Bien, ya estoy oficialmente a cargo del Servicio de Radiología de Urgencias. Chris se fue el viernes pasado después de una pequeña fiesta organizada por la Hermana de Urgencias, que en otros tiempos se habría mostrado llorosa y malhumorada. Esta vez, en cambio, su cara transmitía alegría: espera de lo más confiada poder seguir el ejemplo de Chris el año próximo. Constantin (un chef del restaurante Romano) sigue cortejándola asiduamente. Cuando Chris anunció que un feliz evento estaba en ciernes, el pequeño grupo de técnicas y hermanas prorrumpió en risas, suspiros, babeos y chillidos. Por suerte, un par de urgencias múltiples interrumpieron la fiesta y volvimos todas al trabajo.
Hay una nueva técnica en mi puesto, mayor y más experimentada que yo, pero prometida a un residente mayor; y por lo tanto feliz de ser la intermediaria. Se llama Ann Smith y su compromiso se ha prolongado porque el doctor Alan Smith (¡qué suerte para Ann, no tendrá que cambiarse de apellido!) tiene que solucionar la continuidad de su carrera antes de ir al altar.
Pero ¿por qué me han puesto a mí a cargo del servicio?
—Su trabajo es excelente, señorita Purcell —me dijo la Hermana Agatha mientras yo la escuchaba atentamente, de pie frente a su escritorio—. Decidí que usted reemplazara a la señorita Hamilton porque es eficiente, muy organizada, y piensa por sí misma, algo esencial para trabajar bien en Urgencias.
—Sí, Hermana, gracias Hermana —respondí automáticamente.
—A menos… —dijo, e hizo una pausa inquietante.
—¿A menos que qué, Hermana? —pregunté.
—A menos que tenga usted la intención de casarse, señorita Purcell.
Me eché a reír. No pude evitarlo.
—No, Hermana, le aseguro que no tengo ninguna intención de casarme.
—¡Excelente, excelente! —Sonrió complacida—. Puede retirarse, señorita Purcell.
Todo cambia cuando una es la encargada. Chris era muy buena en su trabajo, pero pensaba que su manera de llevar el servicio se podía mejorar. Ahora puedo hacer lo que quiera, siempre que ni la Enfermera jefe ni la Hermana Agatha se opongan.
Eso implica que ahora empiezo a trabajar a las seis de la mañana, cuento con las aprendizas entre las ocho y las cuatro, y con Ann desde las diez en mi antiguo rincón. No creo que a Ann le hiciera mucha gracia, pero apechugó. Si su jornada de trabajo significa que verá menos a Alan, tendrá que aguantarse. ¡La de cosas que se pueden hacer cuando una ocupa un puesto de responsabilidad! Me he convertido en una arpía sin escrúpulos.