ILLY-RAY Sanguine se sentó a la sombra y se puso a mirar a las chicas que pasaban.
La plaza estaba llena de gente, de conversaciones, y olía a comida. Era un día precioso y él se encontraba a medio camino de las montañas, en el pueblo amurallado de San Gimignano, disfrutando de un buen capuchino.
Una pareja de despampanantes chicas italianas pasaron por delante, lo miraron y comentaron algo entre ellas. El sonrió y ellas soltaron una risita.
Un hombre se sentó a su mesa.
—Compórtate.
Sanguine sonrió.
—Solo admiraba el paisaje.
El hombre dejó en la mesa un sobre y lo empujó hacia Sanguine con un dedo.
—Tu dinero —dijo—, por un trabajo bien hecho.
Sanguine miró dentro del sobre e, inconscientemente, se lamió el labio inferior. Luego se lo guardó en el bolsillo interior de su chaqueta.
—¿Funcionó, entonces?
El hombre asintió.
—¿Sospechó algo Vengeus?
—No tenía ninguna pista —contestó Sanguine—. Estaba tan obsesionado consigo mismo que nunca imaginó que se la estaban jugando. Ni por un momento.
—Antes era un buen aliado —dijo el hombre con tristeza.
—No tuviste ninguna duda en dejarle que cayera por ti y por tu pequeño grupo.
El hombre levantó la mirada, y Sanguine se forzó a sí mismo a no mirar hacia otro lado.
—La Diablería necesitaba mantenerse en secreto —dijo el hombre—. Tenemos demasiado en juego como para arriesgamos a ser descubiertos. Sin embargo, ahora que el grotesco ha cumplido su propósito, esa necesidad se está acabando.
—Sabías que Vengeus no lo conseguiría, ¿verdad?
—No estaba seguro, y nosotros hicimos todo lo que estaba en nuestras manos por ayudarlo.
—No entiendo —dijo Sanguine inclinándose hacia delante—. El grotesco no abrió ningún portal. No pudo traer de vuelta a los Sin Rostro. Quiero decir… ¿no fracasó tu plan?
—El plan del barón fracasó. El nuestro está intacto.
—No lo ent… ¿cómo?
El hombre sonrió.
—Los llamó. Su grito moribundo llamó a los Sin Rostro. Nuestros dioses han estado perdidos durante milenios, encerrados fuera de nuestra realidad, incapaces de encontrar su camino de vuelta. Ahora ya saben dónde estamos —el hombre se levantó y se abrochó la chaqueta—. Ya están viniendo, Billy-Ray. Nuestros dioses están volviendo. Lo único que tenemos que hacer es estar preparados para abrir la puerta.
El hombre se alejó de la mesa y la multitud se lo tragó. Un momento después, a través de un hueco entre la gente, Sanguine lo vio caminar con una mujer; luego, el hueco se cerró y ellos se esfumaron.
Sanguine dejó que su capuchino se le enfriara. Una vez, él había venerado a los Sin Rostro, pero hacía ochenta años que se había dado cuenta de que si volvieran y se hicieran con el poder, él no lo pasaría muy bien. De todas formas, un trabajo era un trabajo, y él no dejaba nunca que sus creencias religiosas o políticas interfirieran. Y, por otra parte, la Diablería era un grupo que pagaba bien. Se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y tocó el fino sobre que había guardado ahí, y todas las dudas volaron de su mente. Se levantó y dejó la mesa. Y empezó a caminar en la dirección de las dos guapas italianas que antes le habían sonreído.