Cuando Duncan llegó hoy a mediodía, se lo dije.
—No puedo soportar este malestar. —Traté de explicarle sin entrar en detalles tales como los corrillos del hospital o la bofetada que propiné a Toby por sus desagradables comentarios—. Sé que he elegido el peor momento, justo cuando acabas de comportarte maravillosamente con Pappy, y por eso te pareceré de lo más ingrata. Pero es que estoy pensando en mis padres, ¿me entiendes? Duncan, lo que yo haga con mi vida es asunto mío, pero no si estoy involucrada con un hombre casado… En ese caso, todo el mundo se siente con derecho a opinar. ¿Cómo hago para plantar cara a mamá y papá? Si seguimos así, esto terminará por saberse. Así que debemos romper.
¡Menuda cara puso! ¡Y sus ojos! Pobrecillo, era como si le hubiese dado una puñalada certera.
—Tienes razón, por supuesto —dijo con voz temblorosa—. Pero yo tengo otra solución, Harriet. No puedo vivir sin ti, de verdad que no puedo. Lo que dices es incuestionable, mi amor. Lo último que querría es hacerte sentir que no puedes mirar a la cara a tus padres. Así que lo mejor será que le pida a Cathy que nos divorciemos. Ya mismo. Y cuando tenga el divorcio, podremos casarnos.
¡Oh, Dios mío! Ésa era la única respuesta que no esperaba, y la que menos habría querido oír.
—¡No, no, no! —grité, con un gesto de desesperación—. ¡No, eso no! ¡Eso nunca!
—Por el escándalo, supongo —dijo él, todavía lívido—. Pero tú quedarás al margen de todo. Conseguiré una mujer que nos ayude a comunicarnos por carta, y no volveremos a vernos hasta que yo sea un hombre libre. ¡Que Cathy muestre sus heridas a la prensa amarilla, y que la prensa amarilla haga su trabajo sucio! Mientras tú no estés involucrada, no importa lo sórdido que pueda llegar a ser todo el asunto. —Tomó con suavidad mis manos entre las suyas—. Amor mío, Cathy tendrá lo que quiera, pero eso no significa que a ti vaya a faltarte nada. Tengo el dinero suficiente para que así sea, créeme.
¡Oh, Dios! No entendió lo que yo quería decir, porque no se le ocurrió pensar que no quiero jugar a ser la esposa del doctor; que yo no podría representar el papel de la esposa del doctor, ni siquiera ante él. Tal vez si yo lo amara un poco más podría hacer el sacrificio. Pero el problema es que no lo amo incondicionalmente.
—Duncan, escucha —dije, fríamente—. No estoy preparada para casarme con nadie, no estoy preparada para sentar cabeza y asumir las responsabilidades del matrimonio. Sinceramente, dudo que alguna vez esté preparada para ello, al menos no para la clase de vida que debería llevar con David, que sería como la que tendría que llevar contigo.
¡Y justo en ese momento aparecieron los celos!
—¿Quién es David? —preguntó él.
—Mi ex novio. Nadie, en realidad —dije yo—. Vuelve con tu esposa, Duncan, o búscate una mujer que quiera vivir en tu mundo si no soportas a Cathy. Pero olvídate de mí. No quiero tener aventuras con hombres casados, y no quiero que te imagines que soy la segunda señora Forsythe. Se terminó, y no puedo decírtelo de otro modo.
—No me amas —dijo él, decepcionado.
—Sí, te amo. Pero no quiero construir un nido en los suburbios, y no quiero sentir asco por mí misma.
—¡Pero están los hijos! ¡Querrás tener hijos! —atinó a decir él, como si no tuviera ningún otro argumento.
—No niego que me gustaría tener al menos un hijo, pero eso tendré que decidirlo yo, y preferiría no tener un hijo si eso supone pedirle a un hombre que asuma la responsabilidad. Tú no eres como Ezra, Duncan, pero vienes del mismo mundo, esperas los mismos compromisos, y ambos veis igual a las mujeres. Algunas sirven para divertirse, algunas para procrear. Me siento muy halagada al saber que preferirías que fuera tu esposa antes que tu amante, pero no quiero ser ninguna de las dos cosas.
—No te entiendo —dijo él, profundamente desconcertado.
—No, señor, y nunca me entenderás. —Me acerqué a la puerta y la abrí—. Adiós, señor. Lo digo en serio.
—Adiós, entonces, amor mío —dijo él, y se marchó.
¡Oh, fue terrible! Seguramente lo amo, porque sentí un gran dolor. Pero me alegra haber roto antes de que todo empeorara.