El séptimo hábito es CP personal. Significa preservar y realzar el mayor bien que usted posee: usted mismo. Significa renovar las cuatro dimensiones de su naturaleza: la física, la espiritual, la mental y la social/emocional.
Aunque con diferentes palabras, la mayoría de las filosofías de la vida tratan implícita o explícitamente sobre estas cuatro dimensiones. El filósofo Herb Shepherd describe la vida sanamente equilibrada en torno a cuatro valores: la perspectiva (espiritual), la autonomía (mental), la conexión (social) y el tono (físico). El gurú George Shee-han se refiere a cuatro roles: ser un buen animal (físico), un buen artesano (mental), un buen amigo (social) y un santo (espiritual). La teoría seria de la motivación y las organizaciones abarca esas cuatro dimensiones de la motivación: la economía (física); el modo en que la gente es tratada (social); el modo en que la gente es desarrollada y utilizada (mental); y el servicio, el puesto de trabajo, la contribución de la organización (espiritual).
«Afilar la sierra» significa básicamente dar expresión a las cuatro motivaciones. Supone ejercer las cuatro dimensiones de nuestra naturaleza, regular y congruentemente, de manera sabia y equilibrada.
Para hacerlo, tenemos que ser proactivos. Tomarse tiempo para afilar la sierra es una actividad definida del cuadrante II, y al cuadrante II tenemos que activarlo nosotros mismos. El cuadrante I, a causa de su urgencia, actúa sobre nosotros; nos apremia constantemente. La atención de la CP personal debe presionarse hasta que se convierta en una segunda naturaleza, en una especie de adicción sana. Como está en el centro de nuestro centro de influencia, nadie puede hacerlo por nosotros. Debemos hacerlo nosotros mismos.
Esa es la inversión más poderosa que está a nuestro alcance en la vida: la inversión en nosotros mismos, en el único instrumento con que contamos para vivir y realizar nuestra aportación. Nosotros somos los instrumentos de nuestra propia ejecución, y para ser efectivos debemos reconocer la importancia de dedicar tiempo regularmente a afilar la sierra en las cuatro dimensiones.
La dimensión física
La dimensión física supone cuidar efectivamente nuestro cuerpo físico: comer el tipo correcto de alimentos, descansar lo suficiente y hacer ejercicio con regularidad.
El ejercicio físico es una de las actividades del cuadrante II más altamente potenciadoras que la mayoría de nosotros no realizamos sistemáticamente porque no es urgente. Y como no lo hacemos, tarde o temprano nos encontramos en el cuadrante I, afrontando los problemas y crisis de salud que son el resultado natural de nuestra negligencia.
La mayoría pensamos no tener tiempo para hacer ejercicio. ¡Qué paradigma más distorsionado! No tenemos tiempo para no hacerlo. Hablamos más o menos de tres a seis horas por semana, o un mínimo de treinta minutos al día, día tras día. No parece una cantidad excesiva de tiempo para dedicarla al ejercicio físico, en vista de los enormes beneficios que éste aporta a las otras 162 o 165 horas de la semana.
No se necesita ningún equipo especial. Si uno quiere acudir a un gimnasio o a un club para usar ciertos equipos o disfrutar de ciertos deportes como el tenis o el frontón, ésas son posibilidades adicionales, pero no necesarias para afilar la sierra.
Un buen programa de ejercicios puede llevarse a cabo en casa, y permite atender tres áreas del mantenimiento corporal: la resistencia, la flexibilidad y la fuerza.
Resistencia. Se obtiene con ejercicios aeróbicos y proviene de la eficiencia cardiovascular; es decir, de la capacidad del corazón para bombear la sangre a través del cuerpo.
Aunque el corazón es un músculo, no se puede ejercitar por medio de un acto de voluntad directo, sino sólo paralelamente a los grandes grupos musculares, en particular los de las piernas. Por ello son tan beneficiosos ejercicios tales como caminar rápido, correr, andar en bicicleta, nadar, esquiar y hacer jogging.
Se considera que una persona está en buena forma si puede llevar su ritmo cardíaco a por los menos cien latidos por minuto y mantenerse en ese nivel durante treinta minutos.
Lo ideal es tratar de llevar el ritmo cardíaco a por lo menos el sesenta por ciento del pulso máximo, es decir, la mayor velocidad con que puede latir su corazón sin dejar de bombear la sangre a través del cuerpo. Se acepta que el ritmo cardíaco máximo es en general igual a 220 menos su edad. Si usted tiene 40 años, debería intentar lograr durante el ejercicio 108 pulsaciones por minuto (220 - 40 = 180; 180 x 0,6 = 108). En términos generales se considera que el «efecto del entrenamiento» oscila entre el 72 y 87 por ciento de su ritmo cardíaco personal máximo.
Flexibilidad. Se logra mediante ejercicios de estiramiento. La mayoría de los expertos recomienda ejercicios de calentamiento antes, y de enfriamiento después de las prácticas aeróbicas. Antes, ayuda a distender y calentar los músculos, preparándolos para la ejercitación más vigorosa. Después, contribuye a eliminar el ácido láctico, de modo tal que no se sienta dolorido y rígido.
Fuerza. Se consigue con ejercicios de tensión muscular como las flexiones de brazos, los abdominales, colgar de una barra y alzarse con los brazos, la calistenia simple y el levantamiento de pesas. El énfasis que se ponga en desarrollar fuerza depende de la situación de cada uno. Si realiza un trabajo físico o actividades deportivas, una mayor fuerza mejorará sus habilidades. Si tiene un trabajo básicamente sedentario y el éxito en su estilo de vida no requiere mucha fuerza, entonces puede bastarle el cuidado del tono muscular mediante calistenia, ejercicios aeróbicos y de estiramiento.
En una oportunidad, yo me encontraba en un gimnasio con un amigo que es especialista universitario en fisiología del ejercicio físico. Principalmente procuraba aumentar su fuerza. Me pidió que lo observara mientras levantaba pesas tendido de espaldas; en cierto momento me diría que retirara la pesa. «Pero no lo hagas hasta que yo te lo indique», me advirtió con firmeza.
De modo que lo observé, preparado para retirar la pesa que subía y bajaba, una y otra vez. Veía que le iba resultando cada vez más difícil, pero continuaba esforzándose. En un momento dado lo hizo tan trabajosamente, que yo pensé: «Es imposible que lo consiga». Pero lo consiguió. Después bajó la pesa con lentitud para empezar de nuevo a levantarla. Arriba y abajo, una y otra vez.
Finalmente, mientras yo observaba su rostro, extremadamente tenso por el esfuerzo, y con las venas hinchadas, pensé: «Se le va a caer sobre el pecho. Tal vez debería retirar la pesa. A lo mejor ha perdido el control y ni siquiera sabe lo que está haciendo». Pero él bajó de nuevo la pesa sin ningún problema y volvió a levantarla. Yo no podía creerlo.
Cuando por fin me indicó que retirara la pesa, le pregunté: «¿Por qué has esperado tanto?».
«Casi todos los beneficios del ejercicio se consiguen al final, Stephen», me contestó. «Estoy tratando de ganar fuerza. Y eso no se logra hasta que la fibra muscular se rompe con el esfuerzo y la fibra nerviosa registra el dolor. La naturaleza sobre compensa el daño y al cabo de cuarenta y ocho horas genera una fibra más fuerte.»
Pude comprenderlo porque se trataba del mismo principio vigente para músculos emocionales como la paciencia. Cuando uno ejercita la paciencia más allá de sus límites, la fibra emocional se rompe, la naturaleza sobre compensa el daño y en la siguiente ocasión aparece una fibra más fuerte.
Mi amigo quería ganar fuerza muscular. Y sabía cómo hacerlo. Pero no todos necesitamos desarrollar este tipo de fuerza para ser efectivos. «Sin dolor no hay ganancia» es una fórmula válida en algunas circunstancias, pero no constituye la esencia de un programa efectivo de ejercicios.
Para renovar la dimensión física, lo esencial es afilar la sierra, ejercitar regularmente el cuerpo de modo tal que preserve y realce nuestra capacidad para trabajar, adaptarnos y disfrutar.
Para desarrollar un programa de ejercicios hay que utilizar la sensatez. Existe la tendencia a exagerar, en especial si no se ha hecho ejercicio nunca. Y ello puede crear dolor, lesiones o incluso un daño permanente, sin ninguna necesidad. Es preferible empezar lentamente. Todo programa de ejercicios debe estar en armonía con los últimos descubrimientos de la investigación científica, con las recomendaciones del médico personal y con la propia autoconciencia.
Si uno no está acostumbrado a hacer ejercicio, el cuerpo sin duda protestará contra el cambio y querrá seguir en su cómoda marcha, colina abajo. Al principio, no gusta. Incluso se puede llegar a odiarlo. Pero sea proactivo. Haga ejercicio de todos modos. Aunque llueva en la mañana prevista para el jogging, no deje de cumplir con el plan. «¡Muy bien! ¡Llueve! ¡Entonces desarrollaré mi poder de voluntad tanto como mi cuerpo!»
No se trata de un arreglo rápido y transitorio; es una actividad de cuadrante II capaz de producir extraordinarios resultados a largo plazo. Pregúntele a cualquiera que haga ejercicio sistemáticamente. Poco a poco, al volverse más eficiente el corazón y el sistema de procesamiento del oxígeno, el pulso en estado de reposo se hace más lento. A medida que se aumenta la capacidad del cuerpo para hacer cosas más exigentes, las actividades normales van resultando más fáciles y agradables. Se tendrá más energía por la tarde, y la fatiga que en el pasado determinaba que nos sintiéramos «demasiado cansados» como para hacer ejercicio se verá reemplazada por una energía que nos dará vigor para todo lo que emprendamos.
Es probable que el mayor beneficio que se experimente como consecuencia del ejercicio sea el desarrollo de los músculos de la proactividad del primer hábito. Cuando uno actúa sobre la base del valor del bienestar físico, en lugar de reaccionar a todas las fuerzas que le impiden hacer ejercicio, el paradigma de uno mismo, la autoestima, la autoconfianza y la propia integridad se ven profundamente afectados.
La dimensión espiritual
La renovación de la dimensión espiritual proporciona liderazgo a nuestra propia vida. Está altamente relacionada con el segundo hábito.
La dimensión espiritual es nuestro núcleo, nuestro centro, el compromiso con nuestro sistema de valores, un área muy privada de la vida, de importancia suprema. Bebe en las fuentes que nos inspiran y elevan, y que nos ligan a las verdades intemporales de la humanidad. Y tiene en cada persona un carácter muy distinto y diferente.
Yo encuentro renovación en la meditación piadosa cotidiana sobre las Escrituras, porque ellas representan mi sistema de valores. Cuando leo y medito me siento renovado, fortalecido, centrado; vuelvo a comprometerme con el servicio.
Algunos obtienen una renovación similar sumergiéndose en la gran literatura o la gran música. Otros la encuentran en el modo en que se comunican con la naturaleza. La naturaleza otorga su bendición a quienes se entregan a ella. Cuando uno puede abandonar el ruido y el caos de la ciudad, y compartir las armonías y el ritmo de la naturaleza, se siente renovado. Durante cierto tiempo, nada puede perturbarlo; es casi inconmovible, hasta que gradualmente el ruido y el caos externos empiezan a invadir esa sensación de paz interior.
Arthur Gordon relata una historia maravillosa e íntima relacionada con su propia renovación espiritual, en un breve texto titulado The turn ofthe tide. Habla de una época de su vida en la que empezó a sentir que nada tenía sentido. Su entusiasmo se había desvanecido; sus esfuerzos por escribir resultaban estériles. Y la situación empeoraba día tras día.
Finalmente decidió pedir ayuda a un médico. Éste no encontró ningún problema físico y le preguntó si estaba dispuesto a seguir sus instrucciones durante un día.
Gordon contestó que sí; el médico le dijo que pasara el día siguiente en el lugar donde más feliz había sido cuando niño. Podía comer, pero no debía hablar con nadie, ni leer, ni escribir, ni escuchar la radio. Después le escribió cuatro prescripciones en sendas recetas, y le dijo que las fuera leyendo una por una, a las nueve, las doce, las tres de la tarde y a las seis.
«¿Habla usted en serio?», le preguntó Gordon.
«¡No pensará que bromeo cuando reciba mi factura!», fue la respuesta.
De modo que a la mañana siguiente Gordon se dirigió a la playa. En la primera receta, leyó «Escuche cuidadosamente». Pensó que el médico estaba loco. ¿Cómo podría pasarse tres horas escuchando? Pero había acordado seguir esas instrucciones, de modo que escuchó. Oyó los sonidos habituales del mar y las aves. Al cabo de cierto tiempo, pudo oír otros sonidos no tan aparentes al principio. Mientras escuchaba, empezó a pensar en las lecciones que el mar le había impartido de niño: paciencia, respeto y conciencia de la interdependencia de todas las cosas. Al escuchar los sonidos —y el silencio— sintió dentro de él una paz creciente.
Al mediodía, tomó la segunda receta y leyó: «Trate de volver atrás». «Volver atrás, ¿a dónde?», se preguntó. Tal vez a la infancia, a los recuerdos de tiempos felices. Pensó en su pasado, en los muchos pequeños momentos de alegría. Trató de recordarlos con exactitud. Y al hacerlo descubrió dentro de sí una calidez creciente.
A las tres de la tarde, leyó la tercera receta. Hasta ese momento, las prescripciones habían sido fáciles de cumplir. Pero ésa era diferente; decía: «Examine sus motivos». Al principio adoptó una actitud defensiva. Pensó en lo que deseaba (el éxito, reconocimiento, seguridad) y lo justificó por completo. Pero entonces se le ocurrió que esos motivos no eran lo suficientemente buenos y que tal vez allí estaba la respuesta a su situación de parálisis.
Consideró sus motivos en profundidad. Pensó en su felicidad pasada. Y por fin encontró la respuesta.
«En un relámpago de certidumbre», escribió, «VI que si los motivos que uno tiene son erróneos, nada puede ser correcto. No importa que uno sea cartero, peluquero, agente de seguros, ama de casa o cualquiera otra cosa. Mientras uno siente que está sirviendo a los otros, es que la tarea está bien hecha. Cuando a uno sólo le preocupa ayudarse a sí mismo, el trabajo es menos bueno: una ley tan inexorable como la gravedad.»
A las seis, rápidamente pudo cumplir con la prescripción final. «Escriba lo que le preocupa en la arena», decía. Se arrodilló y escribió varias palabras con un trozo de concha roto. Después se puso de pie, dio la espalda a lo que había escrito y echó a andar, sin mirar atrás; sabía que iba a subir la marea.
La renovación espiritual exige que se le dedique tiempo. Pero se trata de una actividad del cuadrante II que realmente no tenemos tiempo como para descuidarla.
Se dice que el gran reformador Martin Luther King comentó en una oportunidad: «Tengo mucho que hacer hoy, de modo que necesito pasar otra hora de rodillas». Para él, la oración no era una obligación mecánica, sino una fuente de poder que le permitía liberar y multiplicar su energía.
Una vez le preguntaron a un maestro Zen del lejano Oriente, que conservaba la paz y la serenidad fueran cuales fueren las presiones que afrontara: «¿Cómo conserva usted esa serenidad y esa paz?». Él respondió: «Nunca abandono mi lugar de meditación». Meditaba por la mañana temprano, y durante el resto del día llevaba consigo la paz de esos momentos, en la mente y el corazón.
La idea es que cuando dedicamos tiempo a sumergirnos en el centro del liderazgo de nuestras vidas, en lo que la vida es en última instancia, ese centro se despliega como un paraguas y cubre todo lo demás. Nos renueva, nos refresca, sobre todo si volvemos a comprometernos con él.
Por ello creo que es tan importante un enunciado de la misión personal. Si tengo una comprensión profunda de mi centro y mi propósito, puedo repasarlo y volver a comprometerme con él frecuentemente. En nuestra renovación espiritual cotidiana, podemos visualizar y vivir los acontecimientos del día en armonía con esos valores.
El líder religioso David O. McKay enseñó que «Las más grandes batallas de la vida se libran cotidianamente en los aposentos silenciosos del alma». Si uno gana las batallas en ese lugar, si resuelve los conflictos interiores, experimentará una sensación de paz, de saber lo que busca. Y se descubrirá que las victorias públicas (en las que se tiende a pensar cooperativamente, a promover el bienestar y el bien de otras personas, y a sentir una felicidad auténtica por los éxitos de los otros) se logran a continuación, de una manera natural.
La dimensión mental
En su mayor parte, nuestro desarrollo mental y nuestra disciplina para el estudio provienen de la educación formal. Pero en cuanto nos libramos de la disciplina exterior de la escuela, muchos dejamos que nuestras mentes se atrofien. Abandonamos la lectura seria, no exploramos con profundidad temas nuevos que no se refieren a nuestro campo de acción, dejamos de pensar analíticamente y de escribir (por lo menos, ya no escribimos con sentido crítico o de un modo que ponga a prueba nuestra capacidad para expresarnos con un lenguaje depurado, claro y conciso). En lugar de ello, pasamos el tiempo viendo la televisión.
Las encuestas indican que la televisión se ve en la mayoría de los hogares durante unas treinta y cinco a cuarenta y cinco horas por semana. Ése es un tiempo igual al que muchas personas dedican a sus trabajos, y mayor que el que se destina a la escuela. Se trata de la herramienta de socialización más poderosa que existe. Y cuando vemos la televisión estamos sometidos a la exposición de todos los valores que se enseñan a través de ella. Esto puede influir en nosotros de un modo muy sutil e imperceptible.
El ver la televisión con sensatez exige una autoadministración efectiva del tercer hábito, que nos permite diferenciar y elegir los programas informativos, inspiradores o de entretenimiento que mejor sirven y expresan nuestros propósitos y valores.
En mi familia sólo vemos la televisión unas siete horas a la semana, una hora al día por término medio. En una reunión de familia hablamos sobre ello y consideramos algunos de los datos acerca de lo que está sucediendo en los hogares a causa de la televisión. Descubrimos que al examinar el tema en familia, cuando nadie está irritado o a la defensiva, la gente empieza a darse cuenta de la dependencia enfermiza que significa volverse adicto a una serie o a la visión constante de determinado programa.
Tengo razones para estar agradecido a la televisión y a muchos programas de alta calidad, educativos y de entretenimiento. Ellos pueden enriquecer nuestras vidas y ayudar significativamente al logro de nuestros propósitos y metas. Pero con muchos programas simplemente perdemos el tiempo, no hacemos un buen uso de nuestras mentes; otros, si lo permitimos, influyen en nosotros de modo negativo. Lo mismo que el cuerpo, la televisión es buen siervo pero mal amo. Tenemos que practicar el tercer hábito y administrarnos efectivamente para maximizar el empleo de todos los recursos en el logro de nuestras misiones.
La educación (la educación continuada, que sin cesar pule y amplía la mente) es una renovación mental vital. A veces supone la disciplina externa del aula o programas de estudio sistematizados; más a menudo no lo hace. Las personas proactivas pueden imaginar muchos modos de educarse.
Resulta extremadamente valioso adiestrar la mente para que tome distancia respecto de su propio programa, y lo examine. Ésa es para mí la definición de la educación humanística: la capacidad para examinar los programas de la vida, en el marco de otros paradigmas, y de los interrogantes y propósitos de mayor alcance. El adiestramiento, sin una educación de ese tipo, estrecha y cierra la mente, pues los supuestos subyacentes de ese mismo adiestramiento nunca son objeto de examen. Por ello, es tan valioso leer con amplitud y exponerse a los grandes pensadores.
No hay mejor modo de informar y ampliar regularmente la mente que acostumbrarse a leer buena literatura. Ésa es otra actividad del cuadrante II altamente potenciadora. Permite penetrar en las mejores mentes del presente y el pasado del mundo. Yo recomiendo con énfasis ponerse como meta un libro por mes, pasar luego a un libro por quincena, y después a un libro por semana. «La persona que no lee no es mejor que la persona analfabeta.»
La literatura de calidad, como la de los grandes libros, los clásicos universales, las autobiografías, el National Geographic y otras publicaciones que amplían nuestra conciencia cultural, así como la bibliografía de diversos campos, pueden ampliar nuestros paradigmas y afilar nuestra sierra mental, en particular si al leer practicamos el quinto hábito y procuramos comprender primero. Si nos apoyamos en nuestra autobiografía para formular juicios prematuros antes de haber comprendido realmente lo que el autor tiene que decir, limitamos los beneficios potenciales de la experiencia de la lectura.
Escribir es otro poderoso modo de afilar nuestra sierra mental. Llevar un diario con nuestros pensamientos, experiencias, comprensiones y aprendizajes promueve la claridad, la exactitud y el contexto mentales. Escribir buenas cartas (comunicándose en el nivel más profundo de los pensamientos, sentimientos e ideas, y no en el nivel trivial y superficial de los acontecimientos) también incide en nuestra capacidad para pensar con claridad, para razonar con precisión y para ser comprendidos con efectividad.
Organizar y planificar son otras formas de renovación mental asociadas con los hábitos segundo y tercero. Esto es empezar con un fin en mente y ser mentalmente capaz de organizar y alcanzar ese fin. Es ejercitar el poder de visualización e imaginación para percibir el fin desde el principio, y ver la totalidad del viaje, si no paso por paso, por lo menos en general.
Se dice que las guerras se ganan en la tienda del general. Se afila la sierra en las tres primeras dimensiones (la física, la espiritual y la mental) con la práctica que yo denomino «victoria privada cotidiana». Y le recomiendo al lector que se dedique una hora al día, durante el resto de su vida.
No hay ningún modo de pasar una hora que pueda compararse con la victoria privada cotidiana, en términos de valor y resultados. Influye en todas las decisiones y relaciones. Mejora extraordinariamente la calidad, la efectividad de todas las otras horas del día, e incluso la profundidad y el descanso del sueño. Otorga la fuerza a largo plazo física, espiritual y mental que nos permite afrontar con éxito los desafíos difíciles de la vida.
En palabras de Phillips Brooks,
Algún día, en los años venideros, usted luchará con la gran tentación o temblará bajo el peso de la mayor tristeza de su vida. Pero la lucha real está aquí, ahora… Ahora se está decidiendo si, en el día de su suprema tristeza o tentación, usted fracasará miserablemente o vencerá con gloria. Sólo es posible formar el carácter por medio de un proceso continuo y constante.
La dimensión social / emocional
Mientras que las dimensiones física, espiritual y mental están estrechamente relacionadas con los hábitos primero, segundo y tercero —centrados en los principios de la visión, el liderazgo y la administración personales—, la dimensión social/emocional enfoca los hábitos cuarto, quinto y sexto —centrados en los principios del liderazgo interpersonal, la comunicación empática y la cooperación creativa.
Las dimensiones social y emocional están ligadas entre sí porque nuestra vida emocional se desarrolla (primordial pero no exclusivamente) a partir de nuestras relaciones con los otros, y en ellas se manifiesta.
Renovar nuestra dimensión social/emocional no lleva tiempo en el mismo sentido que renovar las otras dimensiones. Podemos hacerlo en nuestras interacciones cotidianas normales con las otras personas. Pero sin ninguna duda requiere ejercicio. Tal vez tengamos que esforzarnos, porque muchos no hemos alcanzado el nivel de victoria privada y las habilidades de la victoria pública necesarias para que los hábitos cuarto, quinto y sexto se desplieguen naturalmente en todas nuestras interacciones.
Supongamos que usted es una persona clave en mi vida. Podría ser mi jefe, mi subordinado, mi colaborador, mi amigo, mi vecino, mi cónyuge, mi hijo, un miembro de mi familia: alguien con quien yo quiero o necesito interactuar. Supongamos que tenemos que comunicarnos, trabajar juntos, discutir una cuestión esencial, lograr un propósito o resolver un problema. Pero vemos las cosas de distinto modo, a través de cristales diferentes. Usted ve a la joven, y yo a la anciana.
De modo que pongo en práctica el cuarto hábito. Me acerco a usted y le digo: «Advierto que estamos afrontando esta situación de modo diferente. ¿Por qué no acordamos comunicarnos hasta que podamos hallar una solución con la que los dos podamos sentirnos bien? ¿Estás dispuesto a hacerlo?». La mayor parte de las personas responderán que sí.
Entonces paso al quinto hábito. «Primero permíteme escucharte.» En lugar de escuchar con la intención de responder, escucho empáticamente, con la finalidad de comprender su paradigma profunda y completamente. Cuando yo pueda explicar su punto de vista tan bien como lo hace usted mismo, me concentraré en comunicarle mi propio punto de vista, de manera que usted también pueda comprenderme a mí.
Sobre la base de nuestro compromiso de buscar una solución con la que ambos nos sintamos bien, y de una recíproca comprensión profunda, pasamos juntos al sexto hábito. Trabajamos juntos para generar soluciones de tercera alternativa que remedien nuestras diferencias y que ambos reconozcamos como mejores que las que usted o yo propusimos inicialmente.
El éxito en los hábitos cuarto, quinto y sexto no es en lo esencial una cuestión de intelecto, sino de emoción. Está altamente relacionado con nuestro sentido de la seguridad personal.
Si nuestra seguridad personal proviene de fuentes que están dentro de nosotros, tendremos la fuerza necesaria para poner en práctica los hábitos de la victoria pública. Si somos emocionalmente inseguros, aunque estemos muy adelantados desde el punto de vista intelectual, poner en práctica los hábitos cuarto, quinto y sexto con personas que piensan de modo diferente sobre cuestiones fundamentales de la vida puede resultar terriblemente amenazador.
¿De dónde nos puede llegar la seguridad intrínseca? No proviene de lo que las otras personas piensan de nosotros, ni de la manera en que nos tratan. No proviene de la programación de la que hemos sido objeto. No proviene de las circunstancias ni de nuestra posición.
Viene de adentro. Viene de los paradigmas precisos y los principios correctos profundamente arraigados en nuestra mente y nuestro corazón. Viene de una coherencia de adentro hacia afuera, de vivir una vida de integridad en la que nuestros hábitos diarios reflejan nuestros valores más profundos.
Creo que una vida de integridad es la fuente fundamental de la valía personal. No estoy de acuerdo con la literatura popular sobre el éxito en cuanto a que la autoestima es primordialmente una cuestión de disposición mental, de actitud, como si uno pudiera lograr la paz mental mediante una preparación psicológica.
Tenemos paz mental cuando nuestra vida está en armonía con los principios y valores verdaderos, y de ningún otro modo.
Está también la seguridad intrínseca que resulta de una vida interdependiente efectiva. Hay seguridad al saber que existen soluciones ganar/ganar, que la vida no es siempre «o esto o aquello», que casi siempre se cuenta con terceras alternativas mutuamente beneficiosas. Hay seguridad al saber que uno puede salir del propio marco de referencia sin renunciar a él, que podemos comprender real y profundamente a otro ser humano. Se logra seguridad cuando uno interactúa auténtica, creativa y cooperativamente con las otras personas y despliega estos hábitos de la interdependencia.
Hay una seguridad intrínseca que surge del servicio, del hecho de ayudar a otros de modo significativo. Una fuente importante es el trabajo cuando uno se ve a sí mismo realizando contribuciones y creando, incidiendo realmente en los resultados. Otra fuente es el servicio anónimo, que nadie conoce y que nadie conocerá nunca. Y eso no importa. Lo que importa es hacer felices las vidas de otras personas. El motivo es la influencia, y no el reconocimiento.
Victor Frankl se centró en la necesidad de que la vida tenga propósito y sentido, algo que la trascienda y saque a la luz nuestras mejores energías. El desaparecido doctor Hans Selye, en su monumental investigación sobre el estrés, dijo básicamente que una vida larga, sana y feliz es el resultado de realizar aportaciones, de tener proyectos significativos que sean personalmente estimulantes y mejoren y hagan feliz las vidas de los otros. Su ética era: «Gánate el amor de tu prójimo».
En palabras de George Bernard Shaw:
Éste es el verdadero goce de la vida, ese ser utilizado con un propósito que uno mismo reconoce como importante. Ese ser una fuerza de la naturaleza, y no un montoncito febril y egoísta de malestares y molestias que se queja de que el mundo no se consagra a hacerlo feliz. Soy de la opinión de que mi vida pertenece a toda la comunidad, y de que mientras viva es mi privilegio hacer por ésta todo lo que pueda. Cuando muera, quiero estar completamente agotado. Pues cuanto más duramente trabajo, más vivo. Gozo de la vida por la vida misma. Para mí la vida no es una pequeña vela. Es una especie de antorcha espléndida que por el momento sostengo, con fuerza, y quiero que arda con el mayor brillo posible antes de entregarla a las futuras generaciones.
Eldon Tanner ha dicho que «El servicio es la renta que pagamos por el privilegio de vivir en esta tierra». Y existen muchos modos de servir. Pertenezcamos o no a una Iglesia u organización de servicio social, tengamos o no un trabajo que nos procure oportunidades de servicio significativo, ni un solo día debe transcurrir sin que podamos por lo menos servir a otro ser humano efectuando depósitos de amor incondicional.