ALIERON del Santuario y se deslizaron por las estrechas calles de Dublín. Skulduggery aparcó el Bentley cuando llegaron a la zona de Temple Bar e hicieron a pie el resto del camino. Aunque llevaba puesto su disfraz, atraía las miradas de todos los que pasaban o se encontraban en los bares y restaurantes de la zona.
Atravesaron la plaza, moviéndose entre los cientos de estudiantes que estaban en las escaleras. A Valquiria le gustaba Temple Bar. Era vibrante y estaba repleto de gente, había música y risas y charlas por todas partes. Y si esa noche no conseguían detener al grotesco, todo esto se convertiría en polvo, escombros y lágrimas.
Llegaron a una tienda que tenía un brillante y colorido mural en su pared. Skulduggery llamó a la puerta. Desde algún lugar del interior salieron unas voces, y un momento después, la puerta chirrió al abrirse. Un hombre de veintipocos años apareció, con las cejas, la nariz, las orejas, los labios y la boca llenos de pendientes; llevaba unos vaqueros viejos, una camiseta de Thin Lizzy y un collar de perro.
—Hola, Finbar —dijo Skulduggery—. Vengo a recoger mis pertenencias.
—¿El hombre calavera? —dijo Finbar de un modo que sugería que el empanamiento era su estado natural—. ¿Eres tú? ¿Qué pasa con ese pelo y esas gafas de sol gigantes, tío?
—Es un disfraz.
—Ah, sí, ya lo pillo. Guay. Bueno. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—¿Desde que hablamos por última vez?
—Sí. Deben de haber pasado años, ¿no?
—Fue el mes pasado, Finbar.
—Hmm. Ah, cierto. Vale. ¿Y quién es esta que viene contigo?
—Soy Valquiria Caín —dijo Valquiria chocándole la mano. Llevaba muchos anillos.
—Valquiria Caín —dijo Finbar masticando el nombre en su boca—. Es bonito. Yo me llamo Finbar Wrong. Soy un viejo amigo del hombre calavera, ¿no es cierto, hombre calavera?
—No del todo.
Finbar sacudió la cabeza.
—No, no diría que somos amigos, exactamente. Socios, o… o… compañeros no, pero… quiero decir, nos conocemos… como, pero…
—Voy a tener que meterte prisa —dijo Skulduggery—. Te di una maleta pequeña para que me la guardaras, y necesito que me la devuelvas.
—¿Una maleta?
—Una maleta negra. Te dije que necesitaba un sitio donde guardar unas cosas, para casos de emergencia.
—¿Hay una emergencia?
—Me temo que sí.
Finbar se puso a pensar, los piercings brillaban con la luz del sol.
—Oye, tío. No voy a morir, ¿no?
—Espero que no.
—Yo también espero que no, tío. Yo también. Tengo mucho que vivir, ¿sabes? Oye, ¿te he contado que yo y Sharon nos vamos a casar? Por fin, ¿verdad?
—Finbar, no tengo ni idea de quién es Sharon, y realmente necesito la maleta.
—Está bien, tío —dijo Finbar asintiendo—. Voy a ver si la encuentro. Tiene que estar en algún sitio, ¿no?
—Eso sugieren las leyes de la probabilidad.
Finbar entró de nuevo en la tienda y Valquiria miró a Skulduggery.
—¿Qué hay en esa maleta? —preguntó ella.
—Mi otro revólver, unas pocas balas, varios trozos y partes de cosas, una bomba de clavos, un viejo pergamino que nunca he leído, una baraja de cartas…
—¿Una bomba de clavos?
—Eh, sí.
—¿Qué es una bomba de clavos?
—Es una bomba con clavos dentro.
—¿Le diste una bomba a ese chico? ¿Es segura?
—Es una bomba, Valquiria. Por supuesto que no es segura. La maleta, sin embargo, es muy segura. Aunque la haya estado usando como mesa para el café, como taburete, o aunque haya pasado los últimos años tirándola escaleras abajo, el contenido no se dañará de ninguna manera. Otra cosa es que la encuentre.
Finbar reapareció.
—Me estoy poniendo pesado, tío, lo sé. No está en la parte de delante, así que pienso que estará en la parte de atrás, ¿vale? Así que voy a mirar en la parte de atrás ahora mismo. ¿Queréis pasar?
—Estamos bien aquí —dijo Valquiria educadamente.
—Vale, guay. ¿Seguro? ¿Hombre calavera? Sharon está ahí dentro, tío. ¿Por qué no pasas y la saludas?
—Porque no la conozco, Finbar.
—Es verdad, sí, vale.
Finbar entró de nuevo en la tienda.
Valquiria echó un vistazo al reloj de su teléfono. Si estuviera en casa en ese momento, llevando una vida normal, probablemente estaría eligiendo qué ponerse para ir a la reunión familiar. Aunque eso no le llevaría mucho tiempo. Tenía solo un vestido que se ponía muy de vez en cuando y con desgana. Suponía que las Gemelas Tóxicas habrían empezado ya su régimen de belleza, poniéndose ochenta y cuatro capas de maquillaje y eligiendo el color de pintalabios que les hacía parecer más busconas. Valquiria estaba agradecida de tener un reflejo para que fuera en su lugar.
—¡Oh, mierda! —dijo de repente.
—¿Qué pasa?
—El reflejo. Está todavía en el maletero del Bentley.
Skulduggery movió la cabeza.
—Oh. Vaya, se nos había olvidado completamente.
Ella cerró los ojos.
—Si no voy a la reunión, mamá se volverá loca.
—Mira la parte positiva. Si se acaba el mundo, eso ya no tendrá mucha importancia.
Ella se quedó callada por un momento, y él continuó.
—No es un gran consuelo —admitió.
Finbar volvió a la puerta, y traía la maleta.
—La he encontrado, tío. No la encontraba porque estaba en el suelo, y había alguien durmiendo encima. Ya sabes, como almohada. Es buena. Bueno, aquí la tienes.
Skulduggery cogió la maleta.
—Muchas gracias, Finbar.
—No hay problema, tío. Hey, ¿eso de la emergencia es serio?
—Sí, bastante.
—¿Necesitas ayuda? Ha pasado un tiempo desde que yo estaba, ya sabes, en esos temas, e incluso desde que yo salía a la calle, pero todavía me acuerdo.
—Seguro que sí, pero podemos arreglárnoslas nosotros.
—Está bien. Vale. Probablemente, una buena cosa. No sé si la volveré a tener, ¿sabes? No sé si alguna vez, pero… ¿de qué estábamos hablando?
—Te estábamos felicitando por tu próxima boda con Sharon.
—Gracias, hombre calavera.
—Estoy seguro de que seréis muy felices juntos.
—Sí, yo también. Quiero decir, solo la conozco desde hace tres días, pero a veces en la vida solo tienes que… casarte… con alguien… —se calló y puso cara de haberse hecho un lío—. Creo.
—Bueno —dijo Skulduggery—, gracias por guardarme esto. No te metas en líos.
—Eso está hecho. Oye, ¿quién es ese que va contigo?
Skulduggery meneó la cabeza.
—Es Valquiria. Ya se te ha presentado antes.
—No, tío, ella no. El hombre de negro.
Valquiria se quedó helada, luchando contra la tentación de darse la vuelta.
—¿Dónde está? —preguntó Skulduggery.
—Al otro lado de la calle, intentando mantenerse fuera de la vista, pero ya me conoces, hombre calavera. Mis ojos son como los de un lince, como los de un halcón.
—¿Y nos está espiando?
—Sep. Bueno, no. No te espía a ti. La espía a ella.
—¿Cómo es? —preguntó Valquiria.
—Pelo negro, bastante pálido. Tiene una cicatriz muy fea en la cara. Parece un vampiro.
—Vuelve dentro —dijo Skulduggery—. Y cierra bien las puertas.
—Eso está hecho. Tendré mi crucifijo cerca.
—A los vampiros no les asustan los crucifijos, Finbar.
—No pretendo asustarlo, pretendo golpearle con él. Es realmente pesado. Supongo que puedo hacerle un daño considerable en la cabeza.
Se volvió y cerró la puerta.
Skulduggery y Valquiria caminaron a través de Temple Bar hacia el Bentley.
—¿Todavía nos sigue Dusk? —preguntó Valquiria en voz baja.
—Creo que sí —contestó Skulduggery—. Esta es la oportunidad que estábamos esperando. Dusk te odia. Tenemos suerte, de hecho.
—Sí, mucha suerte —dijo Valquiria sarcásticamente—. Tengo mucha suerte de que un vampiro quiera matarme. ¿Vamos a atraerlo hacia alguna trampa?
—Claro que sí. Pero no aquí. No nos podremos acercar lo suficiente. Tiene que creer que estás sola.
Valquiria se quedó pensando.
—Eso suena sospechosamente como una sugerencia de que debería actuar como cebo…
—Tienes que ir a la reunión familiar.
—No, no, no…
—No puedes estar cerca de mí, ni de Tanith, ni de ningún hechicero. Dusk no se arriesgará. Solo te atacará cuando piense que estás sola, así pensará que puede tomarse su tiempo para matarte.
—No estás haciendo que me sienta mejor.
—Vas a la reunión.
Ella flaqueó.
—Tanith y yo esperaremos cerca. En el momento en que Dusk intente algo, apareceremos.
—Pero ¿y mi familia? Mis tías y tíos y primos y primos segundos y…
—Los protegeremos.
—¿Qué? No, quiero decir, mi familia es realmente molesta, de verdad. Cuando beben, empiezan todos a bailar y es… es insoportable.
—Lo pasarás en grande.
—Te odio.
—Lo sé.