Sí, todavía tengo gata. Cuando me desperté, Marceline estaba acurrucada a los pies de mi cama. La levanté y la examiné atentamente para ver si tenía pulgas, llagas o sarna, pero estaba tan impecable como el anciano. Sólo estaba flaca. Probablemente, el viejo no se podía costear una alimentación abundante. Desayunamos juntas huevos revueltos y pan tostado. No es nada quisquillosa con la comida; sin embargo, le gusta mucho la leche y eso va a hacer que gane peso. No hay problema en dejar la ventana abierta en La Casa. Para acceder al patio trasero hay que escalar una colina de metro ochenta de alto. Aunque, ¿para qué molestarse cuando el portal está siempre abierto?
El anciano había pasado a mejor vida aproximadamente a la misma hora en que yo me apropiaba de su angelito en la casa de la calle Flinders.
Como tendría que llevar a Marceline al veterinario para que la desparasitaran y, tal vez, para que la castraran, me quedé con el bolso de Chris y le di uno nuevo más bonito que compré de camino al trabajo.