Hoy fue un día triste para mí. Es comprensible después de lo de ayer. Se me hace raro que las cosas salieran así y que no pudiéramos enterrar a la señora Delvecchio Schwartz hasta el viernes 13. El último viernes 13 fue en mayo, y el próximo será en octubre. Una especie de presagio, no muy diferente de la aparición de Marceline en mi vida. ¿Los acontecimientos son realmente azarosos? Ojalá lo supiera.
Toby ha desaparecido para comprobar que su refugio en Wentworth no se viera afectado por los incendios forestales; Jim y Bob han salido a pasear en su Harley Davidson, y Klaus se ha ido a Bowral con Lerner Chusovich, que está un poco dolido porque no le permitieron ser uno de los portadores del féretro. Es tan delgaducho y tiene una voz tan atiplada… Tímido y sombrío.
Como Pappy estaba en casa, cenamos juntas. Este lunes empieza en el Vinnie, con el resto de los aspirantes. Gracias a Dios, ha abandonado definitivamente la idea de trabajar en Stockton; o, más bien, gracias al fantasma de la señora Delvecchio Schwartz. Pappy cree sinceramente que la vieja bruja se materializa y le habla. Yo no me lo puedo creer. Sí, es cierto que escucho sus pasos y sus risas, pero sigo pensando que es algo que está generando Flo.
—¿Has tirado la Bola de Cristal y las cartas? —preguntó Pappy.
—¡No, por Dios! Siguen ahí, en el armario.
—Harriet, a ella no le gustaría. La Bola de Cristal y las cartas deben ser usadas, de lo contrario perderán su poder. —No hubo nada que hacer, insistió e insistió hasta que fui a buscarlas, las puse sobre la mesa envueltas en sus respectivas y raídas telas de seda, pero me negué a echarlas.
—Las consultaré de vez en cuando, nada más —dije con firmeza—. Me explicó que era algo complicado, y todos esos libros que hay en su habitación me confirman que lo es.
—Alguna vez lo fue —dijo Pappy sin el menor énfasis—. Pero eso fue hace años, antes que ella descubriera que tenía el poder. Los libros siguen allí, porque ella no podía prescindir de nada.
—Los libros están al día; es Flo la que tiene el poder.
—Tal vez los mantuvo al día para que formaran parte de la herencia de Flo —dijo Pappy—. Hasta una Flo tiene que gatear antes de aprender a caminar. Están ahí para que Flo, más adelante, pueda estudiarlos.
—¡Menuda estupidez! Estoy segura de que la señora Delvecchio Schwartz sabía tan bien como yo que Flo jamás aprenderá a leer, y que ni siquiera habla —dije—. En cuanto a la profesión de médium, me gustaría que me contaras cómo trabajaban Flo y su madre.
Pero Pappy dice que no puede contármelo porque no sabe nada; nunca asistió a ninguna de aquellas sesiones con sus clientas. Y al ver la cara que puse agregó rápidamente que ninguna de sus clientas hablaba de las sesiones. Desconectamos el teléfono de la señora Delvecchio Schwartz, y después de leer varias esquelas desesperadas de sus clientas habituales que se habían amontonado en el suelo de la entrada de La Casa, pegamos un pequeño cartel en la parte de afuera en el que anunciábamos «el fallecimiento de la señora Delvecchio Schwartz». Y así pusimos fin al asunto. ¡Qué espantoso habría sido que alguna de esas damas ricachonas de Point Piper, Vauclusc, Killara y Pimble se encontrara con alguien de Protección de Menores o de la oficina del Síndico Público en la entrada de La Casa!
A Pappy se la ve bien, tranquila. Ha recuperado su peso habitual y dedica todas sus energías a su formación como enfermera. Si bien en parte deseo que cuando conversa conmigo mencione al bebé que perdió o a Ezra, aunque sólo sea para desahogarse, también me agrada el hecho de que haya decidido relegar el pasado al limbo.