Lorraine se preguntó si aquello era lo que se sentía al ahogarse. Un hormigueo le colapsaba los sentidos, toda ella buscaba tierra, buscaba aire, intentaba hacer pie en terreno conocido. No lo conseguía. Lo único que percibía era una cacofonía compuesta por una sobrecarga de retazos disparatados que la hacía querer acabar con aquel interrogatorio antes incluso de empezar.
—¿Sería posible apagar…? —Lorraine miró a su alrededor en busca de la fuente de ese soniquete o, mejor dicho, soniquetes, porque no oía uno o dos, sino por lo menos tres capas diferentes de barullo.
—Lo siento —dijo la mujer. Sus manos salieron disparadas por el aire para acompañar su sonrisa teatral—. Pero es que necesito mi ración diaria de noticias y no puedo vivir sin Chopin cuando trabajo. —Se internó más en la habitación, si es que eso era posible, porque estaba a rebosar de cosas, y sacó un iPod de su base. Lo lanzó al sofá y, al verlo hundiéndose como se hundió tras los cojines, como una piedra en arenas movedizas, Lorraine intuyó que quizá no volvería a ser visto. Después la mujer apagó un transistor. Y todavía se oía algo más—. Se me olvidaba que también había encendido eso. ¿Le gusta el death metal?
—No puedo decir que sea mi estilo —confesó Lorraine. Había oído a Stella hablar una vez de esa música, y le alegró recordar que con bastante desprecio. Por fin, silencio—. ¿Podemos sentarnos?
—¡Ay, claro! —exclamó la mujer, por lo visto avergonzada de no haberlo propuesto ella misma. Su mirada recorrió toda la habitación con angustia y, cuando se posó en una mesita ovalada y llena de trastos, sus brazos entraron en acción. La despejó con dos diestros movimientos en arco, sin inmutarse siquiera por el caos que desplazó al suelo—. Podemos sentarnos aquí. Prepararé un café. —Prácticamente se puso a saltar y dar palmadas de emoción.
Lorraine rechazó la bebida. Aquella pobre criatura le despertaba un poco de lástima, pero también sentía cierto recelo. Existía un vínculo entre ella y Sally-Ann Frith, por mucho que Lorraine no tuviera demasiadas esperanzas de sacar ninguna pista útil de esa entrevista. Aun así, era su obligación hacerla.
—No, gracias, de verdad —repitió, pero la mujer ya había desaparecido en el hueco que ocupaba la cocina en aquel piso minúsculo y estaba revolviendo entre el detritus en busca de unas tazas. Lorraine se apoyó en la pared, resistiéndose a sentarse hasta que no la obligaran a hacerlo. Era evidente que la mujer iba a tardar todavía un buen rato, así que tendría que lanzarle las preguntas mientras estaba ocupada—. ¿Cómo se apellida usted, Cecelia?
La mujer se volvió y se quedó mirando a Lorraine como si le hubiese pedido que se desnudara. Su melena rebelde danzaba en el rayo de luz que entraba a través de una ventana circular con vidrieras que había sobre el fregadero.
—Paige —dijo en voz baja—. Me llamo Cecelia Paige. —Lo confirmó asintiendo con la cabeza, y acto seguido la metió en una diminuta nevera y masculló algo sobre la leche, que a lo mejor se había estropeado.
—¿Y cuánto hace que conoce a Liam Rider?
De nuevo se volvió y se detuvo. Su inmovilidad parecía indicar que era incapaz de hacer café y hablar a la vez.
—Liam —dijo, casi como si nunca hubiera oído hablar de él—. Es del trabajo, en la escuela de estudios superiores.
—Sí, eso ya lo sé. Pero quisiera saber cuánto hace que lo conoce.
—¿Conocer «conocer», o solo conocer…?
—Las dos cosas —repuso Lorraine.
—Hace poco más de un año que imparto mi curso en esa escuela. Con el tiempo empiezan a sonarte las caras, te encuentras con gente… en la sala de profesores, en el bar, en la biblioteca, en el aparcamiento. Por ahí. —Cecelia le quitó el tapón a la leche, la olfateó y arrugó la nariz—. La primera vez que vi a Liam fue en la sala de la fotocopiadora. Se le había atascado. —Volvió a tapar la leche y la agitó con brío—. Yo se la desatasqué. —Levantó la botella de plástico hacia la luz y asintió con aprobación—. De una patada —susurró—. Ya sabe cómo va eso. Nos pusimos a charlar. Nos hicimos amigos.
—Sabía usted… Sabe que Liam Rider está casado.
—Claro que sí. No me habría ligado a un soltero.
El corazón de Lorraine aceleró instintivamente y golpeó su pecho con más fuerza de lo normal.
—Y eso ¿por qué? —Se preguntó si ese también sería el razonamiento de la fulana de Adam.
—Porque lo único que quería era un poco de esperma, no un hombre entero.
Lorraine rezó por que no fuera ese el propósito de la fulana en cuestión. La idea de que Grace y Stella tuvieran hermanastros y hermanastras era… bueno, no sabía lo que era porque acababa de pensarlo por primera vez, pero de momento no era una sensación agradable.
—En ese caso, ¿no podría haber acudido a un banco de esperma?
—Podría —respondió Cecelia—. Aunque acaba saliendo caro. —Un café alquitranado empezó a gotear en la jarra de cristal de la cafetera. Lorraine intentaba obligarlo mentalmente a que cayera despacio para no tener que bebérselo—. Pero así es… fue… más personal. Y divertido, mientras duró. No se preocupe, no es que tuviéramos relaciones sexuales exactamente.
Lorraine no hizo ningún comentario. Desde luego, no le preocupaba en absoluto si habían tenido o no relaciones, aunque la declaración de Russ Goodall hacía pensar que sí habían estado liados.
—¿Conoce a una tal Sally-Ann Frith?
—Claro —dijo Cecelia, como si la conociera todo el mundo—. Esa zorra —añadió.
—¿Cómo? —El corazón de Lorraine volvió a apretar.
—Bueno, es evidente que era una zorra. Era la otra querida de Liam. Y, para acabar de arreglarlo, la muy imbécil se había quedado embarazada. —Lorraine vio que se tomaba un momento para tranquilizarse, como si aquello se estuviera poniendo demasiado intenso para su gusto. Tenía un autocontrol impresionante—. En fin, el caso es que mi vínculo con Liam era más emocional que otra cosa —añadió Cecelia—. No me despertaba lo necesario para una relación física, aunque es más bien atractivo. También es bastante mayor que yo. Pero cuando me dijo que había estudiado matemáticas en Cambridge, supe que era el adecuado. De eso hacía ya mucho tiempo, desde luego, pero era una prueba de su inteligencia. Y yo quería un esperma guapo y listo. —Suspiró.
—Pues mucho me temo que no estudió en Cambridge —dijo Lorraine, completamente incapaz de evitar el gesto triunfal que realizó solo por dentro. Además, a ella tampoco le había parecido tan atractivo—. A causa de… todo esto, lo hemos investigado a fondo. Se sacó el título de contabilidad en la politécnica de Uxbridge, en 1983. Se ha divorciado dos veces. No estoy segura de que sea tan listo.
Cecelia se encogió de hombros.
—De todas formas sus espermatozoides debieron de morirse, porque no funcionó.
—¿No funcionó?
—Bueno, no se quedó embarazada, ¿verdad?
Lorraine miró a Cecelia, que acabó de enjuagar dos tazas y luego las dejó en la mesa junto a la jarra de café y la botella de leche cortada. Sacó también un paquete de azúcar del que salía una cucharilla recubierta por una costra dulce.
—Vamos a sentarnos. Yo soy más del té de media tarde. —Cecelia se alisó el vestido verde jade antes de acomodarse con cuidado en una silla de madera pintada de rosa. Lorraine se sorprendió accediendo a la invitación mientras Cecelia servía el café—. ¿Leche? —ofreció con la botella preparada.
—Lo tomaré solo —repuso la inspectora, apartando la taza. Vaya, hombre, al final tendría que bebérselo. Por lo menos intentaría que llevara la menor cantidad de bacterias extra posible—. ¿Quién no se quedó embarazada con el esperma de Liam? —preguntó.
No era la conversación que había imaginado esa mañana. Además, aunque todas las señales hacían pensar que estaba trastornada, Lorraine no discernía si eran solo rarezas de genio creativo que acumulaba su psique, o bien algo más siniestro.
—Heather, mujer. Debió de hacerlo mal. Yo le expliqué cómo se hace.
—¿Quién es Heather?
En ese punto, Cecelia se desmoronó en su silla. Su cuerpo pareció desinflarse bajo el vestido.
—Heather se ha ido de casa —dijo con tristeza—. Me ha dejado.
—¿Vivía aquí? —Lorraine se preguntó cómo podría siquiera un ratón vivir allí con ella. Si aquel batiburrillo de trastos no expulsaba al otro ocupante del piso, la personalidad de Cecelia sin duda lo conseguiría.
—Evidentemente… si ahora se ha ido.
Lorraine estaba segura de que eran lágrimas lo que veía en los ojos de Cecelia, aunque parecía estar envuelta en una especie de aura borrosa, como si estuviera cubierta de un rocío destellante o se hubiera dado friegas con un bálsamo exótico. La dejó continuar.
—No sé vivir sin ella. ¿Sabe lo que es perder a la persona a quien más quieres en este mundo?
A Lorraine le hubiese gustado decir que acababa de descubrirlo, pero se quedó callada. Si le iba a abrir su corazón a alguien, estaba claro que no sería a Cecelia Paige.
—El caso es —continuó ella— que lo vi venir hace ya tiempo, antes incluso que Heather, si le digo la verdad. Las cosas se estaban poniendo… tensas entre nosotras. Y le diré más: yo creo que mi deseo de tener un hijo la desgastó. De nosotras dos, ella nunca ha querido tenerlos de verdad, ¿sabe? Yo, en cambio, casi nací queriendo uno. Ahora estoy sola, jamás seré madre, ¿a que no?
Lorraine se tomó un momento para valorar lo que acababa de oír, pero se atascó con la estrambótica imagen de una niña cuidando de un niño y, al igual que el personaje mismo de Cecelia, nada de aquello le cuadraba.
—Es duro cuando no se tiene a un hombre, no sé si me entiende —dijo Cecelia. Lorraine asintió como diciendo que sí, que la entendía. No era una situación tan extraña en la actualidad—. Hay que pensar en otras formas de tener hijos. Ya no todas las familias son mamá, papá y dos coma cuatro hijos, ¿sabe?
—Cierto —repuso Lorraine.
—De todas formas, Heather es más que generosa y quiso ayudarme en todo lo que pudo después de mi operación del año pasado. —Cecelia hizo una pausa para beber un poco de café. Lorraine vio que en sus mejillas aparecía unos instantes un rubor escarlata que desentonaba con su pelo—. Siempre he tenido unos espantosos problemas de salud femenina, que al final acabaron en una histerectomía completa. Pensé que iba a morir. Eso explicaba por qué no había logrado quedarme embarazada. Y ahora ya no tengo posibilidad.
Las palabras «salud femenina» las había susurrado.
—Lo lamento mucho, Cecelia —dijo Lorraine con sinceridad. No estaba muy segura de que su historial médico fuese esencial ni pertinente, pero de todas formas siguió adelante con el tema—. ¿O sea que Heather se ofreció para gestar el bebé por usted?
—Sí. Dijo que podía utilizar su útero. Yo ya me había gastado una barbaridad dinero en muestras de esperma, pero después de la operación tuve que darme por vencida. Heather fue un encanto. No podíamos permitirnos seguir pagando ese esperma tan caro y selecto de médicos y catedráticos, así que ella decidió… —Cecelia dudó un momento, incómoda con lo que estaba a punto de decir—. Bueno, Heather decidió ir por su cuenta a buscar el bebé, no sé si me entiende. Me dijo que haría lo que hiciera falta.
—Entiendo —repuso Lorraine, aunque no comprendía nada—. ¿Y qué era lo que tenía pensado exactamente?
—Mire, iba en contra de todo en lo que ella cree, todo lo que defiende, pero estaba dispuesta a hacerlo por mí, ¿no? —De la garganta de Cecelia escapó un pequeño sollozo, como si llevara meses allí atrapado—. Está dispuesta a hacerlo por mí —añadió, cambiando el tiempo verbal.
—¿Todavía intenta quedarse embarazada? ¿No me ha dicho que se había ido de casa?
—Así de generosa es —sentenció Cecelia—. Su último intento volvió a fracasar y ahora está casi tan desesperada como yo.
—¿Muy… desesperada? —preguntó Lorraine, que se sentía más incómoda a cada minuto.
Cecelia se levantó y fue directa al caos de objetos que había tirado de la mesa. Se cernió sobre ellos antes de aplastar sin querer con su tacón de aguja verde algo que parecía un broche de elegantes gemas.
—Ay, qué desastre. Esto acabará con mi reputación.
Lorraine se quedó mirando los fragmentos relucientes.
—¿Lo ha hecho usted? —preguntó, consciente del precario estado de ánimo de la mujer.
—Sí, claro. —Se volvió para mirarla con un brillo en la mirada—. Aunque ahora ya no lo comprará nadie, ¿no? —Recogió los pedazos y los dejó caer de sus dedos en una mini cascada de azul eléctrico y bronce—. El negocio me va bien. Me llegan pedidos de tiendas de Londres. Habrían pagado quinientas libras por este. Eso es otro frasquito de esperma, ¿sabe?
—Su trabajo es precioso. —Lorraine lo decía en serio. No pudo evitar agacharse a recoger un par de piezas que sin duda acabarían aplastadas también bajo algún otro tacón—. Es muy original. —Levantó una cadena de cordón de plata en la que se balanceaba un pesado colgante—. Tiene un aire muy místico. —Le gustaba. Era diferente. Ojalá Adam la sorprendiera de vez en cuando con algo así por su cumpleaños, o en su aniversario. A veces daba la sensación de que no la conocía lo más mínimo.
—La piedra en la que está sentada es una gaspeíta tallada. ¿No le encanta ese color verde? Es como el relleno de un bombón de menta. —Cecelia ya estaba otra vez en el suelo, revolviendo en aquel desbarajuste—. Este broche de mariposa va a juego. —Lo levantó en alto y unió ambas piezas. Lorraine tenía que reconocer que las dos eran impresionantes. El hada desnuda estaba sentada sobre la gema en una pose retorcida y alzaba los brazos hacia la soga de plata. Lorraine la imaginó mirando con ojos implorantes al rostro de la portadora—. Es un hada sin alas y necesita la mariposa para volar.
—Ya veo —dijo Lorraine, convencida de estar oyendo la voz de Adam metiéndose con ella por ser tan extravagante. Miró a Cecelia, postrada de rodillas y manos; de pronto parecía lamentar haber tratado así su mesa de trabajo.
—¿Sabe qué fue lo último que me dijo Heather? —preguntó entonces, llevándose un anillo rojo escarlata a los labios. Lorraine pensó que parecía una gota de sangre—. Me dijo: «Tendrás un bebé». Tengo que creer en eso, inspectora.
—Ha sido una experiencia de lo más surrealista —le explicó Lorraine a Adam. Había estado a punto de comentarle lo mucho que le habían gustado sus joyas, pero no quería remover las cosas. Antes de salir del piso, Cecelia había intentado regalarle el juego del hada y la mariposa, pero ella se había negado, alegando que no sería ético. De todas formas, siempre se alegraba al recibir los vales regalo, el perfume o lo que fuera que Adam solía regalarle.
—Pero, aparte de tomarte un café a media mañana con una excéntrica obsesionada con los niños, ¿has descubierto algo interesante?
—Pues sí —dijo Lorraine—. Y tienes razón. Es exactamente eso: está desesperada por conseguir un niño y tiene un carácter muy extravagante. Por lo visto hace poco que se ha separado de su compañera, Heather, que todavía está intentando «conseguirle un bebé», cueste lo que cueste.
—Entonces tenemos que hablar con esa Heather. ¿Te ha dado Cecelia su nueva dirección? —Adam escribía un mensaje de texto mientras hablaba.
—Bueno, cuando se la he pedido, ha respondido con vaguedades y luego se ha callado. Me ha dicho que ya ni siquiera sabe dónde trabaja. Aparte de lo del bebé, parece que su ruptura es total.
—¿Has salido de allí sin datos para el seguimiento? —Adam dejó el móvil.
—Sí, Adam. Eso es exactamente lo que he hecho.
Molesta, Lorraine se lanzó hacia el cuenco de semillas que Adam tenía en su escritorio. Él le apartó la mano con una palmada antes de que pudiera coger un puñado.
—No te gustarán —dijo.
—Cecelia me ha confesado que siguió a su ex después de la última visita —continuó explicando Lorraine—. Tendrías que conocer a esa mujer para entenderlo —añadió mientras recordaba la expresión de dicha que había puesto Cecelia al ser capaz de darle una dirección donde encontrar a Heather.
«Es un sitio pijo —había dicho con orgullo, o con un deje de celos, Lorraine no estaba segura—. Una casa enorme de verdad en una calle encantadora. Ella ni se imaginaba que la estaba siguiendo».
Cecelia se había dado unos golpecitos a un lado de la nariz y había soltado una risilla infantil.
«Verá, es que todavía tengo a Ernie. Heather me lo compró hace un año, después de mi operación».
«¿Ernie?», había preguntado Lorraine con incredulidad.
«Mi coche, mujer. Un pequeño Fiat».
La inspectora había asentido despacio, preguntándose qué vendría después.
«La seguí a bastante distancia, aminoraba y paraba cuando tenía que hacerlo. Heather se tambaleó una o dos veces en su bicicleta al llegar a un cruce, pero conseguí seguirla hasta ese sitio. —Cecelia había anotado la dirección y se la había dado a Lorraine—. Le está yendo bien en la vida, mire».
Lorraine había tenido que leer la calle y el número de la casa dos veces antes de guardarse el papel en el bolsillo. Todavía no estaba segura de qué implicaba todo aquello.
—De todas formas —le dijo a Adam—, Cecelia no puede estar segura de que esa casa sea donde vive Heather. Simplemente lo da por hecho, nada más. Su nombre completo es Heather Paige. El mismo apellido que Cecelia.
—Entonces, ¿se han inscrito como pareja de hecho y todo eso?
Lorraine asintió, preguntándose a quién le habría enviado Adam el mensaje de texto.
—Supongo. ¿Es que no me lo vas a preguntar? —No podía creer que todavía no hubiese reaccionado.
—¿Preguntarte el qué? ¿Por qué estás danzando como un gato sobre una barbacoa? ¿Por qué tienes las mejillas encendidas? ¿Por qué veo en tus ojos un destello del tamaño de Venus?
Lorraine sacó de su bolsillo el papelito y se lo pasó a Adam, que comprobó la dirección y se detuvo a pensar un momento. Cuando levantó la mirada, también en los ojos de él se veía una luz grande como un planeta.
—¿A qué estamos esperando? —dijo mientras empujaba el cuenco de semillas hacia Lorraine.