LA REUNIÓN FAMILIAR DE LOS EDGLEY

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ALQUIRIA comprobó que sus padres se habían ido a la reunión familiar y que la casa estaba vacía; luego salió y levantó la mano. El Bentley se acercó, Skulduggery se bajó y juntos sacaron el cuerpo del reflejo del maletero, lo llevaron hasta la casa y lo subieron por las escaleras.

Colocaron el reflejo delante del espejo, y luego dejaron que lo atravesara lentamente. Pasó a través del cristal, metiéndose en la habitación que había dentro del espejo. En un momento, el reflejo se despertó y se puso de pie. Se giró hacia ellos, con la cara apacible y sin expresión alguna. Valquiria luchaba contra un irracional sentimiento de culpa por todo lo que le había hecho pasar al reflejo. Empezó a imaginar que tenía una mirada de reproche en los ojos. Se acercó, tocó el cristal, y los recuerdos del reflejo pasaron a su mente.

Se puso una mano en el pecho y dio un paso hacia atrás. —¡Oh, Dios!

Skulduggery se quedó mirándola.

—¿Estás bien?

—Es solo que he recordado lo que se siente cuando te disparan.

—¿Es divertido?

—Aunque parezca mentira, no.

Se puso recta. Su reflejo en el espejo era ya normal.

—Estoy bien. Soy buena.

—Entonces tengo que dejarte. Vas a tener que caminar hasta el club de golf, me temo. Pero no te preocupes, estaremos vigilando.

—¿Y qué pasa si voy a la reunión y Dusk no cae en la trampa? Habremos perdido el tiempo.

—Es la única opción que tenemos, Valquiria. ¿Vas a ponerte un vestido?

—¿Estás seguro de que no puedo ir así?

—El será prudente. Tienes que parecer completamente desprevenida.

—Vale —dijo ella—. El vestido.

—Estoy seguro de que estarás preciosa —dijo Skulduggery mientras salía de la habitación.

—Si a alguien se le ocurre la más mínima gracia sobre todo esto, el mundo tendrá que arreglárselas por sí solo, ¿de acuerdo?

Ella oyó su voz mientras él bajaba por las escaleras.

—Me parece justo.

Sus ojos se estrecharon. Los recuerdos del reflejo se habían mezclado con los suyos, colocándose en la posición en la que se ponían siempre. Pero ahora había algo más. Un sentimiento.

Sacudió la cabeza. El reflejo era incapaz de tener sentimientos. Era un receptor, una cosa que absorbía experiencias y las preparaba para transferirlas. Nunca había ningún sentimiento ni ninguna emoción. Valquiria no estaba ni siquiera segura de si esto era una emoción. Flotaba sobre su mente más allá de su alcance. Si se concentraba en ello, se dispersaba.

No, no era una emoción, pero era algo. Algo que no podía definir. Un punto negro en su memoria. El reflejo había ocultado algo.

«Esto», pensó Valquiria para sí misma, «probablemente no es una buena señal».

Había más gente de la que esperaba encontrar.

Habían llenado el salón de actos casi al tope de su capacidad. Había gente hablando, riendo y chocando las manos y abrazándose. Tías y tíos y primos de todas las edades, adhiriéndose a la cacofonía que se echaba sobre Valquiria como una pared de sonido, chocando contra ella en el momento en el que había abierto la puerta.

A la mayoría de la gente no la conocía, no los había visto en su vida, y probablemente no los volvería a ver. No le producía remordimientos exactamente. Pero dudaba de si estaba echando en falta algo.

El vestido le quedaba bien, tenía que admitirlo. Era negro y bonito, pero ella no estaba cómoda. Si Dusk caía en la trampa y atacaba, se arrepentiría de no haberse puesto pantalones y botas. Sabía que se arrepentiría.

—¿Stephanie?

Ella se dio la vuelta. Era un hombre de unos cuarenta años. Su peinado para taparse la calva no era nada sutil, y se notaba.

—Eres Stephanie, ¿no? La hija de Desmond.

Valquiria esbozó una sonrisita en su cara.

—Sep —dijo—. Soy yo.

—¡Ah! ¡Fantástico! —dijo el hombre, dándole un abrazo que duró dos interminables segundos. Luego la soltó y se echó hacia atrás. Aquel movimiento le había despeinado. Valquiria pensó que sería más educado no mencionarlo.

—¡La última vez que te vi, medías como media pata de saltamontes! Debías de tener, no sé, ¿cuatro años? ¡Eras una enana! ¡Y mírate ahora! ¡Estás preciosa! ¡No puedo creer lo que has crecido!

—Sí, habrán sido los nueve años que han pasado.

—Seguro que no te acuerdas de mí —dijo, moviendo un dedo por alguna razón desconocida.

—En eso tienes razón —dijo ella.

—Venga, adivina.

—No tengo ni idea.

—Venga, estruja tu cerebro, ¡intenta recordar!

—No lo sé —dijo ella, hablando despacio y teniendo mucho cuidado con las palabras, para que él se diera cuenta de lo que quería decir.

—¡Te daré una pista! —dijo el hombre, sin darse ninguna cuenta de lo que quería decir—. Tu abuelo y mi padre eran hermanos.

—Eres el primo de mi padre.

—¡Sí! —dijo casi aplaudiendo—. ¿Te acuerdas ahora?

Ella lo miró. Le parecía increíble que, siendo descendiente directo de una raza de Antiguos supermágicos, parecía que tenía problemas para cruzar una calle sin ayuda.

—Tengo que irme —dijo ella tocándole el hombro izquierdo. El se volvió y ella se movió hacia su derecha.

Miró la hora en su teléfono, y deseó ser atacada por un grupo de vampiros lo antes posible. Era una cruel e inusual experiencia por la que estaba pasando, y si esta resultaba ser su última noche con vida, entonces simplemente no era justo. Saludó a la gente que reconocía vagamente, pero seguía caminando antes de que tuvieran oportunidad de contarle lo pequeña que había sido algún día.

Y entonces las Gemelas Tóxicas empezaron a sacarla de quicio. El pelo, rubio de bote, de Crystal era tan recto que parecía que había sido planchado, y el de Carol le caía en rizos, que parecían un montón de gusanos intentando escapar de su cabeza.

—Suponíamos que vendrías —dijo Crystal con cara de asco.

—La parte familiar de la reunión familiar se ha esfumado, ¿eh?

—Es bueno ver que no has pasado mucho tiempo vistiéndote —dijo Carol, y ambas soltaron una risa odiosa.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Crystal—. No tenemos más tíos ricos a los que les puedas chupar la sangre antes de que la palmen.

—Oh, bien, es bueno saber que finalmente lo habéis superado.

Las gemelas se acercaron más a ella e hicieron lo posible por parecer amenazadoras. Lo que no les resultaba fácil cuando eran dos palmos más bajas que Valquiria.

—Nos robaste nuestra herencia —dijo Carol moviendo los labios de forma extraña—. Esa casa que te dejó Gordon tenía que haber sido nuestra. A tus padres ya les dejó la villa de Francia, así que esa casa nos pertenecía.

—Eso habría sido lo justo —escupió Crystal—. Pero te la dejó a ti. Te lo llevaste todo. ¿Esperas que lo olvidemos?

—Mírate —dijo Carol empujando el hombro de Valquiria con un solo dedo—. Eres una niña, por el amor de Dios. ¿Para qué necesitas la casa? Nosotras tenemos dieciséis años. ¿Sabes lo que podríamos haber hecho con esa casa? ¿Las fiestas que habríamos montado? ¿Sabes lo guay que habría sido?

—¿Sabes lo que vale ese sitio? ¡Lo habríamos vendido y nos habríamos hecho ricas!

—Pero no lo conseguimos. Lo conseguiste tú porque le sorbiste el cerebro a nuestro tío, haciéndote pasar por la perfecta sobrina pequeña, y ahora te crees que eres guay.

—Y no eres guay, solo eres una niñita estúpida. No sabes nada, no le caes bien a nadie y, mírate, ¡no eres ni guapa!

Valquiria las observó.

—¿Sabéis? —dijo—. Intento recordar algún momento de mi vida en que me hayan afectado vuestros insultos. Intento acordarme de si alguna vez vuestro acoso ha funcionado conmigo, pero ¿sabéis qué? Creo que nunca lo habéis conseguido.

Carol soltó una enorme risa desdeñosa.

—¿Y sabéis por qué? —continuó—. Porque a mí, realmente, no me importa. No tengo ningún sentimiento hacia vosotras en absoluto, ni bueno ni malo. Para mí, vosotras simplemente… no existís, ¿comprendéis?

Ellas la miraron, y Valquiria sonrió con elegancia.

—Pasadlo bien esta noche, ¿vale?

Y se fue y las dejó allí.

Se movió entre la gente lo mejor que pudo, deslizándose entre las mesas y evitando el gentío cuanto le era posible. Vio a su madre y se las apañó para llegar hasta ella sin que nadie intentara abrazarla.

—¡Steph! —dijo su madre con una gran sonrisa—. ¡Estás aquí! ¡Por fin! ¿Qué tal anoche?

—Estuvo bien —mintió Valquiria—. Hannah y yo, ya sabes, estuvimos despiertas, charlando, cotilleando, sobre chicos y sobre la gente —se calló al darse cuenta de que no tenía ni idea de sobre qué hablaban las chicas de su edad.

—Y te has puesto el vestido —dijo su madre—. Estás guapísima.

—Estar guapísima no me ayudará si hay problemas.

Su madre la miró.

—Eres tan negativa a veces… Bueno, ¿y a qué hora has llegado?

—Hace unos minutos. ¿Dónde está papá?

—Ah, está por aquí. Ya sabes cómo son los Edgley. Cuando tienen una excusa para hablar sobre sí mismos, la agarran con las dos manos. ¿Te lo estás pasando bien?

Valquiria se encogió.

—Sí, está bien. No conozco a casi nadie. ¿Y tú? ¿Te lo estás pasando bien?

Su madre soltó una carcajada y se acercó a su oído.

—Sácame de aquí —dijo con una gran sonrisa.

Valquiria parpadeó.

—¿Perdona?

Su madre asintió con entusiasmo.

—No puedo aguantar aquí ni un minuto más. Voy a explotar.

—¿Quieres irte?

Su madre saludó a alguien con la mano y miró a Valquiria, manteniendo su brillante sonrisa.

—Más que nada en el mundo. ¿Ves a esa señora de ahí?

—¿La de la cabeza de forma extraña?

—Te va a hablar sobre sus perros. Toda la noche. Tiene tres. Pequeños. Pero ¿qué tendrán los perros pequeños que no tengan los grandes? A mí me gustan los perros grandes.

—¿Vamos a comprar un perro?

—¿Qué? ¡No! Lo que quiero decir es que pongamos una excusa para irnos pronto.

¿Con Dusk y sus Infectados ahí fuera? Ni de broma.

—Estamos aquí por papá —dijo Valquiria—. Tenemos que quedarnos y apoyarlo. El se quedó en tu reunión familiar.

—Sí, supongo que tienes razón…

—Es solo una noche, mamá. Después de esta noche no tendrás que volver a verlos nunca más.

—Pensaba que serías la primera en salir por la puerta.

Valquiria se encogió.

—No sé. A veces pienso que no paso el tiempo suficiente con vosotros.

Su madre la miró y su tono se suavizó.

—Simplemente estás creciendo. Quiero decir, sí, sería fantástico si pudiéramos pasar más tiempo juntos, como hacíamos antes, pero tú necesitas tu espacio. Lo entiendo, cariño, de verdad.

—¿Echas de menos cómo era antes?

—Estaría mintiendo si dijera que no. Pero me conformo con lo que tengo. Tú pasas mucho tiempo en tu habitación, y es normal. A veces eres distante, pero eso también es normal.

Valquiria no podía creer lo que estaba oyendo.

—Pero yo no pretendo ser distante —dijo.

Su madre le pasó un brazo por encima de los hombros.

—Ya sé que no lo haces a propósito. Y no siempre lo eres. En momentos como este, parece como si nada hubiese cambiado. Eres la misma Steph de siempre.

—Pero otras veces… no, ¿verdad?

—Quizá, pero yo te quiero a pesar de todo. Y tu padre y yo estamos agradecidos de que no te estés metiendo en líos. Otros chicos de tu edad salen por ahí, se meten en problemas y se hacen daño, haciendo Dios sabe qué. Al menos nosotros sabemos dónde estás.

—En mi cuarto —dijo Valquiria intentando esbozar una sonrrisa. Pensó en su reflejo, sentada en el sofá mientras su padre contaba un chiste malo, o de pie en la cocina mientras su madre le contaba cómo le había ido el día. Le hacía sentirse podrida por dentro, así que dejó de pensarlo.

Al fin y al cabo, tenía otras cosas por las que preocuparse esa noche.