Convirtiéndose en una persona de transición

Entre otras cosas, creo que darles «alas» a nuestros hijos y a otros significa concederles la libertad de elevarse por encima de los guiones negativos recibidos. Creo que significa convertirse en lo que mi amigo y asociado, el doctor Terry Warner, denomina una persona «de transición». En lugar de transferir esos guiones a la próxima generación, podemos cambiarlos, y podemos hacerlo de un modo tal que en el proceso se construyan relaciones.

Si sus padres lo maltrataron cuando niño, eso no significa que usted tenga que maltratar a sus propios hijos. Muchas pruebas indican que tenderá a aplicar ese guión. Pero como usted es proactivo, puede reformularlo. Puede optar por no maltratar a sus hijos, y además por afirmarlos, por programarlos de modo positivo.

Podemos incorporar este hecho en nuestro enunciado de la misión personal, y grabarlo en nuestras mentes y corazones. Podemos visualizarlo viviendo en armonía con ese enunciado de la misión en la victoria privada cotidiana. Se pueden dar pasos para amar y perdonar a los padres, y, si todavía viven, establecer con ellos una relación positiva, tratando de comprender.

Cualquier tendencia que en su familia se haya transmitido de generación en generación puede detenerse en usted. Usted es una persona de transición: un vínculo entre el pasado y el futuro. Y su propio cambio puede afectar a muchas vidas más adelante.

Una poderosa persona de transición del siglo XX, Anuar el Sa-dat, nos ha dejado como parte de su legado una profunda comprensión de la naturaleza del cambio. Sadat se encontró entre un pasado que había creado «un alto muro de sospechas, miedo, odio e incomprensiones», separando a árabes e israelíes, y un futuro en el que parecían inevitables los conflictos y el aislamiento. Los esfuerzos tendentes a negociar habían encontrado objeciones en todos los niveles, desde el de las formalidades y los puntos de procedimiento hasta una insignificante coma o punto y aparte en el borrador de los acuerdos propuestos.

Mientras que otros intentaban resolver la tensa situación arrancando las hojas, Sadat se basó en su anterior experiencia de concentración en una celda aislada, y se aplicó a trabajar sobre las raíces. Al hacerlo, cambió el curso de la historia para millones de personas.

Dice en su autobiografía:

Fue entonces cuando me concentré, casi inconscientemente, en la fuerza interior que había desarrollado en la celda 54 de la Prisión Central de El Cairo, una fuerza, llámesele talento o capacidad, para el cambio. Encontré que afrontaba una situación altamente compleja, y no podía esperar cambiarla hasta que me hubiera armado de la necesaria capacidad psicológica e intelectual. Mi contemplación de la vida y la naturaleza humana en ese lugar de encierro me había enseñado que quien no puede cambiar la trama misma de sus pensamientos nunca podrá cambiar la realidad, y por lo tanto no hará ningún progreso.

El cambio —el cambio real— procede de adentro hacia afuera. No se consigue cortando las hojas de las actitudes y la conducta con las técnicas rápidas de la ética de la personalidad. Se logra actuando sobre las raíces: la trama de nuestros pensamientos, los paradigmas fundamentales y esenciales que definen nuestro carácter y crean las lentes a través de las cuales vemos el mundo. En palabras de Amiel,

La verdad moral puede concebirse intelectualmente. Uno puede experimentar sentimientos respecto de ella. Puede querer vivirla. Pero incluso aunque la hayamos penetrado y poseído de todos esos modos, esa verdad moral puede seguir escapándosenos. A mayor profundidad que la conciencia, está nuestro ser en sí, nuestra verdadera sustancia, nuestra naturaleza. Sólo las verdades que han entrado en esta última región, que se han convertido en nosotros mismos, se vuelven tan espontáneas e involuntarias como voluntarias, tan inconscientes como conscientes, y son realmente nuestra vida, es decir, algo más que una propiedad. Mientras podamos distinguir cualquier espacio entre la Verdad y nosotros mismos, estaremos fuera de ella. El pensamiento, el sentimiento, el deseo o la conciencia de la vida no son del todo vida. De modo que la meta de la vida es convertirse en divino. Sólo entonces puede decirse que la verdad es nuestra, más allá de toda posibilidad de pérdida. Ya no está fuera de nosotros, ni en cierto sentido dentro de nosotros, sino que nosotros somos ella, y ella es nosotros.

El logro de la unidad con nosotros mismos, con nuestros seres queridos, con nuestros amigos y compañeros de trabajo, es el fruto superior y más delicioso de los siete hábitos. La mayoría de nosotros hemos probado ese fruto de la verdadera unidad de vez en cuando en el pasado, como también hemos degustado el fruto amargo y desolado de la desunión, y sabemos lo preciosa y frágil que es la unidad.

Es obvio que construir un carácter de integridad total y vivir una vida de amor y servicio que cree tal unidad no es algo fácil. No es un arreglo rápido.

Pero es posible. Comienza con el deseo de centrar nuestras vidas en principios correctos, de romper con los paradigmas creados por otros centros e irrumpir en las zonas cómodas de los hábitos inconvenientes.

A veces cometemos errores y nos sentimos torpes. Pero si empezamos con la victoria privada cotidiana y trabajamos de adentro hacia afuera, los resultados aparecerán con total seguridad. Cuando plantamos la semilla, la nutrimos con paciencia y arrancamos las malezas nocivas, empezamos a sentir la alegría del crecimiento real y finalmente degustamos los frutos incomparablemente deliciosos de ura vida congruente y efectiva.

Una vez más, citaré a Emerson: «Lo que hacemos persistentemente se vuelve más fácil; no es que la naturaleza de la tarea cambie, sino que aumenta nuestra capacidad para realizarla».

Al centrar nuestras vidas en principios correctos y crear un objetivo equilibrado entre el hacer y el aumentar nuestra capacidad para hacer, adquirimos el poder de crear vidas efectivas, útiles y pacíficas… para nosotros y nuestra posteridad.

Una nota personal

Al concluir este libro, me gustaría compartir mi propia convicción personal acerca de lo que yo creo que es la fuente de los principios correctos. Creo que los principios correctos son leyes naturales, y que el Creador, Dios, es su fuente, su encarnación perfecta y su total expresión. Creo que, en la medida en que las personas vivan siguiendo su conciencia moral educada, crecerán para realizar sus naturalezas; en la medida en que no lo hagan, no se elevarán por encima del plano animal.

Creo que hay partes de la naturaleza humana que no pueden alcanzarse con la legislación o la educación; para abordarlas se necesita el poder del Señor. Creo que como seres humanos no podemos perfeccionarnos. En la medida en que seamos coherentes con los principios correctos, dentro de nuestra naturaleza se desencadenarán dones divinos que nos perfeccionarán. En palabras de Teilhard de Chardin, «No somos seres humanos que tienen una experiencia espiritual. Somos seres espirituales que tienen una experiencia humana».

Personalmente estoy en lucha con muchas de las flaquezas que he señalado en este libro. Pero la lucha vale la pena y en ella me realizo. Da sentido a mi vida y me capacita para amar, servir y tratar de hacer felices a los otros.

Una vez más, T.S. Eliot expresa bellamente mi propio descubrimiento y mi propia convicción: «No debemos dejar de explorar. Y al final de nuestras exploraciones llegaremos al lugar del que partimos, y lo conoceremos por vez primera».