SANGRE Y SOMBRAS

c

ONDUJERON hacia el interior del campo, donde las carreteras se estrechaban y se retorcían como serpientes. Finalmente, llegaron a la parte de fuera de una vieja y oscura iglesia y Sanguine se bajó. Dio la vuelta hasta el otro lado del coche, abrió la puerta y sacó a la niña.

La tomó del brazo y la condujo por un resquebrajado camino cubierto de maleza. Las enredaderas crecían por las derruidas paredes, y las pequeñas ventanas de cristal tintado estaban llenas de mugre y polvo.

Empujó para abrir las antiguas puertas y la llevó hasta el interior de la fría y húmeda iglesia. Todavía había varios bancos de madera que no se habían podrido y había cientos de velas y candelabros encendidos, que hacían que las sombras bailaran e hicieran piruetas sobre las paredes. El altar había sido reemplazado por una enorme tabla, sólida y segura, encima de la cual yacía el gigantesco cuerpo vendado del grotesco tapado con una sábana.

El barón Vengeus los estaba esperando, cubierto con la negra armadura de Lord Vile. No era lo que Valquiria había imaginado. La armadura no crujía ni sonaba a metal, ni tenía brillo. Parecía estar viva, moviéndose sutilmente y cambiando de postura por sí misma mientras ella la miraba.

Había más gente en la iglesia, hombres y mujeres Infectados, con el virus vampírico recorriendo sus cuerpos, transformándolos a cada momento que pasaba, que se escondían en las sombras lo mejor que podían.

Ahora podía ver a Dusk. Había vuelto a su forma humana, pero mantenía la cicatriz a lo largo de su cara, profunda y desagradable, y miraba a Valquiria con todo el odio con el que su oscura alma era capaz de mirar.

—Valquiria Caín —dijo Vengeus, con la máscara distorsionándole la voz como si fuera un áspero suspiro—. Me alegro de ver que te unes a nosotros en la más favorable de las noches. La criatura que hay en esta mesa abrirá la puerta a sus hermanos, y este mundo será purificado. Los indignos serán diezmados y viviremos en un nuevo paraíso, y todo gracias a ti.

Sanguine agarró a Valquiria por el codo y la llevó hasta el primer banco de la iglesia, donde la hizo sentarse a su lado, y vieron a Vengeus levantar la cabeza y posar las manos sobre el cuerpo que había en la mesa.

Las sombras empezaron a moverse alrededor de Vengeus. Los candelabros parpadeaban como si soplara un fuerte viento, pero el interior de la iglesia estaba completamente calmado.

—El grotesco se va a alimentar de ti —le susurró Sanguine, despreocupado—. Ese pobre chico ha sido derribado, y va a necesitar tu sangre en sus venas. Se va a dar un banquete. ¿Te importa si hago unas fotos? He traído mi cámara y todo.

—Piérdete.

—Gracias.

—No, lo digo en serio; corre y piérdete, porque más te vale no estar presente cuando aparezca Skulduggery.

Sanguine sonrió y se acomodó en el banco.

—Puedo enfrentarme con el señor Huesos divertidos, no te preocupes por eso. Presta atención ahora, querida, porque es cuando esto se pone interesante.

Valquiria volvió la vista hacia el altar, mientras las sombras se arremolinaban alrededor de Vengeus y caían sobre él como un sudario. Se puso en tensión y su cuerpo se estremeció, como si estuviera siendo atravesado por corrientes eléctricas. Las sombras comenzaron a fluir a través de las puntas de sus dedos, traspasando la sábana.

—Señor Sanguine… —susurró Vengeus.

Sanguine levantó a Valquiria y la acercó a la mesa. Sonreía mientras le enseñaba a la chica su afilado puñal. Luego agarró una de las muñecas de Valquiria. Ella intentaba soltarse, pero él era mucho más fuerte, y ella empezó a gritar cuando él recorrió la palma de su mano derecha con el filo de la fría cuchilla.

Pero, en vez de chorrear por su mano y salpicar la sábana, su sangre se elevaba hacia la corriente de sombras, mezclándose con ellas, revolviéndose a su través y a su alrededor, alimentando el cuerpo del grotesco.

Y entonces, las puertas dobles se abrieron de golpe y Skulduggery Pleasant irrumpió en la iglesia.

Los Infectados gritaron y Valquiria pudo zafarse del control de Sanguine. Vengeus apartó la vista de su oscuro asunto y a su armadura le crecieron pinchos de odio, mientras Skulduggery recorría el pasillo hasta el primer banco y se sentaba. Skulduggery cruzó las piernas, se puso en una posición cómoda y movió su mano en el aire.

—No quiero interrumpiros —dijo.

Valquiria lo miró enfadada. No era el rescate que ella se imaginaba.

Los Infectados salieron a la luz y se acercaron a Skulduggery, que actuaba como si solo hubiera venido de tertulia. Vengeus mandó el resto del chorro de sombras al cuerpo del grotesco y se separó de la mesa. Valquiria le vio flaquear.

Vengeus se llevó las manos a la cabeza, se desató la máscara y se la quitó. Su cara estaba pálida y perlada de sudor. Sus ojos eran pequeños y fríos.

—Abominación —dijo—, ¿has venido solo? ¿No has traído a los hendedores contigo? ¿No viene la señorita Bliss?

—Ya me conoces, barón, me gusta ocuparme de las cosas personalmente. Además, cuando me golpeaste, me rompiste el teléfono, así que…

Una sonrisa brotó de los labios de Vengeus.

—¿Has venido aquí para ser testigo del principio de tu final?

—No. En realidad, no. Solo he venido para hacer esto.

Skulduggery buscó en su chaqueta, sacó una pequeña bolsa negra y la lanzó sobre la mesa. Cayó en la sábana, sobre el vendado pecho del grotesco. Vengeus se acercó y la examinó…

—Yo no haría eso si fuera tú —dijo Skulduggery como aviso—. Un ligero toque a este botón, y esta pequeña y adorable iglesia quedará decorada con los trozos de tu dios.

—¿Es una bomba? —dijo Vengeus, sintiendo la furia crecer en su interior. Su armadura creció y se ensanchó como protección—. ¿Crees que los explosivos pueden dañar a un Sin Rostro?

—Pero eso no es un Sin Rostro, ¿o sí? Al menos, no uno completo. A mí me parece que está un poco frágil, después de tanto tiempo encerrado en una pared. Y apuesto a que todo esto te ha costado mucho. Esa pequeña bomba podría destrozaros a los dos al mismo tiempo. Bueno, yo digo pequeña, pero en realidad es quince veces más fuerte que la última que te lancé, y supongo que recordarás lo doloroso que fue aquello.

Sanguine empujó a Valquiria hacia la mesa.

—La matarás a ella también.

—No tengo por qué —dijo Skulduggery pacientemente—. Puedo presionar este botón y hacer que vuestro insidioso plan vuele por los aires junto con mi amiga, o no hacerlo, y nos vamos y vosotros simplemente esperáis otros tres años hasta el próximo eclipse lunar. Es decisión tuya, barón.

Vengeus se le quedó mirando.

—Cógela.

Dusk caminó hacia delante.

—¡La niña tiene que morir!

—¡Silencio! —rugió Vengeus. Se quedó mirando a Dusk fijamente hasta que el vampiro volvió a su sitio, mientras los candelabros se reflejaban en su cicatriz.

Vengeus volvió a mirar a Skulduggery.

—Llévate a la chica —dijo despectivamente—. No llegarás muy lejos.

—Llegaremos lo suficientemente lejos. ¿Valquiria?

Valquiria se soltó de las manos de Sanguine.

Él la miró, luego enfundó su puñal y se quedó en silencio, le quitó las esposas y dio unos pasos hacia atrás. Valquiria se unió a Skulduggery y se alejaron por el pasillo de la capilla; pero antes, ella le quitó el puñal a Sanguine, con una sonrisa.

—¡Eh! —gritó Sanguine.

—¡Cállate! —le ordenó Vengeus.

—¡Tiene mi cuchillo!

—¡He dicho que te calles!

Sanguine se calló. Valquiria se guardó el puñal en el bolsillo. Caminó hacia atrás, al lado de Skulduggery, mientras los Infectados los seguían.

—Solamente estás retrasando lo inevitable —dijo Vengeus—. Con esta armadura soy el ser vivo más poderoso de este mundo.

—Quizá, pero… ¿eres feliz? —le contestó Skulduggery, mientras entre los dedos de su mano brotaba una llama. Lanzó una bola de fuego delante de él, en el suelo de al lado de la puerta. Los Infectados gritaron al verlo. Vengeus todavía no se había acercado a la cartera de los explosivos.

—¡Me desharé de ti, abominación!

—Así que al menos tengo eso que esperar —dijo Skulduggery—. No hagáis ningún movimiento brusco hasta que lleguemos a la carretera. Sabré si alguno de vosotros mueve el aire alrededor de la bolsa de explosivos.

—Vuélala —murmuró Valquiria.

—No puedo hacer eso —contestó Skulduggery con un susurro. Movió su mano y las llamas chocaron contra la puerta. Ellos las dejaron atrás, saliendo a la fresca noche.

—¿Por qué no?

—No es una bomba —respondió Skulduggery en voz baja—. Es una bolsa con un gato para cambiar neumáticos.

—¿Y el control remoto?

—Abre la puerta del garaje de mi casa. No se lo digas, pero ni siquiera tiene pilas.

Movió la mano y las llamas se avivaron de nuevo y bloquearon la salida de la iglesia. Siguieron caminando hacia el Bentley, manteniendo el contacto visual con los Infectados a través de las llamas, asegurándose de que nadie hacia trampas y salía antes de lo acordado.

—¿Tenemos algún plan? —preguntó Valquiria mientras se alejaban de la iglesia.

—Tenemos que conseguir quitarles el grotesco a los chicos malos —dijo—, así que nos tendremos que dividir. Yo me voy a ir, y tú te vas a esconder bajo la furgoneta, vas a esperar hasta que metan al grotesco dentro, y luego te vas conduciendo, justo delante de sus narices.

—¿Qué?

—Va a ser muy divertido, créeme.

—Skulduggery, tengo trece años. No puedo conducir.

Él la miró.

—¿A qué te refieres con que no puedes conducir?

—Pues eso, que no sé conducir, Skulduggery.

—Pero has visto conducir a otros, ¿no? Me has visto conducir a mí. Y apuesto a que has visto conducir a tus padres. Así que sabes lo fundamental.

Ella se le quedó mirando fijamente.

—Sé que esa cosa grande y redonda que sale del salpicadero hace girar las ruedas. ¿Eso es lo fundamental?

—Esa furgoneta es casi automática. La arrancas y te vas. Pisas un pedal, aceleras; pisas el otro pedal, frenas. Es fácil.

Ella se le quedó mirando fijamente de nuevo.

—¡Maldita sea! —murmuró ella, y se dirigió hacia la furgoneta, deslizándose debajo mientras Skulduggery se metía en el Bentley.

Las ruedas del Bentley rugieron, los neumáticos giraron con fuerza, y el coche aceleró, alejándose de la iglesia como una ola de oscuridad por el sendero, extinguiendo las llamas. Dusk encabezaba a los Infectados mientras salían de la iglesia, seguidos por el barón Vengeus, con hordas de sombras envolviéndolos como serpientes hambrientas. El barón lanzó la cartera al suelo y el gato cayó en la hierba. Pagó el enfado golpeando a una mujer Infectada, que salió volando por el aire.

Valquiria se quedó debajo de la furgoneta en completo silencio.

Vio a Billy-Ray Sanguine aproximarse.

—Se ha llevado mi puñal —dijo—. Otra vez.

—Tu puñal me da igual —gruñó Vengeus, y se volvió hacia uno de los Infectados—. Tú, mete al grotesco en la furgoneta. Este sitio estará pronto lleno de hendedores, y no puedo arriesgarme a que lo dañen.

Los Infectados se apresuraron a entrar en la iglesia, y luego salieron cargando con la caja. Con mucho cuidado, la metieron en la furgoneta. Volvieron hacia la iglesia, esperando más órdenes, y Valquiria aprovechó para salir de debajo de la furgoneta y ponerse en pie. Oía a Vengeus dando órdenes al otro lado de la furgoneta. Respiró profundamente y se acercó a la puerta.

Esta se abrió con un pequeño clic y ella entró, intentando no hacer ruido. La llave estaba puesta. Miró a su alrededor para orientarse, echó un vistazo a los chicos malos y giró la llave. El motor se puso en marcha.

Vengeus giró la cabeza, extrañado, y caminó hasta donde podía divisar quién estaba al volante.

Valquiria puso la primera marcha y pisó con fuerza el acelerador. Pegó un grito cuando la furgoneta saltó hacia delante e intentó hacerse con el control de la dirección. De momento, aquello no le parecía muy divertido.

Giró el volante a la derecha para esquivar un árbol, haciendo lo posible por mantener la furgoneta dentro del camino. Vio a los Infectados corriendo tras ella, pero no podía permitirse prestarles atención. Estaba todo muy oscuro, y no sabía dónde estaban las luces.

Quitó una mano del volante y la alargó lo suficiente como para mover una palanca, que accionó los limpiaparabrisas. Pasó por encima de una piedra y botó en el asiento. Probó con otro botón, y el intermitente empezó a parpadear. Maldiciendo a Skulduggery, tocó todos los botones, hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados, girándolos, hasta que de repente los faros iluminaron la carretera, justo a tiempo de que Valquiria gritara mientras la furgoneta se salía del camino y se precipitaba por una colina.

Valquiria iba dando saltos en el asiento. Manteniendo a duras penas una mano sobre el volante, tomó el cinturón de seguridad. Miró hacia abajo, intentando encontrar el cierre donde el cinturón se enganchaba. Al final de la colina, volvía a aparecer la carretera, e intentó dirigir la furgoneta hacia allí, pero el vehículo continuaba hacia el frente enfilado en dirección a la siguiente colina.

Valquiria volvió a agarrar el cinturón; esta vez se enganchó y ella volvió a concentrarse en la conducción, cuando la furgoneta chocó contra una roca y salió disparada hacia un lado dando vueltas.

Valquiria se golpeó la cabeza contra la ventanilla mientras el mundo daba vueltas a su alrededor. Oía el cristal romperse y el metal abollarse. Intentó protegerse la cabeza mientras rodaba, y sus brazos golpeaban el volante, tocando la bocina. El coche rodó hasta otra carretera y cayó sobre las cuatro ruedas.

—¡Vaaaya! —exclamó Valquiria. Levantó la mirada y vio el parabrisas roto y unos faros. Un coche y una moto se aproximaban a toda velocidad.

Valquiria tiró de la cerradura de la puerta, y tuvo que empujarla con el hombro para poder abrirla. Intentó salir, pero el cinturón no la dejaba. Presionó el botón naranja y el cinturón se enrolló. Valquiria salió mientras la moto de Tanith se detenía.

El Bentley frenó de golpe y Skulduggery saltó de él, corrió hacia ella y la cogió.

Intercambiaron algunas palabras incomprensibles. Sentía como si en su cabeza hubiese una madeja de estropajo mientras Skulduggery la llevaba hasta el Bentley. Le dolía un brazo. Abrió los ojos y vio a Tanith metiendo su moto en la parte trasera de la furgoneta, al lado de la caja, para luego ponerse al volante.

Skulduggery dijo algo con una voz lejana y Valquiria intentó responderle, pero su lengua parecía de trapo y todas las fuerzas habían abandonado su cuerpo.