Algo había entre Zoe, Heather y Cecelia que inquietaba a Lorraine. No sabía decir qué era, pero sentía una comezón que no la dejaba tranquila. Sin embargo, cuando Adam informó de que Heather Paige no aparecía por ningún lado en el sistema informático, se olvidó temporalmente de ello y se concentró en su hija descarriada.
—No ha ido al colegio —dijo Lorraine, intentando mantener la calma a pesar de la creciente sensación de pánico. No hacía más que repasar una y otra vez lo que le había dicho la secretaria por teléfono.
—No me sorprende, teniendo en cuenta que acaba de anunciar que piensa dejar los estudios. —Adam bajó del coche.
—No sé cómo puedes estar tan tranquilo —repuso Lorraine—. No piensa con claridad. Es evidente que se siente muy desgraciada, y ahora da la sensación de que está desaparecida. —También ella bajó del coche, cerró de un portazo y subió a zancadas los peldaños del sombrío edificio gris.
Normalmente no se fijaba en la lúgubre arquitectura que hospedaba al Departamento de Investigación Criminal, pero aquel día el cemento triste, las ventanas de aluminio y la deprimente monotonía de la fachada principal la interpelaban como si fueran heraldos de la desesperanza.
Adam la alcanzó y la cogió del brazo.
—Los dos sabemos de qué va esto en realidad —dijo. Su aliento se congeló en el aire, entre ambos. La soltó al ver que le hacía daño.
—No tengo ni idea de qué insinúas. A mí me parece que está todo muy claro.
Lorraine siguió subiendo los escalones, pero se tropezó en el último. Sus manos salieron en busca del cemento, el bolso se le cayó y volcó todo su contenido a los pies de Adam. Ella se quedó un momento en el suelo, de bruces sobre la lisa superficie, y sintió estallar un dolor en la rodilla derecha que la hizo estremecerse al ponerse en pie. Adam ya estaba recogiendo sus cosas y las metía en el bolso mirando cada objeto como si siempre se hubiera preguntado qué había ahí dentro.
—Ven —le dijo, tendiéndole una mano—. Lo siento.
Se produjo una pausa. Lorraine no sabía muy bien por qué se disculpaba.
—No veo cómo podemos pasar de Zoe Harper a lo desorientada que está nuestra hija y luego al caos monumental que es nuestro matrimonio y terminar con una vaga disculpa, todo en solo dos minutos. —Se ciñó el chaquetón al cuerpo. Le dolía la palma de la mano derecha.
Adam agitó los brazos a sus costados, un gesto que siempre había molestado a Lorraine. Le hacía parecer un niño pequeño.
—Lorraine… —Suspiró y la apartó de la puerta del edificio, que, con sus compañeros pasando de un lado a otro a su alrededor, parecía la entrada a una colmena. Inspiró hondo y empezó de nuevo, como si aquella fuese su última oportunidad—. Lorraine… esto que nos pasa, ya no lo quiero más. Cada vez que hablas conmigo, digas lo que digas, me duele como un puñetazo en el estómago. —Apartó la cara un instante.
Lorraine sintió que se le revolvían las entrañas, y no era la primera vez. ¿Qué estaba pasando? ¿Era el momento en que todo empezaría o terminaría? ¿Allí, en los escalones de la comisaría? Ella había imaginado que la confrontación tendría lugar en algún otro sitio, quizá en su sala de estar, el dormitorio, la cocina, el jardín: un lugar menos público, y no en el trabajo, precisamente. Un par de compañeros pasaron corriendo y los saludaron con la mano.
—Pienso que no…
—Pues yo sí —dijo Adam con severidad—. Pienso en ello todo el tiempo. Lo que sucedió consume cada una de las horas que paso despierto. Corrijo: consume todas mis horas, las que paso despierto y las que duermo. ¿Cómo quieres que te explique lo que sucedió si ni yo mismo lo entiendo? Ya ha pasado casi un año y no sé cómo seguir adelante. Hice una estupidez, tú lo sabes, yo lo sé, pero ¿cómo explicarlo o racionalizarlo, para ti o para mí mismo? Ese es el problema.
Adam iba girando en semicírculos. El ceño de su frente era más profundo que nunca, sus hombros estaban más encorvados de lo que Lorraine los había visto en mucho tiempo. Desde luego podía tenerlo en ese limbo de sufrimiento y dejar su agonía en suspenso todo el tiempo que ella quisiera, pero ¿qué era lo que deseaba en realidad?
—Vamos dentro —le dijo—. Intentaré llamar a Grace otra vez. —Necesitaba controlar esa conversación, el lugar y el momento en que tendría lugar, y no podía dejar que continuara ahí fuera, a la vista de todos.
Adam entró con ella. Era evidente que estaba arrepentido, pero, inexplicablemente, ella prefería que discutiera, que negara sus faltas, que intentara actuar como si nada hubiera ocurrido. Para Lorraine era una especie de mantita de consuelo hecha de mentiras que por lo menos la hacía sentir que quizá él no había hecho nada tan horrible, a fin de cuentas.
A solas en el ascensor la acorraló formando una V con sus brazos y se acercó mucho a su cara. Tenía la mandíbula tensa.
—Cometí un error. Pero fue solo una vez. Estaba borracho. Ella también. Hubo sexo. No la he vuelto a ver.
Lorraine sintió arcadas, y no por la sacudida que dio el ascensor al detenerse en su piso. Era la cercanía de su marido, sentir su respiración en la cara.
Las puertas se abrieron y Adam retrocedió a la vez que aparecían varias personas frente a ellos, en el pasillo. Lorraine fue directa a su despacho y estaba a punto de cerrar la puerta cuando el brazo de Adam se adelantó para impedírselo.
—Me niego a hablar de esto aquí, Adam. Tenemos dos investigaciones de asesinato y una hija que está tirando su vida a la basura. ¿Cómo narices se te ha ocurrido que me apetecería hablar de nuestra relación justo ahora?
Lorraine se dejó caer en su silla y encendió el ordenador. Marcó el número de Grace.
—Sigue sin contestar —dijo, y dejó el teléfono en la mesa.
—¿Estás preocupada? —preguntó Adam.
—Claro que estoy preocupada, joder —espetó Lorraine—. Nuestra hija no ha ido al colegio. Se ha marchado de casa. Está decidida a casarse con Matt y no me coge el teléfono. Pero hay una cosa que sí sé.
Adam enarcó las cejas con esperanza.
—Al contrario que su padre, no es imbécil. —Respiró, levantó la cabeza y miró a su marido a los ojos por primera vez en un año, o eso le pareció a ella—. Está bien, venga. Quiero saber cómo ocurrió. Todo. —Se clavó las uñas en las palmas de las manos—. Hasta que no me lo cuentes no podremos seguir adelante, ¿verdad?
Adam se quedó absolutamente inmóvil. Lorraine no tenía idea de qué era lo que diría ni de cómo reaccionaría ella al oírlo. Podía suponer el final de todo, o podía ser el principio de una comprensión que ella nunca había imaginado que le concedería. De una forma o de otra era un proceso por el que sabía que tenían que pasar. Solo que no había imaginado que sería en ese momento, ese día, en su despacho. «Mierda».
—Fue el diciembre pasado. —Adam hablaba con una voz seca y ronca—. Tú estabas enferma, pero me dijiste que fuese a esa fiesta de Navidad sin ti, aun sabiendo que no soporto esos sitios.
Lorraine contuvo la ira. ¿De verdad le había insistido para que fuera? No lo recordaba. Se había encontrado mal, eso sí lo sabía. Había cogido la gripe y llevaba tres días con fiebre alta, lo cual había hecho que su mente funcionara en un nivel de tenue irrealidad. Esperó a que Adam prosiguiera.
—Llegué tarde. Era una reunión interdepartamental y el ambiente estaba muy animado, aunque un local abarrotado de gente no es mi idea de la diversión. —Se encogió de hombros, indicador pasivo de que nada de todo aquello le importaba demasiado.
Lorraine sabía que se defendía tan bien como cualquiera en una fiesta.
—Había un par de personas a las que conocía, así que estuve un rato charlando con ellos. Supongo que a esas alturas ya había bebido bastante. —Ambos sabían que no asimilaba bien el alcohol. Casi nunca bebía—. La vi de pie al otro extremo de la sala. Supe que me estaba mirando. Al final se me acercó y se presentó…
—¡Para! No quiero. No quiero saber cómo se llama.
Él asintió.
—Me dijo que nos habíamos visto antes, aunque yo no la reconocí. Estuvimos hablando. Nos emborrachamos juntos. Hicimos una estupidez.
—¿A qué te refieres con eso?
—Fuimos a un hotel que había al otro lado de la calle. La habitación la pagó ella, por si te lo estás preguntando.
—No me lo estaba preguntando.
—Sucedió. Me vestí. Me marché.
Lorraine sabía lo que estaba haciendo Adam. Esas frases cortas, sucintas, casi monosilábicas eran típicas de él cuando intentaba explicar lo mínimo imprescindible sin ser acusado de ocultar información. Era más o menos como interrogar a un sospechoso, aunque en este caso Lorraine estaba segura de que era culpable.
—Vale —dijo en voz baja—. Podría preguntarte cosas como «¿Estuvo bien?» o «¿Te dio su número?», pero no lo haré. —No soportaba que le temblara la voz—. Lo que sí quiero saber, Adam, es por qué.
Se hizo un predecible silencio en el despacho: uno de esos silencios lo bastante grandes para ocupar la distancia que tanto había crecido entre ambos desde el comienzo de todo aquello, hacía casi un año.
—Si te digo la verdad, no tengo ni idea. No lo pensé. Era atractiva. Estaba allí. De no haber estado borracho, las cosas hubiesen sido diferentes.
Lorraine sabía que Adam solía escenificar sus emociones frotándose la cara, alborotándose el pelo o incluso toqueteándose un botón del puño; pero no hacía nada de eso. Solo estaba allí de pie, sin fuerzas, como si cada centímetro de él se hubiera rendido ante esa situación.
Lorraine sacudió la cabeza, agotada por la magnitud de todo aquello.
—Supongo que esperaba que me dieras algo más tangible, que dijeras que fue por mí, o por las niñas, o porque tu vida familiar era una mierda. Pero me preocupa que fuera única y exclusivamente por tu falta de juicio, Adam. Me preocupa mucho. Me hace pensar que podría volver a suceder. —Levantó las manos y las dejó caer otra vez en su regazo—. Y, para que lo sepas, no me creo que no la hayas visto más.
—No…
Adam se vio interrumpido por el timbre del móvil de Lorraine, que se lanzó a por él.
—Es Grace. —Leyó las pocas palabras del mensaje y cerró los ojos—. Está bien, pero no quiere vernos.
Adam suspiró.
—Puedo entender por qué. Desde que empezó esto no hemos hecho más que presionarla.
—¿Presionarla? ¿Tú crees que pedirle a nuestra hija que tenga un poco de sensatez es presionarla?
Adam levantó las cejas, y así consiguió que Lorraine se detuviese a pensar.
A regañadientes, sus dedos teclearon una respuesta: «Estaremos aquí cuando nos necesites».
Por lo que Lorraine podía ver, el mensaje de Grace había supuesto una agradable interrupción para Adam. Ya le había contado los detalles básicos, le había ofrecido información suficiente de lo ocurrido aquella noche para atenuar parte de ese misterio que ella había estado adornando a lo largo del último año hasta otorgarle unas proporciones desmesuradas. Sin embargo, por el momento tenían otros asuntos de los que ocuparse: nada menos que la compleja red de relaciones entre los personajes del caso de Sally-Ann Frith.
Con las investigaciones a toda máquina y el equipo entero trabajando las veinticuatro horas, Lorraine y Adam habían decidido irse a casa a descansar un rato, ya que los dos tenían la tarde libre. No obstante, habían ido en coches diferentes. Lorraine se encontró a Adam ya en chándal cuando llegó a casa, se quitó el abrigo y subió un poco la calefacción. Se estaba preparando un té y entonces sonó el timbre. Pensando que a lo mejor sería Grace, fue a abrir.
En la puerta estaba Matt, temblando, con las llaves del coche en la mano y lanzando miradas nerviosas hacia la calle. En cuanto vio a Lorraine empezó a mascullar una especie de disculpa.
—Matt —dijo ella, levantando una mano para detener su torrente de murmullos—. Será mejor que entres.
El chico la siguió hasta la cocina. Adam pareció sorprendido al verlo, pero Matt consiguió mantener hasta cierto punto la compostura, aunque sin dejar de temblar.
—¿Grace está bien? —preguntó Lorraine, preocupada de pronto.
Matt asintió con solemnidad.
—Está bien, sí. Bueno, ya saben, más o menos. —Dejó escapar un suspiro—. No sé qué les ha contado de todo esto, pero…
—¿Que no lo sabes? —rugió Adam, levantándose después de atarse los cordones de las zapatillas—. Eso tiene mucha gracia, siendo como eres el responsable de que nuestra hija se haya ido de casa y deje los estudios.
Matt parecía abatido. Lorraine apretó el brazo de Adam para hacerlo callar.
—Es que no es exactamente así —siguió explicando el chico—. Grace está un poco confundida.
—Ya lo creo que sí —dijo Adam, zafándose de Lorraine y dando un paso en dirección a Matt con los puños apretados. Lorraine se interpuso entre ambos.
—Soy consciente de que piensa dejar los estudios de todas formas, pero Grace no ha ido hoy al colegio —dijo Lorraine—. Y no sabemos dónde está.
Matt alzó las manos a la defensiva.
—Estaba conmigo —confesó—. Estábamos hablando y eso. —Agachó la cabeza—. Miren, por eso he venido. Tengo que decirles algo importante.