Jueves, 5 de enero de 1961

Joe, la Consejera de la Reina, me ha dado el nombre de un bufete de abogados especializado en menores. Partington, Pilkington, Purblind y Hush, en la calle Bridge. Como salido de una novela de Charles Dickens; aunque ella me asegura que hay montañas de bufetes con nombres dickensianos, porque forma parte de la tradición legal y la mayor parte de los socios que aparecen en el nombre de un bufete, si es que alguna vez existieron, murieron hace cientos de años. Elegí al señor Purblind, pero tengo una cita con el señor Hush el lunes próximo a las cuatro.

Todavía no he conseguido nada de los de Protección de Menores: siguen negándose a decirme dónde está Flo. Está bien, está contenta, está esto y aquello; pero no me dicen si está en Yasmar. La pesquisa sobre Harold y la señora Delvecchio Schwartz se ha fijado para el miércoles de la semana próxima, así que tendré que pensar en una brillante excusa para justificar que necesito tener todo el día libre en el trabajo. Todos los que vivimos en La Casa estamos obligados a presentarnos y a responder las preguntas que nos quieran hacer, aunque Norm me dice que los muchachos de uniforme no han encontrado rastros de Chikker y Marge, del piso de la planta baja con vistas a la calle. Teóricamente, han huido a algún otro estado, lo cual significa que podrían no haber estado involucradas en el negocio de la prostitución, aunque quizá sí en alguna otra cosa rara. El problema es que como no hay huellas digitales, nadie sabe exactamente quiénes son. Ladrones de banco, tal vez. Yo creo que no son más que personas de vida sórdida que no confían en la policía.

Algo muy extraño pasó anoche hacia las tres y diez de la madrugada. Estábamos todos, y todos dormíamos. Un ruido me despertó: unos pesados pasos que resonaban en el vestíbulo, como si vinieran desde el piso de arriba, y que se asemejaban a los de la señora Delvecchio Schwartz cuando emprendía sus inspecciones a esas horas. ¡Nadie más camina así! Hasta La Casa, parte de una hilera de antiguas y sólidas edificaciones victorianas, solía temblar cuando ella la recorría. Pero la señora Delvecchio Schwartz está muerta, yo la vi muerta, y sé que en estos momentos la pobre mujer yace en un depósito en la morgue. ¡Sin embargo, estaba caminando allá arriba! Luego me llegó el ruido sordo de su risa, su inconfundible jo, jo, jo. Fue la primera vez en mi vida que se me pusieron los pelos de punta.

Al poco rato estaban todos apiñados ante mi puerta. Klaus estaba fuera de sí, lloraba y gemía lastimeramente, igual que Bob. Jim trataba de sobreponerse, y Toby estaba blanco como la cera. Lo mismo que yo, algo que no nos suele pasar a las personas de piel oscura.

Los hice pasar y traté de que se acomodaran en las sillas y sillones, pero no pudieron quedarse quietos: iban de un lado a otro, saltaban, temblaban. Yo también.

La única persona sensata del grupo, la única que no tenía miedo, era Pappy.

—Está aquí, con nosotros —dijo, con un brillo en los ojos—. Yo sabía que nunca abandonaría La Casa.

—¡Tonterías! —dijo Toby bruscamente.

—No; sea lo que fuere, es real —dije yo—. Todos estábamos profundamente dormidos, y esto nos despertó.

Puse el agua al fuego, preparé un poco de té y agregué un chorro de brandy a cada una de las tazas. Mi promesa de no volver a probarlo nunca más era vulnerable a la señora Delvecchio Schwartz.

De pronto, Pappy hizo estallar su bomba. Nuestra experiencia nocturna le había provocado una alegría que yo no le había visto expresar desde sus días felices con Ezra. Estaba radiante.

—No voy a ir a Stockton —dijo.

Todos la miramos, interrogantes.

—Después de morir —dijo en voz baja—, la señora Delvecchio Schwartz se me apareció. No fue un sueño, porque en esos momentos yo estaba leyendo. Me dijo que no podía irme de La Casa. Así que fui a ver a las hermanas del Vinnie, y les pregunté si podía formarme como enfermera allí y seguir viviendo aquí. Las monjas son tan buenas…, tan comprensivas… Decidieron que a mi edad y con mi experiencia en distintos hospitales, sería mejor enfermera si viviera fuera de allí que dentro. Empezaré en Vinnie con la próxima promoción de aprendizas de enfermeras, a finales de este mes.

Ésta fue la primera buena noticia desde el día de Fin de Año, y todos necesitábamos algo así desesperadamente. Pappy es rara, muy mística. De todas formas, aun después de oír lo que tenía que decir, me niego a creer que a quien escuché en el piso de arriba era la verdadera señora Delvecchio Schwartz. Más bien pienso que algún efluvio de mi perdido angelito se apoderó de nuestras mentes e hizo que nos confundiéramos.

¿Dónde estás, Flo? ¿Estás bien? ¿Te comprenden? No, por supuesto que no estás bien; me perteneces, y moveré cielo y tierra para que no te envíen a un orfanato. Si no puedo traerte a casa, morirás. Tu destino está en mis manos porque tu madre así lo quiso. Ése es el mayor misterio de todos.