OS restos del castillo de Bancrook descansaban en lo alto de una pequeña colina. Valquiria siguió a Skulbuggery a través del agujero de la pared que actuaba como puerta. El castillo era oscuro y silencioso, y la mayor parte del tejado estaba derruida. Sobre ellos, el sol de poniente daba al cielo un fuerte tono anaranjado.
No habían tenido tiempo de parar en Haggard después de dejar a Scapegrace en el Santuario, así que el «cuerpo» del reflejo estaba todavía en el Bentley. Era una visión espeluznante, allí tendido, frío y sin movimiento alguno. Valquiria se quedó expectante para ver si lo veía respirar, o para ver si veía algún parpadeo en sus ojos, como si estuviera simplemente durmiendo. Pero solo permanecía en el maletero, como un simple objeto, un cadáver con su cara.
Skulduggery extendió la mano y leyó el aire; luego asintió con la cabeza, con satisfacción.
—Nadie ha estado aquí desde hace mucho tiempo. El grotesco tiene que estar todavía aquí, en alguna parte.
Se adentraron más en las ruinas, moviendo sus dedos y haciendo fuego con sus manos. La luz destellaba sobre las piedras cubiertas de musgos que formaban las paredes. Bajaron unos escalones y llegaron a un piso subterráneo. Hacía frío allí, y había una gran humedad. Valquiria se abrochó más fuerte el abrigo.
Skulduggery se agachó examinando el suelo, buscando alguna señal de que el grotesco estuviera enterrado allí abajo. Valquiria se acercó a una parte del muro y arrancó algunos trozos de musgo.
—¿Algo sospechoso? —preguntó Skulduggery.
—Depende. ¿Consideramos las paredes normales y corrientes como algo sospechoso?
—No especialmente.
—Entonces, no tengo nada.
Dejó los musgos y echó un vistazo a su reloj. En su casa era la hora de cenar. Y ella estaba hambrienta. Pensó en su reflejo, la de veces que se había sentado a la mesa, queriendo formar parte de la familia, comiéndose la comida de Valquiria y hablando con la voz de Valquiria. Se preguntaba si sus padres estarían empezando a querer al reflejo más de lo que la querían a ella. Se preguntaba si llegaría un momento en el que ella se convertiría en una extraña en su propia casa.
Sacudió la cabeza. No le gustaba pensar esas cosas. Le venían con frecuencia a la cabeza, como visitas indeseadas en su mente, y se quedaban demasiado tiempo y le hacían demasiado daño.
Se concentró en lo positivo. Disfrutaba de una vida de aventuras, la vida que siempre había deseado llevar. Era perfectamente lógico, por tanto, que tuviera que renunciar a pequeños lujos para los que no tenía tiempo.
Frunció el ceño y se volvió hacia Skulduggery.
—Probablemente es una mala señal que empieces a pensar. en tus padres como una pequeña distracción, ¿no?
—Podría ser —dijo mirándola—. ¿Te gustaría poder ir a la reunión familiar?
—¿Qué? ¡No, no, de ninguna manera!
—¿Has estado pensando en ello?
—En realidad, no he tenido tiempo, con tanto salvar al mundo y todo eso.
—Es comprensible. Pero, de todas formas, estas cosas son importantes. Deberías intentar tener la oportunidad de volver a relacionarte con las personas que más te importan.
Ella estuvo a punto de reírse.
—¿Estamos hablando de la misma familia?
—La familia es importante —dijo Skulduggery.
—Con sinceridad, ¿alguna vez has tenido una tía tan mala como Beryl?
—Bueno, no. Pero tuve un sobrino que era caníbal.
—¿De verdad?
—Oh, sí. Cuando lo detuvieron, se devoró a sí mismo para ocultar las pruebas.
—No pudo devorarse a sí mismo, eso es imposible.
—Bueno, no se comió entero, obviamente. Se dejó la boca.
—Dios mío, ¿puedes callarte? Pareces… ¡Un coche!
—¿Parezco un coche?
—No —susurró Valquiria, dejando que su llama se apagase—. Que viene un coche.
Skulduggery extinguió su propia llama y agarró a Valquiria de la mano, y subieron rápidamente las escaleras mientras los faros del vehículo se acercaban, y empezaron a correr. Había otro tramo de escalera que subía hacia el tejado derrumbado, a la parte superior de las ruinas. Los escalones estaban cubiertos de musgo y eran resbaladizos, pero esto no parecía ser un obstáculo para Skulduggery.
Salieron a la penumbra del atardecer, mientras el sol se escondía en el horizonte. Se tumbaron entre las almenas del castillo y observaron.
El todoterreno negro había aparcado justo debajo de ellos. Vieron una furgoneta acercarse y parar. Bajaron siete personas con ropas manchadas de sangre. Los Infectados.
El barón Vengeus y Dusk se bajaron del todoterreno. Vengeus todavía llevaba el machete en su cinturón, pero si había encontrado la armadura de Lord Vile, desde luego no la llevaba puesta.
Dusk habló con Vengeus; luego dio órdenes a los Infectados y estos sacaron una gran caja de madera de la furgoneta blanca. Todos menos Dusk siguieron a Vengeus hacia el interior de las ruinas.
Valquiria cambió de posición y dirigió su mirada hacia los escalones rotos, hacia el castillo. Vengeus se acercó a la única pared que estaba aún intacta y ella oyó su voz, aunque no pudo oír lo que decía. Empezó a levantarse una nube de polvo de la pared, y esta empezó a temblar. La piedra más alta se deslizó hasta el borde y cayó. En unos momentos, la pared se derruyó, cayendo las piedras unas sobre otras y rodando entre las sombras, y apareció una pequeña habitación detrás de la pared.
Valquiria estaba demasiado arriba como para ver el interior de esa habitación, pero sabía lo que había dentro. Vengeus mandó a los Infectados que entraran.
Escudriñó por encima de la almena hacia Dusk, que permanecía apoyado contra el todoterreno, vigilando. Valquiria volvió la mirada hacia Skulduggery.
—Sanguine no está aquí —susurró ella.
—No, todavía no.
—Dime, por favor, que es hora de pedir refuerzos.
—Es hora de pedir refuerzos.
—Oh, bien.
Ella sacó el teléfono de su bolsillo, marcó y esperó. Cuando el administrador del Santuario cogió el teléfono, Valquiria transmitió la información mediante tonos silenciosos. Colgó y miró a Skulduggery, y cruzó las manos. Diez minutos después, llegarían los hendedores.
Los Infectados salieron de la habitación, cargando una figura entre todos ellos. Parecía una momia, toda recubierta de vendas sucias, pero era enorme y, a juzgar por la dificultad con la que se movían los Infectados, muy pesada.
La llevaron hacia la caja abierta. Uno de los Infectados soltó una mano y el cuerpo del grotesco casi se cae al suelo.
Vengeus montó en cólera, lanzó al Infectado al suelo y lo miró fijamente, con los ojos inyectados en sangre. El Infectado intentaba levantarse, pero algo no iba bien. Su cuerpo empezó a temblar y a sacudirse sin control. Incluso desde allí arriba, Valquiria podía ver el pánico en su cara.
Y entonces explotó en una mezcla de sangre y pedazos de carne.
—¡Dios mío! —murmuró Valquiria.
—Quédate aquí —dijo Skulduggery, y empezó a moverse.
Ella se extrañó.
—¿Adonde vas?
—Tengo que entretenerlos hasta que lleguen los hendedores. No podemos permitirnos perderles el rastro, ahora no.
—Vale, voy contigo.
—¡No, ni hablar! Tú eres importante para Vengeus y no sabemos por qué. Hasta que no lo averigüemos, tú te quedas fuera de plano.
—Entonces me quedaré aquí y, no sé, lanzaré piedras, y cuando hayas acabado, iré y te ayudaré.
El la miró.
—Para haber terminado, tendré que haber acabado con siete Infectados, con Dusk y con el propio Vengeus.
—Sí. ¿Y…?
—Puedo arreglármelas con los Infectados.
Ella frunció el ceño.
—¿Y con Vengeus? Quiero decir, puedes ganarle, ¿verdad?
—Bueno —dijo Skulduggery—, puedo intentarlo. E intentarlo es la mitad de la batalla.
—¿Cuál es la otra mitad?
Skulduggery se encogió.
—Golpearle más veces de las que me golpee él a mí —dijo, y salió de la almena—. Si las cosas salen mal, los alejaré de aquí. Cuando esto esté despejado, vuelve al coche. Si no me ves en cinco minutos, probablemente habré muerto de forma valiente y heroica. Ah, y no toques la radio. La tengo programada y no quiero que tú andes toqueteando y cambiándomela.
Y entonces Skulduggery se agarró de lo alto de la almena, saltó sobre ella y desapareció.