Carla Davis parecía muerta aunque no lo estaba. Tenía agujas clavadas con tubos conectados en el dorso de la mano, además de electrodos adhesivos en varias partes de su cuerpo. Bajo el anodino camisón de hospital que le habían puesto se le veían trozos de piel muy pálida.
—Aunque a lo mejor no han sido más que un montón de disparates, claro —dijo Lorraine mirando a la pobre chica, en su cama de hospital—. A lo mejor eran los fármacos los que hablaban.
—Sí, según Barrett no hacía más que despertarse y volver a dormirse. —Adam cogió la carpeta que había colgada a los pies de la cama. Enseguida volvió a dejarla, las notas garabateadas y los puntos de los gráficos no le decían mucho—. Pero todo el rato hablaba de esa mujer.
—Lo cual podría cambiarlo todo —reflexionó Lorraine, que empezó a repasar mentalmente las posibilidades. Ninguna de ellas coincidía con el exiguo perfil que habían construido hasta el momento, y todavía no podían estar seguros de que los dos ataques estuvieran relacionados, aunque eran espantosamente parecidos.
Lorraine había esperado obtener más pistas de las heridas de Carla, pero la prioridad principal había sido salvarle la vida, conseguir coserla en el quirófano, y no tener a los forenses revolviendo en el destrozo de su cuerpo.
—Vuelve a decirme qué más te ha comentado Barrett —pidió.
Barrett era uno de sus mejores agentes y nunca los había decepcionado en una situación de interrogatorio. Era meticuloso y pensaba con rapidez.
—Lo hemos repasado ya mil veces.
Era cierto. Habían examinado ambas investigaciones hasta la saciedad durante la reunión de la noche anterior, con casi todo el equipo presente. Se les había hecho tarde, y luego Adam y Lorraine habían seguido hablando de ello en casa, mientras limpiaban el desastre que habían dejado Grace y sus amigas.
—La hermana solo le dejó hablar con Carla un par de minutos. A él le dio la impresión de que no sabía muy bien dónde estaba ni qué le había ocurrido. Estaba muy confusa. Sabía cosas como su propio nombre, dónde vivía, pero no guardaba ningún recuerdo del ataque en sí, solo de los momentos previos. Sin embargo, no dejaba de decir que había alguien en la puerta, que tenía que ir a abrir. Por lo visto eso la puso muy nerviosa.
—La mujer misteriosa —dijo Lorraine, que ya conocía la historia.
—Correcto —repuso Adam—. Barrett le pidió una descripción y ella lo único que dijo fue «delgada», una y otra vez. La verdad es que no nos ayuda en mucho.
De pronto, Adam se inclinó sobre Carla, que se había movido.
—Carla, ¿me oyes?
Lorraine pensó que iba a zarandearla.
—Déjalo, Adam, la vas a asustar. —También ella se acercó a la cama de la joven. Las sábanas tapaban lo que solo podía suponer que había sido un abdomen muy abultado hasta hacía poco. ¿Recordaría siquiera que había estado embarazada?, se preguntó Lorraine.
—Hola, cielo, ¿me oyes? —dijo en voz baja—. Soy policía. Solo quiero hacerte un par de preguntas.
Lorraine acarició con un dedo la parte interior de la muñeca de la chica. Tenía una vía de plástico adherida con esparadrapo al dorso de la mano, desde donde un tubo fino subía serpenteando hasta un gotero. Lorraine estudió la piel de la curva del codo. Se le notaban las venas, de un rojo purpúreo, con reveladores puntos de viejas cicatrices que contrastaban muchísimo con su piel lechosa. Aquello no era obra de ningún médico.
—Cielo, ¿me oyes?
Carla profirió un breve quejido y torció la cabeza a izquierda y derecha. Tenía los ojos cerrados, aunque se le abrieron un instante. Lorraine vio que no enfocaban nada.
—Quiero encontrar a quien te ha hecho esto, cielo. ¿Recuerdas algo del ataque o de tu atacante? ¿Cómo era?
Carla no decía nada. La máquina que tenía detrás iba pitando y señalaba su tensión sanguínea, la saturación de oxígeno y el ritmo de su respiración. Lorraine no sabía interpretar los números, pero la máquina producía un sonido constante, que de alguna manera les garantizaba que la chica seguía por lo menos estable y con vida.
—Voy a tener que pedirles que salgan un momento. —Había entrado una enfermera—. Tengo que comprobar el drenaje de la herida.
—Volveremos después —dijo Adam.
—Gracias —contestó la enfermera mientras apartaba con cuidado las sábanas que tapaban a Carla.
La chica gimió otra vez y la mano de la vía cayó inerte a su lado.
—Ten cuidado. —Una segunda enfermera con un cantarín acento irlandés—. No vaya a abrírsele todo.
—Ojalá volviera a decir algo —comentó Lorraine mientras salían de la habitación.
Cruzaron un par de cabezadas con el joven agente que montaba guardia y luego se miraron el uno a la otra, rememorando sus primeros días en el cuerpo. Lorraine apartó los inevitables recuerdos de cómo había conocido a Adam, cómo lo había idealizado (no, ¡idolatrado!) en aquella época. Una vez más se vio incapaz de comprender cómo se había erigido ese muro de ladrillo de seis metros de alto entre ambos. Se negaba a creer que fuera todo culpa de ella.
Ya estaban de pie junto al coche de Adam. Lorraine entrecerró los ojos para protegerlos de un rayo de sol que se había abierto paso entre las nubes, aunque pronto llegaría el aguanieve que habían anunciado los del tiempo.
—¿Te apetece un café? —preguntó señalando el puesto ambulante de bebidas y tentempiés que había aparcado enfrente. El olor del beicon era irresistible.
—¿Crees que tendrán té verde? —contestó Adam con una sonrisilla.
—Vamos a preguntar —dijo Lorraine, sorprendiéndose al tocar un instante el brazo de su marido mientras caminaban hacia la furgoneta—. Después podrías venirte conmigo a visitar otra vez a Russ Goodall. Tengo que hacerle algunas preguntas. Con un poco de suerte habrá hecho limpieza en casa.
No hubo respuesta cuando Lorraine llamó a la puerta, así que espió por la ranura del mugriento buzón de plástico. Un hedor pútrido salió expelido desde el interior en una vaharada de aire tibio.
—Madre de Dios —exclamó, retrocediendo—. ¿Se ha muerto alguien ahí dentro? —Adam y ella se miraron con la sincera esperanza de que no fuera el caso.
Adam acercó la nariz a la portezuela.
—No huele a muerto —dijo con objetividad—. Solo tiene que sacar la basura.
—Será guarro… —masculló Lorraine mientras aporreaba la puerta con el puño. Después retrocedió unos pasos para echar un vistazo al alto edificio, y entonces oyeron que se abría una ventana por encima de ellos—. ¿Oye? —gritó—. Policía. ¿Quieres bajar, por favor?
Se oyó un breve improperio y poco después, desde el otro lado de la puerta, les llegó ya el estrépito de alguien que bajaba corriendo la escalera. Se abrió el cerrojo, se abrió la puerta, y se encontraron cara a cara con Russ Goodall vestido con camiseta y gayumbos, y tiritando de frío como si llevara tres días fuera, en la nieve.
—Estaba en la cama —se disculpó.
—¿Podemos pasar y hablar contigo? —preguntó Lorraine. Casi percibía la repugnancia que sentía Adam.
—Supongo —contestó Russ, haciéndose a un lado. Tropezó con una bolsa de basura que alguien había dejado.
—¿No podíamos habérnoslo llevado a comisaría? —susurró Adam mientras subían por la escalera.
Lorraine lo adelantó al entrar en la minúscula habitación amueblada y le dio un golpecito en el hombro por ser tan tonto. A menudo se preguntaba si era buena idea que los dos siguieran trabajando juntos. En el trabajo, más que en ninguna otra parte, era probable que su relación se deteriorara hasta el punto de convertirse en la de dos niños peleados. A saber qué pasaría si ella decidía divorciarse. Sería inevitable que a uno de los dos lo trasladaran, pero ¿por qué tenía que ser ella?
—Siéntense si quieren —ofreció Russ con una voz tan aguda que delataba su miedo y su sorpresa.
Solo tenían dos opciones: una mugrienta silla plegable de plástico que había junto a la pequeña mesa, o la cama revuelta que parecía utilizarse también como sofá. Adam fue rápido en elegir la silla, con lo que a Lorraine no le quedó más opción que hundirse en el colchón, levantando una nubecilla de tibio y rancio olor corporal. Ya le daría las gracias después.
—Solo quería repasar algunas cosas sobre tu relación con Sally-Ann, Russell. No tienes nada de qué preocuparte, lo único que queremos es aclararnos con todo esto. ¿Por qué no te pones unos pantalones, eh?
El algodón de sus calzoncillos era tan fino que Lorraine estaba convencida de que vería más de lo que le apetecía si sus ojos se despistaban y bajaban más allá de su pecho. De hecho, podía distinguir la mayor parte de su torso enjuto y desnutrido a través de la tela gastada y grisácea de su ancha camiseta. El chico asintió y se puso unos vaqueros rotos. De ellos emanó un olor desagradable mientras se los subía por las piernas dando saltitos sobre la ajada alfombra. Cuando terminó se sentó en la cama, junto a Lorraine, que se apartó hacia la izquierda.
—¿Os peleabais alguna vez Sally-Ann y tú, Russell? —Fue Adam el que habló primero.
Lorraine había estado a punto de hacerle esa misma pregunta. Solo querían calentarlo un poco, conseguir que se sintiera casi aliviado de escupir toda la verdad sobre cualquier cosa de la que pudiera arrepentirse.
Ella tomó entonces el testigo del interrogatorio, aunque no es que Adam se lo hubiera pasado.
—Y con eso no nos referimos simplemente a las habituales riñas que tienen las parejas. —Miró a Adam. Él no le devolvió la mirada, pero Lorraine vio cómo apretaba la mandíbula—. Estamos más interesados en saber si alguna vez las cosas, bueno, se os iban un poco de las manos, no sé si me entiendes.
—Nunca la pegué, si es eso lo que insinúa.
Russell no se estaba quieto.
—Entendemos cómo son esas cosas: pequeñas desavenencias por tonterías que se convierten en algo desproporcionado… —dijo Adam, y le lanzó una breve mirada a Lorraine.
—También entendemos que a veces esas pequeñas desavenencias no son tan pequeñas; que a lo mejor uno de los dos tenía una muy buena razón para enfadarse. —Lorraine subrayó las palabras «muy buena razón».
—Aunque a veces esas «muy buenas razones» pueden venir de un malentendido por una de las partes —añadió Adam, con la mirada fija en Lorraine.
—Pero, suponiendo que no resultasen ser un «malentendido» —prosiguió ella, hablándole directamente a Adam—, suponiendo que una de las partes estuviera del todo segura de tener razón, entonces entenderíamos que sintieras que en cualquier momento podrías estallar contra esa otra persona. —Lorraine notó sudor en su frente. Se armó de valor para no dejarse llevar por aquellas ridículas emociones que habían empezado a aflorar y se volvió de nuevo hacia Russell.
—Aunque debo puntualizar que la violencia es algo que nunca está justificado. —Adam sacó la mandíbula hacia delante, y Lorraine casi pudo ver la presión que se estaba acumulando en su interior.
—Lo recordaré, inspector —repuso ella con voz dulce y una sonrisa forzada. «Antes de darte un puñetazo», pensó.
—Nunca la pegué, lo juro —insistió Russ, que ni sospechaba siquiera que hubiera mensajes ocultos pasando por delante de sus narices—. Pero tenía unos cambios de humor que para qué.
—Explica —lo animó Lorraine.
—Supongo que el embarazo lo empeoró. —Russ dejó caer la cabeza y empezó a tirar del roto que tenían sus vaqueros en el muslo. Por él se veía un trozo de piel blanca y velluda—. Tan pronto estaba contenta, y quiero decir eso, muy, muy contenta, como le daba por querer acabar con todo.
—¿Estaba deprimida? —preguntó Adam.
—A lo mejor. No sé. Iba mucho al médico. —Russ parecía hundido en la miseria—. Todo empezó cuando «él» entró en escena.
—¿Liam?
Russ asintió.
—Se cargó lo nuestro. Supongo que nos habríamos casado si él no hubiera metido las narices. Utilizó a Sally-Ann, eso hizo. La utilizó para conseguir sexo de vez en cuando, igual que hizo con esa otra pobre mujer.
—Hemos comprobado que él era el padre biológico del bebé —dejó caer Adam, a lo que Lorraine soltó un suspiro. Ella había querido esperar antes de darle a Russ esa noticia, pero ya estaba dicho.
La cara de Russ tardó un momento en reaccionar, pero cuando lo hizo quedó claro que estaba convencido de que el padre era él.
—Oh, no —dijo con un hilo de voz—. Qué triste.
—¿Es cierto que todas esas dudas causaron mucha tensión entre Sally-Ann y tú?
Vencido por la verdad, Russ asintió.
—Sí, pero yo iba a hacer lo correcto. Habría estado a su lado. Yo quería a ese niño.
—¿Y Sally-Ann? —preguntó Lorraine.
Russ consiguió alzar la cabeza. Unos segundos después dijo:
—No. Creo que en realidad nunca lo quiso.
—Entonces, ¿por qué no abortó? —intervino Adam—. Las mujeres tienen elección.
—Al principio de verdad pensé que iba a hacerlo, que se iba a deshacer de él, pero luego cambió de opinión.
—¿Y cuándo fue eso?
—Acababa de enterarse de que estaba embarazada. Pasada la primera sorpresa empezó a emocionarse mucho. Estábamos en el centro comercial de Bullring, mirando cosas de bebés en una tienda, todas esas cositas suaves de color rosa y azul, pero de repente empezó a estresarse mucho, decía que no podría con todo, que no sería buena madre, que todo era muy caro. Fue como si alguien le hubiese dado a un interruptor.
—¿En la tienda? —preguntó Adam.
—Sí. Estaba acariciando bodis de bebé y, de repente, se puso a tirar expositores al suelo y a revolver la ropa de las estanterías. Chillaba y todo, vamos, que montó un espectáculo. Casi destrozó la tienda entera. —Russ estaba visiblemente afectado al recordarlo.
—Qué horror. ¿Qué ocurrió después? —preguntó Lorraine.
—Intenté tranquilizarla. Los brazos le salían disparados en todas direcciones y le daba patadas a todo lo que encontraba. Gritaba que no quería tener el bebé, que quería quitárselo de encima allí mismo y luego que lo haría ella misma si hacía falta. Gritaba que lo odiaba, que le destrozaría la vida. —Russ hablaba en susurros, estaba muy traumatizado por ese recuerdo—. La gente nos miraba, empezaron a rodearnos. Una señora se acercó a ayudarla, le dijo que la entendía, que tenía que tranquilizarse. Sally-Ann se dejó caer en el suelo y entonces vino la encargada y se la llevó a la trastienda para darle un té. Luego nos fuimos a casa.
—Las hormonas son muy fuertes.
Lorraine fulminó a Adam con la mirada. A veces era un imbécil de campeonato.
—Debió de ser muy angustiante para ti, Russell —dijo—. ¿Volvió a suceder algo parecido?
—Seguía con cambios de humor, pero después de eso no volvió a decir que quisiera abortar. Le pedí que se casara conmigo. —Consiguió sonreír un poco al recordarlo.
—Lo siento, Russ, te acompaño en el sentimiento. —Lorraine era sincera—. ¿Me puedes dar el nombre de la otra mujer con la que dices que se veía Liam Rider?
Russ se rascó la cabeza.
—Lo descubrí por casualidad —dijo—. Fui a la escuela superior para tener unas palabras con él, para advertirle que se alejara de mi Sal, y me lo encontré… bueno, ya saben, haciendo cosas con esa otra mujer. Fue asqueroso.
—¿Cómo se llamaba? —insistió Adam.
Russ se esforzó en recordar.
—Daba una clase por la tarde en la escuela. Joyas de artesanía o algo así. Era una tía rara de cojones, recuerdo que pensé eso.
—¿Su nombre? —Adam otra vez.
Russ se encogió de hombros.
—También el nombre era raro. Algo así como Delia, o Celia. No sé. Pregunten en la escuela. Tenía el pelo rizado y pelirrojo, todo enredado.