Miércoles, 24 de agosto de 1960

¡Por Dios! Ha pasado un mes entero desde la última vez que escribí. Pero ¿qué se puede decir cuando la vida se transforma en una imperturbable rutina? Supongo que me he convertido en una crossita y lo que antes solía sorprenderme, ahora no me causa el mismo efecto. Duncan y yo tenemos una relación estable, aunque no hemos perdido nuestra pasión por la cama. Durante un tiempo intentó convencerme de que nos viéramos más seguido, agregando visitas los martes y los jueves por la noche, pero yo no cedí. Hasta una idiota tan miope como Cathy F. tiene ojos. Más ausencias de las acostumbradas entre semana podrían despertar sospechas de la repentina pasión de Duncan por jugar al golf en Lakes, mucho más cerca de Queens que de Wahroonga; lo cual, hasta el momento, había sido su excusa para jugar en un campo donde no lo conocía nadie.

Tal vez es que estoy un poco harta de tanto secreto; pero mi instinto de supervivencia me dice que, mientras Cathy F. permanezca en la ignorancia, yo no tendré que preocuparme por decidir si quiero vivir en una casa lujosa y hacer el papel de la esposa del doctor. A él le fastidia, pero no quiere herirla confesándole la verdad. Después de todo, es la madre de sus hijos, y el tío que tiene en el Consejo de Administración del hospital está convencido de que el mundo gira en torno a ella. ¿Qué había dicho Duncan? «No hay que levantar olas adversas en el gran estanque del hospital.» Pues muchas gracias, pero yo tampoco quiero levantar olas adversas en mi propio estanque de Kings Cross.

Hoy, en el estanque del Servicio de Radiología de Urgencias hubo maremoto. Chris y Demetrios se van a casar y ella está totalmente eufórica. Enseñó el anillo a todo el sector: un conjunto de diamantes, rubíes y esmeraldas que perteneció a la madre del futuro esposo. Tal es el esnobismo del hospital que, desde que nuestro humilde portero griego pescó una técnica radióloga, dicen que tiene «un futuro prometedor». Sin duda, ayudaron mucho las exageraciones de Chris acerca del curso de mecánica y el taller por el que Demetrios ya ha pagado un anticipo. Una buena elección, ya que está ubicado en la autopista de Princes, en Sutherland, y no tiene competencia en kilómetros a la redonda. De seguro le irá bien. La pobre Hermana de Urgencias aceptó estoicamente la situación, lo cual fue muy inteligente por su parte. Dice que se mudará a la Residencia de Enfermeras hasta que encuentre a la persona indicada con quien compartir un piso. Además, tiene la agradable perspectiva de convertirse en dama de honor de la novia. Chris me pidió a mí también que fuera dama de honor, pero rechacé amablemente el ofrecimiento. Después, bromeaba con la Hermana de Urgencias diciéndole que había sido una excelente jugadora de baloncesto y que estaba decidida a ganarle en la competencia por el ramo de la novia.

Finalmente, el doctor Michael Dobkins se queda en Queens. En cuanto Demetrios apareció en escena, Chris olvidó su contienda y la Hermana de Urgencias decidió que valía la pena conservarlo porque es muy despierto y competente.

Bueno, bueno. Chris ya puede morirse tranquila. Demetrios se pavonea con arrogancia por el lugar y ella tiene una expresión nueva en la cara, esa mirada que dice «ahora sé lo que es echar un buen polvo». Yo tenía razón, le ha hecho la mar de bien.

La boda se ha fijado para el mes que viene y será una ceremonia ortodoxa griega. Chris está ocupada en sus lecciones con el ministro y sospecho que terminará siendo más ortodoxa que los ortodoxos. Los nuevos conversos suelen ser insoportables.