L viejo hospital estaba impregnado de miedo y lágrimas del pasado. ¿Cuánta gente habría respirado su último aliento en esas camillas? ¿Cuánta habría pasado sus últimas noches en esas diminutas habitaciones, durmiendo a ratos mientras las pesadillas trotaban a través del paisaje de sus mentes? Cuando el barón Vengeus atravesó estos pasillos, supo que podría contar cada segundo que le quedaba de vida.
La sala de psiquiatría era la mejor. Aquí, incluso con la sensibilidad atrapada por su armadura, podía sentir los ecos del miedo, de la locura y la desesperación. Pero, con la armadura, estos ecos penetraban en él, haciéndolo más fuerte. Sentía que su armadura florecía, después de todos esos años de oscuridad y abandono en esa cueva.
Este sería el lugar perfecto para que el grotesco rompiera lasfronteras entre las realidades e invitara a los Sin Rostro a volver. Ahora todo lo que necesitaba era el propio grotesco, pero eso no iba a suponer un gran problema. Con todos sus fogonazos de rabia y su temible temperamento, Vengeus era un hombre militar, ahora y siempre. En realidad, había sufrido un contratiempo, pero ya había puesto en marcha un plan para rectificar la situación.
Uno de los Infectados permanecía un poco más adelante en el pasillo, y abrió la puerta cuando él se aproximó. Pudo ver en sus ojos que ya estaba cerca de convertirse en un vampiro de verdad. El ya le había ordenado a Dusk que los matara a todos antes de que eso ocurriera. Dusk, gracias a los sueros que tomaba, controlaba su parte de vampiro, pero los Infectados serían demasiado impredecibles para tenerlos cerca.
Vengeus se centró en la armadura. La había estado dejando que se retorciera y se regodeara con toda la angustia recolectada en el viejo edificio, pero ya era hora de ponerse en marcha.
Billy-Ray Sanguine estaba esperándolo. Había un hombre esposado a una camilla de un quirófano, y cuando Vengeus entró en esa habitación, los ojos del hombre se abrieron como platos.
—¡Imposible! —exclamó el hombre—. ¡Tú estás muerto! No puedes ser tú, ¡estás muerto!
Vengeus se dio cuenta de que, con el casco cubriéndole la cara, el hombre pensaba que era Lord Vile, devuelto a la vida para llevar a cabo una terrible venganza. Y permaneció callado.
—¡Esto es un truco! —dijo el hombre, tirando de sus esposas—. ¡No sé qué pretendéis, pero habéis cometido un enorme error! ¿Acaso no sabéis quién soy yo?
—Claro que lo sabemos —dijo Sanguine—. Tú eres un hechicero cobarde que ha conseguido mantenerse con vida a base de rehuir cada lucha. ¿Por qué crees que te hemos escogido a ti?
—¿Que me habéis escogido? —dijo el hombre—. Que me habéis escogido, ¿para qué?
—Para conseguir una respuesta rápida —dijo Vengeus, sabiendo que el casco también hacía que sonara como si fuera Vile.
El hombre se quedó pálido. Ya sudaba.
—¿Qué… qué queréis saber?
—Como probablemente podrás observar —dijo Sanguine—, yo no soy de por aquí. Y este caballero que tienes delante en este momento… bueno, ha estado ausente por un tiempo. Así que necesitamos que nos digas dónde puede ir alguien con el cadáver inanimado de un medio dios para, no sé, destruirlo.
El hombre tragó saliva.
—Y… ¿luego me dejaréis marchar?
—Claro, ¿por qué no?
Vengeus sentía vibrar su armadura. El miedo de aquel hombre era demasiado potente como para ignorarlo. Vengeus se concentró, controlando la armadura y su fuerza absoluta.
—Irían al Santuario —dijo el hombre.
—Eso no es lo que estamos buscando —contestó Sanguine.
—Tenemos gente vigilando el Santuario, y no han vuelto allí. Estamos buscando algo un poco más sofisticado, ¿sabes?
El hombre se quedó pensando.
—Entonces… puede que hayan acudido a Grouse.
—¿Kenspeckle Grouse? —dijo Vengeus.
—Oh, sí. Trabaja para el Santuario. Cualquier cosa rara se la llevarían a él.
—¿Adonde?
—Está en un viejo cine que ahora está cerrado, el Hibernian. ¿Vais a dejar que me vaya ahora?
Sanguine miró a Vengeus, y Vengeus miró a su cautivo.
—¿Qué hiciste durante la guerra? —le preguntó Vengeus.
—Eh… bueno… no demasiado.
—Te conozco, Argus.
—No. Quiero decir, no señor, nunca hemos coincidido. Yo hice algún trabajo para el barón Vengeus, pero…
—Tú proveiste al barón Vengeus de la localización de un piso franco, cuando necesitaba un lugar donde esconderse por unos días.
—Yo… sí… Pero ¿cómo puedes…?
—Skulduggery Pleasant lo siguió hasta ese piso franco, Argus. La información que le diste lo llevó directamente a su captura.
—Eso no es mi culpa. Eso… no fue mi culpa.
—El piso franco era conocido para nuestros enemigos, pero, en tu estupidez, no te diste cuenta de eso.
—Vale —dijo Argus rápidamente—, está bien, cometí un error, y arrestaron a Vengeus. Pero, Lord Vile, ¿qué tiene que ver eso contigo?
—No soy Lord Vile —dijo Vengeus. Se acercó y se quitó el casco, y este se fundió en sus guantes y se distribuyó por el resto de la armadura.
—¡Oh, no! —murmuró Argus cuando vio la cara de Vengeus—. ¡Oh, no, porfavor!
Vengeus lo miró fijamente y Argus empezó a sacudirse incontroladamente, y luego hizo de todo menos mantenerse de una sola pieza. Su torso explotó y sus miembros salieron volando hacia las esquinas de la habitación, y su cabeza quedó abierta. Sus entrañas chorreaban por las paredes.
Vengeus se dirigió a Sanguine.
—El cine Hibemian. Vamos para allá inmediatamente.
El tejano se limpió un trozo del cerebro de Argus de la chaqueta.
—¿Y si nos encontramos alguna niña de pelo oscuro por el camino?
—Tienes mi permiso para matar a cualquiera que estimes oportuno.
Billy-Ray Sanguine sonrió.
—Sí, señor. Gracias, señor.