Ya veo que has hecho un hueco en la agenda para humillarte en público —le dijo Petula a Wendy Anderson cuando la vio acercarse por el pasillo con una desaliñada camiseta punk vintage.

Al inspeccionarla más de cerca, Petula reparó en que se trataba de una de las camisetas que Scarlet había desechado y que ella había regalado a alguien en la calle. Se le cayó el alma a los pies. Las Wendys estaban a punto de transformarse en un par de chivatas de labios brillantes con efecto mojado.

—¿Qué? ¿Te gusta mi camiseta nueva, que me diga, vieja? —dijo Wendy Anderson mirando a Petula a los ojos, cosa que no hacía sino muy raras veces.

—Se acabó —dijo Wendy Thomas—. Dentro de poco, todo el mundo sabrá lo bajo que has caído.

—Pues llevo años rebajándome a estar con vosotras y no parece que a nadie le haya importado —dijo Petula en tono cortante.

Las Wendys trataron de esquivar el golpe pero no pudieron evitar que las alcanzara la metralla verbal de Petula.

—Si os ponéis a propagar mentiras sobre mí, empiezo a contar verdades sobre vosotras dos.

Petula estaba al tanto de lo fácil que era despistar a las Wendys, de su particular susceptibilidad a la psicología inversa, y de que cuanto más las desafiara, más rápido se echarían atrás, para con casi toda probabilidad volverse la una contra la otra.

—¿Qué verdades? —preguntó Wendy Thomas.

—Exacto —dijo Petula, consciente de que no tenía nada que pudiese emplear contra las chicas, pero imaginándose que las Wendys ya darían con algo con lo que acusarse la una a la otra más tarde.

Las Wendys empezaron a mirarse de reojo, recelosas, tal y como era de esperar.

—La verdad, me encantaría tener un cociente de inteligencia más bajo para poder disfrutar mejor de vuestra compañía —les dijo Petula a las dos mientras echaba la cabeza hacia atrás para recalcar sus palabras.

Las Wendys se lo tomaron como algo personal dado que Petula siempre había puesto en tela de juicio la precisión de esta clase de sistemas de puntuación. Es más, opinaba que lo único que aportaba una medida sobre la inteligencia eran los resultados en la vida real. Así, había entrenado a las Wendys en el arte de utilizar sus dotes anatómicas para atraer la atención como un medio para conseguir las más altas notas posibles. Petula se refería a estas dotes como sus «curvas de aprendizaje».

—Entérate —anunció Wendy Thomas—. Los test estandarizados son un falso indicador de la capacidad intelectual.

Para variar, Petula se dio cuenta de que el apunte de Wendy tenía su peso. Había hecho bien los deberes. Demasiado bien.

—Y aun así —añadió Wendy Anderson—, no somos tan tontas como para no reconocer a una futura indigente nada más verla.

Tiró de la camiseta descartada hacia abajo, estirándola para que Petula pudiera verla con claridad.

—¿Y qué? —insistió Petula—. ¿Eso es todo?

—No, yo te puedo dar algo más —se oyó que decía una voz a su espalda.

Petula se dio media vuelta para ver a Darcy exhibiendo una sonrisita y manipulando el botón de avance de su cámara digital. Petula se la quedó mirando atónita mientras Darcy la sorteaba y se unía a las Wendys completando la formación en uve.

—Pero ¿qué es esto? —Petula pasó revista al trío, los brazos en jarras—. ¿Un casting de dobles o qué?

Si de eso se trataba, ni siquiera Petula podía por menos de reconocer que habían hecho un buen trabajo. Darcy poseía muchas de las cualidades de Petula y todos los rasgos que a ella le gustaba apreciar en sus acólitas, salvo uno: no era un perrito faldero. Petula estaba fascinada ante aquel ataque directo a su persona.

—Tú no nos sustituyes —bramó Wendy Anderson mientras la hacía reparar en Darcy con un gesto, como si fuera un frigorífico nuevo en un concurso diurno—. ¡Nosotras te sustituimos a ti!

—Lo que haga o deje de hacer —respondió Petula recalcando cada palabra— es asunto mío.

—Me callé lo de tu engaño —dijo Wendy Thomas enfurruñada.

—Ni siquiera estás saliendo con alguien —añadió Wendy Anderson para desprestigiarla—. Todo el mundo lo sabe.

Petula se las quedó mirando, sin salir de su asombro.

—No es sólo asunto tuyo —intervino Darcy en defensa de las Wendys—. Ellas también tienen que responder de ello.

A juzgar por la multitud de críos que se agolpaba a su alrededor, la mayoría de los cuales miraban a Petula con una mezcla de confusión y condescendencia que ella no había experimentado jamás, Darcy no andaba muy desencaminada. Con todo, Petula decidió seguir mostrando su indignación echando mano de una táctica de defensa a prueba de fuego, la manida «¿y qué?».

—Pues llevadme a juicio, putas —bramó Petula, mostrándoles el dedo antes de alejarse.

—También es una idea —dijo Darcy a sus descorazonadas nuevas seguidoras.

* * *

Damen quería ver a Scarlet, pero era demasiado tarde, así que decidió sacar la vena romántica, acercarse de hurtadillas y darle una sorpresa. Se aproximó a la casa, con Charlotte, todavía echando humo por la escenita que había presenciado entre Scarlet y Eric algo antes, a la zaga sin él saberlo. A través de la ventana, podía verla tumbada en la cama escuchando música y hojeando un libro, como siempre. El estruendo con que brotaban los temas de sus auriculares hacía que no reparase en nada, ni siquiera en la presencia de Damen y Charlotte, que la miraban desde el otro lado de la ventana.

Damen permaneció allí quieto durante un minuto, admirándola, y Charlotte detectó en su mirada un amor auténtico y genuino. Ella había deseado durante mucho tiempo que la miraran de aquella forma, que la adorasen, y pensó que tal vez hubiese emprendido ya el camino hacia aquel territorio inexplorado con Eric. Ahora, resultaba toda una ironía que, de entre todas las personas, pudiese ser Scarlet el obstáculo que le bloqueara el paso en aquel viaje.

Damen dio unos golpecitos en el cristal, pero Scarlet no podía oírle con la música a todo volumen. Comoquiera que no deseaba llamar más fuerte y alertar a su madre o a Petula, aguardó, sintiéndose un tanto estúpido, a que la canción terminase. Aprovechando el fundido, volvió a golpear la ventana y, finalmente, logró captar su atención. Un espectáculo insólito, casi patético, pensó Charlotte. Se sentía demasiado violenta para quedarse y demasiado intrigada para irse.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Scarlet a la vez que cerraba el libro de golpe y saltaba de la cama.

Damen se limitó a sonreír, ajeno por completo al hecho de que no era el primero que sorprendía a Scarlet ese día, esperando una cálida bienvenida.

—Por poco me matas del susto —dijo ella—. ¿Por qué no me has enviado un SMS avisándome de que venías?

—Te quería dar una sorpresa —dijo él.

—¿Qué sorpresa? ¿Un infarto?

«¿Es que no se ha enterado todavía de que sus sorpresas no están funcionando del todo?», pensó Scarlet.

—Sólo quería verte —dijo Damen.

—Anda, entra antes de que te vea mi madre y te arranque un órgano nunca visto hasta la fecha.

Damen trepó al interior y se la quedó mirando.

—¿Es que ya estamos en Halloween? —bromeó.

—¿Qué?

—La camiseta —dijo él refiriéndose a la camiseta de un grupo de música que ella llevaba puesta.

—Anda, mira qué gracia, pues antes te gustaba —le espetó ella.

Charlotte sabía a qué conducía todo aquello, al menos eso creía, y más importante aún, sabía el porqué.

Scarlet llevaba puesta una de sus viejas camisetas de grupos musicales, los Plasmatics, pero había recortado la parte superior y las mangas, transformándola en un top, con un tirante asimétrico que lo mantenía en su sitio cruzándole el pecho y cosido a la espalda. Su viejo yo luchaba por recuperar su lugar. Y estaba ganando.

—Pero ¿qué mosca te ha picado? —preguntó Damen, desconcertado por el reproche.

—Tú —dijo ella.

—Estás sacando las cosas de quicio —se explicó Damen, sin mucho tino—. Sólo he dicho eso porque hace tiempo que no te pones esas camisetas, y he pensado que a lo mejor las habías vuelto a sacar por alguna razón.

—Pues la hay, sí —dijo ella mordiéndose el labio para no desahogarse del todo.

Era casi como si Scarlet quisiera forzar una reacción de él para poder decirle todo lo que pensaba. Como si buscase recrear una discusión que ya había mantenido —y ganado— en su mente. Charlotte deseaba que hubiese algo que ella pudiera hacer. Se sentía tan… impotente.

—Perdona, no sabía que estuviera ocupado este puesto de acecho —se oyó que decía una voz en la oscuridad.

Era Eric. Emergió desde detrás del árbol y se presentó ante Charlotte.

—Me estaba preguntando por dónde andarías —dijo ella, a modo de interrogación y reprimenda a un tiempo.

—Vaya, ¿de modo que es así como pasas las noches?

—Pues no; las paso con él —dijo ella refiriéndose a Damen—. Pero se ve que sí que es así como tú pasas las tuyas.

—¿Por qué hacemos esto? —preguntó Eric—. ¿En serio que estás celosa de una chica viva?

—No —contestó Charlotte de modo poco convincente.

El comentario de él no hacía sino empeorar las cosas, y el hecho de que hubiese sacado a Scarlet a colación era la prueba, concluyó Charlotte, de que él tenía algo que ocultar. Sabía que no podía pasar nada, pero que sintiese algo por Scarlet no dejaba de dolerle, tanto o más incluso que si fuera posible.

—Venga ya, esto es absurdo —dijo Eric con displicencia—. Yo no morí por ella como tú lo hiciste por él. No lo olvides.

—Haces que suene tan… —empezó Charlotte.

—¿Veraz? —dijo él, completando el pensamiento de ella.

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