EL DESPERTAR DEL GROTESCO

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ALQUIRIA abrió los ojos. ¿Eso era un grito?

Se levantó y miró hacia el pasillo. Las luces parpadeaban. Oyó pasos corriendo. Y luego, nada. Algo no iba bien. De hecho, algo iba muy mal.

Se levantó de la cama, con las piernas aún pesadas y el brazo dolorido. Sus pies desnudos tocaron el frío suelo. Se acercó hasta el pequeño armario empotrado en la pared, donde estaban sus calcetines y sus botas. Se los puso rápidamente en la oscuridad de su habitación, y estaba poniéndose el abrigo cuando oyó a alguien pidiendo ayuda.

Luego, un ruido sordo, y los gritos cesaron.

Valquiria sacó la cabeza por la puerta, miró hacia la morgue y vio una figura moviéndose a través de la tenue luz del pasillo, como una especie de títere con la mitad de las cuerdas cortadas. Se movía dando saltos, rígida y descoordinada, pero cuanto más la miraba, con mayor suavidad parecía moverse, como si estuviera acostumbrándose a su propio cuerpo.

La figura caminó hasta la luz.

¡El grotesco estaba vivo!

Valquiria vio los vendajes, tan viejos que deberían haberse convertido en polvo solo con mirarlos, y que servían para mantenerlo de una pieza. Vio también carne entre las vendas, y cicatrices, y puntos de sutura. Su caja torácica parecía haber sido aplastada y abierta, de manera que cada costilla le perforaba el torso.

Tenía algo similar a un forúnculo gigante que crecía en la parte de arriba de su muñeca izquierda, y en el otro lado había una ancha tira de carne. Su brazo derecho era enorme, los músculos montados unos encima de otros, a lo largo del brazo hasta la mano. Sus dedos eran anchos, todos finalizados en una garra.

Las vendas le cubrían completamente la cara, ni siquiera dejaban un agujero para los ojos. Estaban salpicadas de sangre oscura.

¿Por qué no sonaba una alarma? El grotesco estaba vivo, pero no había alarma. Valquiria caminó hacia atrás, agarró la silla y se quedó allí quieta. Movió los dedos, pero no ocurrió nada. Se concentró, movió los dedos otra vez hasta que hizo una chispa, que creció hasta convertirse en una llama, y mantuvo la llama al lado de los detectores de humo. Después de un momento, el sistema de aspersores se activó y la alarma perforó el silencio.

Corrió hacia la puerta, mientras tres hendedores acudían. Hasta que no se acercó más, no se dio cuenta exacta de lo grande que era el grotesco en realidad. Le sacaba varias cabezas al más alto de ellos. Estaban acostumbrados a tratar con amenazas serias, pero nunca habían visto nada como aquello.

El grotesco esquivó el golpe de una guadaña y agarró al primer hendedor por la garganta. Lo levantó por encima de su cabeza mientras estampaba al segundo de ellos contra la pared. El tercer hendedor lanzó su guadaña, y el grotesco lanzó el cuerpo de su compañero contra él. Valquiria oyó cómo se les roncan los huesos.

En tres segundos. El grotesco había liquidado a tres llenadores en tres segundos.

Valquiria volvió a entrar en su habitación. Los aspersores la estaban empapando. Podía correr para salvarse. Podía salir por la puerta, girar a la derecha, correr a lo largo del pasillo hasta el área de investigación y bajar las escaleras. Atravesaría la pantalla y estaría corriendo lejos del cine antes incluso de que el grotesco la viera. Todavía era lento; no la cogería aunque la viera. Podía hacerlo. Entonces, ¿por qué no estaba corriendo ya?

Valquiria se dio la vuelta. Veía la enorme sombra en la pared al otro lado de la puerta abierta, acercándose. Sus piernas no estaban preparadas y su brazo todavía le dolía. El miedo la paralizaba y le revolvía el estómago. Se acercó a la pared que tenía detrás y se apretó contra ella. La penumbra de la habitación no parecía lo suficientemente oscura. La vería. No, no necesitaba verla. No tenía ojos.

Y ya era demasiado tarde para correr, porque el grotesco estaba atravesando la puerta, con el agua corriendo bajo su cuerpo. Podía olerlo ahora; olía a formaldehído y a moho. Contuvo la respiración y se quedó muy quieta.

El grotesco se detuvo. Valquiria se preparó. Si se giraba hacia ella, se abalanzaría, la golpearía con todo lo que pudiera, ciaría suficientes bolas de fuego para que ardieran esas vendas. Como si eso fuera a ser suficiente para detenerla. Como si fuera suficiente para salvarse.

Su cabeza se giró despacio, pero no en la dirección en la que estaba ella, como si el grotesco estuviera escuchando algo más allá de la alarma. De repente, pensó en que tendría un radar que podría utilizar para detectarla; pero un radar que no se había usado en tanto tiempo no funcionaría al cien por cien.

Sintió que los músculos se le debilitaban, y el frío invadió su mente. El terror la estaba privando de su fuerza. El pensamiento de que sería incapaz de moverse la atravesó, creció en ella y echó raíces. Las cosas que había aprendido ya no significaban nada. Sus habilidades, sus poderes, su magia, serían aún menos efectivos frente al grotesco que los hendedores a los que acababa de matar. Algo mucho menor que una amenaza. Algo más pequeño que un insecto.

Pero se alejó. Dio un paso, y otro, y otro, y pronto había desaparecido de la vista de Valquiria, dirigiéndose hacia el pasillo.

Valquiria sintió que las lágrimas se mezclaban con el agua que caía por su cara. Parpadeó. No iba a morir. Hoy no.

Se separó de la pared, sosteniéndose sobre sus débiles piernas. Esperó unos minutos y luego se dirigió hacia la puerta, chapoteando a cada paso. Llegó a la puerta y echó un vistazo hacia fuera. Entonces, unos dedos la agarraron por el cuello. La arrastraron hasta el pasillo, la levantaron del suelo mientras ella se movía y se retorcía, intentando respirar.

El grotesco tenía la cabeza levantada, y la miraba sin ojos, examinándola. Ella intentaba soltarse empujando con las manos sus gigantescos dedos y muñecas.

Algo más pequeño que un insecto.

Ella pataleaba, golpeando con sus botas aquella cosa. Estampó sus puños contra su antebrazo. No le hizo ningún daño.

Los latidos del corazón le retumbaban en los oídos. La oscuridad se apoderó de su visión. No podía respirar. Necesitaba respirar. Iba a morir.

Movió los dedos, consiguió hacer una llama y la acercó a las vendas del grotesco. Los vendajes se prendieron instantáneamente, y también instantáneamente se apagaron.

No tenía más trucos. Estaba acabada.

Entonces vio algo moverse detrás del grotesco: eran Skulduggery y Tanith. El grotesco no necesitó darse la vuelta. Cuando estaban justo detrás de ella, lanzó su puño izquierdo hacia atrás. Skulduggery se agachó y Tanith saltó hasta el techo para esquivarlo, golpeándole la mano con su espada, y Valquiria cayó al suelo. Skulduggery se abalanzó, tiró de ella y empezaron a correr, con Tanith a su lado.

El grotesco se miró la mano herida como con curiosidad.

Se detuvieron y miraron hacia atrás, mientras la carne de la criatura se volvía a cerrar y cicatrizaba.

Vieron movimiento en la puerta que tenían a su lado, y Kenspeckle irrumpió en el pasillo.

—¡Quédate detrás de nosotros! —le ordenó Skulduggery.

Kenspeckle asintió.

—Es lo que pensaba hacer.

Sintieron que la presión del aire cambiaba, y los oídos de Valquiria se taponaron.

—¿Qué pasa? —gritó elevando la voz por encima del ruido de la alarma.

—Está recuperando su poder —dijo Kenspeckle, desanimado.

Skulduggery sacó su revólver del bolsillo.

—Esta es nuestra única oportunidad de detenerlo antes de que se haga demasiado fuerte.

Se acercó hacia el grotesco, disparando seis veces mientras se aproximaba, y seis pequeños borbotones de sangre negra salieron del pecho de aquel ser sin hacerle apenas mella.

Skulduggery guardó el arma, movió los dedos y lanzó dos chorros de fuego. El fuego chocó contra el grotesco, pero no prendió.

Skulduggery empujó el aire con las dos manos y el aire se agitó y empujó al grotesco hacia atrás. Skulduggery lo volvió a hacer, y el grotesco luchó por no caer. Skulduggery fue a repetirlo una tercera vez, cuando el grotesco extendió su enorme brazo derecho y el brazo se desenredó. Las largas tiras de carne, cada una de ellas acabada en una garra, laceraban el aire alrededor de Skulduggery. El gritó y cayó hacia atrás, y las tiras volvieron a su sitio, se retorcieron y volvieron a formar el brazo. El grotesco golpeó a Skulduggery y lo lanzó por el aire.

Tanith se apresuró, con el pelo recogido y con su espada preparada. El grotesco intentó agarrarla, pero ella era demasiado rápida. Se giró y le cortó una pierna; luego saltó y le hizo otro corte en un brazo. Los dos cortes cicatrizaron de inmediato.

El brazo derecho de la criatura se desenredó de nuevo y Tanith se agachó y lo esquivó; luego saltó y dio una voltereta, y quedó colgando del techo. Avanzó, pero el grotesco mantuvo la distancia y levantó su brazo izquierdo.

Kenspeckle gritó para avisarla, pero el sonido de la alarma de incendios ahogó su grito. Lo que crecía en la muñeca izquierda del grotesco, que Valquiria había pensado que era un enorme forúnculo, se contrajo de repente y expelió un líquido amarillento. Tanith tuvo que hacerse a un lado para esquivarlo, y cayó al suelo. El líquido chocó contra el techo y lo atravesó en un instante, dejando un gran agujero.

Skulduggery corrió a socorrerla y Tanith se puso en pie, y aunque ahora el «forúnculo» estaba vacío, el grotesco aún mantenía su brazo izquierdo levantado. Skulduggery corrió hacia Tanith, pero llegó un segundo tarde.

Una fina púa emergió de la parte de debajo de la muñeca del grotesco y se clavó en un costado de Tanith. Ella gritó y el pincho se retrajo, volviendo a su vaina. Skulduggery agarró a Tanith mientras esta se desplomaba.

Se echó para atrás arrastrando a Tanith. El grotesco se miró las manos y dobló los dedos, como si estuviera descubriendo lo que era capaz de hacer a cada momento que pasaba.

Valquiria y Kenspeckle empezaron a correr. Tanith estaba inconsciente. Sus venas se podían ver a través de su piel, y ahora eran de un color verde enfermizo.

—Ha sido infectada —dijo Kenspeckle—. Es veneno de Helaquin. Puede que solo le queden unos veinte minutos de vida.

—¿Cómo la curamos? —preguntó Skulduggery.

La alarma se apagó y se hizo el silencio, y los aspersores se detuvieron.

—No he visto un veneno como este desde hace cincuenta años —dijo Kenspeckle—. No tengo antídoto aquí. Hay un poco en el Santuario, si nos da tiempo de llegar.

—Yo distraeré al grotesco —dijo Valquiria—. Os veo en el coche.

Skulduggery la miró desafiante.

—¿Qué? ¡No! Tú lleva a Tanith…

—No se lo digas —dijo Valquiria—, pero pesa demasiado para que la lleve —y salió corriendo antes de que Skulduggery pudiera detenerla.

—¡Valquiria! —rugió el detective.

Sus botas chapoteaban a cada paso que daba mientras corría. El grotesco mantuvo los brazos abiertos, como si le estuviera dando la bienvenida. No podía pasar por ninguno de los lados, y ella no tenía los poderes de Tanith para correr por el techo, así que cuando el grotesco se dirigió hacia ella, Valquiria se lanzó en plancha, deslizándose por el suelo mojado y pasando entre sus patas. Una vez que lo hubo superado, se levantó y corrió.

Miró hacia atrás. El grotesco se había dado la vuelta y la estaba siguiendo.

«Así que ha funcionado», pensó Valquiria para sí misma. «Y ahora, ¿qué demonios voy a hacer?».

Nada más doblar la esquina, Skulduggery gritó algo, algo como «el porche se oscurece». Ella siguió corriendo. Pasó por delante de los ascensores, bloqueados por la alarma de incendio, y se encaminó hacia las escaleras de atrás. El grotesco ni siquiera había llegado a la esquina todavía.

Ella redujo el paso y cogió aliento, sin dejar de mirar a la esquina. «El porche se oscurece». ¿Qué habría querido decir Skulduggery?

El grotesco dobló la esquina. Las escaleras traseras, que se juntaban con las escaleras principales detrás de la pantalla, estaban justo detrás de ella, y se preparó para correr si el monstruo aparecía con más sorpresas.

Y entonces desapareció, como si hubiera sido absorbido por el espacio vacío de su alrededor. Valquiria parpadeó.

Sería otra de sus habilidades híbridas, como la púa o el ácido de su brazo. La teletransportación.

Skulduggery no había dicho «el porche se oscurece», sino «la noche se desvanece». La noche se desvanece había sido el título de la primera novela de Gordon. Trataba de una criatura, el Shibbach, que podía aparecerse en cualquier lugar, cometer liosos y detallados asesinatos, y luego desvanecerse y reaparecer a cientos de kilómetros. Ella se acordó de Gordon, del Gordon de la Piedra Eco, contándole cosas sobre las piezas de Shibbach que Vengeus había unido.

Valquiria no tuvo que darse la vuelta para saber que el grotesco estaba detrás de ella. Trató de correr, pero su bota resbaló en el suelo mojado, justo cuando la enorme mano de la criatura la golpeaba. Perdió el equilibrio, vio la cabeza vendada del grotesco y cayó por las escaleras. Quedó tendida en el rellano, muy dolorida, pero se agarró a la barandilla y tiró de sí misma para ponerse en pie. Ahora se encontraba en las escaleras principales, y bajó corriendo los escalones de dos en dos, a una peligrosa velocidad.

Llegó al piso bajo y corrió hacia la pantalla, la atravesó y saltó del escenario. Corrió hasta la salida, empujó la puerta y el sol del mediodía la golpeó como un puño.

—¡Valquiria! —exclamó Skulduggery.

El Bentley estaba un poco más adelante, con el motor encendido, y, más allá, el barón Vengeus estaba cruzando la calle hacia ellos, seguido de Sanguine y Dusk y su tropa de Infectados.

El grotesco salió del edificio y fue a atrapar a Valquiria. Pero ella lo esquivó y corrió mientras el Bentley empezaba a moverse. Saltó al interior por la ventanilla abierta y Kenspeckle la agarró y tiró de ella hacia dentro, mientras Skulduggery aceleraba. Tanith estaba en el asiento trasero, todavía inconsciente. Valquiria se enderezó, miró hacia atrás y vio al barón Vengeus acercándose al grotesco.

El monstruo giró la cabeza, fijando su mirada sin ojos en el coche.

—El cinturón —dijo Skulduggery.