Domingo, 10 de enero de 1960

Todavía no se lo he dicho. Sigo armándome de valor. Anoche, cuando me fui a la cama —la abuela roncaba como nunca—, estaba segura de que hoy por la mañana cuando me despertara cambiaría de opinión. Pero no fue así. Lo primero que vi fue a la abuela en cuclillas sobre su bacinilla, y el corazón se me endureció. ¡Qué buena es esa frase! Hasta que comencé a escribir esto no me di cuenta de que usaba toda clase de buenas frases tomadas de mis lecturas. No aparecen en la conversación, y sí al enfrentarme con el papel. Aunque esto empezó hace unos pocos días, ya llevo bastantes hojas de una libreta gruesa, y creo que me he vuelto bastante adicta. Puede que sea porque nunca me puedo parar a pensar y siempre tengo que estar haciendo algo; pero ahora estoy matando dos pájaros de un tiro. Puedo pensar en lo que me está pasando y al mismo tiempo estoy haciendo algo. Se adquiere cierta disciplina escribiendo estas cosas, ahora lo comprendo. Es como con mi trabajo: le presto toda mi atención porque lo disfruto.

No me he decidido del todo con respecto a la señora Delvecchio Schwartz, aunque ella me cae muy bien. Me recuerda a algunos de mis pacientes más entrañables, aquellos que permanecen en mi memoria desde que hago radiografías, y que probablemente se queden allí durante el resto de mi vida. Como aquel querido viejo del Hospital Estatal de Lidcombe que no se cansaba de doblar meticulosamente su manta. Cuando le pregunté qué estaba haciendo, me dijo que estaba plegando la vela, y luego, cuando me quedé a conversar con él, me contó que había sido contramaestre en un velero, uno de los clíperes que solían hacer el trayecto a Inglaterra cargados de trigo hasta los topes. Son sus palabras, no las mías. Aprendí mucho de él. Después supe que iba a morirse pronto y que todas aquellas experiencias morirían con él, porque jamás las había registrado por escrito. Bueno, Kings Cross no es un velero, y yo no soy una marinera, pero si escribo sobre todo lo que me pasa, quizás alguien, dentro de mucho tiempo, lea estas anotaciones y vea la clase de vida que llevé allí; porque tengo la extraña sensación de que no será como la vida suburbana convencional y aburrida en la que estaba inmersa el día de Año Nuevo. Me siento como una serpiente que está mudando la piel.

El deseo de esta noche: Que a mis padres no les dé un patatús.