Lunes, 6 de junio de 1960

Tarde o temprano, tenía que suceder. Aunque Pappy sabía que yo tenía novio, su identidad había permanecido en secreto hasta hoy por la mañana temprano. Alrededor de las seis entró por la puerta principal, en el preciso instante en que Duncan se iba. Él, por supuesto, no la reconoció. Sólo le sonrió y le cedió cortésmente el paso. Pero ella sabía exactamente quién era él y vino derecha a mi piso.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó.

—Yo tampoco.

—¿Cuánto tiempo hace de esto?

—Dos semanas.

—No sabía que lo conocías.

—Si apenas lo conozco.

Extraña conversación para dos buenas amigas, pensé mientras preparaba el desayuno para las dos.

—La señora Delvecchio Schwartz me dijo que el rey de pentáculos había llegado y Toby me comentó que tenías un amante, pero jamás imaginé que fuera el señor Forsythe —me dijo.

—Yo tampoco me lo imaginaba. De todos modos, es bueno saber que la chismorrería de La Casa no es tan infalible como creía. Toby dijo que era una estúpida y desde entonces no lo he vuelto a ver más que de espaldas subiendo la escalera. La señora Delvecchio Schwartz lo aprueba después de habérselas ingeniado para conocerlo —comenté mientras le daba la leche a Marceline.

—¿Estás bien? —preguntó Pappy con una mirada escéptica—. Pareces muy distante.

Me senté, encorvé los hombros y miré mi huevo duro sin el menor apetito.

—Estoy bien, pero ¿me siento bien? Ésa es la verdadera pregunta. ¡No sé por qué lo hice, Pappy! Sé por qué lo hizo él. Se siente solo, tiene miedo y está casado con una frígida.

—Como Ezra —replicó devorando el huevo.

No me gustó la comparación pero comprendía por qué la había hecho, así que lo dejé correr. Las seis y media de una oscura mañana de invierno no es un buen momento para discutir, especialmente después de que ambas pasáramos dos días de amor ilícito con dos hombres perfectamente casados.

—Es la primera vez que hace una cosa por el estilo, así que no tengo la menor idea de por qué me eligió a mí. Está enamorado de mí (o al menos eso cree) y, cuando apareció aquí de la nada, no tuve coraje para rechazarlo —expliqué.

—¿Me estás diciendo que no estás enamorada de él? —preguntó, como si fuera un pecado más grave que cualquiera de los que Sodoma y Gomorra hubieran soñado jamás.

—¿Cómo se puede estar enamorada de alguien al que apenas conoces? —repliqué. Sin embargo, ése no era el mejor argumento para explicar a Pappy, que no conocía a Ezra lo más mínimo.

—Sólo hace falta una mirada —dijo con frialdad.

—¿En serio? ¿No será lo que mis hermanos llaman amor elefante? El único punto de referencia que tengo son mis padres, que están muy enamorados. Pero mi madre dice que les llevó años construirlo y que cada día va a mejor. —La miré desconsolada—. Yo puedo cuidarme sola, Pappy, el que me preocupa es él. ¿Habré empezado algo que sólo él tendrá que pagar?

Sus exquisitas facciones se endurecieron de repente.

—No sientas lástima por él, Harriet. Los hombres llevan todas las de ganar.

—¿Quieres decir que Ezra sigue tratando de arreglar las cosas con su mujer?

—Sí, constantemente. —Se encogió de hombros, miró mi huevo—. ¿Te lo vas a comer todo? Los huevos tienen muchas proteínas.

Lo empujé hacia ella.

—Todo tuyo. Lo necesitas más que yo. Pareces desilusionada.

—No, no estoy desilusionada —suspiró, y sumergió un trozo de tostada en la yema líquida como si esa maniobra le interesara más que el tema de conversación—. Supongo que di por sentado que Ezra iba a ser todo para mí. ¡Lo quiero tanto…! En octubre cumplo treinta y cuatro… ¡Desearía tanto estar casada…!

No pensaba que fuera tan mayor, pero bien mirado se nota que ronda los treinta. Pappy sufre del síndrome de la vieja solterona. Pasar de acostarse con muchos hombres a estar con uno solo no le ha proporcionado la seguridad que anhelaba. ¡Oh, Dios, por favor, por favor, no permitas que el síndrome de la vieja solterona me afecte a mí también!