POYANDO su mano izquierda contra la pared y agarrando la cadena con la derecha, Scapegrace pegó otro tirón.
La cañería estaba empezando a ceder. Podía sentirlo. Podía oírlo. Cualquier otra tubería del lugar ya se habría roto; lo sabía porque él las había instalado. Su mala suerte había hecho que el esqueleto lo hubiese sujetado a la única cañería segura del edificio.
Apretó los dientes. Su cara estaba roja del esfuerzo, y realmente necesitaba volver a empezar a respirar de nuevo en algún momento no muy lejano.
Entonces, la tubería se rompió y Scapegrace salió disparado hacia atrás. Su grito de triunfo quedó cortado cuando se golpeó la cabeza contra el suelo al caer. Se quedó ahí tumbado un momento, libre por fin e intentando no gritar. Luego se levantó, con las esposas colgando de su muñeca. No podía hacer nada con los grilletes que tenía en los tobillos, así que caminó lo más rápido que pudo arrastrando los pies hasta la puerta.
Asegurándose de que ni el esqueleto ni la niña estaban cerca, salió de la habitación. Sus pasos eran ridiculamente cortos, y probablemente parecía una especie de pingüino demente mientras se alejaba del bar. Encontraría a alguien que le ayudara, alguien que pudiera quitarle esas esposas. Al fin y al cabo, seguramente no toda la población de Roarhaven querría verlo muerto.
Dobló una esquina, cerca del Santuario de Roarhaven, y se quedó helado. Por un momento estuvo tan aturdido que no pudo ni sonreír. Pero luego la sonrisa apareció en su rostro, y le alegró el día. Torment estaba apuntando con un revólver a Pleasant y a Caín.
Riéndose, Scapegrace se acercó en silencio. La calavera del esqueleto estaba tan inexpresiva como siempre, pero la niña miraba a Torment como si no pudiera creer lo que acababa de decir. Nadie prestó ninguna atención a Scapegrace.
—No puedes decirlo en serio —dijo Caín.
A Scapegrace le encantaba la manera en que Torment la ignoraba, y hablaba solo con el esqueleto.
—Mata a la niña —repetía—. Dispárale si quieres. Préndele fuego. Estrangúlala. Me da igual.
Si Scapegrace hubiera sido capaz, se habría puesto a bailar allí mismo.
—No voy a matar a Valquiria —dijo Pleasant.
—Hombre cadáver, ¿qué es una vida comparada con millones de vidas? Y si vuelven los Sin Rostro, morirán millones. Ya lo sabes.
—Puede ser, pero yo no voy a matarla.
—Esas son mis condiciones.
—Tiene que haber algo más —dijo Skulduggery—. Algo razonable que yo pueda hacer.
—Te lo pondré fácil.
Torment le devolvió su revólver a Skulduggery. El esqueleto lo cogió y apuntó justo entre los ojos de Torment. A Scapegrace se le borró la sonrisa de la cara. Las cosas habían dado un giro repentino hacia lo peor.
—No va a morir nadie aquí —dijo Pleasant—. O, a lo mejor, tú eres la excepción. ¿Dónde está el grotesco?
—Yo soy Torment, hombre cadáver. ¿De verdad piensas que me asusta la muerte?
Por unos segundos, el arma ni se movió, pero luego Pleasant bajó el brazo. Scapegrace volvió a respirar, y Torment asintió con satisfacción.
—Necesitas mi ayuda —dijo—. Esas son mis condiciones. Mata a la niña.
—Pero puedes…
—El tiempo se está agotando.
—Escúchame, esto es de locos. Ella no ha hecho nada…
—Tic —continuó Torment—, tac.
El esqueleto miró a la niña, y Scapegrace pudo ver la duda en sus ojos.
Ella señaló a Torment.
—¡Pégale! ¡Dale una paliza! ¡Dispárale en un pie!
El esqueleto negó con la cabeza.
—Las amenazas no funcionarían.
—Las amenazas falsas, no; pero si le disparas en un pie de verdad…
—Valquiria, no. He conocido a mucha gente como él con anterioridad. Todo el mundo tiene un punto débil, pero ahora no tenemos tiempo —Pleasant volvió la mirada hacia Torment—. ¿Y cómo puedo saber que tienes la información que necesito?
—Porque te digo que la tengo —respondió Torment—, y no puedes permitirte el lujo de dudar de mí. En este momento, el barón Vengeus ya habrá encontrado la armadura de Lord Vile. El tiempo que te queda es como arena en un puño apretado. Se te escurre por entre los dedos, hombre muerto. ¿Vas a matar a la niña?
—¡Claro que no me va a matar! —dijo Caín desafiante—. ¡Díselo, Skulduggery!
El corazón de Scapegrace casi se quema de felicidad cuando Pleasant se quedó en silencio.
Caín se quedó mirando al esqueleto y dio un paso hacia atrás.
—No me digas que estás considerándolo de verdad.
—¿Tienes teléfono?
—¿Qué?
—Tienes que llamar a tus padres. Tienes que despedirte.
Un instante después, Caín se dio la vuelta para echar a correr, pero Pleasant era más rápido. La agarró de la muñeca y se la retorció, y ella cayó al suelo.
—Sé valiente —dijo el esqueleto.
—¡Suéltame! —gritó Caín.
Pleasant miró a Torment.
—Danos un minuto.
—Un minuto —dijo Torment—. Nada más.
Scapegrace observó mientras el esqueleto empujaba a Caín, sujetándola todavía por la muñeca, y se la llevaba un poco más lejos. Le empezó a hablar en voz baja, y la niña se sacudió e intentó soltarse de nuevo. Llegaron a la esquina del Santuario de Roarhaven, y finalmente la chica asintió con la cabeza y sacó el teléfono.
—Esto es brillante —le dijo Scapegrace a Torment.
Torment volvió la cabeza hacia él y frunció el ceño.
—¿Quién eres tú?
—Soy yo, Vaurien. Vaurien Scapegrace. Yo… construí el sótano para ti.
—Oh —dijo Torment—, tú. ¿Por qué has vuelto? Pensaba que estabas muerto. Estarías mejor muerto.
Aunque nunca había visto a Torment hacer una broma, Scapegrace entendió que ahora estaba bromeando, y se rió.
—Es brillante —dijo otra vez—. Hacerle matar a Caín. Quiero decir, es simplemente brillante. Es genial. A mí nunca se me habría ocurrido algo así.
—Lo sé.
—¿Te importa si te pregunto de dónde sacas esas ideas? ¿Las sueñas, o es simplemente… ya sabes, instinto? Estoy haciendo una especie de diario, donde anoto todas mis ideas y mis pensamientos, y…
Torment lo miró y Scapegrace se calló.
—Me irritas —le dijo Torment.
—Perdona.
Torment volvió a ignorarlo.
—¡Hombre cadáver! —dijo en voz alta—. Tu minuto se ha acabado.
Pleasant puso las manos en los hombros de Caín. Le habló y fue a abrazarla. Ella se giró y lo apartó, empujándolo hacia atrás. Por un momento dejó de verla, pero cuando Pleasant se movió de nuevo, Scapegrace pudo ver las lágrimas en los ojos de la niña.
Pleasant la agarró del hombro, y volvieron.
—¿La matarás, entonces? —preguntó Torment.
—Sí —respondió Pleasant.
Scapegrace miró a Caín. Ella permanecía en silencio, tan firme como podía, intentando ser valiente a pesar de las lágrimas.
—Entonces, ¿a qué esperamos? —dijo Torment—. Mátala.
Pleasant dudó por un momento; después, sacó el revólver del bolsillo de su chaqueta.
—Lo siento, Valquiria —dijo Pleasant con tacto.
—Ni me hables —dijo Caín—. Solo haz lo que tienes que hacer.
—Parece como si llevara ropa protectora —comentó Torment—. Asegúrate de que le disparas en carne. No querrás que piense que me has engañado, después de todo.
Caín se abrió el abrigo, y Scapegrace sonrió. Habría deseado que todo esto estuviese siendo grabado para así poder reproducirlo una y otra vez en el futuro. El momento en el que Skulduggery Pleasant mató a Valquiria Caín.
—Por favor, perdóname —dijo Pleasant; luego acercó el revólver a la niña y apretó el gatillo.
El disparo retumbó en los oídos de Scapegrace y el cuerpo de Caín se sacudió y sus ojos se abrieron; dio unos pasos hacia atrás y luego cayó torpemente sobre sus rodillas, agarrándose la herida. La sangre le caía entre los dedos.
Valquiria Caín cayó hacia delante, golpeando el suelo con la cara.
Pleasant la miró.
—Era solo una niña inocente —susurró.
—Tenía sangre de Antiguo en sus venas —respondió Torment—, y es un precio justo por la información que requieres. El grotesco está escondido en un castillo en ruinas, en la colina de Bancrook. ¿Detective? ¿Me oyes?
Pleasant levantó la cabeza lentamente.
—Me pregunto si podrás llegar allí antes que Vengeus —continuó Torment—. ¿Qué opinas?
—Si estás mintiendo… —dijo Pleasant.
—¿Por qué iba a mentir? Te pedí que mataras a la niña, y lo has hecho. Yo mantengo mis pactos.
Pleasant se quedó cerca del cadáver de Valquiria Caín. Después de un momento, se agachó y lo recogió.
—Scapegrace —dijo—, volvemos al coche.
Scapegrace se rió.
—¿Qué? ¿Piensas que soy idiota? Yo me quedo aquí.
—No. Te llevo de vuelta.
Scapegrace sonrió y miró a Torment.
—¿Por qué me miras a mí? —preguntó Torment.
La sonrisa desapareció de la cara de Scapegrace.
—¿Qué?
—No hay nada en nuestro trato que te concierna.
—¡Pero no puedo volver! —gritó Scapegrace—. ¡Me meterá en la cárcel!
—¿Crees que me importa?
—Scapegrace —dijo Pleasant con voz de pocos amigos—, vuelve al coche. ¡Camina!
Scapegrace miró a su alrededor desesperadamente, pero no había nadie que pudiera ayudarlo. Intentando no llorar, comenzó a arrastrarse hacia el coche.
—Tengo que darte las gracias, detective —dijo Torment—. Miro a mi alrededor, a aquello en lo que todo se ha convertido; miro a mis amigos hechiceros escondidos en la sombra, y ahora me doy cuenta de que he estado esperando. ¿Comprendes? He estado esperando encontrar una razón para volver a vivir, para emerger de mi frío y diminuto sótano. Ahora ya la tengo. Tengo un objetivo. Durante años he estado dormido, pero ya he despertado. Tú me has despertado, detective. Y espero que volvamos a encontrarnos.
—Cuenta con ello —respondió Pleasant.
Torment sonrió; luego se dio la vuelta y se alejó.
Scapegrace se sentía traicionado, decaído, abandonado a su suerte. Pleasant caminaba a su lado, llevando a la chica muerta en brazos. Scapegrace dudó si sobreviviría al viaje de vuelta al Santuario. Había oído historias sobre la furia del esqueleto, y no había nadie más contra el que pudiera desahogarse. Scapegrace no podía razonar con él, no podía negociar con él. No había ninguna esperanza. No le quedaba ninguna.
Llegaron hasta el coche y Pleasant dejó el cuerpo de la chica en el maletero, con mucho cuidado, y luego echó una mirada al pueblo. Torment se había esfumado, y el pueblo estaba ahora vacío, mientras caía la noche.
—Bien, lo hemos conseguido —dijo Pleasant con tono de alivio.
Scapegrace se extrañó, pero no dijo nada.
—Al final este ha sido un gran día, bien mirado —continuó Pleasant—. He averiguado el paradero del grotesco y he matado a Valquiria, lo que admito que es algo que quería hacer desde que la conocí. Puede ser increíblemente molesta. ¿Te has dado cuenta?
—Hummm.
—No se callaba ni debajo del agua. Yo pretendía que fuéramos amigos, pero, para ser sincero, simplemente siento pena por la pobre chica. No era muy lista, ¿sabes?
—Eres un idiota —dijo una voz desde la parte de atrás, y Scapegrace se giró y pegó un grito, mientras Valquiria Caín se levantaba, con las manos en los bolsillos y una sonrisa en la cara.