EL ATAQUE DE LOS VAMPIROS

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ALQUIRIA salió de la fiesta y bajó las escaleras, pasó por delante del armario de los trofeos y del «Muro de la Fama del Golf» y, mientras se aproximaba a la puerta, vio a alguien afuera, de pie. Las puertas eran de cristal, con pomos de acero inoxidable, y el aparcamiento debería estar iluminado, pero en ese momento estaba en completa oscuridad. Las luces debían de haberse fundido.

El hombre no se movía. Ella podía ver su perfil, pero no sus rasgos. Valquiria redujo el paso. Sentía sus ojos sobre ella. Cuanto más cerca estaba, más veía. Había más gente con él, ahí, de pie en la penumbra.

Se detuvo y lo miró a través del cristal.

El hombre se acercó al pomo e intentó abrir la puerta, pero no pudo. A estas horas de la noche, estaba controlada por el botón que la abría desde dentro. Si alguien quería entrar, tenía que llamar al portero automático y hacer que alguien bajara a abrir la puerta. Dusk puso la cara contra el cristal de la puerta y la miró fijamente. Ella podía ver su enorme cicatriz con bastante claridad.

Valquiria oyó que se rompía una ventana en otra parte de la planta baja, se dio la vuelta y corrió en dirección a las escaleras, subiendo los escalones de tres en tres. Irrumpió en el salón de actos, asediada por la música y el ruido. Miró a su alrededor, buscando algo para bloquear la puerta, pero no encontró nada. Además, aunque hiciera una barricada, ¿cuánto tiempo iba a durar? ¿Y qué iba a decir a todos los que estaban allí delante? ¿Qué iba a decir a sus padres? ¿Y dónde demonios estaba Skulduggery?

Tenía que haber una manera. Tenía que impedir que hicieran daño a esa gente, y tenía que conseguirlo sin alertar a nadie. Volvió a abrir la puerta.

Las luces estaban apagadas y los Infectados estaban subiendo por las escaleras.

Era a ella a quien querían. No harían nada a los demás si pensaban que podían atraparla.

Valquiria salió del salón, asegurándose de que la puerta quedaba cerrada y de que los Infectados la veían; luego empezó a subir las escaleras hasta el último piso. Cuando lo alcanzó, miró a su alrededor para orientarse.

La adrenalina le recorría todo el cuerpo. El aire se movió y sintió que tenía a alguien justo detrás. Se agachó y se dio la vuelta, extendiendo su brazo derecho en forma de arco para empujar al hombre infectado por la espalda y tirarlo al suelo, haciéndole tropezar con su pierna. Otro la agarró por detrás, y ella empezó a mover los brazos y lo golpeó en el pecho con el hombro. Su atacante se cayó hacia atrás. Los demás cayeron con él y gruñeron.

Ella corrió por el pasillo y entró en una habitación oscura, casi tropezándose con una silla. Podía ver la terraza entre la oscuridad en la pared del fondo, y se dirigió hacia allí, con los Infectados pegados a ella. Abrió las puertas del balcón, salió corriendo y saltó por encima de la barandilla.

El viento le soplaba en los oídos.

Justo debajo de ella, los Infectados permanecían al lado de las puertas de cristal de la planta baja, esperando a que sus compañeros las tiraran. Miraron hacia arriba, sorprendidos al verla volar sobre sus cabezas.

Entonces cayó sobre el asfalto de la carretera y empezó a mover las dos manos, intentando manipular el aire. Hizo lo posible para amortiguar el golpe, pero esto no era el aterrizaje fácil desde la ventana de su habitación; esto estaba mucho más alto, estaba en una esquina, y no había tenido en cuenta la velocidad de la caída.

Llegó a tierra y gritó de dolor al golpearse las rodillas y los codos contra el asfalto, arañarse la cadera y magullarse la piel, y empezó a sangrar. Se tenía que haber puesto pantalones.

El mundo se balanceó por un momento y ella abrió los ojos.

Los Infectados estaban ahí de pie, mirándola, y Dusk se abrió paso entre ellos, con los ojos llenos de odio.

Entonces, Valquiria se levantó y echó a correr.

Estaba dolorida, y sentía la sangre chorrear por sus piernas y brazos, pero ignoró el dolor. Miró hacia atrás y vio a la masa de Infectados corriendo tras ella.

Pasó las puertas del club y tomó la primera desviación a la izquierda, perdiendo un zapato por el camino y maldiciéndose a sí misma por no haberse puesto las botas. La carretera era estrecha y oscura, con praderas a un lado y una serie de jardines al otro.

Llegó a un cruce. A un lado vio los faros de un coche, así que corrió hacia el otro, alejando a los Infectados de la gente corriente. Se salió de la carretera y corrió por detrás del Palacio de la Pizza y del videoclub, dándose cuenta de su error al oír voces a la vuelta de la esquina. El bar tenía una puerta trasera por donde salía la gente que quería fumar.

Giró a la derecha, corrió hasta el muro del jardín y lo saltó. Se quedó callada, y se preguntó por un momento si se habría deshecho de los Infectados tan fácilmente.

Pero Dusk saltó sobre ella desde arriba y ella pegó un grito, aturdida por el susto.

—No voy a seguir las reglas nunca más —dijo él; ella lo miró y lo vio sacudirse; él sacó una jeringuilla de su abrigo y la dejó caer—. No más reglas. No más suero. Esta vez no habrá nada que me impida despedazarte.

El gruñía mientras el dolor lo invadía.

—Perdona por cortarte la cara —intentó Valquiria, alejándose.

—Demasiado tarde. Puedes correr si quieres. La adrenalina le da buen sabor a la sangre.

El sonrió, y ella vio los colmillos crecerle en la encía.

Se llevó las manos a la camisa, y luego, como si de Supermán se tratara, la desgarró. A diferencia del superhéroe, desgarró también la carne, mostrando una piel de color blanco tiza.

Valquiria corrió hacia él y sus ojos se abrieron de par en par. Ella se agachó, cogió la jeringuilla del suelo y se la clavó en la pierna.

Dusk rugió, le pegó una patada en la espalda y su transformación quedó interrumpida. Intentó deshacerse del resto de su humanidad, pero sin mucho éxito. No eran las suaves sacudidas que ella había visto la noche anterior; estas eran descontroladas y muy dolorosas.

Valquiria se alejó. Los Infectados habían oído los gritos de angustia de Dusk y se estaban acercando.