Estamos perplejos, pasmados, paralizados. Hace un mes que Flo volvió a casa y todavía no ha hecho ningún garabato. Hay paredes recién pintadas por toda la casa, en mi piso y en los pasillos comunes, y en los descansillos de la escalera. Le compré lápices de colores nuevos para agregar a su colección y le dije miles de veces que podía dibujar todo lo que quisiera. Ella sonríe, asiente, pasa por encima de los lápices y se va a ver cómo trabajan Fritz y Otto; les alcanza las juntas, los clavos, los destornilladores, los tornillos, la paleta. Siempre les da justo lo que necesitan para trabajar. Están fascinados con ella.
Ah, y todavía se cuelga de mi pierna, se sienta sobre mi regazo, tararea su tonada. Los pichis marrón tabaco son agua pasada; de todas formas, no la obligo a ponerse zapatos y los vestidos que le compré son relativamente sencillos. Para Flo el color era para los garabatos, pero ya no tanto. Últimamente, me acompaña cuando voy de compras, algo que jamás hacía con su madre. A veces me pregunto si, por simple ignorancia, no habré arruinado el funcionamiento de La Casa y de Flo. Mi único barómetro es ella. Si a ella le gusta o parece disfrutarlo, se hace. Sin duda, le encantan los fines de semana en Wentworth Falls. Todos los viernes por la noche prepara su pequeño morral y se asegura de que el saco de lienzo de Marceline esté suficientemente aireado. ¡Pobre Toby! A falta de una, tres hembras.
Aunque la idea no me entusiasmaba lo más mínimo, convertí la habitación de Harold en mi dormitorio y puse a Flo en la que era la habitación de su madre. Aquel rincón en el que solía dormir Flo se convirtió en el armario de la ropa blanca y la biblioteca de referencia Delvecchio Schwartz. Al principio pensaba que me estaba alejando mucho de Flo, pero por suerte Marceline se mudó a su cama y resolvió el asunto. Mi pequeño ángel duerme plácida y profundamente, nunca se contorsiona, ni parece tener pesadillas.
Los pasos y las risotadas se acabaron cuando di con el testamento, pero todavía tengo serias dudas de que la señora Delvecchio Schwartz haya pasado realmente a mejor vida La primera noche que fui a la habitación de Harold, con los pelos de punta y la piel de gallina, oí un leve suspiro al cerrar la puerta. No era ella. Era Harold. Como si se estuviera despidiendo para siempre.
Entonces, oí la voz de ella que decía:
—¡Bien hecho, princesa! ¡Fantástico!
Sentí un aleteo y algo que se agitaba. Uno de los periquitos de Klaus. Lo miré, me miró. Extendí la mano y se posó en mi dedo balanceándose alegremente.
—¡Oh, gracias a Dios! —exclamó Klaus cuando le llevé el pájaro—. Mi pequeña Mausie se escapó por la ventana apenas la abrí. Pensé que la había perdido para siempre.
—No te preocupes, campeón —dije—. No te desharás de la pequeña Mausie así de fácil. ¿Verdad, Mausie?
Pese a todo lo anterior, Flo no quiere hacer sus garabatos y eso nos tiene muy preocupados a todos. Jim, Bob, Klaus y Pappy pasan horas y horas con ella y sus lápices de colores tratando de estimularla y convencerla. Incluso Toby sucumbió a la manía de los garabatos; fue y compró varios cuadernillos de papel borrador y le enseñó cómo dibujar en ellos, pero ella me miró con tristeza y dejó caer el lápiz rosa que él le había dado.