La renovación es el principio —y el proceso— que nos permite ascender en una espiral de crecimiento y cambio, de perfeccionamiento continuo.
Para realizar un progreso significativo y sistemático a lo largo de esa espiral, tenemos que considerar otro aspecto de la renovación cuando éste se aplica al privilegio humano específico que dirige este movimiento ascendente: nuestra conciencia moral. En palabras de Madame de Stael: «La voz de la conciencia es tan delicada que resulta fácil ahogarla, pero es también tan clara que resulta imposible confundirla».
La conciencia moral percibe nuestra congruencia o discrepancia con los principios correctos y nos eleva hacia ellos… cuando está en buena forma.
Así como la educación de los nervios y músculos es vital para el atleta, y la educación de la mente es vital para el estudioso, la educación de la conciencia moral lo es para la persona verdaderamente proactiva y altamente efectiva. Pero el adiestramiento y la educación de la conciencia moral exigen una concentración aún mayor, una disciplina más equilibrada, una vida más coherentemente recta. Requiere disfrutar con regularidad de literatura inspiradora, albergar pensamientos nobles y, sobre todo, vivir en armonía con su débil voz.
Así como el exceso de comida y la falta de ejercicio pueden minar el estado de un atleta, las cosas obscenas, groseras o pornográficas pueden nutrir una oscuridad interior que embote nuestra sensibilidad superior y reemplace la conciencia natural o divina de «¿Qué es lo correcto y lo incorrecto?» por la conciencia moral social del «¿Me descubrirán?».
En palabras de Dag Hammarskjold,
No podemos jugar con nuestro animal interior sin volvernos animales, ni jugar con la falsedad sin perder el derecho a la verdad, ni jugar con la crueldad sin perder la sensibilidad del espíritu. Quien quiere conservar su jardín florido no reserva una parcela para la maleza.
Cuando ya tenemos autoconciencia, debemos elegir los propósitos y principios que pondremos en práctica en la vida; de otro modo alguna otra cosa llenará el vacío, y perderemos nuestra autoconciencia para ser como animales rastreros, cuya finalidad primordial es la supervivencia y la reproducción. Las personas que viven en ese nivel no están viviendo, están siendo vividas. Están reaccionando, no toman conciencia de los dones singulares que dormitan sin desarrollarse en su interior.
Y para desarrollarlos no hay atajos. Rige la ley de la cosecha: siempre recogemos lo que sembramos, ni más ni menos. La ley de la justicia es inmutable, y cuanto más coherentes seamos con los principios correctos, mejor será nuestro juicio sobre cómo funciona el mundo, y más precisos nuestros paradigmas, nuestros mapas del territorio.
Creo que, al crecer y desarrollarnos a lo largo de esa espiral ascendente, debemos mostrar diligencia en el proceso de la renovación, educando y obedeciendo a nuestra conciencia moral. Una conciencia moral cada vez más educada nos impulsará en la senda de la libertad, la seguridad, la sabiduría y el poder personales.
Para moverse a lo largo de la espiral ascendente es necesario aprender, comprometerse y actuar en planos cada vez más altos. Nos engañamos al pensar que uno solo de esos factores es suficiente. Para no dejar de progresar, debemos aprender, comprometernos y actuar… aprender, comprometernos y actuar… y aprender, comprometernos y de nuevo actuar.