
—Creo que no lo has entendido. Estás muy distraída… Lo que te estoy diciendo es que… En fin, quiero que vengas conmigo.
—¿Qué?
—Ya sabes que no soy un hombre muy sociable, pero hay un colega con el que me une lo más parecido a una amistad que conozco… No es que seamos íntimos, pero es la única persona que soporto…
—¡No me digas! —lo interrumpió Laura poniendo cara de indignación—. ¡La única persona que soportas…! ¿Y yo qué? ¿A mí no me soportas?
—Ya sabes a lo que me refiero…
—Te estaba tomando el pelo… ¿Qué me decías?
—Que el juez del que hablo se jubila y entre unos cuantos han organizado un cóctel en su honor, ya sabes, discursitos y esas cosas… Bueno, el caso es que me mandaron una invitación y tenía que confirmar si iría solo o seríamos dos. El jueves por la mañana confirmé que seríamos dos… Con todo este jaleo se me olvidó decírtelo.
—Pero yo no conozco a nadie…
—Claro que sí, seguro que estará ese fiscal amigo tuyo y también algunos jueces y abogados que conozcas. Venga, acompáñame. Yo no puedo faltar, ese hombre se portó muy bien conmigo al principio y sería un desagradecido si no participara en su homenaje. Pero la verdad es que no tengo ningunas ganas de ir… Es un coñazo. Si vinieras conmigo, sería más llevadero.
Laura no contestó. Se levantó de la cama y se puso una camiseta que había tirada en el suelo.
—Esta habitación es una leonera —de pronto fue consciente del desorden, de la desorganización que presidía sus vidas, y se sintió muy molesta. Si iban a seguir juntos, tendrían que cambiar muchas cosas. Lo miró muy seria—. Sergio, tenemos que organizarnos, tenemos que ordenar nuestra vida. He vuelto y me quedaré contigo, pero necesito unas pautas. Yo no puedo vivir en un continuo caos, confundiendo el día y la noche, comiendo a deshoras o, lo que es peor, no comiendo. Si organizamos nuestro día a día también organizaremos nuestras mentes, que es lo que necesitamos. No podemos seguir así.
—¿De qué hablas? Algo parecido te dije yo hace unos días, ¿recuerdas? Pero no hablaba muy en serio.
—Pues yo sí.
—De acuerdo, me parece bien. Si quieres organización, la tendrás, por mí que no quede… Bueno, y volviendo a mi pregunta: ¿vendrás conmigo esta noche? —Sergio sonrió. Sabía que sus esfuerzos por parecer animado no estaban teniendo mucho éxito.
—No sé…
Quería quedarse sola esa noche, pero también tenía mucha curiosidad por ver a sus «conocidos», como él decía, al círculo en que ahora se movía Sergio. Por otro lado, si quería normalizar su relación, que ambos tuvieran cada vez más cosas en común, ésa era una buena manera de empezar a hacerlo. ¿Qué hay más normal en una pareja que ir juntos a una fiesta?
—De acuerdo, me parece bien, me apetece conocer a tus amigos.
—Gracias. ¿Sabes una cosa? En estos años he asistido a muy pocos acontecimientos sociales, pero las veces que lo he hecho siempre he ido solo… Podría haber llamado a alguna de mis «mujeres de una noche», claro, pero nunca lo hice porque eran eso, de una noche, y no quería entablar una relación más duradera con ninguna.
—Ni siquiera conmigo.
—Al principio no… No sabes cuánto le agradezco al cielo que se te rompiera el coche. De no ser por esa casualidad no habríamos vuelto a vernos, porque, aunque te esperé en la puerta de tu oficina…
—Y te quedaste frito…
Los dos rieron al recordar aquel episodio. Poco a poco la tensión se iba desvaneciendo entre ellos.
—Sí. Me quedé dormido y tú pasaste por mi lado sin que yo te viera, y puede que no hubiéramos vuelto a vernos si no se hubiera agotado la batería de tu coche…
Laura se sentó en la cama.
—Hay que ver cómo juega el destino con nosotros, ¿verdad? Si la mañana que nos vimos por primera vez yo no hubiera llegado tan pronto al juzgado, no habría entrado en esa cafetería y no te habría conocido.
—Sí que me habrías conocido, recuerda, en la comparecencia…
—Ya, pero no te habrías fijado en mí ni yo en ti si no nos hubiéramos visto antes en la cafetería.
—Creo que te equivocas, yo sí que me habría fijado en ti, y te habría seguido igual, y habría intentado atracarte en el aparcamiento…
Laura rio.
—¡Cuántas cosas en tan poco tiempo! Yo he cambiado mucho desde que te conocí —dijo Laura, acariciándole la mejilla.
—Y yo… —la mirada de Sergio se oscureció—. Y justo cuando todo podría haber empezado a ir bien para mí, tuvo que aparecer esa…
Laura se asustó al ver la dureza y el odio que se reflejaban en sus ojos.
—No creo que ella sea la culpable de todo…
—¿Qué estás diciendo? —la miraba con incredulidad, como si de repente se hubiera vuelto loca.
—Que ella sólo removió tus recuerdos, pero el problema está en ti, y tienes que solucionarlo…
—No te entiendo, Laura, no te entiendo… —meneaba la cabeza con pesadumbre. Parecía cansado, agotado—. No. Yo creo que este embrollo no tiene solución.
—Sí la tiene. Ya te lo he dicho, necesitas ayuda profesional, has soportado más de lo que cualquier persona corriente habría aguantado. Y lo has hecho tú solo.
Sergio le acarició el pelo.
—Lo cierto es que, aunque no lo creas porque yo no he sido capaz de demostrártelo, desde que tú lo sabes me encuentro mejor. Tenía un miedo terrible de que te enteraras, es cierto, pero ahora me alegro.
—Y te sentirás aún mejor cuando lo compartas con alguien que pueda proporcionarte la ayuda que necesitas.
La insistencia de Laura en este punto empezaba a resultarle muy molesta.
—Tú eres la única que puede ayudarme. No quiero a nadie más. Cuando dimita, quizá Marga me deje por fin en paz. Entonces podremos empezar tú y yo, desde cero.
Pero Laura no estaba tan segura de que pudieran empezar de nuevo con una carga semejante sobre sus espaldas. Era demasiado pesada, aunque ahora fueran dos para repartirla.