LA TERRORÍFICA SORBESESOS DE LONDRES

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AURIEN Scapegrace se sentó al otro lado de la mesa que había delante de Skulduggery. Tanith se quedó justo detrás de él, y Valquiria permaneció de pie en la esquina, junto a la puerta, con los brazos cruzados.

Skulduggery levantó la vista de la carpeta de archivos que estaba leyendo.

—Vaurien, no has estado muy cooperativo con tus entrevista-dores, ¿no?

—No sabía de qué hablaba ninguno de ellos.

—Eres un conocido socio de un hombre al que llaman Torment. El se encogió de hombros.

—Eso es nuevo para mí.

—¿El qué?

—Que lo conozco.

—¿Que conoces a quién?

—¿Qué?

—¿Que conoces a Torment?

—Sí.

—Entonces, ¿lo conoces?

—Sí —y rápidamente corrigió—: No.

—¿No lo conoces?

—No, no, yo, no. Nunca he oído hablar de él.

—Odio decirte esto, Vaurien, pero eso no es en absoluto convincente.

El sacudió la cabeza.

—¿Quién es? Nunca he oído hablar de él. ¿Torment?

—¿Reconoces a esa chica tan guapa que está detrás de ti?

Scapegrace intentó darse la vuelta en su silla, pero las esposas hacían que solo pudiera girar la cabeza. Volvió la mirada a Skulduggery y se encogió de hombros.

—¿Debería reconocerla?

—Esa de ahí es Tanith Low. Quizá has oído hablar de ella. Tanith es una interrogadora de renombre, conocida en todo el mundo por su cien por cien de éxito en conseguir las informaciones que necesita.

Valquiria vio a Tanith levantar una ceja, pero no dijo nada.

—¿Ah, sí? —dijo Scapegrace con un gesto de preocupación—. ¿Y cómo lo consigue?

—Bueno, para decirlo con delicadeza, tiene el poder de absorber los cerebros de la gente.

Scapegrace se quedó de una pieza, y Tanith tuvo que taparse la boca con la mano para no reírse. Valquiria se esforzaba por mantener la cara seria, y deseaba cualquier cosa menos estar a la vista de Scapegrace.

—¡No puede hacer eso! —dijo Scapegrace—. ¡Eso es ilegal!

—Me temo que no lo es. Es una laguna jurídica que ella ha estado explotando desde hace años. Sorbe el cerebro y se lo traga, digiriendo y absorbiendo el conocimiento.

—Pero… ¡eso es horrible! —dijo Scapegrace casi sin fuerzas para hablar.

—No nos has dejado otra opción. Tanith, si no te importa…

Desde su posición detrás de Scapegrace, Tanith hizo a Skulduggery un gesto de «¿qué esperas que haga?». Scapegrace intentó volver a mirarla, y ella se puso completamente seria. En el momento en que Scapegrace apartó su vista de ella, continuó con sus gestos. Scapegrace se enderezó en su silla y cerró los puños y los ojos con fuerza.

—¡No me vas a sorber los sesos! —gritaba.

Skulduggery se sentó de nuevo en la silla sin darle ninguna instrucción a Tanith. Ella suspiró, se acercó hasta donde estaba Scapegrace y puso las manos sobre su cabeza. Los ojos de él todavía estaban cerrados con fuerza.

Tanith se agachó, acercando su boca a la oreja del otro. El cuerpo de Scapegrace se puso rígido. Los labios de ella se separaron, y solo el escueto sonido de su boca al abrirse hizo que Scapegrace empezara a chillar, se echara para atrás y cayera de espaldas, chocando contra el suelo.

—¡Te lo diré! —gritaba—. ¡Te contaré todo lo que sé! Pero mantenía lejos de mí, ¿me has oído? ¡Aléjala de mi cerebro!

—¿Está todavía vivo Torment? —preguntó Skulduggery, de pie, casi encima de él.

—¡Sí!

—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con él?

—¡Hace dos años, lo juro!

—¿Para qué os encontrasteis?

—¡Yo solo quería hablar con él!

—¿De qué hablasteis?

Scapegrace echó un vistazo y se aseguró de que Tanith no estaba preparándose para absorber su cerebro.

—De nada. Se fue. No hablamos de nada. No creo que yo le agrade demasiado.

—¿Por qué crees que no le gustas?

—No lo sé. Quizá por mi olor.

—¿Qué sabes sobre el grotesco? —le preguntó Valquiria.

—Nada, ni lo más mínimo, de verdad.

—Tanith… —dijo Skulduggery con expresión de cansancio—, sórbele los sesos.

—¡No! ¡Espera! ¡Yo no sé nada, pero él sí! Durante la guerra, la guerra con Mevolent, él seguía al barón Vengeus.

—¿Por qué? —preguntó Skulduggery.

—Iba a asesinarlo. Durante todo aquel lío, la guerra, él estaba de vuestro lado. Yo estaba de vuestro lado también.

—Nunca te he visto luchar.

—Yo estaba en la retaguardia —dijo Scapegrace débilmente—. Pero lo que cuenta es que todos estábamos luchando contra el mismo enemigo. Eso contará para algo, ¿no?

Skulduggery inclinó la cabeza.

—El enemigo de mi enemigo no es necesariamente mi amigo.

—Torment me contó una vez que había estado siguiendo a Vengeus y ya estaba a punto de pillarlo, cuando tú apareciste. Luchasteis y tú te llevaste a Vengeus, y Torment decidió que era el momento de retirarse. Es un hombre mayor. Ya andaba por ahí mucho antes de que Mevolent apareciera en escena. Pero me contó que, mientras había estado siguiendo a Vengeus, había visto dónde guardó este al grotesco.

—¿Dónde?

—Bueno, eso no me lo dijo. Dijo algo sobre que yo era incapaz de guardar un secreto o algo así.

—Y él, ¿dónde está?

Scapegrace levantó la mirada, con los ojos muy abiertos.

—¿Me juras que la mantendrás alejada de mi cerebro?

—Tienes mi palabra.

—En Roarhaven —dijo Scapegrace después de dudar por un momento. Valquiria había oído hablar de Roarhaven. Era un pueblo de hechiceros, un pequeño y oscuro pueblo donde no se trataba muy bien a los forasteros—. Está en Roarhaven.

Scapegrace se sentó en la parte trasera del Bentley, con las muñecas y los tobillos atados y una mordaza en la boca. Ya había entrado en el coche con las esposas, y la mordaza se la habían puesto más tarde. Skulduggery se había cansado de hablar con él.

Se dirigieron hacia las afueras de la ciudad, dejando atrás las calles céntricas hasta alcanzar los barrios residenciales, y luego dejando atrás los barrios residenciales hasta llegar al campo. Después de media hora conduciendo a través de las estrechas y serpenteantes carreteras, deteniéndose de vez en cuando para sortear los enormes tractores que rugían lentamente por el camino, llegaron a un pueblecito situado a las orillas de un oscuro lago que brillaba bajo el sol de la tarde.

El Bentley se detuvo a la sombra de un gran árbol que se erguía a las afueras del pueblo, y Valquiria y Skulduggery se bajaron. Hacía calor y se respiraba una extraña calma.

—Ni los pájaros cantan —dijo Valquiria.

—Roarhaven no es el tipo de pueblo que inspira una canción —respondió Skulduggery—. A menos que sea de estilo funerario.

Valquiria veía gente por la calle, pero pasaban los unos al lado de los otros sin dirigirse ni media palabra.

Skulduggery sacó a Scapegrace del coche y le quitó la mordaza.

—¿Dónde está Torment?

—Dame un minuto, ¿vale? —dijo Scapegrace echando un vistazo al pueblo—. Hace años que no vengo por aquí. Estoy en casa otra vez, ¿sabes? Esto es algo muy importante para mí.

Skulduggery suspiró.

—Como no empieces a ser más útil, te meteremos otra vez en el coche e iremos a buscar nosotros solos.

—No hay necesidad de que me metas miedo —dijo Scapegrace sorprendido—. Sé que tenéis prisa, pero no es razón para ser desagradable conmigo.

—¿Vas a colaborar?

Scapegrace lo miró con ira.

—Sí.

—Bien.

—Pero ¿puedes al menos quitarme las esposas?

—No.

—¿Ni siquiera las de los tobillos? Esta es la primera vez que vuelvo a casa desde hace veinte años, y no quiero que nadie piense que soy un criminal o algo parecido.

—Es que eres un criminal o algo parecido.

—Sí, pero…

—Las esposas se quedan donde están —dijo Skulduggery.

Scapegrace rezongó, pero hizo lo que se le decía. Con las esposas rechinando al caminar y dando pasos de bebé para no tropezarse, los condujo por estrechas callejuelas hasta el centro del pueblo.

—¿Dónde vive? —preguntó Skulduggery.

—Justo ahí.

Scapegrace señaló el edificio que estaba justo delante de ellos.

Valquiria frunció el ceño.

—¿En un bar? ¿Torment vive en un bar?

—No es un bar cualquiera —contestó Scapegrace—. Es mi bar. Bueno, era mi bar antes de que lo perdiera. Me lo tomé como una señal, ¿sabes? Como una señal para mudarme, para ver qué más me podía ofrecer el mundo. A veces me arrepiento de haber dejado todo esto atrás y haberme ido adonde no tenía familia ni amigos. Ha habido veces que he estado muy, muy solo…

—Debe de haber sido duro para ti —dijo Valquiria—. Aunque, a lo mejor, si no hubieras ido por ahí matando a la gente…

—Soy un artista —dijo Scapegrace orgulloso—. Cuando mato, estoy haciendo arte, un arte perverso.

Valquiria y Skulduggery ignoraron sus palabras y se acercaron a la puerta. Skulduggery se agachó para forzar la cerradura.

—Tanith podría abrirlo solo con tocarlo —dijo Valquiria.

Skulduggery giró la cabeza hacia ella, lentamente, y un instante después, el cerrojo se abrió.

—Me gusta más hacerlo a la antigua usanza.

—Solo porque no tienes elección.

—Soy una Elemental —le recordó a Valquiria—. Tanith es una Experta. Me gustaría verla a ella lanzando una bola de fuego.

Scapegrace tosió nervioso.

—Ella no va a estar aquí, ¿verdad? Esa tal Tanith.

—No te preocupes —le dijo Valquiria—, tu cerebro está a salvo… por ahora.

Skulduggery abrió la puerta y echó un vistazo al interior; luego agarró a Scapegrace por el codo y lo empujó adentro. El bar estaba oscuro y olía a cerveza rancia y a toalla húmeda. Se oían unas voces que provenían del fondo.

—¿Dónde vive? —preguntó Skulduggery en voz baja.

—En el sótano —dijo Scapegrace—. Convertí la parte de abajo en un espacio habitable, y luego él lo acondicionó como quiso.

Caminaron hacia la parte trasera del edificio.

—En aquella época —continuó Scapegrace— tenía montones de ideas. Iba a renovar la fachada del bar entera, y a ampliarla hacia la izquierda; pensaba poner un equipo de música, quizá una pequeña pista de baile… Pero al final decidí que mejor no. Demasiado caro, y además nadie querría bailar, así que…

Valquiria miraba de reojo hacia atrás, para asegurarse de que nadie espiaba.

—Pero aquellos fueron buenos tiempos —continuó Scapegrace, con la voz llena de melancolía—. Toda la vieja pandilla solía venir y reunirse en mi bar: Lightning Dave, Hokum Pete, Hieronymus Deadfall… Solíamos beber, hablar y echarnos unas risas. Qué buenos tiempos aquellos.

Skulduggery volvió la cabeza.

—Vaurien, si estás intentando matarnos, hay formas más rápidas que contarnos la historia de tu vida.

—Y menos dolorosas, también —añadió Valquiria.

—¡Pensé que os gustaría saberlo! —dijo Scapegrace, indignado—. Pensaba que podía ayudar si os contaba la historia de este lugar y mi relación con él.

—Está bien. Termina.

—La razón por la que frecuentaban mi bar era que, en un pueblo lleno de hechiceros como este, no había muchos lugares donde te pudieras reunir y sentirte especial, ¿comprendéis? Pero yo me ocupaba de eso. Así que, mientras el bar estaba dirigido al resto de magos de Roarhaven, había también una parte privada solo para mis amigos y para mí, para sentarnos, charlar y planear.

—¿Es eso? —preguntó Skulduggery mientras Valquiria abría una puerta.

—Sí —dijo Scapegrace asintiendo con la cabeza—. Una habitación privada, aquí, en la parte de atrás.

Entraron. Había dos hombres sentados en la barra. Otros dos jugaban al billar en una andrajosa y vieja mesa. Un camarero con cara de pocos amigos, de pie en una esquina, un gigante que tocaba el techo con la cabeza. Todos los miraron y se callaron.

Valquiria y Skulduggery se quedaron helados.

Scapegrace sonrió.

—Hola, colegas.