FRAGMENTOS DE SOMBRA

c

HINA cruzaba con rapidez el aparcamiento subterráneo con sus guardaespaldas a los lados. Había un silencio incómodo e inmenso ahí abajo, y sus pasos resonaban fuertemente.

Uno de los guardaespaldas, un hombre llamado Sev, se paró en seco y miró hacia atrás, en la dirección de donde venían. Frunció el ceño.

—Algo no va bien.

Su compañera, una pequeña mujer llamada Zephyr, sacó una pistola de su chaqueta.

—Señorita Sorrows —dijo suavemente—, por favor, póngase detrás de mí.

China hizo lo que le decían. Los guardaespaldas apuntaban con sus pistolas a una zona del aparcamiento aparentemente vacía. Por lo que podía ver China, no había absolutamente nada que pudiera suponer algún peligro, pero era por eso por lo que los había contratado. Eran buenos. Eran los mejores.

El barón Vengeus salió a la luz. La armadura^parecía ser parte de él. Algunas sombras pequeñas bailaban a su alrededor, como si todavía se estuvieran acostumbrando a su nuevo dueño. Vengeus no llevaba puesto el casco, y su sonrisa era fría. Su machete le colgaba de la cintura.

Sev y Zephyr se movían como si fueran uno. Los años que habían pasado luchando juntos habían perfeccionado sus habilidades, y cuando trabajaban juntos no había nadie que pudiera cruzarse en su camino.

Hasta esa noche.

Zephyr se abalanzó, pero una sombra creció, la golpeó en el pecho y ella cayó de espaldas, quedándose casi sin aliento.

Sev disparó, y la sombra se lanzó sobre él, se tambaleó y se cayó. Estaba muerto antes de golpearse contra el suelo.

Vengeus miró a China.

—Te dije que volvería a por ti. Pero, dime, antes de que te destroce, ¿has cambiado de opinión?

China se puso recta y aclaró la voz, y de repente estaba tan segura de sí misma como siempre.

—¿Quieres decir que si he decidido volver al rebaño? —dijo ella—. Me temo que no. Mis razones son complejas y variadas, pero en realidad se pueden reducir a algo bastante simple. Me he dado cuenta de que todos erais insanos y altamente irritantes. Tú, en particular, me sacabas de quicio.

—Eres una mujer valiente para meterte conmigo.

—No me estoy metiendo contigo, cariño. Simplemente estoy ya aburrida de esta conversación.

Las sombras se movieron bajo las órdenes de Vengeus y China se apartó de su camino, pasándole muy cerca y estampándose contra el coche que había detrás de ella.

Su risa era como el canto de los pájaros.

—Si quieres mi consejo, déjalo. Quítate esa armadura ridicula, elimina a ese grotesco y vuelve a esa pequeña y hermosa celda que están reservando para ti.

—Me decepcionas, China. Los Sin Rostro están a punto de volver, y podrías haber estado a su lado.

Zephyr agarró la pistola y disparó apuntando a la cabeza. Las sombras se convirtieron en una nube que cubrió la cara de Vengeus, reteniendo las balas y escupiéndolas. Cuando la pistola se quedó vacía, las sombras se dispersaron.

—Por favor —dijo Vengeus—, dime que tienes algo más que ofrecerme.

Zephyr pegó un salto, movió sus dedos y una bola de fuego cruzó el espacio entre ellos, pero se levantó una ola de oscuridad que se la tragó. Vengeus gesticuló y la ola chocó contra Zephyr y la tiró al suelo. Intentó empujar el aire, pero una sombra se pegó a su muñeca y la levantó del suelo. La estampó contra un coche cercano, le dio la vuelta, la golpeó contra una columna y la dejó caer al suelo.

Vengeus se volvió hacia China, como si Zephyr hubiera sido nada más que un moscardón que había tenido que aplastar.

—¿Recuerdas las historias que nos contaban cuando éramos niños, sobre lo que le hicieron los dioses oscuros a los traidores? Todas esas historias se van a hacer realidad para ti, traidora. Serás mi regalo para ellos. Tendrás el honor de ser la primera vida que consuman.

China se quitó la chaqueta y la dejó caer al suelo. Respiró hondo y marcas del negro más profundo empezaron a tallar su piel. Se extendieron por sus brazos, por los hombros y por el cuello, se deslizaron por el pecho, por debajo de su ropa. Llegaron hasta su cara, retorciéndose y convirtiéndose en símbolos, y ella miró a Vengeus con aquellos ojos azules, con todos aquellos magníficos tatuajes pegados a su cuerpo entero, y sonrió.

El barón Vengeus le devolvió la sonrisa.

China cruzó los brazos y tocó los símbolos de sus tríceps. Brillaban mientras sacudía los brazos y le mandaba un rayo azul a Vengeus, que lo esquivó con un escudo de sombras. El escudo se volvió afilado y se movía como una aleta de tiburón por el suelo, y China entrecruzó los dedos y le mostró las palmas de las manos. Los símbolos de sus palmas se mezclaron y se convirtieron en un destello de luz brillante que destruyó la aleta, haciéndola estallar en trozos de sombras.

Vengeus se acercó con la sombra enredada en las yemas de sus dedos y envolvió un coche con ella. Dio unos pasos hacia atrás, levantó los brazos y el coche se elevó en el aire. China se hizo a un lado. El coche pasó casi rozándola.

Se fue hacia delante, utilizando los símbolos de su cuerpo para mandar un ataque tras otro, pero Vengeus los esquivaba todos. Un par de veces mandó un puñado de sombras para barrerle los pies a China, y las dos veces esta cayó al suelo y él se rió.

Cuando estaba lo suficientemente cerca, Vengeus le mandó un bloque de oscuridad sólida, que la golpeó en la mandíbula.

Vengeus sonrió. Y volvió a usar las sombras para golpearla de nuevo, y otra vez ella cayó al suelo. La armadura cambiaba de forma, de acuerdo con las necesidades e intenciones de Vengeus.

El pelo de China estaba completamente enredado. Su maquillaje estaba mezclado con sangre y suciedad, y su ropa, destrozada y sucia. Vengeus la agarró y la lanzó de boca contra una columna. La golpeó contra ella con fuerza, y luego la dejó caer al suelo, dolorida.

Vengeus se le acercó, se agachó y tocó a China con un dedo. Con los ojos entreabiertos, pudo ver a Zephyr levantarse detrás del barón. Por la manera en la que se agarraba el pecho, China supuso que la guardaespaldas tenía las costillas rotas. Pero aun así no se dio por vencida. China admiraba su determinación, lo robusta que era.

Zephyr embistió a Vengeus, pero las sombras se afilaron y, cuando se acercaba, la perforaron por todas partes.

Se quedó completamente inmóvil, suspendida en el aire por estas hordas de oscuridad que emanaban de la armadura de Vengeus. China vio que intentaba respirar, pero sus pulmones estaban agujereados. Zephyr se ahogó en su propia sangre.

—No es un reto —dijo el barón—. No es un reto en absoluto.

La oscuridad se convulsionó y desgarró el cuerpo de Zephyr.