No se veía ninguna luz en la casa por la parte de delante, y el camino de entrada estaba más oscuro que el resto de la calle, casi como si la propiedad intentara agazaparse y pasar desapercibida; al menos eso pensó Lorraine mientras hacían crujir la grava bajo sus pies al acercarse a esa impresionante entrada por segunda vez aquel día.
—Espero que no la molestemos —le dijo a Adam—. No le falta mucho para salir de cuentas. Puede que quiera acostarse temprano. —Se tomó un momento para observar cada una de las ventanas cubiertas con cortinas. Lo cierto es que en una de las salas de la planta baja se veía un tenue resplandor que no había percibido a primera vista. Todavía quedaba alguien despierto.
La mirada que le dirigió Adam la obligó a dejar de ser una mujer preocupada y a meterse en el papel de inspectora de la policía. Llamó a la puerta con fuertes golpes.
Un momento después, Claudia Morgan-Brown abrió. Parecía sorprendida de verlos.
—No ha pasado nada —empezó a decir Lorraine con una sonrisa tranquilizadora, recordando su inquietud de la otra vez—. Sentimos mucho molestarla a estas horas de la noche, pero tenemos algunas preguntas más que hacerle sobre Carla Davis.
—Ah —dijo ella sin levantar la voz—. Desde luego. —Se apartó un poco y les indicó que pasaran. Mientras la seguían al salón, Lorraine pensó que se la veía cansada—. Siéntense, por favor. —La televisión estaba encendida a un volumen bajo, pero Claudia la apagó con el mando a distancia—. Debo de haberme quedado dormida.
—Seremos todo lo breves que podamos. —Lorraine miró a Adam afligida, pero él no pareció darse cuenta. No entendía por qué no podían haber dejado esa visita para el día siguiente. Dudaba que averiguaran nada que cambiara el rumbo del caso.
—¿Puedo ofrecerles un té? —preguntó Claudia, levantándose ya. Se recogió la espesa melena negra en una coleta provisional antes de dejarla caer de nuevo sobre sus hombros.
Era una mujer guapa, pensó Lorraine, teniendo en cuenta que sin duda estaba exhausta. Le sonrió.
—No, gracias. —Recorrió la sala con la mirada y vio que había algunos juguetes olvidados junto a la ventana: unos Lego, un par de camiones de plástico, un libro ilustrado abierto. Supuso que los hijos de Claudia ya estarían acostados. Se preguntó dónde andaría la niñera.
—Queríamos preguntarle si usted, o alguien de su departamento, sabía algo acerca de los problemas de salud de Carla —dijo Adam.
Claudia frunció el ceño y lo pensó. Se sentó y empezó a darse golpecitos con los dedos en un costado del cuello.
—No tenía una salud muy buena, según creo recordar —comentó—. Las drogas ya le habían pasado factura a su cuerpo, aunque era muy joven. Pero, como les dije, yo ya no estaba a cargo del caso cuando la niña que esperaba Carla apareció en nuestros radares.
—Pero ¿llegó a conocerla?
—Sí, sí —repuso Claudia—. Ya se lo he dicho. Nos vimos en varias ocasiones.
—¿Sabía usted lo graves que eran esos problemas de salud?
Claudia arrugó la frente.
—No, no conocía los detalles concretos, más allá de sus adicciones.
—¿O sea que no sabía nada de su insuficiencia renal?
Claudia abrió mucho los ojos y se mordió el labio inferior. Cuando lo soltó, la sangre afluyó a ese punto bajo la piel.
—No. ¿Qué le pasaba en los riñones?
—A causa del prolongado consumo de drogas, a Carla le informaron de que si continuaba adelante con el embarazo era muy probable que muriese, antes o poco después del nacimiento del bebé. Sus riñones no lo soportarían. —Aquello era todo lo específico que podía ser Adam en cuanto a datos médicos, ya que ninguno de los dos conocía los pormenores de su estado.
—Entonces… ¿por eso le habían planificado inicialmente un aborto? —Claudia parecía sorprendida.
—Exacto —dijo Adam—. Aunque, por alguna razón, Carla cambió de opinión más adelante. Nos preguntábamos si tenía usted alguna idea de por qué pudo tomar una decisión que ponía su vida en peligro.
Claudia agachó la cabeza. Tras unos momentos se tapó la cara con las manos. Lorraine vio el leve estremecimiento de sus brazos, que soportaban el peso de la cabeza: ¿el peso de la culpabilidad?, se preguntó.
—¿Está usted bien? —Lorraine percibió el golpeteo del pie de Adam contra la pata de la mesita de café y le hizo pensar en Grace.
—Fui yo —susurró Claudia sin dudarlo. Se le escaparon un par de sollozos lastimeros antes de levantar el rostro hacia ellos. Estaba recubierto de culpa, sus mejillas ardían de rubor—. Pero juro que no tenía ni idea de lo graves que eran sus problemas de salud. Pensé que estaba haciendo lo correcto.
—Cálmese —dijo Adam con bastante frialdad—. Nadie la acusa de nada. Tranquilícese y cuéntenos lo que sucedió.
Lorraine sintió que Adam estaba decepcionado. Que simplemente era una profesional la que, con razón o sin ella, había aconsejado a Carla que tuviera a su bebé, y eso no tenía especial relevancia. No iba a proporcionarles la pista que él había esperado ni, de hecho, ninguna vinculación con el caso de Sally-Ann.
A Claudia le faltaba el aire. Lorraine no estaba segura de que seguir por esa línea le hiciese ningún bien, dadas las circunstancias. Vio cómo el ceño de la mujer se hacía más profundo a medida que recordaba los acontecimientos.
—Carla tenía una cita con Tina hace unos seis meses, pero Tina estaba enferma, así que fui yo quien se reunió con ella. Fui a su piso.
—Continúe —pidió Lorraine. Tenía hambre y sentía rugir el estómago bajo su abrigo. Quería volver a casa con Stella.
—Hacía bastante que no la veía. Había estado entrando y saliendo de hogares de acogida durante años. El caso es que acababa de descubrir que estaba embarazada. Mi trabajo era valorar su estado mental, sus condiciones de vida, sus drogadicciones, ese tipo de cosas, para que pudiéramos decidir qué hacer con el bebé. Me dijo que estaba intentando desengancharse de verdad, pero que le resultaba muy duro. También bebía mucho. En la vida de Carla no había gran cosa que fuera bien. Solo…
Claudia miró a Lorraine. Compartieron un momento de comprensión.
—Solo el bebé —terminó Lorraine por ella.
Claudia asintió.
—Vi el brillo de esperanza cuando hablaba de él. Me enseñó un par de peuquitos rosa que le había comprado en el mercadillo. —Claudia dejó escapar algo que se quedó a medio camino entre una risa y un suspiro—. Me dijo que ese día solo se había comprado diez cigarrillos en lugar de veinte para que le llegara para esos peúcos. Vi que algo cambiaba en ella cuando hablaba del bebé y por eso me extrañó mucho que me dijera que pensaba abortar. Dijo que solo quería a alguien que le correspondiera su amor. Me llegó al alma.
También le llegó al alma a Lorraine. Tragó el nudo que se le había formado en la garganta y se negó a mirar a Adam, pensando en la conversación que acababan de tener con Grace.
—Así que hablaron de seguir adelante con el embarazo.
—Sí —dijo Claudia con franqueza—. Pero les juro que no sabía nada de las contraindicaciones médicas. Carla no me dijo que le pasara nada. De ser así, le habría dicho que volviera a ver al médico. En todo caso, mi consejo no fue que se quedara con el bebé. Eso habría estado mal, dadas sus circunstancias generales y sus drogadicciones. Apenas era capaz de cuidar de sí misma, y mucho menos de otra vida. Lo más probable era que de todas formas tuviéramos que quitárselo nada más nacer.
Adam iba tomando nota, pero Lorraine solo escuchaba, pensando en la pobre Carla y su niña muerta.
—Sin embargo, dado que conocía usted sus recurrentes problemas con las drogas, ¿no dio por hecho que podían producirse complicaciones médicas? —preguntó Adam.
La expresión de sorpresa y dolor del rostro de Claudia reflejaba exactamente lo mismo que pensaba Lorraine. Fulminó a su marido con la mirada por ser tan insensible, pero él no le hizo caso.
—En mi trabajo, inspector, nunca es seguro dar nada por hecho. Pero yo no soy médico y su expediente no decía nada de su estado de salud. Allí solo ponía que tenía cita para abortar. Si ella no seguía adelante con ese plan, mi deber era proteger al hijo que iba a tener. La posibilidad de que ese embarazo acabara matándola ni siquiera se me ocurrió. Yo lo único que vi fue a una joven desesperada con un diminuto brillo de esperanza en los ojos. Quería que considerase todas las opciones, entre ellas la de quedarse con el bebé.
Claudia se levantó y estiró la espalda. Hizo una mueca de dolor.
—Carla me prometió que se desengancharía, que iría a un centro de rehabilitación, que dejaría de beber, incluso que fumaría menos. Me prometió no juntarse con malas compañías y hasta tuvimos tiempo de limpiar un poco su piso. Eso no aparece en mi informe, pero vi en ella tanto optimismo, una posibilidad, algo perfecto que crecía en su interior, que admito que parte de mí quiso que cancelara el aborto. ¿Tan malo es eso?
—No —dijo Lorraine enseguida—. No lo es.
—¿Qué opinión tiene usted respecto al aborto, señora Morgan-Brown? —preguntó Adam—. Siento que mi pregunta le parezca insensible, dadas las circunstancias.
—No me importa que me lo pregunte —dijo Claudia, pensativa, mientras colocaba las manos abiertas sobre su niña. Lorraine habría jurado que en los últimos días le había crecido más la barriga—. Estar embarazada significa un mundo para mí. Siempre soñé con ser madre. —La sonrisa se desvaneció—. Solo que nunca esperé toda la tristeza que traería consigo. Pero aquí me tienen. Dos hijastros gemelos y una niña de camino.
—¿Tristeza? —preguntó Lorraine.
—Por desgracia, este no es mi primer embarazo. Mi anterior compañero y yo intentamos tener un hijo muchas veces y…
—No pasa nada, tranquila. No tiene que explicar más. —Lorraine sintió haberle preguntado por ello.
—No, es relevante. Tuve muchos abortos naturales, también niños que nacieron muertos. Nadie sabe por qué. Así que este embarazo es muy valioso para mí. Cuando oigo hablar de abortos intento no juzgar, pero con Carla fue algo más que eso. De alguna forma sentí que ella necesitaba a ese niño, aun a riesgo de que se lo quitaran. —Claudia cruzó una mirada con ambos, les dio un momento para comprender lo que estaba diciendo—. No creerán que mis sentimientos personales de alguna forma confundieron su juicio, ¿verdad? —En su voz se oía de pronto angustia y cargo de conciencia.
—Usted solo intentaba ayudar —dijo Lorraine.
Claudia asintió, meditabunda. Volvió a sentarse otra vez, todavía muy agitada. Se mordía una uña con nerviosismo.
—Hay otra cosa que podría ser relevante. —Se levantó de nuevo y se puso a caminar—. Ay, pero no sé. Seguro que no es nada, y James me diría que soy una auténtica paranoica.
—A menudo son esos detalles que creemos que no serán nada los que más nos ayudan —comentó Lorraine.
—Bueno, de acuerdo, pero es confidencial, ¿sí?
—Eso depende —dijo Adam enseguida.
—Es solo que, si se lo cuento y estoy equivocada, no quiero que ella sepa que les he dicho nada. Me pondría en una situación muy incómoda. —Claudia bajó la voz de repente y miró varias veces hacia la puerta cerrada.
—Haremos lo que esté en nuestra mano —repuso Adam sin demasiada convicción.
—Es mi niñera, Zoe. Me parece que la vio usted un momento la primera vez que estuvo aquí. —Claudia le hablaba directamente a Lorraine—. Bueno, el otro día tuve que… tuve que buscar algo en su habitación. Sé que no suena muy bien, pero, créanme, me alegro de haber entrado allí. Iré al grano: miré las fotografías de su cámara. Sí, sí, ya sé que no debería haberlo hecho… —Otro momento de culpabilidad—. De todas formas, me alegro, porque encontré una foto de… —Claudia volvió a dudar, debatiéndose entre contarlo o no. Por fin soltó un hondo suspiro—. Vi una fotografía del expediente de Carla Davis en la cámara de Zoe.
Parecía aliviada de haberlo dicho, pero de algún modo también más nerviosa aún.
—Salían todos los datos personales de Carla, como su dirección, edad, fecha de nacimiento, médico de cabecera y las cuatro cuestiones básicas. Como comprenderán es información confidencial. Me siento fatal por que haya ocurrido. La culpa es toda mía, por traerme el expediente a casa. Pensaba que lo había dejado todo el tiempo guardado bajo llave en el estudio, pero debí de despistarme. No tengo la menor idea de para qué querría Zoe los datos de Carla.
—¿Está ella aquí ahora? —preguntó Adam.
Claudia puso cara de angustia.
—Ha salido, pero podría volver en cualquier momento. —Miró hacia la puerta otra vez—. Oigan, ya sé que parece una locura, pero la verdad es que preferiría no remover mucho las cosas con ella. Es que… —Se estaba poniendo muy nerviosa—. A lo mejor me confundí. Solo vi esa foto un momento. La agrandé, pero la pantalla de la cámara es muy pequeña. Supongo que pude leerlo mal.
—Tendremos que hablar con ella. Lo entiende, ¿verdad? —dijo Lorraine.
—Pero es que no quiero que Zoe se moleste por esto, porque si se marcha estoy perdida. James no está y… y voy a necesitar su ayuda.
—Hay más niñeras —repuso Lorraine con delicadeza—. Pero seguro que Zoe no la dejará si tiene una razón inocente para haber hecho esa foto. No tendrá ningún reparo en explicárnosla.
Claudia lo pensó un momento.
—Supongo que sí. Es solo que, al estar sola, me siento bastante vulnerable.
—Lo comprendemos —sentenció Lorraine—. Volveremos en otro momento para hablar con Zoe.
—Seguramente será mejor que no le mencione usted nada por el momento —añadió Adam.
—Una última cosa —dijo Lorraine.
Claudia enarcó las cejas.
—Sí, lo que quieran.
—¿El nombre de Heather Paige le dice algo?
Ella puso cara de desconcierto y miró unos segundos al techo como para recordar.
—Lo siento, no. ¿Por qué?
—¿O sea que ninguna mujer llamada Heather Paige ha estado en esta casa hace poco, ni en el pasado? —preguntó Adam, con un tono más acusador de lo que le habría gustado a Lorraine.
—Seguro que no —respondió Claudia.
—Bueno, pues gracias por todo —dijo Lorraine al levantarse—. Sentimos mucho haberle ocupado su tiempo.
—Descuiden —repuso Claudia. Los siguió hasta la puerta y les estrechó la mano para despedirse de ellos.