—Gracias por presentaros con tan poca antelación —dijo Adam ante el equipo de agentes que trabajaban en las investigaciones.
Algunos estaban charlando, otros sentados en el borde de los escritorios y un par apoyados contra la pared. Todo el mundo tenía ganas de empezar. Lorraine no hacía más que aporrear las teclas de su móvil mientras se abría camino entre el menú de opciones del contestador del colegio. Adam la miraba con mala cara, pero a ella le daba igual. Ya la pondría al tanto más adelante. Se fue al pasillo pero la cobertura fallaba, así que salió un momento por una puerta auxiliar al pequeño patio de cemento que frecuentaban los fumadores. Apenas lograba oír a la secretaria cuando por fin se puso al teléfono.
—Pero es que es importante —replicó cuando le dijo que el director estaba ocupado los próximos días—. Tengo que hablar urgentemente con él sobre mi hija. —Lorraine soltó un hondo suspiro—. Sí, Grace Scott. —Se hizo un silencio, y Lorraine creyó oír cómo la mujer cubría el auricular y hablaba en voz baja—. Gracias, se lo agradezco —dijo al final, antes de colgar con una cita para las nueve y cuarenta de la mañana siguiente. Le mandó un mensaje de texto a Grace para informarla, con la esperanza de que asistiera.
—Date prisa —dijo Adam al interceptarla en el pasillo—. Nos volvemos a Saint Hilda’s Road. No estoy tan convencido de que no podamos encontrar a nuestra señorita Paige.
—Sí que estás de buen humor —comentó Lorraine con acritud. Ella sentía justo lo contrario.
—Sabrías por qué si te hubieses quedado en la reunión —contestó él, apretando el paso.
Al entrar en el aparcamiento subterráneo, Adam hizo sonar en el bolsillo las llaves de su coche.
—Pues acaba con mi sufrimiento —dijo ella, consciente de cómo le gustaba hacerla esperar.
Su marido no le desveló qué había provocado la urgencia de ese trayecto hasta que se detuvieron frente a la gran mansión georgiana de Edgbaston con los limpiaparabrisas trazando furiosos arcos por el cristal y esparciendo el aguanieve que había empezado a caer. Lorraine sabía que de nada servía insistir. La estaba castigando por anteponer su vida personal (el bienestar de la hija de ambos) al trabajo. Ella nunca cambiaría su ética y no creía que él llegara a hacerlo tampoco, por mucho que lo presionaran. Ser consciente de eso resultaba extrañamente reconfortante: saber que los dos juntos, de alguna forma, todavía formaban un buen equipo.
—Hay coincidencia entre las muestras de ADN de Sally-Ann y las de Carla —informó él con voz mecánica—. La misma persona estuvo en ambos escenarios y nos han confirmado que es una mujer. Carla sabía lo que se decía. —Adam tiró del freno de mano y se levantó el cuello para protegerse del mal tiempo.
—Por Dios bendito, y ¿cómo no me lo has dicho antes? —La voz de Lorraine salió en un gritito de incredulidad y rabia.
—Porque estabas hablando por teléfono.
—Estaba concertando una cita con el director del colegio de Gracie —espetó ella—. Alguien tiene que convencerla para que no deje los estudios.
—No en horario de servicio —replicó Adam—. Y no quiere seguir estudiando.
—Es que no hay ningún otro horario. —Lorraine fue rápida en contestar—. Todo nuestro tiempo entra dentro del horario de servicio, joder, ya esté preparando la cena, llevando a Stella a ballet o intentando mear tranquila, hay que joderse. Nunca más, ¿me oyes?, no vuelvas a intentar hacer que me sienta culpable por cuidar de mi familia, Adam. Solo porque tú… te sientas capaz de… —Lorraine se contuvo soltando un «Oh» que sonó bastante débil y femenino justo antes de salir del coche y lanzarse de cabeza al temporal de nieve que caía en esos momentos. Lo que acababa de expresar no era ni mucho menos cómo se sentía.
Poco después volvían a estar dentro del coche. En la casa no había nadie más que la mujer de la limpieza, quien les confirmó que en esa dirección no vivía ninguna Heather Paige. Lorraine protestó y le dijo a Adam que había sido una pérdida de tiempo, que Claudia ya les había dicho que allí no conocían a nadie con ese nombre.
—La única mujer que reside aquí además de la señora Morgan-Brown es la niñera —les explicó la mujer de la limpieza, que había arrastrado la aspiradora hasta la puerta y se apoyaba en el tubo—. Pero también ha salido. Ha ido a ayudar con la función de Navidad del colegio. —Se había mostrado dispuesta a revelarles prácticamente cualquier detalle nada más ver sus identificaciones.
—¿Vale la pena que nos acerquemos a ver a Zoe Harper? —le preguntó Lorraine a Adam mientras se abrochaba el cinturón—. Puede que ella sepa dónde podemos encontrar a Heather Paige. A lo mejor Heather vino a visitar a Zoe, y eso es lo que vio Cecelia cuando la siguió.
Bajó la visera de su lado y se miró en el espejito para secarse el agua de la cara con un pañuelo de papel. Luego se sacudió unos copos de nieve de los hombros. Adam estaba buscando la dirección del colegio con el nombre que tan solícitamente les había dado la mujer de la limpieza y, un instante después, ya se habían puesto en marcha.
La escuela de primaria Millpond Heath era un edificio de poca altura y reciente construcción. Quedaba justo al lado de un parque que blanqueaba por momentos. El recinto vallado estaba rodeado por árboles, a un lado, y agradables casas semiadosadas que seguían la curva de la tranquila calle en un discreto arco de existencia de clase media, al otro. El patio de asfalto ya estaba decorado por una capa de escarcha nocturna, y la nieve se daba prisa en cuajar sobre ella. El festivo efecto de felicitación de Navidad quedaba hasta cierto punto estropeado por los erráticos rastros de pequeñas pisadas medio derretidas que corrían en zigzag por entre los diferentes edificios que constituían el colegio, como si el patio hubiese sido cosido a la tierra por una modista descuidada. De alguno de los bloques salía una música a trompicones, y Lorraine recorrió las hileras de ventanas empañadas con la mirada, esperando que se tratara de los ensayos de la función de Navidad, lo cual los llevaría a Zoe Harper sin tener que levantar mucho revuelo.
Mientras cruzaban el patio hacia la entrada señalizada como «Recepción - Visitas», Lorraine sintió que llamaba demasiado la atención con su oscuro chaquetón de tweed, pero aun así no tanto como Adam con ese abrigo negro y largo que arrastraba tras de sí. Ninguno de ellos parecía estar allí por asuntos relacionados con el colegio.
—Inspectores Scott y Fisher —le anunció con brusquedad Adam a la recepcionista.
Era joven e inmediatamente se puso nerviosa al tenerlo delante. A nadie le gustaba ver a la policía en un colegio, a menos que fueran a darles una charla a los chavales sobre seguridad vial o prevención de la delincuencia en el barrio, y esas no eran las instrucciones que tenían ellos.
—Ah —profirió la chica, con los dedos posados aún sobre el teclado.
—Hemos venido a hablar con una mujer que los está ayudando aquí hoy. Se llama Zoe Harper.
—Ah —repitió. Esta vez consiguió alcanzar el libro de visitas que había en el mostrador de la ventanilla de cristal abierta que la separaba del vestíbulo. Se quitó las gafas para repasar la lista de nombres inscritos, y sus ojos se empequeñecieron de pronto—. Relleno de mula —dijo entonces, como si fuese una actividad de sobras conocida y los inspectores debieran respetar su importancia y no interrumpirla.
—¿Cómo llegamos al aula 1B? —preguntó Lorraine.
—Ah. —Parecía que todo iba precedido por esa única sílaba—. Pues hay que cruzar el patio para llegar al edificio de arte y música. Entren por la puerta principal y sigan el pasillo, es la segunda a la izquierda. Tendrán que firmar al entrar y llevar este pase de banda magnética.
—Gracias —dijo Lorraine, siguiendo ya sus instrucciones.
Un minuto después estaban avanzando por un pasillo vacío que olía a témperas en polvo y en el que se oía la melodía de «Noche de paz» saliendo de un aula.
—¿No te trae recuerdos? —preguntó Lorraine, mirando por el cuadrado de cristal abierto en la puerta.
Había unos treinta niños sentados en el suelo con las piernas cruzadas. Algunos tenían panderetas, otros tocaban triángulos. Uno o dos se hurgaban la nariz o se mordían las uñas mientras miraban por la ventana, o, en esos instantes, a la extraña cara que había aparecido en la puerta de su clase. Una profesora de pelo oscuro volvió a atacar el piano, asintiendo con la cabeza para hacerles señales al manojo de niños desinteresados que tenía a su cargo.
Lorraine y Adam siguieron andando hasta llegar al aula 1B. Por la ventanilla de la puerta, en un primer momento la clase les pareció vacía, pero entonces Lorraine vio a un grupo de tres mujeres agachadas en un rincón, peleándose con una criatura grotesca que estaba del revés y con sus cuatro patas larguiruchas alzándose hacia el techo.
En cuanto entraron, las mujeres se volvieron y Lorraine reconoció enseguida a una de ellas: la niñera con quien había hablado un momento en la dirección de Saint Hilda’s Road. Se puso colorada al verlos.
—Sentimos interrumpir sus festivas actividades, señoras —anunció el vozarrón de Adam con más entusiasmo del necesario y mirando fijamente a la niñera.
«Está intentando compensar algo», pensó Lorraine, aunque no tenía ni idea de qué. Era una voz que solía reservar para las redadas o para situaciones graves que requerían expresarse con claridad y hacerse entender de inmediato. Tres mujeres levantando a pulso un… («Dios santo, pero ¿qué es eso?») no parecían justificar semejante presentación.
—Somos los inspectores Fisher y Scott —dijo Lorraine, que para variar antepuso su apellido. Sacó también su identificación—. ¿Señorita Harper? —le dijo a la más joven de las tres—. Sentimos molestarla cuando es evidente que está usted… —Lorraine contempló el desastre del suelo: la mula de atrezo había quedado tirada a sus pies, hecha un montón de piel y pezuñas al más puro estilo accidente de tráfico—. Solo queremos hablar un momento con usted, si es posible.
Zoe Harper se enderezó. Estaba metida hasta los tobillos en relleno de espuma y tenía pegotes de fibras enganchadas en la chaqueta de punto, que caía holgada por encima de sus ceñidos vaqueros negros. Se limpió las manos, manchadas de pintura marrón porque debía de haber pintado la cabeza de cartón de aquella criatura que miraba boquiabierta hacia un techo cubierto de copos de nieve.
—Ya lo sé, es un horror, ¿verdad? —dijo la joven con una risa alegre. O más bien demasiado entusiasta, le pareció a Lorraine—. Los niños van a tener pesadillas el resto de la vida. —Las otras dos mujeres rieron también.
—¿Hay algún sitio donde podamos hablar en privado? Tenemos un par de preguntas rápidas que hacerle.
Lorraine miró muy fijamente a Zoe Harper. ¿Qué tenía que tanto le despertaba la curiosidad? ¿Era el pelo rubio, bastante corto, despuntado y más oscuro en las raíces, esos intensos ojos azules que saltaban inquietos de Adam a ella, su cuerpo menudo pero musculoso, o quizá las cómodas botas de trabajo con cordones, que parecían un calzado más apropiado para un hombre que para la niñera de una familia adinerada? No, era otra cosa. Algo que danzaba en la periferia de su percepción, pero que le lanzaba una advertencia a gritos. Y todavía no sabía qué era.
—Pueden ir a la sala de profesores —dijo otra de las mujeres, que a todas luces intentaba no parecer interesada en lo que sucedía. Lorraine supuso que era una maestra—. Allí estarán tranquilos hasta que suene el timbre, dentro de quince minutos —añadió.
Zoe Harper encabezó la marcha con inseguridad hacia la sala vacía, donde los tres se sentaron en unos sillones bajos alrededor de una mesita auxiliar sobre la que había galletitas Rich Tea y bocaditos de crema a montones. Media docena de tazas de café sucias ocupaban también la mesa junto con varios números del Daily Mail y la revista heat.
—Fueron ustedes a casa el otro día, ¿verdad? —le dijo Zoe a Lorraine mientras se toqueteaba las uñas, que llevaba muy cortas.
—Exacto.
—Estuvimos hablando con su jefa sobre uno de sus casos. Alguien que ha sido víctima de un violento ataque.
La voz de Adam seguía siendo demasiado fuerte e inadecuada para la situación. Lorraine no tenía ni idea de qué le pasaba.
Zoe volvía a estar colorada y no dejaba de mirarse los pies, como si prefiriese estar en cualquier otro lugar que no fuera allí, hablando con ellos.
—Nos preguntábamos si conoce usted a una mujer que se llama Heather Paige —dijo Lorraine—. Nos gustaría hablar con ella y tenemos razones para creer que ha estado en casa de sus jefes.
Zoe, que por fin encontró aplomo, levantó la mirada.
—Lo siento, no sé quién es.
—La compañera de Heather Paige nos dio su dirección, así que estamos bastante seguros de que ha estado allí. ¿Puede esforzarse por recordar si han recibido alguna visita estos últimos días?
—¿Su compañera? —En su frente se formó un pequeño ceño que desapareció al segundo—. No, mientras yo he estado allí no —respondió Zoe—. Solo Jan, la mujer de la limpieza, y Pip, una amiga de Claudia, además de un par de repartidores, el fontanero y… —Iba a decir algo más pero se detuvo—. Lo siento, eso es todo en lo que puedo ayudarlos.
—¿Conoce a Cecelia Paige? —preguntó Lorraine.
Zoe puso cara de sorpresa.
—Pues no. Lo siento. —Otra vez colorada como un tomate.
—No sabe usted mentir, ¿verdad, señorita Harper? —preguntó Lorraine con cansancio.
—Me parece que no están en situación de juzgar eso —espetó Zoe, mirándolos a ambos.
—Su anillo —siguió diciendo Lorraine, que se había fijado en el destello que había lanzado al llevarse Zoe la mano a la cara para apartar un mechón de pelo caído. Al oír que lo mencionaba, la chica volvió a bajarlo a su regazo—. Es muy poco corriente.
—Fue un regalo.
—¿De quién? —la presionó Lorraine.
Zoe se encogió de hombros.
—Una amiga.
—Pues debe de ser una amiga muy especial, si le compró un regalo así. Son muy caros.
—Miren, me temo que no sé más —dijo Zoe—. ¿Era eso todo lo que querían preguntarme? Tendría que estar ayudando con la mula.
—¿Conoce a Carla Davis? —preguntó Lorraine.
—Deberíamos irnos —dijo Adam en voz baja. Estaba inquieto.
«Pero ¿qué narices le pasa?», se extrañó Lorraine.
—Lo siento, no —respondió Zoe.
—¿Y a Sally-Ann Frith?
Aquello no llevaba a ninguna parte, aunque para ella (y supuestamente también para Adam) era evidente que Zoe Harper escondía algo. O quizá solo era que se estaba dejando influir por lo que Claudia Morgan-Brown les había contado de su niñera y el informe sobre la chica muerta. Intentó mantenerse imparcial, pero era difícil. Por no hablar del extraño comportamiento de Adam. Comprendió que eso era lo que más la alteraba.
—No, lo siento. Si las conociera se lo diría.
—Entonces a lo mejor le gustaría explicarnos por qué tenía una fotografía con datos confidenciales sobre Carla Davis en su cámara —dijo Lorraine. Se preguntó si Adam tenía pensado mencionarle algo de todo eso. Por lo que ella podía ver, su marido solo tenía ganas de salir de allí enseguida.
Zoe hizo una mueca.
—No tengo ni idea —dijo con un tono convincente—. De verdad que nunca he sacado ninguna foto de ningún informe. Lo último que recuerdo haber fotografiado fue a los gemelos en el parque. Creo que los grabé en vídeo para que los viera su madre. Las niñeras solemos hacerlo.
—Pues vamos a necesitar su cámara para comprobarlo, me temo —afirmó Lorraine con cierta compasión.
Zoe se encogió de hombros.
—Bueno. Está en mi habitación, en casa de los Morgan-Brown. Ustedes mismos.
—¿Adam? —Lorraine esperó que un empujoncito le ayudara a preguntar algo oportuno.
—¿Está segura de que no fotografió la información personal de Carla Davis? —dijo él, lo cual carecía de toda utilidad.
—Estoy segura, inspector Scott —insistió Zoe—. ¿Por qué habría de hacer algo así? Soy niñera.
—Nadie ha insinuado que sea otra cosa —añadió Adam, pensativo.
—¿Cómo sabía tu apellido? —preguntó Lorraine.
Se ciñó el chaquetón alrededor del cuerpo y se subió la bufanda hasta taparse las orejas, decidida a no dejar que Adam notara que estaba helada de frío. Lo último que quería era que le ofreciera su abrigo. Tampoco es que hubiera muchas probabilidades de que hiciera algo así; todo rastro de caballerosidad había quedado engullido hacía tiempo por el voraz monstruo del matrimonio.
—Porque se lo has dicho tú misma, tonta. —Adam le dio un trago ansioso a su café.
—No. Yo he dicho los apellidos de los dos y ella ha sabido cuál era el tuyo. —Lorraine cogió el vaso de papel de Adam y lo tiró a una papelera al pasar—. No sé qué estás haciendo, Adam Scott. Ya sabes que no puedes tomar cafeína.
—Pues lo habrá adivinado de casualidad.
—Supongo —repuso Lorraine, aunque ni mucho menos lo creía. Zoe Harper tenía un aura más astuta, casi era como si ella los hubiese interrogado a ellos, y no al revés.
En cuanto regresaron a la casa de Saint Hilda’s Road y se hicieron con esa cámara que Zoe tan solícitamente les había ofrecido, no perdieron el tiempo en repasar las fotografías. Como ya les había dicho ella, no había nada más comprometedor que unas cuantas fotos de los gemelos en una piscina de bolas y un vídeo de muy mala calidad de una pelea entre hermanos que se desarrollaba en unos columpios.
—Los de rastros podrían echarle un vistazo —había dicho Lorraine mientras metía el objeto en una bolsita—. A lo mejor dan con algo.
Adam había estado de acuerdo.
—Deprisa, me muero de frío —dijo Lorraine. Se dio cuenta de que Adam estaba absorto en algo, pero lo único que deseaba era que siguiera meditándolo en el coche y con la calefacción encendida—. Por cierto, sobre ese anillo que llevaba Zoe: lo he reconocido.
Él la miró de reojo mientras avanzaban por la acera.
—Era de bastante mal gusto, si quieres saber mi opinión.
—No te pedía tu opinión. Se parece muchísimo a los que hace Cecelia Paige. De hecho, no me cabe duda alguna de que es suyo. Vi muchas de sus piezas cuando estuve en su piso. Aquello es como un nido de urraca, o la cueva de Aladino. Abarrotado hasta arriba de… basura, básicamente, aparte de esas joyas fantásticas que crea. Puede que parezca un poco desequilibrada, pero tiene mucho talento.
—Entonces, ¿crees que Zoe sí conoce a Cecelia?
—Estoy segura. —Lorraine subió al coche. Nunca había tenido tanto frío.
—Yo también —dijo Adam, sentándose en el lado del conductor.
Lorraine se preguntó por qué daba la impresión de estar tan abatido con esa conclusión.
—¿Lo cual quiere decir…? —empezó a argumentar, esperando que Adam se le adelantara y expusiera sus ideas. Al ver que no lo hacía, prosiguió—: Si quieres saber mi opinión, Zoe Harper no es ni mucho menos quien dice ser. —Lorraine se quitó los guantes y sacó el móvil. Iba a pedir unas cuantas comprobaciones—. Y te diré incluso más: apostaría dinero a que Zoe Harper en realidad es Heather Paige.