ANITH se sentó en el Bentley y trató de permanecer tranquila. Su cuerpo no estaba acostumbrado a estar sentado y sin hacer nada. Skulduggery, a su lado, era un ejemplo de tranquilidad y paciencia eterna. Ella intentó relajarse, pero cada poco tiempo una subida de adrenalina le recorría el cuerpo y su pierna derecha se le disparaba involuntariamente. Era muy embarazoso.
Habían aparcado en una colina desde la que se divisaba todo el campo de golf. También podían ver el edificio del club, pero estaban lo suficientemente lejos como para que Dusk no pudiera reconocer el coche. Una vez que vieran algo sospechoso, el Bentley podría acelerar carretera abajo y podrían interceptar al vampiro antes de que se pudiera acercar siquiera a la reunión. Era un buen plan.
La luna estaba llena y brillante. Tanith miró su reloj. El eclipse lunar tendría lugar tres horas después. Suficiente tiempo como para conseguir lo que necesitaban y para hacer lo que tenían que hacer. Con suerte.
Algo golpeó el Bentley y el coche se agitó. Tanith cogió su espada y salió del coche. Skulduggery se bajó por el otro lado, arma en mano. Un hombre mayor permanecía allí de pie bajo la luz de la luna y los miraba. Tanith nunca lo había visto. No parecía un Infectado. Y se relajó.
—Me mentiste —dijo el viejo.
—Querías ver morir a la chica —contestó Skulduggery sin bajar el arma—. Conseguiste lo que querías —Tanith supo entonces quién era ese hombre, y agarró con más fuerza su espada.
Los ojos de Torment se llenaron de furia.
—Todo fue una farsa. Yo sabía que algo no iba bien, pero habiendo estado en ese sótano durante tanto tiempo, no pude darme cuenta de qué era. Era un reflejo, ¿verdad? Hiciste algo con ese reflejo, lo mejoraste, para que pudiera engañarme. Hiciste trampas.
—No tenemos tiempo para esto. Tenemos una noche muy completa por delante.
—Desde luego —dijo Torment con una sonrisa—. La tendréis.
Abrió la boca y un chorro de sombra golpeó a Skulduggery y lo empujó hacia atrás. Tanith intentó apartarse, pero él se giró y la oscuridad la golpeó con tanta fuerza que la levantó del suelo. Ella rodó, manteniendo la boca y los ojos cerrados. Oía aquella cosa oscura, fuera lo que fuera, chapotear en el suelo, a su lado. Era parecida a la tinta, y con un olor nauseabundo, pero tenía consistencia, y cuando se lo intentó quitar de encima, se convirtió en hilos.
Abrió los ojos y vio a Torment limpiarse la boca y sonreír.
Se quitó de encima otro poco de oscuridad, lo tiró justo en el borde de aquel charco. Y entonces el charco empezó a moverse. Se movía solo; se juntó, ensanchó y le crecieron patas.
Muchas patas.
—¡Oh, mierda! —murmuró Tanith, mientras la masa negra se convertía en arañas y las arañas empezaban a corretear.
Skulduggery movió los dedos y lanzó dos bolas de fuego al lago de oscuridad que estaba ocupando el suelo delante de ellos.
Tanith tenía la espada preparada, y cortaba por la mitad las arañas que se lanzaban a por ella. La hoja rebanaba sus gruesos cuerpos y su sangre de color verde oscuro le salpicaba la ropa.
Sintió algo en la pierna y lo aplastó, y otra araña le saltó en el hombro. Golpeó la espada contra ella y retrocedió unos pasos, se centró en otra araña que aplastó con su bota y se resbaló. Cayó al suelo y se dio contra algo duro.
Rodó colina abajo por encima de la hierba, y quedó tendida en una zona nivelada. Entonces se dio cuenta de que estaba en el green. Unas cuantas arañas la habían seguido y se abalanzaron hacia ella. Se dio la vuelta y, con movimiento rápido de muñeca, hizo brillar la espada bajo la luz de la luna. Una de las arañas soltó un chillido al ser cortada. Tanith gruñó de satisfacción.
Miró hacia lo alto de la colina, a donde estaba aparcado el Bentley, y vio una ola de oscuridad más negra que la propia noche, desbordándose y dirigiéndose hacia ella. Cientos de patas de arañas pisando la roca y la tierra.
—Yo me encargo de esto —dijo Skulduggery a su derecha. Ella ni se había dado cuenta de que estaba allí.
El se adelantó y levantó los brazos, como si estuviera dando la bienvenida a la ola de asesinas de ocho patas. Tanith veía cómo doblaba los dedos lentamente mientras se hacía con el control de algo invisible, y después, muy despacio, movió sus manos en el sentido de las agujas del reloj.
La hierba alta se meció con la repentina brisa.
Y entonces Skulduggery atacó, tensando los dedos y moviendo las manos en grandes círculos, levantando del suelo a las arañas, que salieron despedidas con un remolino que las absorbía.
La espada de Tanith se encargó de aquellas que el remolino no pudo atrapar; cuando se dio la vuelta, quedó maravillada por el control de Skulduggery. Sus manos se movían cada vez más deprisa, en círculos más y más pequeños, y el remolino de viento se estrechó y se convirtió en un revoltijo de cuerpos negros. Entonces Skulduggery giró las manos y el remolino se dobló sobre sí mismo y llenó el silencio con terribles sonidos. La sangre verde y espesa chorreó en el cálido aire de la noche.
Skulduggery soltó las manos y los aplastados cuerpos de las arañas cayeron al césped del campo de golf.
—Tenemos que ir a por Valquiria —dijo tomando el camino del club. Tanith fue a seguirlo, pero se detuvo cuando él lo hizo.
Torment estaba de pie entre ellos y el club, y la sustancia asquerosa y maloliente llenaba sus ojos y le chorreaba por las mejillas como si fueran lágrimas. Le chorreaba de la nariz, de las orejas, de la boca, y se le extendía por la piel, se le enredaba en el pelo y en la barba, recubriéndole la ropa y extendiéndose más allá. Sus brazos se sacudían, sus manos se convertían en garras, y sus zapatos se rajaban mientras sus piernas crecían y la oscuridad lo cubría completamente. Arqueó la espalda y levantó los brazos, y dos pares de patas de araña gigantes salieron de su torso, se flexionaron y se apoyaron en el suelo. Sus brazos y piernas continuaron creciendo y su cuerpo se elevó mientras un tercer ojo se abría en su frente.
Entonces dejó de crecer. Sus ocho patas hacían que retumbara el suelo a cada paso y tenía la boca completamente abierta, enseñando los dientes. La araña-Torment los miró desde arriba, y parecía hablarles.